Ciudad Juárez: la apuesta por la paz (Primera entrega)

A partir de hoy, www.utópicos.com.co, en alianza con www.Lopolitico.com recorre las calles y las profundidades de una parte de la frontera mexicano-estadounidense, que renace de las cenizas, en una serie de cinco capítulos.


Capítulo 1.
Juárez, ayer y hoy

A cinco años de ser considerada la ciudad más violenta del mundo, Juárez (México) pasa del miedo a la esperanza: 28 meses sin un secuestro, la extorsión fue erradicada y hubo 2 mil 700 asesinatos menos, comparados con el 2010. La fórmula está en el valor de su gente. 


Enero de 2016. —Estamos próximos aterrizar en el Aeropuerto Internacional Abraham González de Ciudad Juárez, Chihuahua. Son las 9:30 de una mañana de domingo en que el frío sopla con fuerza. Dice la azafata que se esperan temperaturas máximas de 15 grados y mínimas de seis. Juárez vive en medio de inclemencias. La violencia dejó más de 10 mil asesinatos entre 2009 y 2011, el clima en verano supera los 40 grados y las heladas del invierno registran cifras históricas de menos once grados, como las ciudades más frías de Canadá.


¿Me permite por favor su equipaje abierto sobre la mesa?

—Sí claro—

¿De dónde viene la señorita?

—Del Distrito Federal—

¿Por cuántos días?

—Cuatro—

¿A qué se dedica?

—Soy periodista—

Claro, vino a ver la visita del Papa Francisco, bienvenida a Ciudad Juárez.

El uniformado de café y manchas verdes no es policía; es un militar fornido, amable, que mira a los ojos. Hace cinco años, 5 mil soldados del Ejército Mexicano llegaron a esta ciudad fronteriza con los Estados Unidos, para hacerle frente a la delincuencia organizada que había convertido a Juárez en la ciudad más violenta del mundo, con 3.007 asesinatos en 2010. Pero no, ahora no hay ni cien, ni tanques de guerra con ametralladoras, ni soldados -uno detrás del otro custodiando un arma de largo alcance-. La fila para rentar autos en el aeropuerto supera las quince personas en una ciudad que alberga a millón 500 habitantes, la más grande de Chihuahua.

Algo ha cambiado
Por la Avenida de los Insurgentes una muchacha mueve las manos en el volante mientras espera que cambie el semáforo; escucha música. Del lado derecho, una camioneta deja la ventana abierta para que un perro saque la cabeza. Un joven ofrece a los conductores dulces, chicles, aguas. Esa escena resultaría normal de no ser porque hasta hace cinco años, en Ciudad Juárez ningún automovilista miraba a los ojos, ni se hubiera atrevido a observar en detalle lo que ocurría con el auto vecino, menos utilizaría el claxon para poder pasar. Mirar de frente sin fijarse en nadie, era una especie de código de protección en una ciudad que se desangraba por una guerra frontal entre los Carteles de Juárez y Sinaloa, en albores del 2010. Así, mirando al otro por el espejo retrovisor, pitando desesperado en una avenida o fijándose en el auto del lado, murieron cientos.

Ya en el centro, los locales de ropa, zapatos, artesanías, bisutería, restaurantes, carnicerías, papelería, sacan bocinas a la puerta, se escucha un reguetón, una canción de banda norteña, una salsa más allá. Parece una fiesta vecinal donde los microempresarios compiten con canciones pegajosas para avivar las ventas. De frente, un letrero de ‘Yo amo a Juárez’, el refugio de uno que otro indigente que se echa una siesta mientras otros se montan en las letras rojas, se toman la fotografía obligada con la catedral de fondo, la fuente en el parque.

Es el centro de la ciudad, el mismo que años atrás sumergió a decenas de jovencitas de de escasos recursos a la explotación a la esclavitud, explotación sexual, venta de drogas. Así lo detalla un expediente de la Red por las Mujeres de Juárez, que documentó cómo delincuentes coludidos con la policía municipal, sometieron a niñas para luego asesinarlas y tirarlas en un campo algodonero.

Un escenario distinto.

El congreso estatal de Chihuahua reformó el marco jurídico y los códigos penales, les cambió la jugada a los delincuentes. Desde hace dos años, todo aquél que secuestre o extorsione en Ciudad Juárez, tendrá prisión vitalicia. De octubre de 2010 a diciembre de 2015, capturaron a 37 secuestradores que no recobrarán la libertad, al igual que a 117 extorsionadores que cobraban derecho de piso empresarios.

Al fondo está Francisco I, sí, la imagen del Papa, próximo invitado especial de la ciudad. Llegará a Juárez dentro de trece días. En la silueta de cartón, cualquiera puede acercársele y ver como el santo pontífice te abraza. Dentro de una carpa blanca, un libro del mismo color espera el mensaje de la gente.

—Querido Papa Francisco, su visita alegrará los corazones de tantos fieles olvidados. Ciudad Juárez necesita su plegaria para sanar las heridas de una sociedad doliente —atentamente, Teresa.
11.035 fieles han puesto un mensaje como el de Teresa en tres libros que deambulan por el centro, las escuelas, oficinas y zonas marginales. Cuando Bergoglio se despida de la ciudad, llevará en su equipaje los libros blancos.

Pero hubo un día en el que nadie quería visitar Ciudad Juárez, parecía que allí el mundo giraba al revés. Las maestras tenían miedo de los alumnos, los alumnos eran los sicarios de hoy, los policías cuidaban los bares donde explotaban mujeres, las mujeres no regresaban a casa, la casa era un lugar donde mamá debía irse por más de doce horas a una maquiladora a ensamblar partes de un celular. Ese día fue un lunes, un sábado cualquiera del 2010 cuando ni el alcalde de la ciudad vivía en la población que gobernaba.

Al profe Alberto le mataron a su hermano, también profesor, por robarle la camioneta; dejó una viuda con dos hijos pequeños. A Cindy, una policía de 35 años, la delincuencia le quitó a una amiga, también policía municipal. Su cuerpo quedó tendido junto a la patrulla que hoy ella conduce. Ese mismo año, El Mix era un pandillero y se debatía entre la vida y la muerte después de 118 puñaladas mientras a la señora Lupe Cadena, le avisaban que su hijo, estudiante de la preparatoria, había sido masacrado en una fiesta junto a catorce jóvenes más.

En ese oscuro 2010 Juárez perdió… un hijo, un primo, un amigo. Un hermano.

—Más de mil 200 delincuentes que pusieron de rodillas a 5 millones de chihuahuenses, de ese tamaño era el calibre de perversidad de estos hombres que hoy están tras las rejas —reconoce César Omar Muñoz, Secretario de Seguridad Pública en una oficina donde San Judas Tadeo tiene un altar con dos velas, una manzana y un escapulario.

Muñoz está al frente de una corporación policiaca de 2 mil 500 uniformados, 30 por ciento mujeres. La Policía Federal y El Ejército Mexicano se han ido a otras ciudades con altos índices de violencia como Reynosa, Cuernavaca y Acapulco. Juárez ya no aparece en esa lista. Hoy, los municipales son quienes resguardan la ciudad natal del cantante Juan Gabriel.

Juárez sana sus heridas en tiempo récord. De 3.057 homicidios dolosos en 2010, el 2015 cerró con 311. De 76 secuestros se pasó a ninguno, sí, se erradicó el delito. De 93 extorsiones hace cinco años, ahora se registran cinco. Y así el robo con violencia, el de vehículo.

¿Qué pasó en estos cinco años?

—Un gobierno decidido a poner las cosas en orden, a recoger ese clamor de la gente que requería paz y tranquilidad, un gobierno que modificó 220 leyes penales del Código Sustantivo, Penal y Procedimientos Penales para hacer posible que los delitos de alto impacto fueran elevados a la pena máxima. Se hicieron reformas importantes en el sistema penitenciario, que era el centro de operaciones de grupos delincuenciales, se inició una intensa actividad del gobierno y desde la misma sociedad en recuperar sus espacios públicos para que los niños salieran a jugar a los parques, se detuvieron varias bandas de secuestradores, asesinos, extorsiones— contó Javier González Mocken, antes de asumir como alcalde de Ciudad Juárez.
Su antecesor, Enrique Serrano Escobar —quien orquestó la mayoría de las transformaciones de la ciudad fronteriza desde que era Diputado Federal en el 2009— hoy quiere competir para ser el próximo gobernador de Chihuahua, una silla que en el 2010 era impensable para un edil que gobernaba la entonces ciudad más violenta del mundo.

Por Margarita Solano

Jefa de Información de www.lopolitico.com
Corresponsal de www.utópicos.com.co en México 

Ciudad Juárez: la apuesta por la paz (Tercera entrega)

En casa suele soltarse el cabello, pintarse los labios de rosa. Cuando sale a bailar con su esposo, prefiere los pantalones pegados, una falda, un vestido. Entonces usará tacones y con suerte medirá 1.67 metros. Entonces llegará la pregunta incómoda, esa que responde con una franca sonrisa, —Soy policía—.


Capítulo 3
Cindy: la mujer del rifle

El arma larga que sostiene Cindy con la mano derecha le rebasa la cintura casi a la altura del ombligo. Camina con temple, espalda erguida, sin doblegarse al peso de cargar un chaleco antibalas de tres kilos que junto con el rifle, la hacen pesar 58 kilos, seis más de lo habitual.

Cindy llega exaltada, las palpitaciones encuentran reposo cuando narra que viene de interponerse en una riña callejera donde esposó a dos hombres tendidos en el pavimento, de espaldas a su rostro y entre forcejeos, escuchó el clic del cerrojo para subirlos a la patrulla de la Policía Municipal que maneja en Ciudad Juárez. Cuando el agresor escuchó la voz de mujer ordenándole pararse del suelo, le pidió disculpas; antes había intentado escupirle sin atinarle.

La noche anterior había cocinado hamburguesas para sus dos hijos de cinco y doce años mientras veían una película. Vecinas imprudentes la han increpado sobre su profesión “poco femenina”, dicen. Que si le gustan los hombres aunque saben que está casada, que si sabe cocinar y del cuidado del hogar, que si es femenina o más bien machorra. Pero Cindy va más allá de un estereotipo milenario, que comenzó al ser la única mujer de cuatro hermanos y de quince primos

Tiene 35 años, de los que ha dedicado once a la policía de un municipio que navegó entre la sangre y el dolor en vísperas del 2010 cuando más de 3 mil personas fueron asesinadas en la ciudad fronteriza con El Paso, Texas, Estados Unidos. La lucha a muerte por la plaza entre el Cartel de Sinaloa y La Línea, brazo opresor del Cártel de Juárez, dejaron a miles sin hijos, primos, hermanos, mamás, amigos. Cindy perdió a una.

—Era mi amiga, una gran compañera, también policía. Conocía a su esposo, sus hijos, su barrio. Una mañana me tocaba patrullar y me avisaron de un tiroteo cerca, me acerqué a colaborar y allí estaba ella, en el suelo, muerta. Todas las mañanas pensaba en que quizás no iba a regresar, estaba embarazada de mi hijo menor, pero sabía que por él y por mi ciudad, teníamos que seguir dando la batalla.
— ¿Qué fue lo más difícil de ese 2010?
—Ver morir tanta gente y sentir el desprecio de la sociedad. La policía estaba desprestigiada, las miradas de los vecinos como reclamándote, los comentarios fuertes de la gente.
— ¿Qué te llegaron a decir?
—Que no servía para nada, que defendiera mi ciudad.

Cuando Cindy se embarazó, estuvo allí. Cuando su amiga murió, estuvo allí. Cuando la sociedad la increpó, ella también estuvo allí. Cuando Juárez fue la ciudad más violenta del mundo, ella estuvo allí. Ocho años al compás de una policía municipal que en 2010 tenía un diagnóstico desalentador: decenas de uniformados coludidos con la delincuencia.

En ese entonces, la mujer patrullaba las zonas marginales con el mismo rifle que hoy la acompaña a recorrer la Secretaría de Seguridad Pública de Ciudad Juárez. Perseguía asesinos, veía cuerpos destajados en bolsas plásticas, le hablaban microempresarios para reportar extorsiones o amenazas. Hoy, los robos a casas y vehículos son su principal dolor de cabeza.

Se ha enrollado el cabello ensortijado en un nudo a la altura de la nuca que descubre sus orejas puntiagudas. Su rutina arranca a las tres de la mañana cuando deja uniformes y loncheras listos porque una hora más tarde comienza a patrullar las calles de Juárez. Y antes de las tres de las tres, debe estar en la puerta de la escuela donde Joaquín cursa tercero de Kínder.

Cindy habla en clave con sus compañeros, los llama elementos; saluda con firmeza, las voces del radio que escucha a cada paso dicen cosas como “C4”, “confirmado”, “en camino”. Es una de las 523 policías mujeres que resguardan su ciudad como quien cuida de un rebaño de ovejas que a veces se descarrían. Era la única de un salón de clases que formaría a cientos de policías varones. Ahora la acompañan cientos de jovencitas o mujeres maduras a quienes no les tiembla nada cuando de combatir al crimen se trata. Está por concluir sus estudios en Criminología sin pagar un solo peso, la institución avala y modifica los turnos de policías que como ella, quieran obtener un título universitario.

—Esa es la clave, capacitación y cercanía con la comunidad— explica el hombre al frente de la Secretaría de Seguridad Pública, César Omar Muñoz Morales. —Anteriormente todos los elementos tenían apenas la secundaria; hoy, el 90 por ciento tiene preparatoria (bachillerato) y un 30 por ciento -como Cindy- está terminando sus estudios profesionales.

— ¿Las mujeres policías tienen un rol diferente en la institución?
— La policía es una sola corporación, somos dos mil 500 policías municipales hombres y mujeres.

Margarita Solano /Jefa de Información de www.lopolitico.com
Corresponsal de www.utópicos.com.co en México

Ataque con ácido: la vida entre sombras

Ataque con ácido: la vida entre sombras

Autor: Jamir Mina Quiñónez.

Facultad de Humanidades y Artes

Camina varios pasos por la sala de su casa, entre sombras visualiza la silueta de un hombre que se abalanza sobre ella y la arroja de cara contra el piso de madera, patea su rostro varias veces, luego saca un cuchillo y se dispone a degollarla; en ese momento Olga Libia despierta y estalla en llanto.

“En las noches me levanto casi veinte veces a mirar si está bien cerrada la puerta, escondo las llaves y en cada levantada cambio el escondite”, comenta Olga, quien no volvió a caminar en las calles con su hija por temor a ser atacada en presencia de la menor.

Más allá de las disputas que actualmente sostienen Colombia y Nicaragua por este hermoso pedazo de tierra y enormes riquezas marítimas, los raizales, gentiles, son conscientes del paraíso que tienen. Abiertamente, prefieren reconocerse solo como sanandresanos, como lo asegura Jean Pierre, un isleño que durante mi viaje me ofreció no solo un servicio de taxi sino también su amistad.

Aunque entre risas y bailes se asoma la empatía que tienen los sanandresanos hacia el pueblo colombiano, admiten abandono por parte del Gobierno Nacional. Jean Pierre explica, mientras sostiene el timón, que no contempla la remota posibilidad de pertenecer al pueblo nicaragüense, a pesar de que está más cerca, hablando de distancias geográficas.

Entiende los problemas nacionales y sabe muy bien que los isleños son muy diferentes a los del interior; pero aun así seguirá sintiéndose colombiano. Recorrer San Andrés permite evocar la Norteamérica reflejada en las películas de negros: calles repletas de carros lujosos, bellas combinaciones de razas, iglesias bautistas adornadas con hermosas ancianas luciendo sus mejores peinados e indumentarias dispuestas a cantar por horas alabanzas Góspel, tal cual se ve en las iglesias de Misisipi.

Nada de esto es visible en la zona turística, todo está escondido en la otra parte de la isla, donde la cultura ancestral vive, de secretos a gritos entrelazados por un idioma que los colombianos no conocemos.

En el norte de Colombia está ubicadas tres islas que, para ser francos, sufren de un gran abandono. Solo las dificultades sanitarias que pasan por falta de agua -los sectores no turísticos del archipiélago-, son un ejemplo de esto, pues desde el 15 de abril las alarmas se encendieron por una eminente calamidad pública. Factores como el fenómeno del Niño, las marcadas disminuciones de lluvias, que brillaron por su ausencia desde 2013, y la sobrepoblación, han provocado una explotación desmedida de las fuentes hídricas. En un territorio de 26 kilómetros cuadrados, no solo habitan propios -75.000 personas-, sino también locos enamorados que ven en la isla su tierra prometida y se quedan viviendo allí. A esto se suma un millón de turistas que agotan recursos que la naturaleza proporciona para pocos. Así pues, evidentemente existe un problema de número de pobladores, aunque en los últimos días, la gobernación de San Andrés tomó la radical medida de duplicar el precio de la tarjeta de entrada, que pasó de $52.000 a $91.000 pesos colombianos. Pero se deben tomar otras medidas desde el Gobierno Nacional, dignas de justificar la batalla que actualmente se está librando contra Nicaragua en la Corte Internacional de Justicia.

Los enigmas del Caribe están presentes en los paisajes que la naturaleza nos enseña allí, quizá sea algo en común entre los paradisiacos lugares que lo constituyen; pues hoy en día, que estamos atravesando el boom de las integraciones culturales, el mundo recibe incalculable información sobre estas tierras. Un gran ejemplo es una de las Antillas menores, Barbados, que aunque viene de las dominaciones española y del Reino Unido, logró construir una identidad propia, en la cual podemos apreciar muchas similitudes con San Andrés, pues en ambas existe una riqueza cultural distintiva, hermosísimos rostros oscuros con ojos multicolor y labios rosas, movimientos acelerados del cuerpo al danzar, un inglés veloz acortando palabras, tranquilidad sinigual, entre otros atributos que hacen enamorarse del Caribe. Hace algunos meses, el sector privado comenzó una campaña de “embellecimiento” del popular barrio San Luis. La iniciativa lleva el nombre de Sea of Color y consiste en pintar de vivos colores las fachadas de típicas casas construidas en madera y demás recursos inconfundibles de estas zonas.

“Hace algunos años había dos San Andrés, el que visitan los turistas todo el año y el que nos tocaba vivir a los nacidos y criados en la isla -porque hay otros que se han venido a vivir acá, pero viven en el centro o cerca de lo turístico, los paisas-, pero ahora se ve cómo se están uniendo las dos caras de las monedas.” explicó Jean Pierre. Más de quinientos voluntarios conformados entre familias enteras del sector, visitantes y funcionarios de entidades vinculadas a estas jornadas, buscan mostrar una nueva cara de la isla, llena de diferentes colores, vida, alegría y unión.

Trucos para no arruinarse en San Andrés

  • Viajar en una aerolínea ‘económica’ no siempre es la mejor opción, pues cobra por cada servicio adicional (como numeración de silla, equipaje de más de doce kilos, impresión del tiquete y fila para el abordaje).
  • Se conoce más caminando que con algunos programas que ofrecen las agencias de viajes en paquetes turísticos. En realidad, ser amable y ganarse un amigo isleño es el truco para ir a lugares más allá de la Cueva de Morgan o el acuario.
  • Sacudirse del imaginario de que se llegó a Miami y se va a movilizar en carrito de golf o en cuatrimoto. Caminar, colectivo o mototaxi es la solución.

Comer en San Andrés

  • Las influencias paisas están presente en cada espacio de la isla, por lo que la comida típica o tradicional no está muy presente en los lugares turísticos. Para encontrarla se debe escudriñar un poco más en los sectores populares.
  •  En los restaurantes comunes los platos son costosos y si su sueño es la comida de mar, como un suculento sancocho de pescado, debe ir a donde comen los raizales. 

Por varios días, Olga figuró en los noticieros del país, y no precisamente por hechos positivos, su vida se convirtió en una cifra más de una sociedad indolente; para muchos solo fue otra mujer atacada con ácido.

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CREANDO CORTOS CON NIÑOS

Este año se exhibirán los dos cortometrajes realizados por estudiantes del III Diplomado de Producción Internacional en Contenidos Audiovisuales para Público Infantil.


PAOLA CÓRDOBA

@Paocordobaos

22 estudiantes de diferentes partes del país y del exterior se aprestan a terminar el Diplomado de Producción Internacional en Contenidos Audiovisuales para Público Infantil ofrecido por la Universidad Santiago de Cali, con participación del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico (FDC), entidad gubernamental que donó becas equivalentes al 70% d valor de la matrícula.

La USC es la única en el país que oferta cada año el Diplomado de Producción Internacional en Contenidos Audiovisuales para Público Infantil.

El Diplomado comenzó el pasado 20 de abril. Los docentes que hicieron parte del proceso fueron, entre otros, Stephanie Ruckoldt (Alemania), Jacqueline Sánchez Carrero (España), Enrique Martínez (España), Cielo Salviolo (Argentina), Aldana Duhalde (Argentina), Jan-Willem Bult (Holanda), Esperanza Astroz y Yamile Sandoval, docente del Programa de Comunicación Social de la USC.

Fueron cuatro módulos en los cuales se desarrollaron diferentes actividades académicas, entre ellas el estudio sobre las diferentes etapas de desarrollo psicosocial del niño, cómo usar el lenguaje audiovisual y cómo crear una estética adecuada para él público infantil, el desarrollo del guión para crear historias divertidas para niños y la realización de cortometrajes.

Al cumplir con el tercer módulo crearon dos historias que surgieron de los grupos focales realizados con niños, quienes desarrollaron plenamente su imaginación. Cada historia se recreó un corto de siete minutos de duración.

Uno de ellos se llama Kiara y es protagonizado por Loren Sofía Díaz, una niña de 11 años estudiante de teatro en Bellas Artes, y por el actor Guillermo Piedrahita, más conocido como “El vivo bobo”.
El argumento fue inspiración de Manuela Alarcón, una de las niñas que participó en los grupos focales. Cuenta la vida de Kiara, una pequeña que le teme a la oscuridad, pero logra superar el miedo con la ayuda del abuelo, quien la incita a imaginar.

El segundo corto, llamado Doolfo, es protagonizado por Mateo Jaramillo (Doolfo), Sofía Montoya (Susana), Juan Alberto Echeverry (Samuel) y Cristian Cárdenas (el padre de Doolfo).
Trata de un zombi inseguro que es guiado por su deseo de ser parte del mundo de los humanos y descubre el valor de aceptarse a sí mismo con la ayuda de sus oponentes.
Se prevé la participación de estas películas en diferentes festivales, dentro y fuera del país.

La bestia que se tragó a Armero

Por: Olga Behar

Utópicos presenta hoy un capítulo del libro “Oficio de reportero”, ‎cedido por su autor, Jorge Manrique.
Mañana, artículo final sobre el uso y el abuso de la imagen de Omaira, la niña que murió en vivo y en directo.



JORGE MANRIQUE GRISALES

   TOMADO DEL LIBRO OFICIO DE REPORTERO (2015)

Con el geólogo manizaleño Víctor Hernán Cubillos, hoy residenciado en Canadá, reconstruimos la historia de un grupo de estudiantes de la Universidad de Caldas que iba en plan de recoger fósiles cerca de Ibagué y terminó en Armero la noche del 13 de noviembre de 1985.

Foto tomada El Espectador

Mientras esperaba ser rescatado, 48 horas después de la avalancha que borró a Armero, el entonces estudiante de Geología, Víctor Hernán Cubillos, recordó el papel pegado en la cartelera de la Facultad de Geología y Minas de la Universidad de Caldas donde aparecía escrito con marcador azul: “Salida Payandé-Piedras. Noviembre 13 de 1985. Hora: 8 a.m.”

El dato lo apuntó claramente en un cuaderno que llenó de recuerdos días después, cuando se recuperaba de las heridas en el Hospital Universitario de Caldas. Veinticinco años después repasamos con él ese cuaderno de notas. Allí está la historia de 29 estudiantes, un profesor y un conductor a quienes una mala pasada del destino los desvió de su ruta y los puso el 13 de noviembre de 1985 en las entrañas de la tragedia natural más grande que ha sacudido a Colombia.

Allí está la historia de 29 estudiantes, un profesor y un conductor a quienes una mala pasada del destino los desvió de su ruta y los puso el 13 de noviembre de 1985

La salida del grupo de Geología desde Manizales se retrasó dos horas. El profesor Jorge Dorado Galindo estaba terminando un informe de investigación que tenía que dejar listo en la Facultad. A las 10 de la mañana, la buseta de la Universidad de Caldas, conducida por don Evelio García, tomó la carretera al Magdalena (salida a Bogotá). Todos llevaban sus libretas, morrales, herramientas, y $1.150 de viáticos que la Universidad le dio a cada uno con el fin de explorar un yacimiento de fósiles marinos que se encuentra cerca de Ibagué, por la salida a San Luis. La materia: Paleontología I.

Víctor Hernán Cubillos se acomodó en uno de los asientos de la buseta junto a su compañero y amigo de barrio, José Fernando Vallejo Naranjo. Esta sería la última vez que viajarían juntos.

Todos llevaban sus libretas, morrales, herramientas, y $1.150 de viáticos que la Universidad le dio a cada uno con el fin de explorar un yacimiento de fósiles marinos

Fósiles y ceniza en Falan

Un poco apenado por el retraso, el profesor Dorado les propuso a sus estudiantes hacer una escala en el municipio de Falan, Tolima, y realizar allí una primera acometida a las rocas que guardan vestigios de plantas y animales que poblaron la tierra hace millones de años. Todos estuvieron de acuerdo. Después de preguntar por la vía a Falan, lograron meterse por una carretera destapada que los llevó al lugar de los fósiles.

Eran cerca de las cuatro de la tarde. Cubillos dibujaba una hoja fosilizada en su libreta nueva, cuando sobre el papel comenzó a caer ceniza. Varios ya lo habían notado. En el aire también se percibía un leve olor a azufre. “Los objetos que habíamos colocado en el suelo, estaban cubiertos por una capa gris oscura”, se lee en el cuaderno del hoy geólogo residenciado en Ontario, Canadá.

“Muchachos, este volcán va a ser para este lado”, exclamó el profesor Jorge Dorado, luego de bajar de la cima de una pequeña montaña donde recogió algunos fósiles.
De allí en adelante, una serie de eventos fueron llevando al grupo hacia su oscuro destino. Tras retomar el viaje, se desgajó un fuerte aguacero que hizo que don Evelio, el conductor, disminuyera la velocidad. Pasadas las siete de la noche llegaron a Armero. La jornada había sido extenuante y ante la propuesta de don Evelio de pernoctar allí, todos estuvieron de acuerdo. Tenían hambre y ganas de una ducha para quitarse de encima la ceniza.

“Los objetos que habíamos colocado en el suelo, estaban cubiertos por una capa gris oscura”, se lee en el cuaderno del hoy geólogo residenciado en Ontario, Canadá.

Los huéspedes de “La Popular”

El aviso puesto encima de la puerta de una casa de dos pisos en el que se leía “Residencias La Popular” estaba escrito con mayúsculas rojas. Antes de bajar, el profesor Dorado dijo para que todos lo tuvieran presente: “Mañana nos vemos aquí mismo, a las 7:30. ¿Sí?”

En el ambiente, no había nada particular. Esa noche se transmitía por televisión un partido de fútbol. Seguía lloviendo y algunos estudiantes comentaban aún sobre la caída de ceniza de la tarde. “Aunque la sopa de espagueti tenía buen sabor, la carne gorda de las bandejas no estimulaba mucho el apetito”, se lee en otro de los apartes del cuaderno del geólogo.

Eran más de las 10 y 30 de la noche cuando se escuchó una algarabía en el patio del pequeño hotel. Varios estudiantes advertían nuevamente la caída de ceniza, esta vez más gruesa. Algunos, inclusive, pusieron periódicos en el piso con el fin de recoger muestras.

De un momento a otro se fue la luz. Víctor Hernán Cubillos y su amigo José Fernando Vallejo se quedaron con los lápices suspendidos entre los dedos. Estaban organizando las notas de la actividad de la tarde.

“¡Alístense que nos vamos!”

Los gritos de Zulma Cristina Fúquenes Arango pusieron a todos en alerta: “¡Los de Geología, salgan ¡Alístense que nos vamos!… ¡Saquen sus cosas!… La joven golpeaba las puertas de los cuartos buscando desesperadamente al profesor. Cuando lo encontró, éste le preguntó sorprendido qué sucedía. “¡El río se creció!”, respondió Zulma en medio de la oscuridad.

El geólogo Cubillos relata que trató de ponerle lógica al asunto. En la tarde había preguntado en Falan por los ríos que surcan la región. Le habían hablado de El Gualí y El Lagunilla. Con sentido práctico, tomó la decisión de subir al segundo piso para protegerse de una posible inundación. Una vez allí, contempló la posibilidad de subir hasta la terraza misma del hotel, pero las escaleras estaban atestadas de gente. “A lo lejos empezaron a escucharse los gritos de terror de la multitud perseguida por el estruendo atronador de la naturaleza…”, se lee en sus notas.

Estando en la escalera sintió el paso de la bestia descomunal que se desprendió de los glaciares del volcán nevado del Ruíz. “Se sentía el crujir de las vigas y muros, el estallido de vidrios, el ruido de latas aplastadas y el chasquido de árboles cercenados”, escribió.

 “A lo lejos empezaron a escucharse los gritos de terror de la multitud perseguida por el estruendo atronador de la naturaleza…”, se lee en sus notas.

Una balsa de concreto

Una gigantesca ola de barro y escombros se vino encima de quienes estaban en la escalera. Cubillos alcanzó a observar un tubo pegado al techo de la edificación y se aferró de allí con fuerza para resistir la embestida. Todo pasó muy rápido. Sus piernas se quedaron atrapadas y en un esfuerzo desesperado por liberarlas sintió que se desgarraban. Las heridas comenzaron a hacerse sentir. Estaba descalzo y encima sólo llevaba un pantalón corto y una camiseta.

Aferrado del tubo, el estudiante de Geología descubrió un hueco encima de su cabeza. Trepó como pudo y quedó encima de un trozo de la plancha de concreto que una vez coronó las Residencias “La Popular”. Junto con él estaban sus compañeros Helman Duque, Zulma Cristina Fúquenes, Jairo Aristizábal y Jaime Guzmán, así como un hombre joven quien dijo trabajar en Electrotolima.

“Muchachos… Aquí vamos a morir juntos”. Todos comenzaron a rezar…“Rogábamos porque nuestras familias supieran aceptar con fortaleza y resignación la tempranera y definitiva partida…”

Como si fuera una balsa, la avalancha del río Lagunilla arrastró el fragmento de concreto por cerca de seis cuadras. Permanentemente los ocupantes de la extraña nave eran golpeados por las copas de árboles que cedían ante el implacable paso de la espesa y turbulenta corriente. En el dantesco recorrido, los sobrevivientes del pequeño hotel vieron un campero incendiándose y a otro vehículo con las luces aún encendidas tratar de echar reversa, antes de ser consumido por la sopa espesa.

Helman Duque, angustiado, abrazó a sus compañeros: “Muchachos… Aquí vamos a morir juntos”. Todos comenzaron a rezar…“Rogábamos porque nuestras familias supieran aceptar con fortaleza y resignación la tempranera y definitiva partida…”, escribió el geólogo en sus memorias.

Luces extrañas en el cielo

De un momento a otro la balsa se detuvo entre dos árboles. Jaime Guzmán se desmayó. Sus compañeros notaron que tenía una pierna fracturada. Cuando recobró el conocimiento preguntó a sus compañeros por unas extrañas luces en el firmamento. “El cielo estaba como inundado de luciérnagas, repleto de chispitas brillantes intermitentes, aparentemente sin explicación lógica”, aparece en una de las notas del cuaderno del Cubillos.

Más personas se subían a la losa de concreto. Salían como fantasmas del lodo. Al divisar unas luces al final de una calle cerca al cementerio de Armero, los sobrevivientes comenzaron a gritar desesperadamente pidiendo auxilio. Dos linternas los alumbraron. Después de vacilar un momento, Helman Duque se arriesgó y se metió al lodo comprobando que se podía caminar sobre los escombros. “Lo más tenebroso de todo era que cuando uno caminaba, y como yo estaba descalzo, sentía que me paraba en cuerpos humanos… Sentía cabezas… dientes… Pero uno tenía que seguir si quería vivir”, dijo Cubillos 25 años después en un diálogo por Skype, desde Ontario.

El barrio “Morro liso”, conocido como la zona de tolerancia de Armero, quedó en pie. Allí atracó la balsa errante de concreto. Por más que quiso reconstruir la trayectoria de aquella noche en sucesivas visitas a Armero, Cubillos no logró descifrar el mapa instalado en su memoria que unía a las Residencias “La Popular” con aquella empinada calle del cementerio, donde algunas personas caritativas les ofrecieron a los estudiantes aguapanela y pan alrededor de una fogata.

 “Lo más tenebroso de todo era que cuando uno caminaba, y como yo estaba descalzo, sentía que me paraba en cuerpos humanos… Sentía cabezas… dientes… Pero uno tenía que seguir si quería vivir”, dijo Cubillos 25 años después.

Los fantasmas del amanecer

“Víctor, ¿Por qué no canta?”, dijo de pronto Jaime Guzmán, reconociendo la afición de su compañero por las baladas. “Recuerdo que canté Un beso y una flor, de Nino Bravo. Era una forma de combatir el miedo y romper el hielo entre los que estábamos alrededor del fuego”, recordó Cubillos.

Fue un amanecer lleno de llanto, aullidos de perros, mugidos del ganado atrapado en el lodo. El asunto se puso más tenebroso con la luz del día. Los sobrevivientes se vieron cubiertos por una costra de lodo por la que se filtraba la sangre de las heridas. “Algunos parecían cadáveres vivientes a quienes ya no les quedaban alientos ni siquiera para quejarse… Cuerpos desvencijados con sus esqueletos rotos, tirados en los andenes. Monstruosos desprendimientos de piel, caras desfiguradas, laceraciones profundas, llagas en carne viva…”, relata Cubillos en su cuaderno.

Con sus piernas heridas y minado por la espera de ser rescatado en alguno de los helicópteros, Víctor Hernán Cubillos tuvo que esperar 48 horas antes de ser trasladado primero a Lérida, luego a Girardot, de allí a Bogotá y ochos días después a su añorada Manizales, donde tuvo que ser internado en el Hospital Universitario de Caldas, pues presentaba principios de gangrena. Tuvo 15 días para llenar ese cuaderno que 25 años repasó en una tierra lejana, donde en noviembre comienza a sentirse el invierno.

 “Algunos parecían cadáveres vivientes a quienes ya no les quedaban alientos ni siquiera para quejarse…”relata Cubillos