En suelo mexicano una COLOMBIA BLANCA

Muchas veces se subestima el poder de la comunicación, arma ideológica que puede crear concepciones erradas de un país y sus habitantes. Existe una Colombia dibujada por las series de televisión y por la información mal trabajada desde salas de redacción.

La historia no tiene mucha diferencia con la que cuenta que supuestamente hace algunos años le quitó la corona de miss universo a Carolina Gómez: el narcotráfico sigue guardándose en la retina de los extranjeros.

Se hace difícil entablar una conversación donde uno de los mayores referentes no sea la importancia de la cocaína en Colombia, mucho de ello a causa de los productos mediáticos que se exportan a todo el mundo.

Es cuando el auge de un nuevo periodismo presenta la plaza de trabajo, aquella que muchos reclaman pero poco se interesan, es ser crítico para mostrar nuevos temas, dejar de lado la imagen explotada de un país pasado y reflejar las nuevas realidades.

Ya no existe el verde de la selva, el azul de los océanos y los colores de las tradiciones, atrás quedaron las rutas turísticas y los encantos de un país de tres culturas, ahora el mapa se pinta de blanco, de “un polvo mágico que hechiza” como lo describió don Omar en una de sus canciones hace ya algún tiempo.

La cocaína parece reinar en el imaginario social de una patria que se desangra no precisamente por la droga sino por los problemas sociales que existen como en cualquier país. Somos revolucionarios cibernéticos y amantes de amigos extranjeros en redes sociales, somos la valla publicitaria de una Colombia mal administrada.

La imagen extranjera es el resultado de un periodismo escaso, de la falta de investigación y la poca imaginación para considerar los medios como herramienta de reconstrucción identitaria; seguiremos siendo blancos mientras no nos demos cuenta de que poseemos una riqueza de grandes dimensiones, gente pujante dispuesta a salir cada día a prosperar.

 Carlos Guiral.

 Intercambio académico 2015 (México DF)

  @carlosguiral

SIN MALETAS: YO ERA MARKOS. PARTE 5

Utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com


Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

QUINTA ENTREGA

13:25 hrs. Agosto de 2015, Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México. Compró una chamarra café para llegar a la cita. Cerca de la playa, donde vive exiliado desde hace treinta años, taparse es una grosería, podría morir cocinado, pero a estas alturas, la muerte le ha susurrado tantas veces al oído, que morir acalorado, le resulta un poema.

13:32 —¿Llegaste?
13:40 —Voy bajando del avión. Ansiedad…
13:43 —Mándame una foto para reconocerte
13:45 —Aquí va

Camisa amarilla, cabello negro, un mechón tapando el rostro completo, la imagen de un perfil inconcluso muestra un asiento de avión; un ojo derecho. Medio bigote.

El equipo de televisión lo espera en la sala A justo debajo del pizarrón eléctrico de arribos nacionales como habían quedado. El vuelo ha llegado a tiempo. Como una especie de parodia donde el ladrón siempre logra escabullirse de quien lo espera, Markos sale por otra puerta. Se ha justificado la llegada de cuatro personas de televisión a las autoridades del Aeropuerto de la Ciudad de México con cámara, tripié y micrófonos, avisando el arribo de un “escritor colombiano”. Apuntan su nombre real, así completo con nombre y apellido. En México,Carlos Alberto Méndez Contreras, escritor, poeta, periodista, corrector de estilo, maestro de literatura y periodismo. En Colombia, Markos, así a secas, estudiante de la Universidad Nacional de Bogotá, ex militante de la otrora guerrilla colombiana conocida como El M19, encarcelado un año y ocho meses por subversión.

***

Ningún mexicano del común que te viera hoy con tu pantalón de vestir beige, cinturón café que hace juego con la chamarra, camisa amarilla de cuello perfectamente planchada y un bigote arreglado, pensaría que veinte años atrás eras un guerrillero alzado en armas. El estereotipo de un insurgente en este México donde decidiste venir a salvar tu vida, tiene que ver más con un campesino de rasgos prietos, inculto, tímido al hablar, medio ignorante, humilde hasta en el vestir. En cambio tu, Carlos, pese a tu raíces campesinas y un pasado de carencias, te pareces más a esta vida nueva que te has impuesto a kilómetros de distancia, ¡de verdad que si luces como todo un famoso escritor!

La cámara sigue tus pasos en medio de las miradas curiosas de la gente que intentan familiarizar tu cara con la de un actor, un cantante de la televisión, quizás un artista internacional. Mientras tanto tú, pareces perderte en el relato de un pasado que pasa frente a ti en cámara lenta como tu andar. 

¿Quién es? —pregunta la gente al crew de televisión…
— Un poeta —responde el productor sabiendo que seguirá un gesto de decepción. La gente reclamaría la selfie en caso de haberse encontrado con un deportista… con un cantante.

No es la primera vez que viajas de Cancún a la capital. Sí la única ocasión desde el exilio, en la que confiesas esta historia que llevas protegiendo, escondiendo durante treinta años.

—¿Quién es… quién es? —pregunta la multitud. En el fondo de tu clandestinidad hay una sola respuesta.

Yo era Markos.

—Escribía Markos con `k´, era un militante del M19, un joven rebelde colombiano, un revolucionario convencido desde muy chico, un joven lleno de ideales, que creía en que la humanidad tenía salvación—

Tus ojos se han llenado de lágrimas Carlos y has olvidado un detalle…

La silla que te ha elegido a ti para el confesionario de tu vida, da la espalda a una biblioteca con libros que no son tuyos; tu pantalón beige y tu estilo de profesor de literatura, han construido una atmósfera más parecida al Carlos de hoy que al Markos del ayer con su melena larga, bigote descuidado y jeans para la ocasión.

En esa fotografía que sostienes con la derecha mientras el lente se clava en el primer plano de tu rostro, apareces delgado, con un bigote puberto apenas asomado. Tú estás sentado en una cama individual junto a una muchacha que te clava una mirada coqueta, estabas en la cárcel de máxima seguridad de Bellavista en Medellín, donde pasaron grandes capos de la mafia colombiana.

¿Quieres llorar?

Agachas la mirada, te suda la nariz. Tu pose intelectual ha quedado sepultada. Ahora pareces más una víctima, un hombre consternado por el recuerdo de un proyecto perdido, porque lo reconociste Carlos, los rebeldes como tú, lucharon y perdieron.

—Es la primera vez que cuento esta historia en México. Mientras yo estoy aquí sentado, muchos compañeros murieron y no pudieron contar la suya.

Has olvidado un detalleCarlos

A menos de dos metros de ti está un muchacho de quince años, la edad que tenías cuando ya leías a Marx y cantabas trova cubana. Comparte tus ojos miel y el lacio de tu cabello negro, incluso ahora que los comparo, se parece mucho a ti en la foto que enviaste por Whatsapp para reconocerte en el aeropuerto. Es como si elMarkos que dejaste en Bogotá estuviera aquí presente en México, acompañándote a tus espaldas y quien hablase fuera Carlos convertido en escritor. A tu lado está un adolescente que te acompaña mientras te entrevistan para sacar tus secretos desde el exilio para un canal de televisión de la ciudad que te vio nacer: Bogotá. Me habías contado ya, que el muchacho iba en la prepa en el Distrito Federal, que había algunos problemas con su mamá y que guardabas cierto enojo porque un día de pleito, la mujer quemó todos los recuerdos de Markos afuera de la casa donde vivían y sólo alcanzaste a recuperar un dibujo entre las llamas. Hecho cenizas quedaron fotografías, una autobiografía, cartas de tus compañeros de lucha en prisión, dibujos, el periódico donde escribías, revistas de la época y entonces decidiste desterrar ese amor de tus entrañas.

Omar, ese chico que hoy te acompaña, ha venido a escuchar tu entrevista creyendo que viene a oír el testimonio de un periodista, escritor de poemas, de un literato, de Carlos, su papá.

Pero insisto Carlos, olvidaste un detalle…
Omar, tu hijo, no conoce la historia de Markos ¿Cómo pudiste esconderle tu pasado tanto tiempo?

Cuando dijiste a la cámara “Markos era yo cuando era guerrillero”, el muchacho alzó la vista con asombro para tratar de encontrarse con tus ojos. Unos ojos ahogados en lágrimas.

El yunque y el martillo

Era un jueves de 1981. El bloque rural del M19 llevaba un año consolidándose en las montañas del sur de Colombia con la ayuda del gobierno cubano y su experiencia en táctica armamentista. La idea era crear una guerrilla cercana a la gente pero alejada de las grandes urbes donde el enemigo acechara. El brazo político del movimiento subversivo fue llamado a la clandestinidad, a ponerse las botas, a ser el brazo armado en las montañas colombianas.

Semanas atrás, un compañero alzado en armas había decidido hacer proselitismo político de puerta en puerta; llegaba a las casas de los campesinos para contarles la lucha que desde las montañas se gestaba “por una Colombia justa”. Pero el Ejército detectó el secreto en las montañas cerca de la frontera con Ecuador. Alistó una fuerza bélica de más de mil hombres dispuestos a todo con tal de detener a decenas guerrilleros anclados en el espesor de la selva.

La travesía por la selva duró varios días. Desde el río Mira, fronterizo con Ecuador, los combatientes entraron al Putumayo y se enfilaron hasta el Caquetá. Desplazar ochenta hombres en lanchas pequeñas llamadas cayucos, con la amenaza de voltearse en el primer mal forcejeo, resultó el primer reto militar del grupo insurgente. Los poblados aledaños tenían reservas. Algunos cerraron las puertas de la casa para volver a salir tres días después, cuando los rebeldes se marcharan. Otros optaron por ayudar a embarcarlos, ofrecieron víveres. Un puñado dio aviso a las autoridades.

Los lugareños aseguran que ahí, la selva es como las mujeres de la zona: impredecibles, rudas, difíciles, tan dominantes. La lluvia haciendo gala de un torrente que se deja caer al salir el sol, con vísperas de arreboles, temperaturas que superan los 28 grados, con el abrazo de la noche. Llueve sobre las ceibas, el choibás, el cagüís, árboles gigantes que sobrepasan los sesenta metros de altura donde los techos de los pueblos y sus pobladores se miran a lo lejos como una caricatura, como la vista de una ciudad desde la ventana del avión a mil pies de altura.

Treinta metros más abajo de las ceibas, el choibás y el cagüís, la selva es inclemente. Ramas perfectamente amarradas durante décadas se hacen nudos impenetrables, hojas que tapan precipicios de diez o quince metros de profundidad, maleza, insectos roedores. Crecen los cedros, los laureles y los cominos, árboles frondosos, gruesos de tallo, que tejen un manto vegetal que podrían ser la muerte para su propia fauna. Escarabajos, hormigas, insectos de colores, se suben en manada por sus ramas, forman espirales, buscan comida, hacer sus nidos.

Llovió ayer, llovió hoy, lloverá mañana.

El río Mira crece en cuestión de horas, se desbordan sus orillas. Algunos campamentos de los guerrilleros se inundaron, evacuar cajas repletas de armas y municiones, les tomó toda la noche, la lluvia no paró. Si no los mata el enemigo declarado, lo hará la selva ese aliado voluntarioso. Traicionero.

Como volcán en erupción, las ondulaciones del terreno selvático se llenan de miles de hombres del Ejército de Colombia. Enemigo a la vista.

Fusiles G-3, alemanes, lanzagranadas, granadas, bayonetas, armas cortas 9 milímetros, municiones, camuflados, sombreros, fornituras, botas gringas de cuero, así recibió la guerrilla al rival cerca del Caquetá. La moral estaba en alto pero no era suficiente para una decena de hombres pertrechados. La debilidad del M estaba en su interior, en sus filas. La mayoría eran guerrilleros formados en las ciudades que desconocían la inmensidad de la selva.

Los fusiles de ambos bandos escupieron fuego, ruido, plomo y muerte. Algunos repelieron la agresión, otros cayeron de inmediato al pasto que en segundos se tiñó de rojo. El flanco fuerte del Ejército utiliza una longeva táctica militar puesta en marcha desde los tiempos de las tropas napoleónicas para combatir al enemigo: el yunque y el martillo.

Aprovechando el número inferior de insurgentes, los militares fueron cercando a los guerrilleros del lado ecuatoriano intentando comportarse como un herrero que aplasta al enemigo. El primero en caer fue un líder campesino cuando una bala le alcanzó la ingle. Era de los pocos que conocía el terreno por donde transitabaMarkos haciendo frente a un combate que más tarde lo llevaría al exilio.

El plan de llegar a fortalecer las filas de la guerrilla en el Caquetá se desmoronó al instante. Los pocos que quedaron del M decidieron entregarse, muchos insurgentes cayeron en la selva. Antes de subir las manos con las armas en tierra, escondieron documentos, cosas comprometedoras que recuperarían después.

Un bloque militar rodeó la parte derecha, otro copó la izquierda y el combate se trabó intenso, con bajas de cada lado. Para ese momento, Markos y sus compañeros retrocedían ante la presión, acariciando el límite internacional donde terminaron entregándose al Ejército ecuatoriano, que horas más tarde, los regresaría a las autoridades colombianas.

—El Ejército nos concentró en una finca, fuimos trasladados en helicópteros, vendados y esposados con las manos atrás. Ibamos de cinco en cinco, nos amenazaban con tirarnos desde las alturas. Luego comenzaron los interrogatorios, la tortura sicológica, la presión— Markos llora. Fue condenado a prisión por un consejo de guerra.

Presos hoy, revolucionarios siempre

Las lágrimas contenidas en la mirada, el tapón para tragar saliva, los recuerdos a flor de piel. La mano de Markossostiene una fotografía con los trazos que hiciera entre 1981 y 1982 cuando estuvo en una celda de aquella cárcel tenebrosa llamada Bellavista en Medellín.  Siete puños halando la cola de un caballo desbocado, tres tumbas del costado izquierdo y tu rostro también a lápiz con la lágrima de un país que se resbala por las mejillas.

No era solo el encierro. El Consejo de Guerra realizado en Ipiales, había decidido enviar a los rebeldes a cárceles distantes de sus familias, dificultar el contacto con el mundo exterior, matarlos en vida cortando lazos sentimentales. Markos fue a dar a Medellín, ocho horas en camión desde Bogotá, hogar de sus padres.

Después vino el Consejo Verbal de Guerra. Si los rebeldes aceptaban haberse equivocado en su lucha armada, la pena se reducía a la mitad. No fue el caso deMarkos quien con aire altivo de adolescente retador, se paró y dijo lo que nadie quería escuchar, reivindicar su paso por el movimiento, sostener la lucha armada para quitar del poder a la clase opresora, clamar por una sociedad justa para todos. El yunque llegó primero, el martillo después: le impusieron ocho meses más a su condena de un año por su actitud sectaria y subversiva.

Un acto de valentía, un “cementerio de hombres vivos”, dice la canción de Jairo Varela en el Grupo Niche y así describe Markos su paso por el encierro, en celdas para ocho personas que se convirtieron en espacio para veinte, veinticinco, con telas improvisadas para simular cortinas y divisiones en espacios de quince metros donde los pudientes podían dormir en la plancha fría de cemento, los otros, como él, en el suelo, amontonados.

—Recuerdo dibujar unos carteles con unas manos esposadas pero con las cadenas rotas y un lema de mi autoría que resumía mis convicciones: Presos hoy, revolucionarios siempre—.

Pasarían meses para que Fermín, padre de Markos, pudiera dar con el paradero de su hijo; ver su rostro en el diario más influyente de la capital; llamar a las autoridades para conocer en qué cárcel estaba; volver a llamar para saber cómo podía verlo. Comprar boleto para el autobús que lo llevaría a ocho horas por tierra de su retoño. Mientras tanto, los presos del M se hicieron famosos fuera de las rejas, los estudiantes de las universidades públicas se convirtieron en sus fervientes seguidores, los visitaban los domingos decenas de jovencitas y adolescentes que honraban su valentía, Markos consiguió novia, entró a un taller de carpintería en el patio dos y organizaba actos culturales para los domingos, el único día que lograba salir de la celda.

La solidaridad era intensa. El Comité de Solidaridad con los Presos Políticos visitó a los rebeldes cada fin de semana pero su mayor felicidad llegó un domingo, tres meses después de su detención.

—Recuerdo que mi padre que era de un mutismo asombroso, no ocultó su conmoción cuando me abrazó en la celda del quinto patio

El olor a mierda en las celdas era insoportable, nauseabundo.

Un preso común en cautiverio se dedicó a comer cucarachas. Las agarraba del piso mugroso con las patitas en movimiento y de un momento a otro crack las masticaba en la boca. A otro reo se les subía la causa a la cabeza y trepaba por los muros infinitos del patio gritando, clamando su inocencia. Dos más fueron apuñalados y otro par castigados por asesinarlos dentro. Las condiciones no mejoraban, Markos y sus amigos organizaron un motín después de que los guardias los extorsionaran para dormir o permanecer en la celda durante el día en una plancha. La idea catapultó el pase a la cárcel de la Picota en Bogotá donde estaban recluidos decenas de militantes del M.

Pasó más de un año antes de que Markos volviera a verse de frente con la libertad. Era un jueves, cuatro de la tarde. La Amnistía decretada contra presos políticos daría el pase de salida a decenas de guerrilleros del M19. Los primeros salieron lunes, el resto un martes, Markos hasta el jueves. Cuando por fin pisó la calle no había nadie ahí. Ni la prensa, ni familiares, la calle sola, el sol a punto de ocultarse, tuvo miedo. Caminó cuatro cuadras sintiéndose perseguido sin estarlo hasta hallar un teléfono público.

—Mamá estamos libres, avisa a los medios

Mexilio

Esta es la parte de la historia donde la muerte ronda a Markos y sobrevivir se convierte en la nueva travesía de un joven que se resistió por años abandonar su tierra, su causa, las botas mismas. Mataron a La Chiqui, también a Kike, Javier y Laura. Compañeros de lucha, amigos de adolescencia, intelectuales todos. Dice Olga Behar, periodista colombiana en su libro Noches de Humo, que después de la toma del Palacio de Justicia, quedó sepultada una generación de hombres brillantes, los más cultos que había conocido en su vida. Se refería a Carlos Pizarro Leongómez, máximo comandante del M19, asesinado a sangre fría en abril de 1991, semanas después de desmovilizarse, Jaime Bateman Cayón -el primer Comandante general del M-19- muerto tras caer una avioneta donde viajaba de Santa Marta a Panamá, se refería Carlos Toledo Plata, quien ya había sido asesinado a quemarropa en la ciudad de Bucaramanga por dos hombres en moto, meses después de salir de prisión.

La muerte comenzó a colarse en su almohada, no hubo un solo momento en el que no le apuntara a la cara susurrándole: “eres el siguiente”.

Esta es la parte de la historia donde Markos deja las botas, la ciudad y el campo donde estuvo años de manera clandestina, pide prestada una cuenta bancaria a su tío pudiente y saca visa de turista por 180 días para llegar a la Ciudad de México. Esta es la parte donde el joven de cabello largo, botas y pistola, se convierte en Carlos Alberto Méndez Contreras.

La Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados, dice que el refugiado es una persona que tiene un temor fundado por sus preferencias sexuales, raza, opiniones, religión, temor a que los maten. Se diferencian del migrante porque éstos pueden regresar a su país de origen si la travesía falla, si extrañan más de lo previsto. El refugiado no y tú tampoco MarkosQuedarse en Colombia era comprar un pase directo al cementerio.

México siempre ha sido especial para Colombia, para Markos. Creció al igual que muchos amigos de la época con la música ranchera en las venas, viendo cine mexicano con Antonio Aguilar, Cantinflas, admirando la legendaria Revolución Mexicana de 1910, la extensión territorial, esas grandes fincas con hombres que también usaban botas, bigotes, el sombrero bien puesto, llevando a la mujer de su vida en un caballo que se pierde en el camino. Pero para un revolucionario, México era más que novelas, tequila y mariachis. La relación sostenida con esa Cuba rebelde, ser el escondite de León Trotski, la morada temporal del Che, el surgimiento de algunas guerrillas en Guerrero y la hospitalidad de otros compatriotas que zarparon en el exilio primero que Markos, lo hicieron inclinar la balanza por el país de los manitos.

Décadas después de la guerra civil española, México había abierto la puerta a más de veinte mil refugiados españoles que huían del régimen franquista en la década de los 70 y acogieron a miles de argentinos, brasileños, chilenos y uruguayos, que escapaban de dictaduras militares.

Desde 1980, cincuenta países han figurado al menos una vez entre los veinte países que más expulsa refugiados, Colombia, país de Markos, ha estado ocho veces en la lista de la ACNUR al igual que Camboya y Uganda, por encima de Yemen, Ucrania, Siria, Sudáfrica, Pakistán, Nicaragua y el Salvador.

Era septiembre de 1985 cuando pisaste por primera vez el Aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México.Recuerdas esa sensación de sentirte minúsculo, provinciano ante la inmensidad de una de las ciudades más grandes del mundo. No había fincas a la vista, ni caballos, ni sombreros, la Revolución era una gesta histórica de inicios del siglo XX. Sí un país con un régimen priista gobernando por setenta años, represivo con los jóvenes, de mano dura contra cualquier oposición. Viste un Distrito Federal que se caía a pedazos por el terremoto más grande de su historia en septiembre de 1985: abajo quedaron casas, edificios completos, carros sepultados, ¡más de 20 mil muertos¡. Y de nuevo la suerte echada, el destino haciendo de las suyas, la tragicomedia en vivo y a todo color: Markos pasó por Avenida Revolución, atravesó la avenida de los Insurgentes y fue a parar en Avenida de la Paz, su primera casa en el Distrito Federal, cerca al Nobel Gabriel García Márquez.

Los primeros años los siguió encausando la lucha armada. Esa que venía persiguiendo desde Colombia y que ahora le hacía pensar en Latinoamérica. Participó en esfuerzos solidarios con la Nicaragua sandinista, la revolución salvadoreña, los exiliados chilenos, argentinos uruguayos. Y hasta aquí todo era lucha, utopía, botas, clandestinidad, mientras en su tierra natal en vísperas del 91´, se pactó el desarme del M19, tus compañeros creyeron en los diálogos, dejaron las armas. Meses después fueron asesinados a quemarropa, unos pocos sobrevivieron y hoy tienen un cargo público o viven igual que Markos, en el destierro del exilio.

Para ese tiempo ya habías adoptado tu nueva identidad. Markos se fue, mutó, maduró, cambió, también lo escondiste.

Ya con Carlos al frente, la nueva lucha fue estudiar Filosofía y letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, hacerse responsable de tres hijos, pagar una renta, eventualmente una hipoteca, ahorrar para la vejez.Carlos aprendió a comer picante, utilizar sus dotes de baile para ligar, echar los perros, como dicen en Colombia al arte de la seducción. Hablaste de Zapata y Pancho Villa, de rancheras, con tal de sumergirte en una nueva cultura. México desplazó a Colombia y aunque se empeña en decir que es su segunda casa, es la primera.

Han pasado tres décadas de exilio. Subiste un par de kilos, tienes 50 años, cambiaste los jean por pantalones de vestir y usas lentes. Pero ese acento tan cachaco, tan rolo, tan bogotano, tan colombiano, siguen ahí anclados en tu garganta. Sigues leyendo diario las noticias de El Tiempo, El Espectador, Semana, El País, todos diarios colombianos. Conoces las fechas de los partidos de fútbol de la selección de Pékerman y James Rodríguez, hablas de música mientras te bailan los pies y cocinas arepas, sancocho, yuca frita, también uno que otro platillo mexicano ¡no te hagas¡. Estuviste a punto de no volverte mexicano, mexicano naturalizado, en un México que no permite la doble nacionalidad: eres extranjero o eres mexicano, ambas no se puede. Algunos amigos te contaron que la Secretaría de Relaciones Exteriores, te hacía romper frente a ellos el pasaporte colombiano para darte la carta de naturalización que te había un nuevo mexicano pero era tan doloroso el episodio de sentirse desnacionalizado que lo retrasaste décadas enteras. Ahora ya eres Mexicano y esa probable firma con tu nombre donde debiste renunciar a tus orígenes, no es más que un papel, no arrancó tus raíces.

Dejaste el Distrito Federal a finales de los 90´ para encontrar refugio cerca al mar y hacer literatura al compás de las olas. Dos libros, un par de poemarios de aquí y de allá y una novela a punto de publicar, se han gestado en estos últimos años de exilio mientras Colombia ha vuelto hablar de paz.

¿Sabías que el Presidente Santos está preparando el terreno para que millones de colombianos regresen al país? ¿que la guerrilla de las FARC está aceptando dejar las armas y renunciar a reclutar niños? ¿sabías del proceso de paz? pregunta una periodista ochentera que cuando nació, Markos ya tenía puestas las botas y había oído hablar de paz.

—La paz sin justicia social no es posible, la paz con pobreza no es posible, la paz con paramilitarismo no es posible. La Paz es un sueño colombiano que se vuelve pesadilla cada vez que la proclaman— expresa Markos con énfasis porque la última vez que escuchaste esa monosílaba, también fue la última ocasión que viste con vida a tus compañeros de lucha.

Durante treinta años de exilio, Markos se quedó ahí, guardado en su pecho como una mariposa errante que encontró buen nido. Hace un par de años, Carlos mandó por celular una fotografía a Omar, su hijo de quince años. La imagen es la misma que traes contigo hoy, treinta años después del exilio que te arrancó de Colombia: Estás sentado en la celda de Bellavista con otros compañeros del M19. Tu hijo pensó que papá quería ratificar el parecido físico entre ambos, mismos ojos, pelo, hasta el perfil. ¿y eso? respondió el muchacho segundos después. Carlos no devolvió el mensaje.

Pensaba Carlos que las botas, la pistola, la rebeldía, era toro pasado. Entonces de nuevo el celular, el Whatssap de una amiga en el Distrito Federal que pedía tu consentimiento para dar con tu paradero. Una periodista buscaba un compatriota colombiano que contara su historia desde el exilio frente a las cámaras.

Tardó semanas en dar respuesta. Hablar de Markos a treinta años de distancia, a un país con una tasa de asesinatos de 14 mil homicidios en promedio cada año, un proceso de paz en puerta y sus mismos enemigos merodeando, lo hizo actuar con cautela.

Ahora estás aquí. Has volado de Cancún al Distrito Federal, la ciudad que frecuentas de cuando en vez para reencontrarte con tus hijos. Con tu chamarra nueva para salir a cuadro, tus libros, las fotografías de ese Markosque sobrevivió al yunque y al martillo.

La pregunta obligada.

Jamás abandonaste la idea de regresar a Colombia, esa por la que peleaste a muerte en la clandestinidad de la ciudad y las montañas. La maleta con la que llegaste, permaneció intacta por un par de años, esperando la oportunidad de subirte a un vuelo con retorno.

La pregunta obligada.

Estuviste tentado a quedarte para siempre en los 90 cuando pisaste suelo colombiano después de seis años en el exilio. Querías instalarte en un apartamento pequeño en el centro de Bogotá, incluso consideraste competir por la alcaldía de la capital después de constatar la simpatía que aún queda por el M. Pero no,
no se pudo,
no se puede.
Tampoco pudiste regresar a tu terruño ese sábado de 2009. Te preocupabas por el golpe de Estado al Presidente Manuel Zelaya en Honduras cuando sonó el teléfono. Tu hermano del otro lado del auricular confirmó la muerte de mamá. Murió de vieja Markos, murió esperando tu regreso.

La pregunta obligada. A treinta años de distancia, una esposa, tres hijos, una carrera como Literato, el mar danzando en los oídos.

—¿Regresaría Markos a Colombia?—

—Quizás me suceda lo que el poeta Tuerto López se pregunta en unos versos: ¿Y qué hago yo con este fusil entre las piernas?

Margarita Solano /Jefa de Información de www.lopolitico.com
Corresponsal de www.utópicos.com.co en México

“Soy Margarita. Recorro América Latina buscando historias con un Ipod que bien pudiera ser el de mi mamá: Leo Dan, Nicola Di Bari, Ana Gabriel y vallenatos del Binomio de Oro, forman parte de un play list donde Roberto Carlos no tiene que esconderse ante la requisa de un amigo. Mamá de un par de varoncitos cuyos ojos como uvas de la huerta, me recuerdan que no hay por qué perder la capacidad de asombro.Markos fue un fantasma sin rostro durante mes y medio. La comunicación comenzó tímidamente a través de un teléfono celular que de cuando en vez daba señales de su vida, esa que curiosamente quería descubrir para convertirlo en uno de los personajes de Relatos del Exilio, un documental dirigido por Luisa López para Canal Capital en Bogotá, la ciudad que lo vio nacer, la misma de la que huyó.Ha pasado casi un año desde que me presenté por Whatsapp como ¨la periodista colombiana que quiere conocer tu historia”. Recibí de vuelta una imagen de una cerveza Póker junto a la bandera nacional, cosas que emocionan a cualquier compatriota lejos de su terruño.Nunca antes entrevisté un ex guerrillero en exilio. Markos duró treinta años escondiendo con sigilo lo que pasó a finales de los 80 cuando peleó en el monte con las botas bien puestas. Ni siquiera sus hijos conocían hasta hoy, su paso por la insurgencia. Esas confidencias que ahora se hacen públicas, mantienen viva mi pasión por contar historias”

VER SERIE

PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR 

SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA

TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO.

CUARTA ENTREGA: LA BATALLA POR TYMUR.  

EL CASO URIBE Y EL FUTURO DE COLOMBIA ¿Ha llegado el momento para una transición política? (tercera entrega)

Además de las indudables consecuencias políticas que creó la detención de Álvaro Uribe y su renuncia al senado, este caso abre una compleja discusión jurídica.

Utópicos conversó con el abogado penalista, exfiscal y defensor de DDHH Élmer Montaña, quien además es experto  en sistema penal acusatorio, asuntos disciplinarios y responsabilidad del Estado, y fue Director Ejecutivo de la Fundación Defensa de Inocentes.


Élmer Montaña, exfiscal y defensor de DDHH. Foto tomada de Archivo personal de Élmer.

¿Cómo observa lo sucedido con el expresidente Álvaro Uribe Vélez (AUV) y qué piensa de la decisión de la Corte Suprema de Justicia?

Detuvieron al expresidente Álvaro Uribe Vélez y al día siguiente el sol salió como de costumbre, nada de lo que predijeron los voceros del uribismo ocurrió. La gente, no salieron a tomarse las calles, salvo algunos desfiles de carros de alta gama y pequeñas concentraciones.

El país no quedó sumido en el caos y la violencia, como advirtió una de las columnistas preferidas del uribismo (se refiere a la periodista Vicky Dávila). La sala especial de instrucción de la Corte actuó dentro del marco de sus competencias y tomó una decisión en un caso complejo, en medio de presiones provenientes de diversas fuerzas. Los cinco magistrados que integran la sala especial fueron unánimes en respaldar la ponencia que privó de la libertad a Uribe, dejando claro que nadie, por importante o representativo que sea, está por encima de la ley y que Uribe no tiene garantizada impunidad perpetua por el hecho de haber enfrentado a las Farc.

¿Qué piensa de las propuestas de reforma constitucional para crear una sola alta corte de justicia, en reemplazo a las existentes (Corte Suprema de Justicia, Corte Constitucional y Consejo de Estado) y específicamente, la postura del presidente Iván Duque, de cuestionar la decisión de la Corte?

Sin conocer a fondo el proceso, que está sometido a reserva por mandato legal, pienso que es una irresponsabilidad. Los informes de prensa y las posturas de los sujetos procesales tienen el defecto de ser fragmentarios, sesgados y tendenciosos. En una democracia, las decisiones de los órganos de Justicia se respetan y acatan. Por eso resulta inaceptable la actitud del presidente Iván Duque de cuestionar la decisión de la Corte en defensa de su mentor y jefe político. Su obligación es la de garantizar el cumplimiento de las decisiones judiciales y velar por la independencia y autonomía de las ramas del poder público.

Son los principios sobre los cuales está edificado nuestro estado de derecho; por esta razón, debemos rechazar enérgicamente que, en respuesta a la decisión de la corte, Duque proponga una reforma judicial cuyo objetivo es precisamente la eliminación de la Corte Suprema de Justicia.Se trata de un acto revanchista del jefe de Estado, de una actitud dictatorial que busca librar a Álvaro Uribe Vélez de una sentencia condenatoria. La democracia y el Estado social de derecho están en grave peligro, asfaltado de las esperadas revueltas populares a favor de Uribe Duque quiere acabar la institucionalidad colombiana de un plumazo.

Alvaro Uribe Vélez, expresidente en detención domiciliaria. Foto tomada de CNN en Español. 

¿Cuáles son los pasos siguientes dentro de este proceso judicial?

Si el caso continúa en la Corte, una vez se haya recaudado la prueba necesaria para calificar, o vencido el término de instrucción (18 meses), la Sala Especial de Instrucción deberá cerrar la investigación y concederá a los sujetos procesales un término de 8 días para que presenten alegatos; acto seguido, la Sala deberá calificar el mérito del sumario con resolución de acusación o preclusión.

Sin embargo, ahora los abogados de AUV han indicado que con la renuncia de Uribe a su curul en el senado, la CSJ pierde la competencia y el proceso debe ser enviado a la Fiscalía. ¿Cuál es su análisis sobre este asunto?

La renuncia de Álvaro Uribe al senado es una jugada desesperada de la defensa para quitarle competencia a la Corte. Sin embargo, siguiendo la línea jurisprudencial de la Corte,  no basta que el congresista renuncie para que la competencia se pierda, se requiere además que los hechos no tengan conexidad con la función. Y en  este caso es evidente que sí los tiene por varias razones:

1. Los falsos testigos fueron utilizados en una denuncia penal presentada por Uribe contra su principal oponente en el senado, como respuesta a los debates que este le estaba haciendo por sus presuntas relaciones con varias masacres, entre ellas la del Aro.

2. La denuncia fue anunciada por el mismo Uribe en una de sus intervenciones en el Congreso, como parte de su actividad legislativa.

3. Uribe usó recursos del Estado para buscar testigos contra Cepeda. En efecto, les puso a los miembros de la Unidad Técnica Legislativa la tarea de visitar las cárceles para conseguir testigos que declararan contra el senador Cepeda.

Un ejemplo sirve para ilustrar el asunto: si un senador mata a una persona en un accidente de tránsito y renuncia al cargo, la Corte sí perdería competencia para investigarlo y juzgarlo porque el homicidio no tendría nada ver con su función. Lo que no sucede en este caso.

Fachada de palacio de justicia. Foto tomada de Revista Semana.

¿Cómo ve el futuro del actual gobierno del presidente Iván Duque?

En lugar de dedicar los 24 meses que le quedan de gobierno a resolver los graves problemas sociales derivados de la pandemia y que tiene a millones de colombianos en situación de pobreza extrema, Duque concentrará a todos sus esfuerzos en garantizar que a Álvaro Uribe se le conceda impunidad a toda costa.

Nota final.

 Algunas de estas respuestas fueron utilizadas para el análisis “¿Ha llegado el fin del uribismo en Colombia?”, escrito por Olga Behar y publicado por el periódico norteamericano Washington Post el pasado 20 de agosto. https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2020/08/19/ha-llegado-el-fin-del-uribismo-en-colombia/

Mañana: Iván Cepeda Castro, senador del Polo Democrático, líder social.

 Olga Behar 

@olgabehar1 gorjeo 

SIN MALETAS: HISTORIAS DE REFUGIADOS DESDE EL EXILIO: PARTE 1

A partir de hoy, utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com


Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

PRIMERA ENTREGA

El exilio es una mochila y dos chaquetas. También un puñado de monedas de distintos países. Para Essa Hassan, la palabra exilio está al este y el hogar está hacia adentro. Siria significa ca un amigo muerto en prisión. A veces significa también un hermano en El Ejército.

¿Qué requiere el exilio? Nada. Una frase: hoy me tengo que ir.

El 19 de marzo de 2012 Essa empacó 22 años de vida, su carrera de bibliotecario y una decena de libros que durante tres años llevó cargando desde Masyaf, un pueblo en Siria famoso por su castillo medieval incluido en algunos videojuegos, hasta Aguascalientes, México.

Essa Hassan lo supo desde que cumplió la mayoría de edad.
Aunque siempre guardó la esperanza de no tener que salir de su país, de que las cosas cambiaran, de que esa guerra idiota y sin sentido terminara antes de cumplir los 22. Esa esperanza se evaporó como quien guarda agua en el desierto.
Nada fue de sorpresa.

Hassan ahora está sentado, con la espalda recta, los ojos al frente, sin esa aura de víctima con la que regularmente se dibuja el exiliado común. Tras él los árboles robustos de la Universidad de Aguascalientes se mueven con un atípico viento de noviembre.

El sol dibuja el único futuro que Hassan ve con certeza, autocrítica y mucha comicidad: la calvicie.
Desde el día que inició su viaje, Essa prefirió enfrentarse al dilema que viven cientos de miles de jóvenes en su país. La guerra en Siria polarizó a la gente entre muertos y asesinos; pero a las personas como él, las puso junto a la palabra marica, a la palabra bastardo. Escuchó a sus padres llamarlo así por considerar la idea de salvar la vida.

—Yo sabía que no iba a matar, eso lo supe siempre. Pero tampoco quería morir, así que lo único que pude hacer fue salir de Siria.
Desde ese día se esfumaron los debates y una sola palabra gobierna la mente de Essa:

Exilio…
Exilio…. exilio.

La primavera en Siria

Durante las protestas que terminaron con el régimen en Egipto y que se extendieron a otros países de Medio Oriente, Siria alzó la voz. En pleno 2011, a pocos meses de la ‘primavera árabe’, el actual presidente Bashar al Assad, decidió enfrentar a los manifestantes opositores a su gobierno con una fuerza calificada como desproporcionada.

Sin embargo antes hay que entender la realidad religiosa-política de Siria: en aquel país predominan las corrientes islámicas del Chiísmo y Sunismo. Los primeros consideran que sólo los descendientes directos de Mahoma están autorizados para ser líderes religiosos, mientras que los Sunitas no creen que sea un requisito necesario. En Medio Oriente, ambas partes están relativamente divididas en territorios establecidos, pero en Siria se encuentra la mayor tensión por su diversidad étnica-religiosa. Bashar al-Assad pertenece a la minoría chiíta, mientras gobierna a un país mayormente sunita. El temor de la minoría es que, de ser derrocado, quedarían a la merced de la oposición. En medio de este conflicto comienza la Primavera Arabe, que buscaba remover a al-Assad.

El régimen sirio ha acusado a los ejércitos foráneos de apoyar con armamento y dinero a grupos terroristas, mientras la oposición denuncia que el Ejército de al-Assad ha masacrado a centenares de personas.

Un lugar para el verano

Hay una necesidad en Essa por eliminar etiquetas. Dice ser sirio solo porque fue etiquetado hace más de cien años. Sin embargo, si hay algo que caracteriza a Hassan es su falta de ataduras.

Essa Hassan no tiene lugar, ni religión, ni ideología política; no tiene ni si quiera fecha de nacimiento. De él se puede decir que nació en octubre de 1988, pero también puede que haya nacido en noviembre de 1989. Nació en Siria, eso lo sabe, aunque su país le fue arrancado a los 22.

Su acta de nacimiento asegura que nació en noviembre de 1989 en la aldea de Masyaf, que significa ‘un lugar para el verano’. Su madre cuenta que nació en casa, a manos de una partera y es el tercero de ocho hermanos, sin embargo ella afirma que el parto fue en octubre de 1988. Pero si uno ve su pasaporte, la fecha anotada es de enero de 1989.

Essa cuenta que tuvo una infancia ordinaria.

Fue un niño de un pueblo pequeño, de una familia de clase media con una madre que se dedicó al hogar y un padre profesor. Creció bajo la tutela de dos hermanos y guiando el camino para otros cuatro. Estudió en escuelas públicas, fue un estudiante promedio y en el examen de aptitudes su futuro lo marcó como bibliotecario.

—Yo escribí veinte deseos de profesión y la vida eligió para mi bibliotecario, era algo relacionado con los libros y para mi estuvo bien —cuenta un Hassan sonriente.
Siguió su destino y en 2011 se graduó de bibliotecario, se mudó a Damasco donde trabajó en la biblioteca de Bellas Artes de aquella capital. Luego cambió su lugar de trabajo por otra biblioteca de una universidad privada en la misma ciudad, pero ahora como director.

Aquí viene un silencio.

Antes de continuar el relato, Hassan voltea los ojos al cielo haciendo imposible saber si está recordando o es una manera de evitar que las lágrimas rueden.

—Luego me tuve que ir.
Pero el llanto no aparece. Su rostro dibuja una sonrisa amplia, algo común en él. Da entonces un trago al jugo de naranja que repetidamente ha pasado de una mano en otra durante toda la entrevista.

—Me tocaba el servicio militar, a los 22 y ya no podía retrasar más el servicio. En febrero dejé mi trabajo, regresé a mi pueblo a recoger mis cosas, vendí libros, muebles y conseguí 450 dólares.
En casa anunció su partida una semana antes.

Como era de esperar para un joven de un país en guerra, sus padres lo llamaron marica, bastardo; en cambio sus hermanos se mostraron felices por su decisión. A este momento en su vida, Essa lo llama La Gran Pelea.

—Ellos no entienden que no vale la pena… para ellos es demasiado tarde para abandonar la pelea, creen en la causa —explica un Hassan frustrado con aspavientos en las manos.
Sus padres están convencidos de que se trata de una guerra contra los Sunnis, la facción mayoritaria en el mundo islámico, llamados así porque además de ser devotos del Corán, adoran la Sunna, una colección de dichos de Mahoma el profeta.

—Para mis padres Bashar Al Assad es el líder máximo, es un salvador. Ellos realmente creen que el régimen los ha salvado —cuenta negando con la cabeza pero con una pequeña sonrisa dibujando su rostro.
Ese marzo de 2012 Essa dejó aquel lugar para el verano. Pero en noviembre del mismo año regresó una última vez.

— Quería ver qué estaba pasando, además fui por mi título universitario y otros documentos que olvidé… descubrí que uno de mis amigos cercanos, de la universidad, murió en la cárcel, descubrí que en ocho meses todo estaba peor, esa fue la confirmación de que no había fin al conflicto.
Fue su última vez en Masyaf, la última vez que pisaría suelo sirio hasta quién sabe cuándo. En su viaje de regreso a Turquía su primer lugar de exilio, Essa llevó en la mente una historia que sucedió durante sus años de universidad en Damasco y en su maleta los únicos diez libros que pudo salvar junto a su pasado.

 Allahu Akbar

Fotografía Cortesía de Proyecto Habesha

  Soy Essa Hassan y estoy dormido. Comparto departamento con otros tres estudiantes también matriculados en la Universidad de Damasco. Son las dos de la mañana y hay silencio absoluto.

Por la ventana entra un grito que despierta mis sentidos:

¡Allahu Akbar…!

Es la alabanza a Alah, una alabanza cargada también de simbolismo político entre quienes apoyan al régimen y quienes lo rechazan.

Sólo puedo abrir los ojos. Nadie dice nada.

—¡Allahu Akbar! —otra vez.

Y luego otra.

Las luces del dormitorio universitario se empiezan a encender una tras otras. Los gritos ahora son de mujer, vienen del edificio de enfrente.

Un lamento desde la habitación de al lado.

Enciendo la luz de la habitación. Mis tres compañeros están igual de espantados que yo… Los gritos se intensifican.

Conforme avanza el tiempo la situación es aún más confusa y parece que todo se acelera: las luces de los dos departamentos se apagan: alguien bajó el interruptor general.

De las habitaciones del primer piso se escuchan golpes, gritos, plegarias.

—Sé que son las fuerzas policiales… por la ventana se ven las luces de la policía… lo que no puedo creer, es que hayan entrado hasta la universidad, como si fuera cualquier cosa.
Los gritos y los golpes suben piso por piso.

Los policías están a punto de entrar a nuestro cuarto. Le digo a mis compañeros que saquemos nuestras identificaciones, nos acostemos en las camas y estemos tranquilos. Nada de gritos, nada de plegarias, todo será un trámite burocrático. La puerta de al lado cayó de un golpe; esto no nos va a suceder. Dejo entreabierta la puerta de la habitación.

—Los soldados entraron sin batallar, cuando pusieron las lámparas frente a nosotros vieron de inmediato nuestras identificaciones. Todos sentados sobre nuestras camas, en silencio. No les dimos tiempo ni de enojarse. Nos sacaron por un pasillo y nos formaron en el patio central de los dormitorios. En camino vimos a jóvenes golpeados, habitaciones destrozadas. Cientos de policías y militares…
La irrupción duró cinco horas. Cuando comenzó a amanecer, las filas ya se habían dividido entre los pro régimen y los rebeldes. Durante todo el camino hasta las habitaciones, viajaba de la última fila de los oficialistas a la primera fila de los opositores.

—No hay vuelta atrás.


Foto por Josh Zakary Cientos de Refugiados Sirios esperan el próximo tren en Viena.

Essa se fue de Masyaf a Damasco a estudiar. Aunque preveía que algún día iba a tener que salir del país. Su próxima parada la hizo en Turquía, un lugar que había considerado ya desde sus 18. [bubble background=”#FFF” color=”#666″ border=”3px solid #ccc” author=””]“Pensé que era el mejor lugar para partir, nada en particular,” confiesa. De ahí partió a Líbano donde vivió por dos años y dos meses”[/bubble]

Pidió dinero a un amigo, 100 dólares para irse a Líbano. Con eso tenía suficiente, allí su vida cambió de verdad, para bien. Pudo renovar su pasaporte y empezó a generar dinero en un restaurante; luego, en Beirut, enseñó árabe a extranjeros por unos meses y consiguió trabajo con la asociación Action Against Hunger como supervisor de campo. Este refugiado habla tranquilo, sentado en el sillón de su sala en Aguascalientes, México, con las piernas cruzadas, las manos acariciando el descansabrazos.

En Beirut Essa pensó por primera vez en un futuro seguro. Trabajando para una organización no lucrativa, intentando cambiar el mundo, ganando algo de dinero. Pero a la vuelta de dos años sucedió algo: la guerra se intensificó en Siria y entonces había miles de Essa en Líbano.

—Había otros miles o millones de yos en Líbano. Las medidas migratorias se intensificaron también para no recibir más sirios, y otra vez no había futuro para mí.

Essa tramitó una visa para entrar a Italia y el primero de agosto de 2014 se fue para Roma. Allí se comenzó a formar el mapa de México en su cabeza. Poco a poco, como quien traza el contorno de un país a lápiz, sin prisa:

—Conocí a Adrián Meléndez, me pidió ayuda para organizar la llegada de 30 sirios a México —Adrián es el fundador del Proyecto Habesha, una idea que se consolidó con la llegada de Essa Hassan a México. A pesar de que Essa era inicialmente colaborador del proyecto, terminó por ser el primero en viajar.
Este proyecto está dedicado a abrir los brazos a las víctimas del conflicto sirio, como lo pone Luis Sámano, organizador de la iniciativa: “Queremos ser un trampolín que ayude a estudiantes de calidad en Siria a tener futuro. Habesha nació hace dos años y se alimenta de fondos de la sociedad civil o crowd funding. Essa es el primero, pero vienen 29 más, todos jóvenes que buscan estudiar y pensamos que México es un lugar que puede ser hospitalario” explica Sámano.

Essa es así, se toma las cosas como vienen y además se relaja.

—Cuando llegué a Roma sabía que no iba a regresar ni a Líbano ni a Siria, así que planeé un viaje por toda Europa durante 20 días. Luego regresé a Roma y renté una habitación pequeñísima—. Aún sin empleo, Essa siguió apoyando al Proyecto Habesha y eventualmente aplicó como estudiante, esa promesa quedó escrita desde febrero de este año.
De Roma finalmente viajó a Quito, Ecuador, donde el embajador le dio asilo mientras tramitaba su visa como estudiante para llegar a la Ciudad de México. Pasó dos semanas en la capital mexicana hasta obtener finalmente su visa de estudiante residente y se trasladó a Aguascalientes.

Sirios en México

El último censo en México dibuja a la población siria en el país es del año 2000, con 246 personas. De acuerdo al archivo histórico de la Nación, en 1890 México recibió a más de mil sirios y para 1930 había más de cinco mil.

En el Archivo General de la Nación existe una carta fechada el 9 de agosto de 1927, firmada por Julián Slim Haddad, un inmigrante libanés llegado veinte años atrás cuando apenas tenía 14. La carta, un memorial tan extenso como una autobiografía, fue enviada al presidente Plutarco Elías Calles y relataba dos realidades de aquel entonces que con los años han quedado archivadas junto al documento: la primera, que las leyes mexicanas incitaban abiertamente al racismo; la segunda, que había una fuerte ola de migrantes árabes buscando refugio en México.

Slim Haddad, padre del actual hombre más rico de México, el tercero en el mundo, pedía al Presidente que se respetara a la comunidad libanesa en México. Le explicaba, en calidad de presidente de la Cámara de Comercio Libanesa, que su pueblo no era tan diferente al de Calles. El comerciante quería decir al gobierno mexicano que terminara con las leyes de extranjería celebradas ese mismo año, que restringía la inmigración de negros, indobritánicos, sirios, libaneses, armenios, palestinos, árabes, turcos y chinos, con el fin de proteger el empleo nacional, “evitar la mezcla de razas” y que dejaran de usar el territorio mexicano como un punto de entrada a Estados Unidos.

Actualmente existen dos iniciativas más para traer a sirios a México. Por un lado, a través de la plataforma Change.org, los firmantes de la petición hicieron un llamado tanto al Presidente Enrique Peña Nieto como a la Secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, para recibir a más de 10 mil sirios en calidad de refugiados. Además, la Asociación de Sirios en México cuenta en este momento con alrededor de 120 pasaportes de sirios que buscan refugio aquí.

Lamentablemente algunos han fallecido desde que recibimos sus documentos. Sin embargo, contamos con medios de comunicación para poder coordinar de manera rápida, ordenada y supervisada una salida de hasta cinco mil Sirios, incluyendo niños, mujeres y hombres honorables que en este momento se encuentran en zona de guerra buscando un lugar de refugio que les abra las puertas, responde la Asociación en un correo electrónico tras una solicitud de entrevista.

Americanos sin visa

Para un sirio planear hoy sus próximos seis meses de vida es un lujo. Essa en cambio, por primera vez en su vida, puede proyectar sus próximos tres años. La palabra México significa oportunidad. Significa también no regresar a Europa, ni a Líbano… ni a Siria. Para Essa México es un lugar desde donde puede ayudar a la sociedad, así lo explica.

—México es una oportunidad que no tuve en Europa, siempre me he visto como un mentor, no como un líder y desde aquí puedo hacer algo por la sociedad. Pensé que los mexicanos verían a los sirios como iguales, no como los europeos que nos ven como menos que ellos, con cierta compasión.

—Los mexicanos son como americanos, pero sin visa —bromea Essa antes de hacer una seña de que eso no quede en el registro. —Me siento que estoy en Siria antes de la guerra, no somos muy diferentes, aunque hay una diferencia clave, las relaciones de género aquí son mucho más abiertas.
Para Essa y los próximos, México será una oportunidad porque hoy no existe una ola de sirios exiliados aquí. El primer día de Essa en México lo pasó en la casa de estudiantes que habita hoy, junto a dos sudamericanos. Bebieron un par de cervezas, alguien le regaló a una canasta con comida árabe, fumaron un par de cigarros y se fue a dormir. Cuando Hassan dice que desde aquí piensa ayudar a la sociedad, habla específicamente de la ingeniería social, la carrera que busca completar.

Los Fuereños

A la casera de Essa, la señora Susana, le preocupa una cosa: “La sociedad de Aguascalientes sigue viviendo el miedo a todo lo que confronta a sus costumbres, es una sociedad puritana, que estigmatiza”. Susana lo ha vivido en primera persona. Tras enterarse por spots de radio y televisión sobre el Proyecto Habesha para adoptar un sirio, sus amigas le advirtieron: “Susana, ni se te vaya ocurrir recibir a sirios”.

—Aquí se piensa que podrían volverse radicales —dice Susana, fumando un cigarro mentolado frente a su nuevo huésped.
Susana tiene un programa de casas para estudiantes, residencias enormes donde se les ofrece además de una habitación a cada uno, servicios de limpieza, cocina, si quieren, también lavado y planchado de ropa.

Sin embargo, las advertencias orillaron a Susana a colocar al exiliado sirio con Los Fuereños, en una de las residencias a las afueras de la ciudad. La casa que habita Hassan está lejos del tercer mundo, tiene pisos de mármol, acabados de madera, pilares interiores, un jardín verde dentro de un residencial privado. Además, la universidad a que asiste está cruzando una avenida de dos carriles.

A Susana le preocupa que su inquilino sienta rechazo de la gente por no ser de la ciudad —porque es un chico con suficiente apertura que además viene aportarle a a mi país, eso es lo que va a hacer.
Essa despierta cada tercer día para asistir a una clase privada de español por dos horas pero no encuentra con quien practicar, todos quieren hablarle en inglés, “aunque yo le intente hablar en español”.

En lugar de regresar a casa al salir de sus clases, Essa pasea por la universidad. Se ha hecho adicto al Ping Pong, reta a los otros estudiantes. Es su manera de comunicarse con ellos, lanzando una pequeña pelota, recibiendo derrotas, buscando un triunfo.

Cada noche, Essa se pregunta lo mismo:

— ¿Qué dejé atrás?
Luego confirma lo que ya sabe.

— Dejé gente.
Essa tiene una mochila y dos chaquetas. Junto al resto de las monedas que ha juntado hay una de cinco pesos y otra de diez; también tiene sus diez libros y muchos retazos de papel impreso que se niega a tirar.

—A ellos los llevo en papelitos, recibos, tickets del cine… cada vez que me muevo dejo algo y siempre necesito de algo que me recuerde esos momentos especiales… Así ha sido todo mi viaje.

Por: Luis Chaparro  

Periodista independiente nacido en 1987 en Ciudad Juárez. Es colaborador de Proceso, VICE News, Fusion, Letras Libres y LoPolitico.com entre otras revistas nacionales e internacionales. Actualmente reside en la Ciudad de México junto a una gran danés llamada Herta.

 Ver serie:

Parte 2: El afgano que se marchó por sus hermanas.