La limpieza del mar era algo que hacía poco tiempo habíamos comenzado a hacer, porque unos años atrás, cuando apenas empezaba mi amistad con Cristal. Las aguas de nuestro mar eran las más puras del mundo, pero apenas aparecieron los primeros rastros de los residuos de los humanos, mi amiga pensó que ocurriría una catástrofe que terminaría con toda vida existente en la Tierra y el océano, porque esto sólo significaba que los humanos habían comenzado a destruir nuestro hogar, algo que sería muy difícil de detener, porque actuaban como si fuesen los Dioses del planeta, no les importaba causar daño para alcanzar sus metas. Entonces, ella tomó la decisión de que limpiáramos el mar al menos una vez por semana. Pero, con el pasar del tiempo nos tocó empezar a limpiarlo casi todos los días; eran tantos desperdicios que ya ni mis tentáculos daban abasto para recogerlos. Pero no solo era la cantidad de residuos lo que más nos preocupaba, sino el hecho de que los animales y los corales ya se estaban muriendo por envenenamiento e intoxicación.
Yo notaba que la situación empeoraba cada vez más, que los demás habitantes acuáticos no se daban cuenta de la gravedad de la situación, y que mucho menos eran capaces de imaginar las consecuencias desfavorables que esto podría causar; pero había algo peor: al ser una civilización con mucha autonomía individual -e ignorancia también- no teníamos forma alguna de reclamarle al presidente o a los gobernantes del Palacio de Justicia Ambiental Acuático, y como nadie hacía nada, todo el peso recayó en nosotros. Sabía que esto le causaba mucho miedo y enojo a Cristal, quien tenía muy claro que al comienzo de la existencia, los habitantes de la tierra y del mar habían hecho el juramento sagrado de no causarle ningún tipo de daño al hábitat del otro, pero este pacto había sido roto por los humanos y ahora no sabíamos lo que iba a pasar.
La frustración y el desespero de mi amiga por querer hacer las cosas que los demás no hacían para proteger a su hogar y mantener vivo el juramento era muy evidente; recuerdo que todo el día quería estar limpiando y además había intentado fundar varias campañas de cuidado del océano, pero todas habían fracasado porque nadie se interesaba en ellas. Por esto, en su momento de mayor desesperación, me dijo que la acompañara a visitar a Nimue, la hechicera del mar.
-Vamos, acompáñame, es por una buena causa- lo dijo como si fuese una niña pequeña pidiendo un dulce.
-No, Cristal, ya te dije que no- le respondí casi que regañándola, algo que ella notó.
-No me regañes. Sabes que no te pediría algo así si no fuese algo que deseo con todo mi corazón. De verdad quiero salvar nuestro hogar- dijo mientras se quebraba su voz -no me dejes ir sola- Lo dudé mucho, pero era mi amiga y no permitiría que fuese sola.
-Está bien- le respondí a regañadientes- es la última vez que te dejo hacer algo así.
Al escuchar que aceptaba acompañarla, se mostró muy entusiasmada y de inmediato emprendimos este descabellado plan. Mientras nos dirigíamos hacía la cueva, Cristal me contaba que había decidido ir, porque un extraño, al que se había encontrado hacía unos días, mientras hacía su habitual limpieza, le había dicho que en la cueva más profunda del océano se encontraba Nimue, la hechicera que había concertado el pacto entre los dos mundos.
Nimue tenía poderes extraordinarios, incluso la capacidad de convertir a las sirenas o a los tritones en humanos y a los humanos en sirenas o tritones, algo que nunca nadie se había atrevido a hacer, pero mi amiga estaba decidida a eliminar el problema de raíz. Tenía que tomar la iniciativa que ninguno del Palacio de Justicia Ambiental Acuático tomaba: subir a la superficie para saber qué era lo que había causado que los humanos rompieran el juramento, para así poder remediarlo. Es que ella nunca pierde la esperanza ante ninguna situación, por más difícil que sea.
Aún así, me atreví a decirle que no estaba de acuerdo con aquella idea loca; además, no podía arriesgar su vida de tal forma, pero mis esfuerzos por retenerla eran en vano; ella daba su vida por cuidar a su hogar y no había nada ni nadie que la detuviera. Al encaminarnos hacia la cueva de la hechicera sentí escalofríos, el camino era tortuoso, había muchas plantas y animales venenosos difíciles de esquivar, pero lo más horrible fue cuando llegamos a la cueva. Era una cueva grisácea de más de diez metros de alto rodeada por anguilas eléctricas, pero su interior era más escalofriante aún, porque estaba decorada con piedras afiladas y mohosas que tenían cráneos de humanos en sus puntas, y al fondo había una roca hueca con un montón de frascos de muchos colores extraños y un trono hecho de huesos de animales, donde Cristal vio a una mujer muy anciana, sentada y tiesa como una estatua. Sin importar su aspecto, le contó todo lo que estaba sucediendo.
-Gran hechicera Nimue, es para mí todo un placer presentarme. Mi nombre es Cristal de Blue- se dirigió a ella con un profundo respeto, pero no se inmutó- vengo aquí para ser la primera sirena en convertirse en humana.
Me percaté de que Cristal por fin había captado la atención de la hechicera.
-Quiero convertirme en una de ellas para saber qué está pasando en el mundo humano, porque no entiendo porqué rompieron nuestro acuerdo- se notaba el desespero en su voz- de verdad no entiendo la razón por la que están acabando con nuestro hogar y haré lo que sea para detenerlo.
Al ver la urgencia con la que le hablaba, la hechicera por fin le respondió.
-Veo que estás decidida- se quedó pensando un momento mientras miraba el suelo- también noto una gran fortaleza en tu ser, así que te ayudaré.
-De verdad muchísimas gracias- dijo Cristal tratando de no llorar de alegría.
Nimue preparó la poción de transformación, mientras Cristal seguía hablando de lo preocupada que estaba, así que ni cuenta se dio, cuando en un instante ya estaba lista la pócima. Los ojos de mi amiga se iluminaron cuando Nimue puso en su mano un vidrio muy resistente en forma de caldero de bruja, donde se veía burbujear un líquido espumoso verde brillante, pero se notaba que no estaba prestando atención a la explicación de cómo se lo debía tomar; solo entendió que tenía que subir a la superficie y cuando ya estuviera cerca de la arena debía beber el brebaje. Así fue como lo hizo.
La acompañé hasta la orilla del mar y la vi convertirse en una humana. Ella llegó a la tierra como los Dioses nos enviaron, no tenía ningún conocimiento de la vida terrestre o de sus habitantes, pero lo que sí tenía de sobra era fuerza y seguridad de sí misma.
-Gracias por ayudarme, no te defraudaré -me dijo con una gran sonrisa en su rostro.
-Lo sé, mi hermosa Cristal.
-Gracias por confiar en mí- dijo mientras se secaba las lágrimas.
-Siempre lo he hecho y siempre lo haré- le respondí en un murmullo.
-Nos volveremos a ver pronto, Onak.
Pero lo que ella no sabía era que esa sería la última vez que nos veríamos. Yo me seguí enterando de todo lo que estaba sucediendo en el mundo humano desde la llegada de Cristal a él, porque casi todo el día estaba merodeando por la superficie para escuchar lo que murmuraban los humanos que pasaban a disfrutar de los paisajes paradisíacos.
Los primeros días después de su partida, me enteré gracias a un grupo de amigos que hablaban de lo ocurrido durante la última semana, mientras organizaban su picnic en la playa. Una de las chicas dijo que se sentía muy feliz de que una sirena, o ahora humana, tuviera el atrevimiento de manifestar delante de todos su enojo por el rompimiento del acuerdo y su intención de querer arreglarlo, costara lo que costara, y comenzaron a recordar que el primer día, lo primero que hizo Cristal fue pedir indicaciones para llegar a la plaza central de la ciudad. Ya allí, le arrebató a un anciano un megáfono con un gran cono rojo, cansado de tener que sostenerse con una agarradera desgastada, rallada y sucia, por la arena de la playa que había acumulado de tanto tirarlo al suelo, por lo que ya era casi imposible sostenerlo. Pero, gracias a que era liviano, aún le servía al anciano para ofrecer su mercado de frutas frescas. Haciendo caso omiso a sus gritos de reclamo y amenaza, se paró en un pequeño estrado de madera que se encontraba en la mitad de la plaza, que estaba a medio construir porque sólo tenía una base inestable armada con clavos mal puestos y oxidados, y exclamó:
-Humanos, escúchenme. Yo soy Cristal de Blue, sirena de lo más profundo del océano. Hoy me he convertido en una de ustedes para decirles que han roto nuestro juramento; están destruyendo mi hogar. Así que exijo que se presente ante mí el responsable de esto.
La multitud se quedó perpleja y luego de unos minutos de total silencio, apareció un joven de gran porte.
-Querida Cristal, soy Tristán Klein, el gobernante de Illéa, el responsable del rompimiento del acuerdo.
-Ah… así que tú eres el responsable de la destrucción de mi hogar. ¡Exijo que me des una explicación!
Tristán pudo ver la ira en sus ojos.
-Ctistal, primero quiero que te calmes, así no vas a poder escucharme bien- dijo para tratar de calmarla.
-¿Calmarme?- se enfureció más- ¿Cómo quieres que me calme si están matando mi hogar?
-¿Mejor por qué no te bajas de ahí y me acompañas a un recorrido por la ciudad para que te vayas familiarizando?
Cristal no podía pensar bien por el enojo que sentía, pero luego de unos segundos, se percató de que con esa actitud no lograría nada, así que, algo dudosa, aceptó acompañarlo. La conversación fue interrumpida por los abucheos de sus amigos hacia uno de ellos por haber derramado el jugo de naranja en el mantel.
No volví a saber nada de ella en siete largos meses durante los que volví a mi antigua vida aburrida, insuficiente vida tan aburrida, que no sentía ni el más mínimo deseo por saber lo que estaba ocurriendo allá afuera. Pero de lo que no me había percatado era de que la salud de los habitantes acuáticos y de las plantas estaba regresando de poco a poco, lo que sólo podía significar que los niveles de contaminación habían disminuido; por lo tanto, la basura se estaba reduciendo. Cuando noté esto sentí que mi corazón rebosaba de alegría porque mi mejor amiga estaba logrando su cometido. Ese mismo día subí a la superficie, con la esperanza de encontrar a alguien hablando de los cambios que se estaban logrando. Iban dos chicas cuchicheando emocionadas algo que al principio no lograba comprender, porque estaban algo lejos de mí, pero cuando por fin pude captar lo que decían me sorprendí mucho.
No podía creer que Cristal se hubiese enamorado del tal Tristán. No era que no me alegrara, tan solo no me lo esperaba. De lo poco y nada que alcancé a escuchar, así habían pasado las cosas: Cuando se fueron al recorrido por la ciudad, Tristán le enseñó la ciudad moderna que había podido construir gracias a los avances tecnológicos y le explicó que muchas veces es imposible llegar a aquel nivel sin contaminar la naturaleza, a lo que Cristal refutó de una manera muy inteligente y sofisticada, explicándole qué estaba equivocado y le expuso varias propuestas ecológicas para erradicar la contaminación. El joven, al escucharla, quedó encantado por su inteligencia, así que con el tiempo fue conquistando el corazón de mi amiga y ahora hacen una hermosa pareja y un excelente equipo, porque tienen la misma meta: restablecer el equilibrio del juramento. Sentía que mi amiga estaba viviendo su vida soñada.
Pero la ilusión, la paz y los días cálidos de cielo azul despejado, donde el sol sonreía, sólo duraron hasta el día en que escuché un rumor que quería que fuese solo eso. Lo que más me preocupó fue que lo oí de los habitantes acuáticos, porque para que algo llegara a los oídos de ellos debía ser algo muy serio o grave. Las sirenas y los tritones iban por ahí diciendo que Tristán estaba a punto de renunciar a su puesto de gobernante y a su vida con Cristal, para irse con otra mujer que había conocido en una de las campañas propuestas por mi amiga.
Durante un par de semanas no quise acercarme a Illéa por miedo a confirmar aquellos rumores, pero luego de unos días ya no los pude ignorar más, porque de un momento a otro, nuestras aguas se estaban contaminando de nuevo a una velocidad increíble. En ese instante supe que algo no estaba bien en la superficie, y lo más probable era que ese algo fuesen Cristal y Tristán, por lo que de inmediato me dirigí a la superficie.
Me sorprendí mucho cuando vi una multitud de gente merodeando las orillas de mar, muchos de ellos estaban señalando un acantilado con una gran preocupación, por lo que miré hacia donde sus dedos señalaban y vi que lo que realmente mostraban no era el acantilado, era la montaña de basura que había en él. Quedé muy aturdido, no entendía lo que decían las voces de los humanos, respiré profundo y traté de calmarme, pero seguía muy desconcertado, así que con mucho esfuerzo logré distinguir un chico que hablaba con la que parecía ser su abuela sobre lo decepcionados que estaban de mi amiga y de, al parecer, su ahora ex pareja.
Aquel chico me había confirmado los rumores; Tristán le había sido desleala ella y a su pueblo, ya que hacía un poco más de una semana se había ido con otra mujer a una ciudad lejana, por lo que toda la responsabilidad de Illéa recayó en Cristal. Pero fue algo que ella no pudo soportar por el gran dolor que sentía, su corazón estaba destrozado. Al parecer, Cristal también había abandonado los deberes que debía cumplir mientras ocupaba el puesto del gobernante, porque había caído en una tristeza tan profunda que no podía ni levantarse de la cama, pero también los había abandonado por la ira que sentía por la traición de Tristán. Cada vez que intentaba salir de aquel vacío, recordaba que él la había traicionado en una de sus campañas, así que de nuevo, por rabia y dolor, caía en la cama y se negaba a retomar su fuerza y voluntad de querer reparar el juramento.
Cristal ocultaba su dolor con egoísmo, se negaba a escuchar las protestas que sus habitantes hacían por la gran contaminación que había, tanto en Illéa como en el océano. Ya no haría nada para cambiar esto porque sentía que luego de dar todo por ellos y por el juramento, sus esfuerzos no valdrían nada y sus ciudadanos simplemente pisotearían su corazón, tal como lo había hecho Tristán. Así que mi amiga, cegada por su desconsuelo, olvidó todo lo que algún día quiso hacer.
Debido al ritmo de crecimiento y avance de la población, la producción cada vez aumentaba más, por lo que cada día había más basura y más contaminación. Los sistemas de gestión ambiental ya habían colapsado y nadie, además de Cristal, era capaz de dirigirlos, así que, como ya ni Illéa daba abasto, los ciudadanos comenzaron a deshacerse de la basura tirándola al mar, pero con lo que no contaban era que el océano tampoco iba a dar abasto, porque su producción era exagerada. Lo único que causaron fue que tanto los humanos como las sirenas y los tritones se enfermaran hasta morir lentamente, incluso yo ya me había comenzado a sentir muy débil, porque la comida que estábamos consumiendo estaba infectada de residuos tóxicos.
Ya el malestar que sentía no solo era por mi salud, sino por la pena que sentía por Cristal. Se me hacía imposible asimilar el hecho de que una chica risueña, llena de sueños y de fortaleza no hubiese podido sanar su corazón roto, pero lo que me impactaba aún más era que estuviese actuando tan vilmente. Y como era de esperarse, todo se volvió un caos. Los habitantes de Illéa y de las profundidades del mar, al ver tan crítica la situación, decidieron aliarse para desterrar a Cristal, porque no hacía nada por ellos y tampoco permitía que ellos hiciesen algo por salvar sus hogares. A la fuerza, entraron en su morada, la sacaron sosteniéndola de los brazos y piernas y la obligaron a salir de Illéa.
Mi salud para ese entonces iba en declive, pero lo que hizo que ya no tuviese fuerzas para seguir luchando fue enterarme de que mi amiga había quedado vagando por las ciudades como un alma en pena. Caminaba sin rumbo por las calles desoladas, oscuras y frías, con el que antes era su vestido vestido favorito, pero el que ahora se veía triste, porque había pasado de tener un color morado brillante a un morado descolorido por el sol y la lluvia. Tampoco tenía ya su voluminosa falda ni su ceñida cintura, que con el decorado de encaje en las mangas la hacía lucir esbelta, pues ahora, todo su vestido estaba rasgado, sucio y con rotos irremediables; era deprimente verla sollozando y murmurando el nombre de Tristán, su vida se había destruido por un amor que no valía la pena. Mi amiga, a la que cuidaba cual cristal, se había roto. Y un cristal roto no se repara.
Tenía la esperanza de que algún día ella recapacitara y se diera cuenta del daño que había causado, pero si esto llegaba a ocurrir, ya sería demasiado tarde y yo ya no estaría para consolarla y ayudarle a curar su corazoncito; mi cuerpo ya no tenía la suficiente salud para resistir. Sé que la muerte estaba detrás de mí, pero eso no es lo que me angustiaba, sino pensar qué sería de la vida de mi amada Cristal cuando viera la catástrofe que causó, porque mientras ella vagaba, los humanos estaban en guerra con las sirenas y los tritones, una guerra sangrienta y sedienta de poder. Definitivamente habían roto el juramento, ya no peleaban por cuidar sus hogares, ahora ambos mundos peleaban por poseer el puesto de gobernante y los habitantes acuáticos querían venganza por el daño que les había causado, pero además morir por la guerra. Morían a causa de la fuerte contaminación de los alimentos, del agua y del aire. Y lo que no sabían era que habían desatado una catástrofe irremediable.
Al ver el panorama apocalíptico, Nimue decidió revelar el secreto de la humanidad mejor guardado. Salió a la superficie y con capacidad de entrar en la mente de quienes quisiera, leyó un pedazo pequeño de pergamino arrugado y manchado por los tóxicos donde decía que si ya no quedaba ni un ser viviente en la tierra o en el mar a quien le importase el juramento, se desataría el fin del mundo. Las guerras no tendrán fin, la contaminación no se podría reducir ni retener y la muerte de todo ser vivo sería inevitable. “Esto será un castigo por romper el juramento, así que morirán lenta y dolorosamente”. Y ya estaba ocurriendo, pero yo no tendría que vivirlo por mucho tiempo, Cristal sí.