PECES GUPPY EN LA USC

Desde este martes, las fuentes de agua del Bulevar Alfredo Cadena Copete son el nuevo hogar de 120 peces Guppy, especie que, según informes científicos, evitan la propagación del mosquito Aedes aegypti, transmisor de las enfermedades Chicunguña y Zika.  Esta implementación estuvo dirigida por el área ambiental de la sede y la secretaria de Salud municipal, convirtiendo a la Universidad Santiago de Cali en la primera institución en emplear esta técnica como método de control biológico.

 Bulevar Alfredo Cadena Copete

“Van a quedar 24 peces por piletas y la idea es que empiecen a reproducirse. Con esto, evitamos inundar la Ciudadela Universitaria con químicos para erradicar los zancudos. Tenemos la misión de realizar procesos de excelencia y transformación no solo desde lo académico, sino en todas las áreas, incluida la ambiental; por eso, estamos creando un precedente como institución educativa para que sea replicado por todos los claustros educativos de la región”, comentó Julián Peña, miembro de la coordinación ambiental de la USC al periodista Jamir Mina, de la Unidad de Comunicación.

La siembra de los peces Guppy se complementó con la inclusión de plantas decorativas que protegen a los alevinos de posibles depredadores del ambiente exterior.

Alexander Imbachi, Jardinero de la USC.

Alexander Imbachi, jardinero de la USC desde hace dieciséis años, que explicó: “Los peces Guppy se reproducen muy fácilmente y además están acompañados de plantas que se adaptan al agua, como la flor de loto, que es más decorativa, el papiro enano y la cinta de agua, que sirve como protección y alimento para el pez, también la planta elodea, que ayuda a oxigenar y limpiar el agua”.

 Nenúfar y flor de loto
Flor de Loto

Esta iniciativa demuestra una vez más que la USC está realizando cambios significativos y comprometidos con el medio ambiente y la responsabilidad social, en pro de tomar decisiones para mejorar la calidad de vida de la comunidad santiaguina.

 Por: Ana María Serna 

   Fotos por: Fabiola Valois 

LA MONTAÑA DE LA COCA

LA MONTAÑA DE LA COCA

Autores: Alejandra Salazar | Yadín Antonio, Jose David Ortiz | Stiven Domínguez

Facultad de Humanidades y Artes

El pueblo estaba solo, el comercio aún no abría sus puertas. La espesa neblina se  despedía de la mañana y empezamos a ver la desnudez de las verdes montañas. No pasó mucho tiempo cuando Andrés llegó en compañía de su hija en una camioneta. En medio de bromas, Yadin -nuestro compañero- nos presentó y luego nos montamos al carro para ir a la casa que tiene Andrés alquilada en la localidad, para comer unas deliciosas arepas con queso que había preparado su esposa.

El fuerte olor de los productos químicos con los que se hace la coca, como la gasolina, el ácido sulfúrico y el amoniaco, nos causaron repulsión. Con risas, como si se estuviera burlando de nosotros, Andrés nos empezó a explicar el proceso de fabricación del alcaloide. Con sus manos callosas separó la gasolina y desechó la hoja de coca, agregó agua y ácido sulfúrico, lo filtró y le echó cal. Como por arte de magia, apareció una especie de guarapo de color café.

Nos habíamos levantado a eso de las cinco de la mañana. Teníamos que tomar una guala para llegar al corregimiento de Cisneros, donde nos encontraríamos con Andrés, nuestro entrevistado. Abordamos nuestro transporte, que a hora y media más tarde nos dejó en el lugar de encuentro Había poco tiempo y el trabajo del día iba a ser extenso.

Después del suculento desayuno, caminamos casi media hora por una empinada trocha rumbo al laboratorio donde se procesa la coca. Durante la travesía, nos contó que no es de Cisneros sino de Orito, Putumayo, y que desde que era un menor de edad trabaja como cocalero. También narró que desde que las avionetas empezaron a fumigar los cultivos de coca comenzaron los problemas económicos y se vio obligado a deambular por casi todo el sur de país en busca de mejores condiciones de vida.

Confesó sentir miedo por su esposa y por él, ya que había muchos enfrentamientos entre el Ejército Nacional y  las Farc.

Mientras descansábamos de la ardua caminata, Andrés, con voz pausada y mirada tranquila, explicó que la coca ha sido la principal fuente financiadora del conflicto armado en Colombia, pero que él no tiene la culpa de eso, que los costos de una producción de cultivos legales no le dan las ganancias básicas que la base de coca sí le brinda. “En Orito, el gobierno fumigó y erradicó los cultivos de coca, y yo no podía financiar un cultivo de yuca y otros productos, debido a que las vías quedan muy retiradas del pueblo. Además, un kilo de base de coca era más fácil de transportar en un costal que un producto legal y mejor pago”, relata.  

Andrés y su hija nos llevaban una amplia ventaja, conocen el terreno y lo caminaban como si fuera un pasillo de su finca. Nos contaron que su esposa a veces lo acompaña, que ella no se queda atrás y que es igual de berraca y capaz de trabajar el campo que él: “ Es una mujer de hacha y machete”, comenta Andrés.

Luego de caminar por más de dos horas, con las botas empantanadas y con la respiración entrecortada por el cansancio, por fin llegamos a la montaña donde está el laboratorio y se produce la base. Durante todo el camino teníamos la preocupación de que cualquier cosa ocurriera; sin embargo, Andrés nos transmitió tranquilidad, pero nos recomendó que fuéramos muy serios y prudentes con la información, que tuviéramos en cuenta que su familia y el sustento  estaban en juego.

El fuerte olor de los productos químicos con los que se hace la coca, como la gasolina, el ácido sulfúrico y el amoniaco, nos causaron repulsión. Con risas, como si se estuviera burlando de nosotros, Andrés nos empezó a explicar el proceso de fabricación del alcaloide. Con sus manos callosas separó la gasolina y desechó la hoja de coca, agregó agua y ácido sulfúrico, lo filtró y le echó cal. Como por arte de magia, apareció una especie de guarapo de color café.

 Al final del proceso quedó una masa blanca, que después dejó reposar y filtró echándole amoníaco; una vez filtrado y lavado con agua lo puso a fuego lento hasta que se evaporó toda el agua. Entonces lo pasó a una especie de aceite, lo dejó enfriar y pudimos ver el resultado: pasta de coca.

Al final del día, Andrés comentó que a veces siente remordimiento por el trabajo que hace, pero que trata de no pensar en eso, porque gracias a esta actividad está llevando el sustento a su familia.

Para él, es el Estado el responsable de su situación. Muchas veces ha querido empezar de nuevo una forma de vida en la legalidad, pero se le hace difícil, porque la vida en el campo es dura, las carreteras están en muy mal estado y lejos de todo, y al campesino no le valoran su arduo trabajo.

Después de un largo día, a las cinco de la tarde emprendimos nuestro camino hacia el caserío. La esposa de Andrés nos esperaba con su tímida sonrisa y con unas masitas de queso y un delicioso café. Algo quedó en nosotros después de conocer a esa hermosa familia pujante, amable y humilde, olvidada por el Estado, que vive de la ilegalidad.

Destacados

  • A veces siente remordimiento por el trabajo que hace, pero que trata de no pensar en eso, porque gracias a esta actividad está llevando el sustento a su familia
  • Nos recomendó que fuéramos muy serios y prudentes con la información que teníamos

Mientras descansábamos de la ardua caminata, Andrés, con voz pausada y mirada tranquila, explicó que la coca ha sido la principal fuente financiadora del conflicto armado en Colombia…

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“Si ellos pisan nuestro pan; nosotros, los campesinos, pisaremos sus leyes: Andrés Cortés*, productor de hoja de coca.

“Si ellos pisan nuestro pan; nosotros, los campesinos, pisaremos sus leyes” Andrés Cortés, productor de hoja de coca

Autores: Alejandra Salazar | Yadín Antonio | Jose David Ortiz | Stiven Domínguez

Facultad de Humanidades y Artes

En los últimos 25 años en Colombia, la cocaína ha sido una fuente de financiación del conflicto armado, pero también ha sido un mecanismo de subsistencia para muchas familias campesinas que han sufrido el abandono del Estado.

Los fuertes olores de los químicos con que se elabora la base de coca producen severos dolores de cabeza y deficiencia respiratoria.

Andrés cultiva en su terreno empinado matas de coca, que le darán en tres meses 30 arrobas del producto que llevará a un laboratorio artesanal para triturar y macerar la hoja con agua, cal, sal y otros productos, que después de un proceso químico se reducirán a un kilo de pasta de coca.

Desde hace 10 años, Andrés Cortés vive en las pantanosas y fértiles montañas de Cisneros, Valle del Cauca, un corregimiento del municipio de Dagua que está ubicado entre Cali y la bahía de Buenaventura.

“Empecé este trabajo familiar a los 12 años y me tocó abandonar mis estudios de bachillerato para dedicarme a raspar coca. Mi familia era muy pobre, todos ‘raspachines’ (recolectores de hoja de coca), además tenía que caminar más de una hora por carreteras empantanadas para llegar al colegio; eso desanima al que sea. No tenía otra alternativa y siento que aún no tengo otra”, recuerda con nostalgia este putumayense que desde muy joven se dedica a esta labor ilegal.

Una de las principales carencias que tienen los campesinos en Colombia para sacar sus cultivos de las veredas son las vías terciarias, que en su gran mayoría son trochas en condiciones intransitables que hacen más difícil el transporte de los productos agrarios, que son comprados a precios irrisorios por comerciantes intermediarios. Esto desmoraliza al pequeño agricultor y lo estimula a que vea más rentable el cultivo de la coca, ya que es más fácil de transportar y es mejor el pago.

“No es lo mismo un cultivo ilícito que un cultivo de yuca o plátano, porque no tiene sentido sacar una carga de yuca a tres o cuatro horas de la finca para tener que venderla en 80 mil pesos, y con esa plata pagar trabajadores, transporte y abonos a precios muy altos. Mientras que un kilo de base uno lo saca en una bolsa y lo vende en $2’500.000 y a uno le quedan 800 mil. Con esa plata uno ya tiene para los gastos de la casa y la comida de la hija y la esposa. Ya se puede respirar un poquito mejor,” expresa Andrés.

En el año 2000, con el Plan Colombia, un programa de los gobiernos de Colombia y Estados Unidos para la lucha contra las drogas ilícitas en el país, empezaron las avionetas a asperjar con glifosato los cultivos ilegales, afectando no solo la salud de muchas familias campesinas por el alto grado de toxicidad que contiene este herbicida; sino también sus economías familiares.

RECUADRO:
En 2015:
Se incautaron 252 toneladas de cocaína
Fueron erradicadas 13.473 matas de coca
A mayo del 2016:
Erradicadas 7.869 matas de coca

Tras la llegada de la fumigación y la erradicación forzada en el Putumayo, a sus 22 años emigró hacia otros departamentos. Después de haber recorrido casi todo el sur de Colombia en busca de un trabajo digno, Andrés arribó rendido a Cisneros, Valle del Cauca, con una mano atrás y otra adelante, con su esposa y su hija recién nacida. Su panorama era el mismo en estas tierras: desempleo y desesperanza. Con el poco dinero que tenía ahorrado compró 6 hectáreas de tierra. Y con sus manos ásperas y fuertes construyó en su predio una casa en madera, y retomó los cultivos de coca.

Andrés cultiva en su terreno empinado matas de coca, que le darán en tres meses 30 arrobas del producto que llevará a un laboratorio artesanal para triturar y macerar la hoja con agua, cal, sal y otros productos, que después de un proceso químico se reducirán a un kilo de pasta de coca.

El campesino es el eslabón más frágil de la cadena de producción de base de coca. Las ganancias del alcaloide son mínimas comparadas con las de los traficantes que la exportan y que se quedan con exorbitantes sumas de dinero. Muchas veces su producción solo alcanza para mantener la alimentación de sus familias.

Con lo poco que gana y lo mucho que arriesga, Andrés vela por el bienestar de su hija, que actualmente es una joven bachiller con el sueño de estudiar odontología, y el de su esposa, quien ruega a Dios que algún día su esposo deje esta actividad ilícita para que puedan vivir tranquilos y sin la zozobra de ser capturados por las autoridades.

“Vivo enfermo, aburrido; esos venenos con los que se fumiga la hoja son muy costosos y además, de tanto manipularlos me producen fuertes dolores de cabeza. Pero qué hago. Yo lo único que sé hacer, es labrar la tierra. Mientras el gobierno no nos ayude a los que les damos de comer a los colombianos, seguirá habiendo coca y mucha pobreza. Si ellos pisan nuestro pan, nosotros, los campesinos, pisaremos sus leyes”, sentencia.

A pesar de los esfuerzos en la lucha antidrogas, la producción de cocaína en el país aumentó en Colombia. Según el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos de Naciones Unidas el balance no es alentador. Hace apenas cuatro años, en el 2012, se habían logrado reducir los narco-cultivos a 47.790 hectáreas de hoja de coca. Pero desde entonces empezó un disparado ascenso que llevó a que en el 2015 se convirtiera, con 96.084 hectáreas, en el año con más narco-siembras de los últimos ocho años.

Entre las razones que plantean los investigadores de la ONU están la suspensión de la erradicación utilizando aspersión aérea de fumigantes tales como el glifosato y el aumento del precio de la hoja de coca.

Andrés sabe del gran daño que le ha hecho la cocaína al país, ya que ésta ha financiado en gran parte a grupos armados ilegales que han desangrado a Colombia. Este campesino de mirada noble y espíritu luchador, solo espera que el gobierno nacional le brinde a la población campesina mejores infraestructuras viales, estímulos y garantías económicas con otros cultivos alternativos y condiciones dignas de vida para el desarrollo del agro colombiano.Sin embargo, por ahora, el futuro de Andrés aún está atado a los cultivos ilícitos: un tema y un reto importante para el postconflicto.

*Por petición del protagonista se cambió el nombre

DESTACADO:

“Empecé este trabajo familiar a los 12 años y me tocó abandonar mis estudios de bachillerato para dedicarme a raspar coca”: Andrés.

“Una de las principales carencias que tienen los campesinos en Colombia para sacar sus cultivos de las veredas son las vías terciarias”.

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“De que las hay, las hay”

Terminando el bachillerato se hizo creciente mi viejo problema de migraña: una tía que había vivido una experiencia similar me llevó donde una “bruja blanca”, de las que quitan hechizos y espantan los malos espíritus. Ella aseguró que una mujer cercana me estaba haciendo brujería para que su pareja no se fijara en mí, me recomendó una cantidad de baños, yerbas y rezos, a los que poco caso hice creyendo que era mentira. Mi respuesta fue: ¡yo no creo en brujas!, además, si no le había hecho daño a nadie, nadie tendría razones para hacérmelo; desconozco si fue efectiva, pero los dolores de cabeza aminoraron.


 Pocos meses después, un día de enero, se apoderó de mi un dolor tan fuerte que sentí ganas de arrancarme la cabeza, una sensación inefable que ningún medicamento logró mitigar. En el hospital de mi pueblo me atendieron durante una semana; agujas, exámenes, médicos, diagnósticos, nada calmaba el dolor; me llevaron a la ciudad y pasó lo mismo, luego de un par de semanas me dijeron que no podían hacer nada por mí, que me llevaran a casa y me pusieran allá las inyecciones.

El tiempo pasaba y con él aumentaban el dolor, la angustia y la desesperación de mi familia; de estar acostada se me paralizaron la espalda, el cuello y la mandíbula, me era imposible comer, y hablar sí que menos; preocupada por mi estado me visitó nuevamente mi tía, y llamó a doña Mery, la misma bruja blanca de meses antes. Al verme recordó: le dije lo que debía hacer, ahora la están secando.

La solución que ofrecía costaba $700.000, que hubo que rebuscar por todo lado. Me llevaron a un río, cargada, porque la debilidad ya no me permitía caminar sola. En lo poco que recuerdo están el olor a maíz, y los muchos padrenuestros y avemarías que rezó en mi nombre. Al salir del agua advirtió que esa noche de jueves sería la más difícil, y tenía la razón, toda la madrugada sentí que me iba, el dolor era insoportable, pero sabía que debía resistir, que tenía muchas cosas por hacer.

Milagrosamente, en la mañana del sábado me levanté y le dije a mi mamá: tengo hambre, ella se tiró de rodillas agradeciendo a Dios por salvarme; poco a poco mi cuerpo se recuperó, infortunadamente mi corazón no. El odio y el rencor son inevitables cuando alguien te hace tanto daño, pero lo he ido superando, pues sé que sintiendo odio no gano nada, estoy segura de que la justicia divina existe y todo, absolutamente todo se devuelve.

 Por: Daniela Larrahondo

   @danilarrahondo12

Una bruja buena: Cuarta entrega

 “Nada me queda grande, a veces la lucha es dura, pero con la luz uno limpia lo que se atraviese”

‘Diana Lozano’* es experta en la llamada ‘magia blanca’, esa que combate los rituales negativos y  guerrea contra los conjuros y los maleficios. Desde hace medio siglo elabora sus ‘trabajos’, para beneficio de cientos de clientes que confían en ella. Por eso mismo reserva su identidad, para que los brujos no la puedan atacar ni afectar su don.

Con orgullo, asegura que sus ‘trabajos’ actúan eficazmente sobre la magia negra. “Ocultismo hacemos todos y el poder de la magia no depende de los ritos en sí, sino del que los practica. Yo llevo más de cincuenta años en esto y la verdad, contra mí ya prácticamente no puede nadie”.

Se ufana de hacer un trabajo limpio, contrariamente a ciertos brujos, que terminan engañando al cliente: “El que se quiera curar de cualquier maleficio, que se olvide del brujo de Corinto, que ese lo que hace es hacerle tomar a usted un bebedizo y se pone a hacerle masajes. Y termina es envenenándolo con esas aguas y esas yerbas”.

En ocasiones ha recibido a clientes en estado crítico, debiendo actuar de inmediato, aunque dice que lo ideal es poder interactuar primero con ellos. “Sé por experiencia que  primero tienen que calmarse y después uno sí actúa, aunque hay gente que me llega mala y me toca meterle mano rapidito porque sino, corro el riesgo de que se me vayan, eso hace que la gente confíe más en uno y lleguen más personas”, argumenta.

Atacar al brujo

Para Diana, de nada sirve enfrentarse al conjuro si el autor puede seguir afectando a la víctima. Entonces, “uno ataca esos rituales a través del brujo o bruja, primero se hace un recorrido espiritual, astral, donde la persona se mueve cuando duerme y ve qué entidades andan rondando. Esas entidades, que son las que ayudan al brujo o bruja, lo llevan a uno a esa persona, cuando el brujo es bien verriondo. Pero en otros casos es solo desbalance de energías”.

Confiesa que cuando empezó sí ofrecía prácticas como amarrar al ser amado, mejorar la fortuna o ayudar a conseguir empleo, pero que luego se inclinó por los temas espirituales: “Yo sí era de las que mandaba a sacar tierra de cementerios y a conseguir huesos de muertos para hacer lo que fuera, pero eso llevó a un deterioro muy verriondo de mi salud, porque me poseían espíritus, eso es agotador. Uno de esos espíritus poseyó a mi mamá y la postró en cama, la dejó sin comer y me la mató prácticamente. No la pude salvar porque en ese entonces yo era muy inexperta, entonces ahí uno se da cuenta de qué es lo bueno y lo malo para uno y para la familia”.

‘Diana’ reconoce que hay rituales muy efectivos, como hacer ‘ligues amorosos’, por lo que es difícil deshacerlos. Cuando sus clientes se sienten tentados por esos procedimientos les explica que “cuando una persona acude a un brujo para que le amarre a un hombre o una mujer al lado, lo que no se da cuenta es que esa persona ya no es la misma; el brujo lo que hace es que una entidad la posea y la vuelva sumisa para que le haga caso en todo lo que la otra persona diga. Esas entidades -que casi siempre son almas en pena-, de alguna manera sienten placer de vivir, así sea en ese estado de atontamiento del poseído; lo que uno entra a hacer es quitar esas entidades desde el astral, haciendo desdoblamientos y haciendo limpieza de auras para que regrese la persona”.

Los juegos de azar y las loterías

Según ‘Diana’, existe una explicación para entender cómo es posible ganar gracias a un ‘trabajo’: “Son entidades que, como viven en el astral, se anticipan a algunas cosas: ¿usted quiere tener un empleo, ganarse un chance o tener fortuna?, eso se puede hacer, uno como brujo se transa con la entidad, que le puede hacer un chance, porque como ellos ven lo que va a pasar, saben cómo actuar. Sin embargo, esas mieles duran poco, porque luego la entidad quiere poseer totalmente a la persona y para hacerlo, la hacen caer en desgracia; una persona doblegada y llena de problemas es más fácil de poseer, lo mismo con los ligues amorosos, en un momento la persona cambia totalmente cuando la entidad la quiere poseer completamente y aparecen los problemas”, asevera.

Finaliza revelando uno de sus secretos: no cobrar dinero por sus ‘trabajos’. “Ese es otro error de los brujitos, a uno le deben pagar el favor. Si usted cobra como si estuviera vendiendo empanadas, es muy complicado hacer algo bien hecho, porque si se pone a pensar uno en la plata, no hace lo que tiene que hacer. Pero si uno piensa, esto está duro pero lo importante es sacar esa entidad, liberar esa aura y limpia bien todo. Ya después la plata llega; además, la plata no es nada, lo importante son las personas.

*Nombre cambiado a petición de la entrevistada.

 

Por: Redacción Utópicos 

  @UtopicosUsc