Una ciudad pujante desde sus inicios lucha todos los días para que su verde no muera.
María Isabel Guerra recibió por debajo de la puerta de su casa un panfleto en el que la amenazaban de muerte. Tenía 24 horas para salir o sino los grupos armados matarían a toda su familia en las montañas del departamento de Nariño.
Junto a sus papás y algunos hermanos llegaron a Cali la ciudad que la recibió, pero que también le enseñó a luchar, como si se tratara de un homenaje a su apellido. Hoy tiene 69 años y entre lágrimas recuerda cómo en una huerta del oriente encontró su plenitud.
En medio de plantas aromáticas y cultivos que cuida como si fueran sus nietos, afirma que por fin encontró la felicidad. “Dicen que cuando uno llega a esta edad es como si volviera a la niñez y es verdad, aquí me siento como si volviera a la niñez”.
En sus manos gruesas y hasta con heridas se ven reflejadas sus luchas, pero también el cómo ha hecho de este lugar su vida, pues se ha convertido en una de las defensoras del gran Jarillón del río Cauca y en 4.000 metros de tierra le hace frente a las grandes fábricas que contaminan, una batalla diaria para evitar que el cemento acabe con el verde y prospere la sostenibilidad.
Actualmente, en Cali se adelantan diversos procesos para evitar que las dinámicas de la expansión destruyan los recursos naturales.
Desde su fundación en 1536, la capital del Valle vislumbraba convertirse en la joya del suroccidente de Colombia. Para el año 1793, esta ciudad, aunque pequeña, ya albergaba a 6.548 valientes habitantes, entre ellos 1.106 esclavos cuyo sudor regaba las tierras de ganadería y las extensas haciendas dedicadas al cultivo de la caña de azúcar.
Pero fue en el año 1870 cuando Cali comenzó a dar pasos agigantados, su población se elevó a los 12.700 ciudadanos. Sin embargo, fue la llegada del Ferrocarril del Pacífico en 1915 lo que desató un auténtico frenesí en esta tierra.
Durante las décadas de los años 20 y años 30, la “sucursal del cielo” experimentó un crecimiento desmesurado, alcanzando una población de 75.670 habitantes. Pero no todo era gloria, la ciudad sufría constantes inundaciones provocadas por las desbordantes aguas del río Cauca y otros afluentes.
Para poner fin a esta adversidad, en 1.954 se creó la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC) y se construyeron imponentes jarillones para frenar el embate de las inundaciones.
Inesperadamente, lo que comenzó como una medida de prevención de riesgos, se convirtió en una oportunidad trascendental para nutrir la vida en todos sus aspectos, sin inundaciones quedaron limpios varios terrenos hasta que el verdadero apogeo llegó hacia la década de 1970, cuando Cali experimentó un auténtico ¡boom! con la expansión del Distrito de Aguablanca, catapultando su población a más de 850.000 valientes habitantes.
Hoy, según los censos más recientes, esta ciudad supera la cifra de los dos millones y medio de habitantes que con su pujanza dan vida a esta vibrante ciudad.
En medio de ese crecimiento, doña Maria Isabel es ejemplo de resistencia y cada mañana, junto a su hija, riega su huerta que poco a poco se ha convertido en un oasis verde repleto de sabores y aromas, pues cada planta que brota es un testimonio de su espíritu resiliente.
“Aquí antes quemaban carbón y el humero era tenaz. Me costó muchas amenazas, me dijeron que me iban a matar, pero hasta que un día las autoridades nos pararon bolas y se frenó eso. Hoy nuestra huerta vive como testimonio”, insiste.
Se estima que en Cali hay 783 procesos comunitarios de huertas urbanas, más de 500 están ubicadas en el Jarillón del río Cauca, donde la vida florece y hasta se evitan asentamientos humanos de desarrollo incompleto, más conocidos como invasiones.
Para Ángela Posada-Swafford, periodista científica y columnista de National Geographic, esta ciudad es una de las más privilegiadas del mundo por su estratégica ubicación, algo que la hace apetecida para la siembra de alimentos.
“Cali está en medio de los hotspots de biodiversidad, no solo del país, sino del mundo. Cali está al borde de los Farallones, montañas que son medio inexploradas, que contienen una cantidad impresionante de riqueza sin igual y una infinidad de plantas por sus ecosistemas tropicales” precisa Posada-Swafford.
Es importante tener en cuenta que la pandemia y el paro agravaron el tema alimentario en la ciudad, por lo que sembrar comida se volvió una alternativa para muchos. Esto se intensifica si se tiene en cuenta que, según la Unidad de Planificación Rural, Colombia tiene 114 millones de hectáreas, de las cuales pueden ser cultivables cerca de 39,6 millones de hectáreas, pero hoy solamente se cultivan 5,3 millones.
Es por eso que en Cali se creó el Sistema Distrital de Huertas Agroecológicas, una iniciativa que ya es apoyada por las autoridades ambientales como el Departamento Administrativo de Gestión del Medio Ambiente (DAGMA).
“El movimiento de las huertas urbanas es un movimiento que está creciendo, un movimiento que no se detiene y que nosotros como autoridad ambiental apoyamos en asesorías, capacitaciones y entrega de recursos porque lo que se busca es que esta ciudad sea una ciudad sostenible para todos”, precisó Francy Restrepo Aparicio, directora del Dagma.
En Cali, pero también en el Valle, la sostenibilidad se viste de esperanza. Una esperanza que se respira en el aire, se siente en cada latido de los corazones y que incluso ya es vista con buenos ojos desde el exterior por todo el tema de negocios verdes.
Es por eso que la Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca, CVC, le ha puesto la lupa a todos los emprendedores que desean sacar sus emprendimientos adelante y los apoya con líneas de inversión.
“Los negocios verdes son el futuro del mundo, cuando alguien va a exportar lo primero que preguntan es si esa compañía o emprendimiento tiene certificado ambiental, algo que desde la CVC apoyamos totalmente porque le debemos apostar a la producción limpia”, sostuvo Marco Antonio Suárez, director de la autoridad ambiental en el Valle.
Sin embargo, no son solo las huertas las que desafían el desequilibrio entre el ser humano y la naturaleza. En Cali y en el Valle existen más expresiones fascinantes, que buscan reconciliar a la ciudad con su entorno.
Por ejemplo, en las montañas de la ciudad hay un constante revoloteo de aves con una danza armónica imperdible, una danza cautivadora que atrae a visitantes de todas partes hacia “la sucursal del cielo”.
Son miles los que llegan con el anhelo de presenciar el espectáculo de seres alados, cuyos vestidos emplumados evocan un mundo mágico de colores, sonidos, formas y movimientos, que encuentran refugio en lugares como La Florida, un santuario biodiverso que se encuentra en el Kilómetro 18, en pleno corazón del bosque de niebla.
Su propietario es un abogado especialista en Derecho Penal que litigó entre juzgados por 27 años. Este espacio es el refugio de cientos de aves y su refugio personal también.
“La Florida nace hace más de 8 años cuando adquirimos este terreno, pero no sabíamos la riqueza que aquí teníamos. Hace tres años fui a un evento de la Colombia Bird Fair y quedé fascinado, eso me cambió la vida”, precisó don Javier.
Las aves conquistaron tanto a Javier y a su esposa que pasó de saberse todas las normas propias del Derecho, las leyes y las obligaciones, a memorizar el nombre de cerca de 600 especies de aves y los colores que los caracterizan.
“Este cambio de abogado a pajarero fue un cambio increíble. Lo primero fue que me trajo mucha tranquilidad por obvias razones y por estar en contacto con el verde, con el bosque y con tantas especies de aves. Es también la realización de un deseo de no vivir una sola vida en esta única oportunidad que tenemos en la tierra”, insiste el fundador de ‘La Florida’.
“El ave que más buscan en esta hectárea y 3.000 metros cuadrados es la Tángara Multicolor, por su color, por su belleza y también porque es endémica de nuestro país”, añade Javier.
El Valle del Cauca cuenta con decenas de sitios para avistar aves, algunas de las favoritas son el Alto Anchicayá, Laguna de Sonso, Cañón de Río Bravo, Kilómetro 18, Chicoral Alto Dapa, Humedales y arrozales en Jamundí, y claramente la zona urbana de Cali.
“Personas de todo el mundo vienen a ver estas aves maravillosas y quedan encantados de la riqueza que hay en la ciudad. Un espectáculo que nadie se quiere perder”, puntualiza la investigadora Ángela Posada-Swafford
Cali ha abrazado la exuberante belleza natural que la rodea en su lucha contra la deforestación si se tienen en cuenta las cifras. Hacia 1990, Colombia contaba con 64,8 millones de hectáreas de bosque, lo que equivalía al 56,4% a toda la extensión del país. Sin embargo, en la medición más reciente realizada en 2021, se registró una preocupante disminución de 5,4 millones de hectáreas, una pérdida que la capital del Valle del Cauca se ha propuesto frenar.
“Recientemente Cali ha sido catalogada como ‘Ciudad Árbol’, por sus más de 400.000 individuos arbóreos en su superficie que se encuentran aquí y que se pueden encontrar tanto en la zona urbana, como en la zona rural, donde nacen los ríos, en los cerros tutelares”, apunta la directora del Dagma.
La ciudad cuenta con áreas de conservación que se alzan como guardianes de la biodiversidad, protegiendo los tesoros ocultos que yacen en sus bosques y ríos. Son espacios sagrados que nos enseñan que la armonía entre el ser humano y la naturaleza es posible.
Espacios que permiten que vivan los emprendimientos como el de Javier en ‘La Florida’, donde les da empleo a 3 personas, pues avistar aves también conlleva a vender desayunos, almuerzos y hasta ofrecer hospedaje.
“Soy feliz, aquí indudablemente soy feliz”, cuenta Javier con una notoria sonrisa en su rostro.
De acuerdo con cifras oficiales, Cali tiene un 30% en zona urbana, es decir, la ciudad, pero su 70% está compuesta por una zona rural que es totalmente valiosa para preservar los 7 ríos que bañan la ciudad. Un tema que ha hecho que se reactiven apuestas por un urbanismo consciente y que invite a soñar en verde.
“Esa zona rural es de preservación hídrica. El caleño reconoce que su mayor riqueza es el agua, nosotros estamos sobre una gran superficie y contamos con importantes corredores ecológicos que debemos cuidar”, afirma la directora del Dagma.
Sin embargo, el río más grande que cruza a Cali, el río Cauca, parece agonizar en su paso por la capital del Valle y preocupa a los más expertos.
“Al río Cauca, que es un gran tesoro, lo tenemos muy descuidado. Si los ingleses limpiaron el río Támesis, el río Cauca tiene que poder hacer eso. Hoy en día es un basurero, algo que no puede ser”, exhortó la investigadora Posada Swaffort.
Ante esto, la CVC ha puesto en marcha estrategias para proteger y conservar el gran río Cauca, construyendo Plantas de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR) para limpiar aguas residuales, además, hacen educación ambiental, siembran miles de peces, y hasta sacan a flote un barco escuela para generar consciencia.
Se trata de una especie de abrazo solidario en el que autoridades y comunidad para trabajar incansablemente por asegurar un futuro donde el río Cauca siga fluyendo con vida y abundancia.
“Necesitamos que las comunidades crean en el trabajo que estamos haciendo, pero que sobre todo nos ayuden a cuidar los recursos naturales, todo está conectado, si no tenemos agua no vamos a poder vivir, si no tenemos bosques se calienta el planeta, si no tenemos suelo no vamos a poder cultivar nuestros alimentos. Debemos trabajar unidos en la búsqueda de la protección de nuestros recursos naturales”, insiste el director de la CVC.
A Cali no le da miedo enfrentarse a nada y hoy se alza con determinación para frenar el cambio climático. En su búsqueda por preservar y proteger el ambiente, la ciudad ha creado impresionantes parques de conservación, como el Corazón de Pance, un tesoro natural de 920.000 metros cuadrados, destinados a convertirse en un pulmón verde vibrante, que acoge una gran diversidad biológica, y que apuesta a la reconciliación del ser humano con su entorno natural.
“Todos los caleños tienen algo que ver con Pance, aquí hay historia de hace miles de años y este ecoparque busca recuperar, pero, sobre todo, salvar la riqueza de nuestro río, de nuestra fauna, de nuestros Farallones”, precisa Daniel Ascuntar Rios, Asesor Dirección del Dagma
El Ecoparque Corazón de Pance le coloca un “stop” a las urbanizaciones y le da luz verde al respeto de la vida, un respeto que toda la ciudadanía debe acatar.
“Vivir en Pance es muy sabroso, todos quisiéramos vivir en Pance, pero el ecoparque frena a esas urbanizaciones que venían como depredadoras del entorno, se tenía que generar mecanismos de control que pudiera seguir manteniendo un espacio público pensado para que las personas lo puedan disfrutar y se extienda a través de las generaciones”, añade Rios.
Y así, entre aves de colores, huertas que dan vida y entidades que trabajan contra reloj, Cali, la precursora de la independencia, ahora busca ser la precursora de un futuro sostenible, una ciudad que le hace frente al cambio climático y que preserva su diversidad biológica.