Cuando el cuerpo tiembla, pero el alma no se rinde.

Cuando el cuerpo tiembla, pero el alma no se rinde

En medio del duelo y del Párkinson, Aura Cecilia Londoño encontró en una caminata terapéutica la manera de reconciliarse con su cuerpo y su dolor.

Por: Adriana Lucia Cabezas

Facultad de Humanidades y Artes

El temblor de sus manos parecía llevar la carga de toda una vida. Su cabeza no dejaba de moverse, como si cada sacudida fuera un intento de escapar del dolor que habita en su alma. Aura Cecilia Londoño, a pesar de cargar una tristeza infinita, la herida reciente de haber perdido a su único hijo y de estar luchando contra una enfermedad que ha padecido desde niña, esa mañana, cada paso se convirtió en un acto de resistencia, su manera de decirle al Párkinson que no sería más fuerte que ella.

La mañana empezaba con calma, el sol iluminaba con suavidad el punto de encuentro, el clima era perfecto, a las nueve en punto, las primeras personas empezaban a reunirse en el parque al frente de la Clínica Fundación Valle del Lili en la sede del Limonar. De repente apareció Cecilia, caminaba muy despacio, se apoyaba de un bastón, vestida con una sudadera gris oscura, una camiseta gris, unas lentes de sol y aunque no se podía percibir una simple vista, también estaba vestida de fuerza.

Andaba acompañada por Amparo su amiga de la infancia, su perrito Lucas y sus sobrinos Miguel y Beatriz, todos unidos por un mismo propósito, que Cecilia se sintiera más tranquila y acompañada.

Unos minutos después de que Cecilia llegara, le entregaron una camiseta, representante del evento, que decía “tercera caminata, muévete por el Párkinson”, con ayuda de su sobrina Beatriz se puso la camiseta.

A las nueve y veinte de la mañana, antes de iniciar la caminata, los participantes se organizaron para hacer el calentamiento.

La fisioterapeuta Lady Joana Lucio, especialista en neurorrehabilitación, dirigía los ejercicios de calentamiento “Vamos a mover las articulaciones con suavidad. Recuerden que el hígado maneja las emociones fuertes. Hoy liberamos tensión, soltamos el cuerpo, dejamos que el alma se mueva”, decía, mientras todos seguían sus instrucciones.

Cecilia se integró al grupo e intentaba seguir cada movimiento, a pesar de los temblores intensos en sus manos, movimientos incontrolables de su cabeza, que parecían intensificarse, no se rindió, hizo cada estiramiento con paciencia y esfuerzo.

Acompañarla requiere paciencia y amor. Verla hoy en este evento, me llena de orgullo…

Cuando comenzó la caminata, Cecilia decidió no usar su bastón, dijo, “quiero sentir que todavía puedo hacerlo”. Los primeros pasos fueron inseguros, a un lado la sostenía su sobrino, al otro un estudiante de fisioterapia, la ayudaban a mantener el equilibrio.

Su sobrina Beatriz la observaba con ternura. “Acompañarla requiere paciencia y amor. Verla hoy en este evento, me llena de orgullo”. 

Miguel, con la voz baja, agregó: “Ella está pasando por un momento muy difícil y en estos momentos está en una crisis, pero no se rinde”.

Poco a poco, el vaivén incontrolable de su cabeza empezó a suavizarse y el temblor de sus manos se volvió menos cruel.

La caminata no solo le daba equilibrio físico, también le regalaba calma. Cada paso era una pequeña victoria, Cecilia se liberaba por un momento de la tormenta que la consume desde que perdió lo más amado, a su hijo, a quien ni siquiera pudo despedir.

Su amiga Amparo, comentó “esa pérdida la dejó muy mal, la tiene alterada, cuando su hijo murió, él se encontraba fuera del país, por su condición no pudo viajar y desde que llegaron las cenizas del hijo a la iglesia de San Antonio, ella no volvió a ser la misma”.

El dolor de esa pérdida había empeorado sus síntomas. La enfermedad, que la acompañaba desde niña, parecía ensañarse con ella tras el duelo. Pero en ese recorrido, Cecilia recuperó la tranquilidad. Cada paso era un triunfo íntimo, invisible para muchos, pero gigantesco para ella.

“Las emociones influyen directamente en el Párkinson. Las emociones fuertes intensifican los temblores. Pero la compañía, el amor y la tranquilidad ayudan a estabilizar. Es como si el cuerpo responde a la esperanza”, afirmó Lady Lucio.

A mitad del trayecto, Cecilia comentó que se sentía adolorida, le dolían mucho las piernas y brazos; pero no se iba a dar por vencida.

Miguel recordó que esto se debía a que Cecilia había tenido dos operaciones por algunas caídas que había sufrido.

Al notar su cansancio, Miguel le susurró: “Vamos, tía, ya casi llega”.

 Ella apretó su mano, respiró profundo y dijo: “No voy a darme por vencida, a pesar del dolor”.

Cecilia seguía caminando. Aunque los movimientos involuntarios no desaparecieron, ya no la dominaban. Su cuerpo parecía agradecer cada paso, cada aplauso, cada palabra de aliento.

Estando a punto de llegar a la meta Cecilia mencionó que se sentía muy tranquila, que la paz y serenidad que la invasión en ese momento era indescriptible.

Faltando unos cuantos metros para llegar a la meta, Miguel agarró su celular para tomarle algunas fotos y grabar el proceso de Cecilia, se sintió muy orgulloso de su tía; la llenaba de elogios y la animaba para que diera sus últimos pasos.

Al sentir como sus sobrinos estaban tan orgullosos y emocionados por ella, esto le dio un mayor impulso para llegar a la meta.

Los aplausos llenaron el parque cuando Cecilia cruzó la meta. Sus ojos se inundaron de lágrimas, en su rostro se podía percibir la felicidad que invadía su cuerpo, a cualquiera que veía le transmitía una ternura indescriptible.

Le colgaron una medalla verde sobre el pecho. “Sentí una paz… como si todo se calmara dentro de mí”, dijo, con la voz temblorosa pero firme. 

Sus sobrinos, Lucas y Cecilia se tomaron más y más fotos.

Al final, mientras un grupo de adultos mayores bailaba tango, Cecilia observaba en silencio. Ya no temblaba tanto. Sus movimientos eran más suaves, casi imperceptibles.

Después de la presentación de tango, a Cecilia la invadió un silencio profundo y pareció que por un momento se perdía en sus propios pensamientos.

Sus sobrinos y su mejor amiga comentaban que están en busca de alguien que le brinde acompañamiento a Cecilia, Amparo mencionó que “El único compañero de ella es Lucas, aunque el trato de estar con ella 24/7 a veces es complicado, ella necesita mucho acompañamiento” .

Esa tarde, Cecilia regresó a su casa en el barrio San Antonio, acompañada por Amparo, sus sobrinos y su perrito Lucas. Llevaba puesta la camiseta blanca del evento y la medalla sobre su pecho. Aunque el párkinson le robe el control, y el duelo la sacuda, Cecilia sigue caminando, paso a paso, temblor a temblor. 

Y con cada paso, demuestra que el alma puede ser más fuerte que el cuerpo. 

Sus ojos se inundaron de lágrimas, en su rostro se podía percibir la felicidad que invadía su cuerpo, a cualquiera que veía le transmitía una ternura indescriptible .

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La crónica narra la rutina silenciosa de Víctor, un vigilante que enfrenta la noche desde la portería de una unidad residencial en Cali. Entre rondas, café y el eco del silencio, su historia refleja la soledad, el cansancio y la disciplina de quienes cuidan mientras los demás duermen, recordando el valor invisible del trabajo nocturno.

Por: Tatiana Ramírez Laines

Facultad de Humanidades y Artes

El reloj marca las 5:45 de la tarde cuando Víctor llega a la portería de una unidad residencial en el barrio Limonar, al sur de Cali. Todavía queda luz, pero la jornada ya empieza. Ajusta el cinturón, acomoda el radio y recibe el arma de dotación. “Siempre llego un poco antes, para no correr. Hay que revisar todo lo que uno recibe”, dice mientras firma la minuta y anota que todo está en buenas condiciones. Mientras firma la minuta, una residente pasa con su perro y lo saluda. “Don Víctor nunca falta, siempre está ahí”, dice doña Patricia, vecina de la casa 13. Él sonríe, acostumbrado a esas voces que lo acompañan al comienzo de cada turno.

Lleva ocho años en este trabajo. “Me acostumbré a la noche porque no había otra opción. En el día no hay casi puestos.” Sus jornadas son de doce horas seguidas, con un solo día de descanso a la semana. “A veces el cuerpo no distingue si es martes o domingo. Uno duerme cuando puede, no cuando quiere.” En esta portería pasará doce horas de turno, por un salario mensual cercano al mínimo, sin derecho a dormirse ni un minuto.

En Cali, miles de vigilantes cumplen turnos similares en conjuntos residenciales, empresas y colegios. Son quienes velan por la seguridad cuando la ciudad duerme. Su oficio mezcla disciplina, resistencia y observación, deben permanecer alerta ante cualquier ruido o movimiento, aunque la noche parezca tranquila.

“Lo más duro es cuando la familia está despierta y uno no”, cuenta. Vive con su esposa y su hija menor de 13 años que estudia en primaria. “Ella me dice que soy como un búho, porque cuando ella se levanta yo me acuesto y cuando se acuesta yo me levanto.”

En la caseta, el silencio empieza a instalarse y el cambio de luz anuncia el inicio de otra larga noche…

El compañero que entrega el turno le pasa también el bastón eléctrico y las llaves. Aunque tiene un arma asignada, solo puede usarla en casos extremos, cuando su vida o la de un residente esté en peligro. La empresa los capacita, pero les recuerda siempre que la prioridad es prevenir, no disparar. En la caseta, el silencio empieza a instalarse y el cambio de luz anuncia el inicio de otra larga noche. Afuera, en el parque, los niños juegan por última vez antes de que los llamen a cenar y adentro, el vigilante se prepara para cuidar la calma de los demás.

“Mi esposa me empacó la comida antes de venir- cuenta-. Hoy me mandó carne con arroz y ensalada. A veces le pone algo dulce porque dice que las noches son largas”. En el microondas calienta su plato y deja el termo con café al lado. Pues sabe que esa bebida será su mejor aliada.

“Una noche un gato se metió por debajo de la puerta y tumbó el termo. Yo pensé que era un ladrón, agarré el radio y la lintern y era el gato lamiendo el piso. Me reí solo, pero el susto fue terrible”

Cuando el reloj marca las seis en punto, la portería se convierte en su mundo. Empieza el movimiento: entran carros, se registran visitantes, saludan residentes. Cada ingreso queda anotado en el libro de control, como si las páginas fueran testigos de todo lo que pasa.

Con el paso de las horas, la unidad se apaga. Las luces de los apartamentos parpadean una a una, los televisores bajan el volumen y la calle queda vacía. Desde su silla, el vigilante observa cómo poco a poco la unidad va quedando en silencio.

De vez en cuando revisa las cámaras del circuito cerrado. “Uno aprende a conocer el lugar solo por los sonidos. Si algo suena distinto, algo pasa”, comenta sin apartar la vista del monitor. En las pantallas, los pasillos lucen tranquilos; solo se mueven los gatos que ya son parte de la rutina nocturna.

En la caseta, el silencio es tan grande que el ruido del radio suena como un recordatorio de que no está solo. “Para quemar tiempo, a veces miro una serie, pero con los audífonos bajito” aclara “Uno no puede distraerse mucho, pero también toca quemar tiempo, las noches son eternas”.

Cerca de las once, un residente recibe un domicilio y al pasar por la portería le dice: “Buenas noches, don Víctor”, Víctor le devuelve el saludo con una sonrisa, sabiendo que para él la noche apenas va por la mitad. “Ellos duermen, pero uno sigue despierto”, dice mientras anota la llegada del domiciliario en el libro de control.

Recuerda también una Navidad en la que le tocó el turno. “A las doce se escuchaban la pólvora, la gente abrazándose, música por todo lado. Yo estaba solo con mi termo de café. Esa noche sí sentí la soledad más fuerte y estuve muy nostálgico.”

A las once de la noche, la unidad queda completamente dormida. Es la hora en que el cuerpo empieza a pedir cama, pero el deber lo obliga a mantenerse despierto. Cada hora, la empresa exige un reporte por radio. “Todo bien, sin novedad”, responde siempre con voz firme.

Entre ronda y ronda, revisa los puntos de marcación. Son quince en total, distribuidos por toda la unidad. “Toca marcarlos cada cuarenta minutos. Es la forma de demostrar que uno sí está trabajando”, explica mientras enciende la linterna. El sonido de este interrumpe el silencio.

Camina por el parque, por los pasillos, por las casas, revisa los carros, los seguros, las rejas. El viento sopla fuerte y mueve las hojas de los arbustos. A veces, los gatos lo acompañan, corriendo de un lado a otro. Cuando regresa a la caseta, calienta otro café. “El tinto no puede faltar, dice sonriendo. Es el único que no lo abandona a uno.”

En las cámaras, todo parece tranquilo. Pero su mente no descansa “Hay noches en que no pasa nada y uno igual termina cansado.”

A eso de la una de la mañana, el sueño golpea más fuerte. Es la hora en que la ciudad parece suspendida De pronto, un ruido lo sobresalta. Se levanta de inmediato, toma la linterna y apunta hacia el sonido. Entre las sombras, algo se mueve rápido, cuando alumbra, descubre a un gato saltando sobre una caneca de basura. Suspira, medio riéndose, “Siempre hay sustos. A veces no es nada, pero uno no puede confiarse”.

Ya más tranquilo, entre las dos y tres de la mañana, se dispone a colocar los avisos de pico y placa en las puertas vehiculares, es parte de la rutina asegurarse de que todo quede listo antes del amanecer. Mientras los pega, vuelve a mirar alrededor, por si acaso.

Poco después llega el supervisor, el vehículo se detiene frente a la portería y pregunta por las novedades. “Todo en orden”, responde él, con la tranquilidad de quien sabe que todo salió bien.

A las cinco de la mañana, el cielo empieza a aclarar. “Cuando veo el amanecer, siento que al fin podré descansar”.

Prepara la minuta final, anota lo que pasó, lo que no pasó, deja todo listo para su compañero. Revisa por última vez las cámaras, guarda la linterna y acomoda el radio sobre la mesa.

Afuera, los primeros residentes salen apresurados, camino al trabajo. Algunos lo saludan con un gesto, otros pasan sin mirar. Finalmente, entrega la dotación, firma la salida y recoge su mochila.

Al salir de la caseta, el aire fresco de la mañana lo golpea suave. Camina hacia su moto, se coloca el casco y enciende el motor. “Yo cuido el sueño de los demás, pero el mío empieza cuando sale el sol”

Uno aprende a conocer el lugar solo por los sonidos. Si algo suena distinto, algo pasa”.

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María Isabel Amador, la mujer que se levanta como el ave Fénix en las calles de Cali.

María Isabel Amador, la mujer que se levanta como el ave Fénix en las calles de Cali.

Un relato que retrata la vida de una mujer que, entre el dolor y la fe, ha hecho de las calles su escenario de resistencia. A través de su historia se revela el rostro oculto de la lucha diaria en una ciudad que pocas veces mira a quienes la sostienen desde la pobreza, pero que aún encuentran en la esperanza una forma de seguir de pie.

Por: Valentina Velásquez

Facultad de Humanidades y Artes

El sol apenas aparece entre las calles de Cali cuando María Isabel Amador, con pasos lentos y dolorosos, acomoda su carrito de dulces en una esquina del sector conocido como Puerto Rellena. Son las seis de la mañana. El aire todavía es fresco, y ella, vestida con una blusa roja desgastada, una sudadera negra que ha perdido el color con los años y unas sandalias viejas empieza su jornada. Toda su ropa se ve igual, uno que otro roto, costuras remendadas y mucho desgaste.

María Isabel es una mujer de piel color canela, aunque dice entre risas que cada día se ve más quemada por el sol. “Yo le digo a mi hija que ya parezco una arepita volteada del sol, morenita, arrugadita y con el pelo ya poquito, pero así me gano la vida y aquí sigo, dándole batalla”, comenta la mujer.

Su rostro está lleno de arrugas profundas, esas que no solo deja el tiempo, sino también la vida dura. Cuando sonríe, se nota que falta uno de sus dientes delanteros, pero su gesto sigue siendo cálido y genuino. Su cabello crespo, corto y con espacios que dejan ver el cuero cabelludo, siempre va recogido con un gancho de plástico. Hay algo en su mirada que mezcla cansancio y dulzura.

Sus manos, curtidas por el trabajo y el tiempo, sujetan con fuerza las bolsas de platanitos, bananas, chicles, bianchis y bombones que le ayudan a sobrevivir. A sus 64 años, Eliza, como muchos la llaman, se mueve con dolor y esperanza. 
“Me levanto, me caigo, vuelvo y me levanto”, suele decir, con una mezcla de resignación y fe. Su historia, marcada por las cicatrices de la vida, es la de una mujer que ha hecho de la lucha su único soporte.

A esa hora, el semáforo aún parpadea entre verde y rojo, y ella aprovecha cada cambio. Cuando el rojo se enciende, se levanta del suelo con esfuerzo y pasa por las primeras filas de carros ofreciendo lo que tiene. A veces sonríe con timidez, otras con picardía. “¿Me colaboras, mi amor? ¿Un dulce, mi reina?”, dice, con una calidez que desarma a cualquiera. Cuando el semáforo cambia a verde, vuelve a su sitio y se recuesta sobre una sábana vieja extendida en el piso, esperando a que lleguen los siguientes carros. Son pocas las personas que se acercan, pero cuando lo hacen, María Isabel los atiende como si fueran amigos de años. Tiene un don natural para la cercanía, una voz suave, y una sonrisa que, pese a todo, nunca se apaga.

A mí me da pesar verla con tanto dolor y con ese nietecito enfermo. Uno ve que ella no se rinde, que trabaja desde que amanece hasta que anochece, y eso a mí me toca el corazón

Tenía apenas 20 años cuando su vida dio un giro definitivo. Un accidente de tránsito, en el que murió su padre y la dejó inválida durante 14 años. “Arrastrándome en el suelo, así pasé esos años”, recuerda la mujer. Ningún médico parecía tener una respuesta para su condición hasta que apareció el doctor Walter, de la Clínica Imbanaco, quien la operó y le devolvió la esperanza de caminar.

Durante siete años pudo andar con normalidad, hasta que una caída lavando el piso de la cocina donde vivía, le dañó la cirugía y el tormento comenzó de nuevo. La segunda operación no tuvo los mismos resultados y, desde entonces, sus dolores se volvieron algo constante. Ahora, mientras el rechazo a la prótesis de su rodilla amenaza con empeorar su situación, María Isabel dice con firmeza que no quiere más cuchillas en su cuerpo. “Ya son demasiadas cirugías”, confiesa.

El reloj marca la una de la tarde. El tráfico ha bajado un poco y el sol golpea fuerte. María Isabel se sienta en el suelo, bajo una sombra improvisada, y saca una lonchera vieja de color rosado, de la que extrae una botella de Coca-Cola llena de aguapanela. A su lado, una refractaria plástica, lleva un poco de arroz y un trozo de salchicha manguera. “Esto me lo regaló una vecina”, comenta.

En los días buenos puede comer así; en los malos, solo le alcanza para un pan y la misma aguapanela. Come despacio, mirando el semáforo que no deja de parpadear frente a ella, esperando para dejar a un lado su comida y pararse a ofrecer su bolsa de dulces.

Su vecina, doña Claudia, la observa a veces desde su ventana. Ella también es una mujer humilde, vendedora ambulante de empanadas, en la galería de Santa Elena, pero cuando puede, le guarda un poco de comida para María Isabel. “A mí me da pesar verla con tanto dolor y con ese nietecito enfermo. Uno ve que ella no se rinde, que trabaja desde que amanece hasta que anochece, y eso a mí me toca el corazón. Yo no tengo mucho, pero de lo poquito que hay en mi casa, siempre le saco algo a doña Eliza. Lo hago de corazón porque se lo merece”, dice doña Claudia.

María Isabel sonríe al escucharla hablar y asiente en silencio. Sabe que esas pequeñas ayudas son un respiro en medio del cansancio de sus días.

Su vida, sin embargo, no solo tiene marcas de dolor físico. También cuida a su hija, quien sufre ataques epilépticos, y a su nieto que ha pasado por ocho cirugías en su pierna debido a un accidente. “Yo velo por ellos”, dice con voz cansada.

El dinero que gana vendiendo dulces y ropa de segunda que le regalan algunas personas no alcanza para cubrir sus gastos principales, como lo es el arriendo en el barrio Santa Elena de $700.000 pesos ni para sostener a su familia. A veces debe pedir ayuda, y aunque dice que es difícil, agradece las manos solidarias que se le tienden. “Hay mucha gente aquí en Cali que me ha ayudado, gracias al Señor Jesucristo”.

A medida que avanza la tarde, entre las tres y las seis, María Isabel sigue su rutina. Cada vez que el semáforo se pone en rojo, se impulsa con las manos y se levanta del suelo, ofreciendo sus productos. Algunas bananas van de los 300 a los 500 pesos, otros paquetes como los plátanos y las galletas pasan de los mil, hasta los cuatro mil.

Los conductores la reconocen, algunos le sonríen, otros bajan el vidrio solo para escucharla decir: “Dios te bendiga, mi rey”. Cuando el sol comienza a esconderse, María Isabel se acomoda el cabello, se limpia el sudor con la manga de la blusa y sigue, paciente, hasta que cae la noche.

Desde el otro lado de la calle, Don Eliseo, el hombre que cuida los carros en un local frente al puesto, la observa a diario. “Esa señora tiene una fuerza que uno no entiende” dice mientras mueve su trapo en el aire y mira hacia los carros. “Llega todos los días antes que yo, con dolor y todo, y no se queja. A veces la veo cuando el sol está pegando duro y ella igual se levanta y saluda a la gente”.

Don Eliseo también cuenta que, cuando no hay mucho movimiento, se acercan a conversar unos minutos. “Ella siempre está pendiente de los demás. Si uno está enfermo o triste, es la primera que pregunta cómo va todo. Es una persona muy amable”.

Su historia también es la de una mujer que toca puertas que rara vez le abren. Ha escrito al Minuto de Dios, a la gobernadora, ha enviado cartas y videos mostrando su situación, pero las respuestas han sido mínimas. “Del Minuto de Dios me respondieron que van a ver de qué manera me pueden ayudar para darme un sitio donde no tenga que pagar arriendo, pero lo veo muy lejano”, cuenta la mujer. Aun así, no pierde la esperanza.

La alcaldía le ha dado en ocasiones paquetes de dulces para surtir su carrito y hasta $200.000 en una ocasión. De ahí, logra ahorrar y comprar para cuando su mercancía se acaba, dice que no tiene que comprar todo de cero, pues no siempre vende todo, entonces a lo largo de las semanas, va completando de sus ahorros o de sus mismas ganancias. María Isabel agradece esas pequeñas ayudas, aunque sabe que no son suficientes para salir adelante.

Antes de llegar a Cali, María Isabel oriunda del municipio La Tebaida, vivió cinco años en un ranchito improvisado a orillas del río, en una invasión. Recuerda ese tiempo con dolor y gratitud, porque, aunque fueron años difíciles la prepararon para ser fuerte. Hoy lucha para no volver a esas condiciones. Además, ayuda a su madre ciega, que vive sola en Zarzal, Valle. “Muchos me ven y piensan que tengo fuerzas, pero las fuerzas que yo tengo son las que Dios me da”, afirma.

Son casi las ocho de la noche cuando el bullicio de Puerto Rellena empieza a desvanecerse. María Isabel recoge con paciencia los dulces que no alcanzó a vender. Sus manos, lentas por el dolor, intentan acomodar las bolsas en el carrito que se ha convertido en su compañero inseparable. Con pasos lentos, lo empuja hasta llegar a la galería donde vive, un lugar humilde que para muchos no significaría nada, pero que para ella es un refugio, una trinchera donde cada noche vuelve a empezar de cero.

Mientras avanza entre calles iluminadas por luces amarillentas, piensa en su hija, en el niño al que cuida, en su madre ciega en Zarzal, y en las fuerzas que deberá encontrar al amanecer para seguir adelante. No hay que mirarla mucho para entender que su lucha es más grande que el espacio reducido de su carrito de dulces. Cada paso suyo habla de resistencia, cada respiración entrecortada revela el precio que ha pagado su cuerpo, y cada mirada hacia el cielo confirma que la fe sigue siendo el motor de su vida. “Si no fuera por Dios, yo ya no estaría aquí”, suele decir, convencida de que en la misericordia divina está la única ayuda que nunca se le ha negado.

En las noches, cuando por fin llega a casa y cierra la puerta detrás de ella, María Isabel siente el peso del día caer sobre sus hombros. El dolor de las manos y la pierna es insoportable, pero al mismo tiempo sabe que sobrevivió otra jornada más. Agradece en silencio, se persigna, y piensa que al día siguiente volverá a empujar su carrito con la misma determinación de siempre. Porque ella, como el ave Fénix que se nombra a sí misma, renace cada mañana entre las cenizas del dolor y la pobreza, aferrada a una sola certeza: que la dignidad también se construye en la calle, en cada gesto de resistencia y en cada intento por darle un futuro distinto a quienes dependen de ella.

Ella siempre está pendiente de los demás. Si uno está enfermo o triste, es la primera que pregunta cómo va todo. Es una persona muy amable”.

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Ritual secreto de la salsa: lo que viven los bailarines antes de salir al escenario

Ritual secreto de la salsa: lo que viven los bailarines antes de salir al escenario

Horas previas al Mundial de Salsa en Cali, los bailarines enfrentan un torbellino de emociones en el camerino: nervios, adrenalina y alegría.

Por: Stephany Chavarro

Facultad de Humanidades y Artes

En la penumbra del camerino, el aire vibra con una mezcla de nervios y adrenalina, como si el ritmo de la salsa se hubiera apoderado del ambiente. Los bailarines ajustan sus trajes relucientes, el brillo del sudor se mezcla con el maquillaje y el eco de los tambores resuena en sus corazones.

Es el momento previo al gran show del Mundial de Salsa, en donde cada paso ensayado durante meses está a punto de enfrentarse al juicio del público caleño, conocido por su exigencia y pasión por el baile. En ese instante , entre respiraciones profundas y miradas de complicidad, nace la magia que transformará el escenario en un huracán de movimiento y emoción.

Dos horas antes de salir al escenario llegan los bailarines para hacer el último ensayo donde deben cambiar pasos de la coreografía ya que no son permitidas algunas acrobacias y giros en la modalidad de Ensambles, se notan los cuerpos tensos y caras de frustración por los cambios repentinos en su rutina.

Bailarines, profesores y acompañantes de los artistas, oran mientras buscan la perfección en su coreografía para luchar por el triunfo que podría estar a unas cuantas horas. Siendo para muchos, como Laura Moreno, el ritual grupal de oración esencial “Junto con el grupo, siempre rezamos y nos da muy buenas energías. Y yo misma también le rezo mucho a Dios para obtener buenas energías”.

Los gritos les regalan esa resistencia y sustento para ignorar el agotamiento físico por los ensayos en horas pasadas, dando paso al ritmo que corre por su cuerpo en ese instante

La academia Fundación Movimiento Rumbero Swing Chiminangos es llamada para hacer el ingreso mientras los chicos aún no están listos, corren a terminar los ajustes de sus trajes para que en pocos minutos salgan a mostrar el resultado de tanto esfuerzo frente a millas de personas. Minutos antes de salir al escenario, Steven Rubio, el bailarín, confiesa una mezcla de nervios y emoción ante la oportunidad de “experimentar algo nuevo”. Aunque los nervios siempre están presentes, para controlar estas emociones se echa la bendición y le pide a Diosito que lo ayude, porque está bailando con Él y para Él. Finalmente, se repite a sí mismo: “Yo puedo, mi grupo puede”, alimentando así su confianza.

Dayana Gonzales opta por otro ritual “Siempre pensar en mí misma y siempre confiar en mí, y siempre tener la mente despejada porque así me ayuda a tener menos nervios”, por último, respira profundo para calmarse.

Todos coinciden en que la preparación se intensifica antes del espectáculo comenta Diego Vargas, “físicamente mi rendimiento tiene que durar el triple a los ensayos y mental es que ya no estamos frente a los padres sino muchas personas de la ciudad de Cali y nos están viendo jurados que son profesionales”.

Laura con un pensamiento similar explica: “En los ensayos uno sabe que lo puede volver a hacer, pero en el escenario tiene que hacerlo una sola vez y bien”.

Al poner pie en el escenario el corazón tarde más rápido, se marcan sonrisas en el rostro de cada uno al saber que por fin llega el momento por el que tanto soñaron, donde para Diego el estar ahí significa “valentía, porque cualquier persona no es capaz de estar acá, les da miedo y se equivocan”.

Buscando dar el cien por cien en los tres minutos de duración que tiene la coreografía, generando euforia en los espectadores del lugar, cumpliendo un sueño para ellos donde refleja esa pasión por el baile y su ciudad. Los gritos les regalan esa resistencia y sustento para ignorar el agotamiento físico por los ensayos en horas pasadas, dando paso al ritmo que corre por su cuerpo en ese instante.

Gotas de sudor caen por sus mejillas, pero con la satisfacción de haber dejado todo en el escenario al bajar de él, abrazos grupales y algunos con lágrimas en sus ojos por lograr vivir ese momento tan gratificante para todos. Corren a la tribuna abrazar a sus familiares quienes los han apoyado en el largo camino que recorrieron anteriormente, la felicidad y el orgullo en sus madres no cabe en el pecho por ver a sus hijos en tan semejante espectáculo.

Los grupos, llenos de expectativas, se reúnen al pie del escenario, inquietos por escuchar los resultados de los ganadores, rezando por alzar ese premio por el cual han trabajado durante meses. Cuando los presentadores anuncian los ganadores de la modalidad Ensamble estilo Caleño —tercer lugar para SALCA, segundo lugar para Fundación artística y deportiva Imperio Juvenil, y primer lugar para Fundación Sondeluz—, un silencio pesado cae sobre aquellos que no escuchan su nombre.

Los rostros de los bailarines de las academias no premiadas se nublan; las sonrisas se desvanecen, reemplazadas por miradas de decepción y lágrimas contenidas. El esfuerzo de meses, ensayos interminables y sacrificios parecen desvanecerse en un instante, dejando un vacío que contrasta con la euforia previa. Algunos se abrazan en silencio, buscando consuelo, mientras otros miran al suelo, procesando la derrota con el corazón aun latiendo al ritmo de la salsa.

A pesar del golpe, la magia del baile permanece intacta. Los bailarines, con el alma aun vibrando por el escenario, saben que la salsa es más que un trofeo: es una forma de vida, un lenguaje que trasciende victorias y derrotas. En sus corazones, el ritmo sigue vivo, y mientras se alejan del escenario, ya sueñan con la próxima oportunidad para brillar bajo las luces de Cali, la capital mundial de la salsa. Cada paso, cada giro, cada lágrima y cada sonrisa los ha transformado, y ese ritual secreto, tejido en sudor y pasión, los seguirá acompañando en su camino.

Aunque los nervios siempre están presentes, para controlar estas emociones se echa la bendición y le pide a Diosito que lo ayude, porque está bailando con Él y para Él.

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Nueva Gata en la ciudad de Cali

Nueva Gata en la ciudad de Cali: una escultura entre la publicidad y el arte

Entre celebraciones se entregó el 27 de agosto, al parque del Gato de Tejada, una nueva gata, ¿Cuál es la opinión de los ciudadanos?

Pors: Valentina Sánchez Mercado

Facultad de Humanidades y Artes

La gata «La muñeca», fue entregada al parque por la conocida Harinera del Valle, como un tributo a la comunidad en la búsqueda de unificar la tradición cultural y el arte, según relata la marca en sus redes sociales.

La nueva gata realizada por los artistas Jesús Antonio Patiño y Alejandro Valencia, busca –como se indica en su ficha técnica – “despertar el niño interior del espectador” a través de “una niña que corre feliz por un campo fértil e idílico”. Todo con el objetivo de recordarle a los lectores el valor de una niñez segura y llena de amor.

la gata es un buen medio para que las empresas aporten a la ciudad, sin embargo, no debe tomarse como un medio de mercadeo

Gracias a la llegada de esta nueva escultura, los caleños expresaron su opinión. Una de las visitantes locales, Mabel Lorena expresó “nos atrajo la mirada, vinimos porque nos dijeron que había una gata nueva, me parece bonita”. Sus palabras acogen la opinión popular de la mayoría de los visitantes.

Otra perspectiva, tal vez un poco más agresivo respecto a la nueva gata la expresan caleños como Gabriel Montejo: “pienso que la gata es un buen medio para que las empresas aporten a la ciudad, sin embargo, no debe tomarse como un medio de mercadeo sino buscando embellecer la ciudad”. 

Aunque los ciudadanos concuerdan en que la gata es bonita y ofrece una novedad al parque, no pueden evitar pensar que el mensaje de la ya nombrada no es tanto uno de evocar el niño interior sino más bien una estrategia de publicidad o ‘ marketing’ , como señala el espectador Richard Romero: “me gusta el estilo de ‘La muñeca’ pero tal vez el que una empresa privada sea la que intervenga podrá tergiversar lo que significan las gatas”.

La gata «La muñeca» parece despertar distintas opiniones dentro de los visitantes. Aunque con un mensaje significativo y una apariencia hermosa, podría tener una intención oculta que, cierta o no, seguirá enviando su particular mensaje a la comunidad por muchos años más.

…me gusta el estilo de ‘La muñeca’, pero tal vez, el que una empresa privada sea la que intervenga, podrá tergiversar lo que significan las gatas.

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De Tabú a arte: La transformación del tatuaje en Cali 

De Tabú a arte: La transformación del tatuaje en Cali 

Por: Nicolas Campo Cardona y Daniel Fernando Cruz Ortega.

Facultad de Humanidades y Artes

 Feloh, tatuando en el estudio.

La cultura de los tatuajes ha sido muy estereotipada, ya que, desde los 90 del siglo pasado, se suelen relacionar con vandalismo y delincuencia. Sin embargo, con el paso del tiempo, han adquirido una nueva identidad, que se vincula con la expresión de sentimientos, pensamientos, gustos o recuerdos. 

Esto ha creado un impacto en la cultura de los tatuajes, por lo que el tabú hacia ellos cada vez es menor, pues los buenos significados –como mensajes y retratos de seres queridos- han logrado hacerlos más comunes. Sin embargo, no sucede lo mismo con todas las personas, que aún siguen valorándolos negativamente. 

Los tatuajes han pasado de ser un símbolo de rebeldía a una forma de expresión artística ampliamente aceptada. 

Felipe Ávila, también conocido como Feloh Black, es tatuador hace más de tres años; relata que empezó a tatuar “porque necesito comer y porque desde pequeño me gusta todo lo relacionado con el arte, de manera que con este trabajo puedo tener mucho material de ilustración y así poder expresar mi arte”. 

También expresa que esta cultura ha evolucionado de tal manera que siente que “cada vez los jóvenes entienden más el concepto y quitan mucho ese estigma y cada vez se vuelve más una forma de expresarse y no como vandalismo y ese tipo de pensamientos de antes”.  Siente que también ayuda mucho a dejar de pensar que un abogado, un médico o un psicólogo no puede tener tatuajes, “porque sí que los tienen bastante, lo cual también ayuda a educar mucho a la sociedad”.  

Para Feloh, cada uno da su significado al tatuaje, una forma de expresarse, de darte una etiqueta a lo que le gusta, sobre quién es, para que la gente sepa por medio de la ilustración qué hay en la piel, la persona que es o los gustos que tiene.  

Una de las muestras sobre cómo ha evolucionada la cultura de los tatuajes en la ciudad fue la creación, hace diez años, de ‘Cali Tatto’, un evento que se realiza anualmente, donde tatuadores de todo el mundo se reúnen. Feloh fue uno de los participantes en la edición 2024 y se dio cuenta de que en Cali hay exponentes del tatuaje muy buenos y siente alegría por el concepto artístico tan alto.  

 

El tatuaje más representativo de Andrés Felipe Campo proviene de la cultura japonesa.

A favor de tatuarse 

Entre las personas que están a favor de los tatuajes -y tiene 12 en su cuerpo- se encuentra Andrés Felipe Campo, quien dice que el más importante es uno que se realizó con dedicatoria para su abuelo. Aunque estos tatuajes también le han traído malas situaciones, pues se ha sentido discriminado y rechazado; sin embargo, esto no ha hecho que se arrepienta de haberse tatuado, pues para él todos tienen una historia. 

Por otro lado, para nadie es un secreto que hay personas a las que le gustan los tatuajes, pero no tienen ninguno, una de ellas es Alison Sánchez, estudiante de licenciatura de idiomas en la Universidad Santiago de Cali; ella dice que no se haría uno en este momento de su vida, ya que debe ser algo con un valor sentimental muy grande. Sin embargo, le llaman la atención los tatuajes, tanto por los diseños como por el significado. 

Voces en contra 

Uno de los aspectos por los cuales los tatuajes son estigmatizados, es por la salud. La médica Lady Johana Campo Restrepo dice que no son recomendables, pues se realizan con tintas procesadas con muchos químicos que pueden traer consecuencias a largo plazo. Entre esas consecuencias están las reacciones alérgicas, alteración en el color de la piel y, en casos graves, inflamación del hígado. 

Sin embargo, no son los únicos daños colaterales que puede causar hacerse un tatuaje, pues las infecciones, con erupción en la piel, secreciones purulentas o con sangrado, también están a la orden del día. 

Entre sus opositores está el funcionario de la Secretaría de Salud, Carlos Adolfo Cruz, quién está en contra de los tatuajes, pues tiene amistades cercanas que se han tatuado y han sufrido infecciones. Añade que, además, al tatuarse “se daña la imagen personal y se lo empieza a como un ñero. 

Collage tatuajes de Andrés Felipe Campo.

Una industria en crecimiento 

Este negocio sigue creciendo cada día, con nuevos artistas y estudios. La aceptación de esta cultura ha permitido que haya más comodidad de expresarse a través de esta forma de arte. Sin contar que con la aceptación de los tatuajes han mejorado la calidad y la seguridad de los procedimientos, lo que han contribuido a la popularidad de los tatuajes en la ciudad. Además, esta cultura ha evolucionado, de ser un símbolo de rebeldía a una forma de expresión artística ampliamente aceptada. 

Cada vez los jóvenes entienden más el concepto y quitan mucho ese estigma y cada vez se vuelve más una forma de expresarse y no como vandalismo y ese tipo de pensamientos de antes”, afirmó Ávila. 

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