La bestia que se tragó a Armero

Por: Olga Behar

Utópicos presenta hoy un capítulo del libro “Oficio de reportero”, ‎cedido por su autor, Jorge Manrique.
Mañana, artículo final sobre el uso y el abuso de la imagen de Omaira, la niña que murió en vivo y en directo.



JORGE MANRIQUE GRISALES

   TOMADO DEL LIBRO OFICIO DE REPORTERO (2015)

Con el geólogo manizaleño Víctor Hernán Cubillos, hoy residenciado en Canadá, reconstruimos la historia de un grupo de estudiantes de la Universidad de Caldas que iba en plan de recoger fósiles cerca de Ibagué y terminó en Armero la noche del 13 de noviembre de 1985.

Foto tomada El Espectador

Mientras esperaba ser rescatado, 48 horas después de la avalancha que borró a Armero, el entonces estudiante de Geología, Víctor Hernán Cubillos, recordó el papel pegado en la cartelera de la Facultad de Geología y Minas de la Universidad de Caldas donde aparecía escrito con marcador azul: “Salida Payandé-Piedras. Noviembre 13 de 1985. Hora: 8 a.m.”

El dato lo apuntó claramente en un cuaderno que llenó de recuerdos días después, cuando se recuperaba de las heridas en el Hospital Universitario de Caldas. Veinticinco años después repasamos con él ese cuaderno de notas. Allí está la historia de 29 estudiantes, un profesor y un conductor a quienes una mala pasada del destino los desvió de su ruta y los puso el 13 de noviembre de 1985 en las entrañas de la tragedia natural más grande que ha sacudido a Colombia.

Allí está la historia de 29 estudiantes, un profesor y un conductor a quienes una mala pasada del destino los desvió de su ruta y los puso el 13 de noviembre de 1985

La salida del grupo de Geología desde Manizales se retrasó dos horas. El profesor Jorge Dorado Galindo estaba terminando un informe de investigación que tenía que dejar listo en la Facultad. A las 10 de la mañana, la buseta de la Universidad de Caldas, conducida por don Evelio García, tomó la carretera al Magdalena (salida a Bogotá). Todos llevaban sus libretas, morrales, herramientas, y $1.150 de viáticos que la Universidad le dio a cada uno con el fin de explorar un yacimiento de fósiles marinos que se encuentra cerca de Ibagué, por la salida a San Luis. La materia: Paleontología I.

Víctor Hernán Cubillos se acomodó en uno de los asientos de la buseta junto a su compañero y amigo de barrio, José Fernando Vallejo Naranjo. Esta sería la última vez que viajarían juntos.

Todos llevaban sus libretas, morrales, herramientas, y $1.150 de viáticos que la Universidad le dio a cada uno con el fin de explorar un yacimiento de fósiles marinos

Fósiles y ceniza en Falan

Un poco apenado por el retraso, el profesor Dorado les propuso a sus estudiantes hacer una escala en el municipio de Falan, Tolima, y realizar allí una primera acometida a las rocas que guardan vestigios de plantas y animales que poblaron la tierra hace millones de años. Todos estuvieron de acuerdo. Después de preguntar por la vía a Falan, lograron meterse por una carretera destapada que los llevó al lugar de los fósiles.

Eran cerca de las cuatro de la tarde. Cubillos dibujaba una hoja fosilizada en su libreta nueva, cuando sobre el papel comenzó a caer ceniza. Varios ya lo habían notado. En el aire también se percibía un leve olor a azufre. “Los objetos que habíamos colocado en el suelo, estaban cubiertos por una capa gris oscura”, se lee en el cuaderno del hoy geólogo residenciado en Ontario, Canadá.

“Muchachos, este volcán va a ser para este lado”, exclamó el profesor Jorge Dorado, luego de bajar de la cima de una pequeña montaña donde recogió algunos fósiles.
De allí en adelante, una serie de eventos fueron llevando al grupo hacia su oscuro destino. Tras retomar el viaje, se desgajó un fuerte aguacero que hizo que don Evelio, el conductor, disminuyera la velocidad. Pasadas las siete de la noche llegaron a Armero. La jornada había sido extenuante y ante la propuesta de don Evelio de pernoctar allí, todos estuvieron de acuerdo. Tenían hambre y ganas de una ducha para quitarse de encima la ceniza.

“Los objetos que habíamos colocado en el suelo, estaban cubiertos por una capa gris oscura”, se lee en el cuaderno del hoy geólogo residenciado en Ontario, Canadá.

Los huéspedes de “La Popular”

El aviso puesto encima de la puerta de una casa de dos pisos en el que se leía “Residencias La Popular” estaba escrito con mayúsculas rojas. Antes de bajar, el profesor Dorado dijo para que todos lo tuvieran presente: “Mañana nos vemos aquí mismo, a las 7:30. ¿Sí?”

En el ambiente, no había nada particular. Esa noche se transmitía por televisión un partido de fútbol. Seguía lloviendo y algunos estudiantes comentaban aún sobre la caída de ceniza de la tarde. “Aunque la sopa de espagueti tenía buen sabor, la carne gorda de las bandejas no estimulaba mucho el apetito”, se lee en otro de los apartes del cuaderno del geólogo.

Eran más de las 10 y 30 de la noche cuando se escuchó una algarabía en el patio del pequeño hotel. Varios estudiantes advertían nuevamente la caída de ceniza, esta vez más gruesa. Algunos, inclusive, pusieron periódicos en el piso con el fin de recoger muestras.

De un momento a otro se fue la luz. Víctor Hernán Cubillos y su amigo José Fernando Vallejo se quedaron con los lápices suspendidos entre los dedos. Estaban organizando las notas de la actividad de la tarde.

“¡Alístense que nos vamos!”

Los gritos de Zulma Cristina Fúquenes Arango pusieron a todos en alerta: “¡Los de Geología, salgan ¡Alístense que nos vamos!… ¡Saquen sus cosas!… La joven golpeaba las puertas de los cuartos buscando desesperadamente al profesor. Cuando lo encontró, éste le preguntó sorprendido qué sucedía. “¡El río se creció!”, respondió Zulma en medio de la oscuridad.

El geólogo Cubillos relata que trató de ponerle lógica al asunto. En la tarde había preguntado en Falan por los ríos que surcan la región. Le habían hablado de El Gualí y El Lagunilla. Con sentido práctico, tomó la decisión de subir al segundo piso para protegerse de una posible inundación. Una vez allí, contempló la posibilidad de subir hasta la terraza misma del hotel, pero las escaleras estaban atestadas de gente. “A lo lejos empezaron a escucharse los gritos de terror de la multitud perseguida por el estruendo atronador de la naturaleza…”, se lee en sus notas.

Estando en la escalera sintió el paso de la bestia descomunal que se desprendió de los glaciares del volcán nevado del Ruíz. “Se sentía el crujir de las vigas y muros, el estallido de vidrios, el ruido de latas aplastadas y el chasquido de árboles cercenados”, escribió.

 “A lo lejos empezaron a escucharse los gritos de terror de la multitud perseguida por el estruendo atronador de la naturaleza…”, se lee en sus notas.

Una balsa de concreto

Una gigantesca ola de barro y escombros se vino encima de quienes estaban en la escalera. Cubillos alcanzó a observar un tubo pegado al techo de la edificación y se aferró de allí con fuerza para resistir la embestida. Todo pasó muy rápido. Sus piernas se quedaron atrapadas y en un esfuerzo desesperado por liberarlas sintió que se desgarraban. Las heridas comenzaron a hacerse sentir. Estaba descalzo y encima sólo llevaba un pantalón corto y una camiseta.

Aferrado del tubo, el estudiante de Geología descubrió un hueco encima de su cabeza. Trepó como pudo y quedó encima de un trozo de la plancha de concreto que una vez coronó las Residencias “La Popular”. Junto con él estaban sus compañeros Helman Duque, Zulma Cristina Fúquenes, Jairo Aristizábal y Jaime Guzmán, así como un hombre joven quien dijo trabajar en Electrotolima.

“Muchachos… Aquí vamos a morir juntos”. Todos comenzaron a rezar…“Rogábamos porque nuestras familias supieran aceptar con fortaleza y resignación la tempranera y definitiva partida…”

Como si fuera una balsa, la avalancha del río Lagunilla arrastró el fragmento de concreto por cerca de seis cuadras. Permanentemente los ocupantes de la extraña nave eran golpeados por las copas de árboles que cedían ante el implacable paso de la espesa y turbulenta corriente. En el dantesco recorrido, los sobrevivientes del pequeño hotel vieron un campero incendiándose y a otro vehículo con las luces aún encendidas tratar de echar reversa, antes de ser consumido por la sopa espesa.

Helman Duque, angustiado, abrazó a sus compañeros: “Muchachos… Aquí vamos a morir juntos”. Todos comenzaron a rezar…“Rogábamos porque nuestras familias supieran aceptar con fortaleza y resignación la tempranera y definitiva partida…”, escribió el geólogo en sus memorias.

Luces extrañas en el cielo

De un momento a otro la balsa se detuvo entre dos árboles. Jaime Guzmán se desmayó. Sus compañeros notaron que tenía una pierna fracturada. Cuando recobró el conocimiento preguntó a sus compañeros por unas extrañas luces en el firmamento. “El cielo estaba como inundado de luciérnagas, repleto de chispitas brillantes intermitentes, aparentemente sin explicación lógica”, aparece en una de las notas del cuaderno del Cubillos.

Más personas se subían a la losa de concreto. Salían como fantasmas del lodo. Al divisar unas luces al final de una calle cerca al cementerio de Armero, los sobrevivientes comenzaron a gritar desesperadamente pidiendo auxilio. Dos linternas los alumbraron. Después de vacilar un momento, Helman Duque se arriesgó y se metió al lodo comprobando que se podía caminar sobre los escombros. “Lo más tenebroso de todo era que cuando uno caminaba, y como yo estaba descalzo, sentía que me paraba en cuerpos humanos… Sentía cabezas… dientes… Pero uno tenía que seguir si quería vivir”, dijo Cubillos 25 años después en un diálogo por Skype, desde Ontario.

El barrio “Morro liso”, conocido como la zona de tolerancia de Armero, quedó en pie. Allí atracó la balsa errante de concreto. Por más que quiso reconstruir la trayectoria de aquella noche en sucesivas visitas a Armero, Cubillos no logró descifrar el mapa instalado en su memoria que unía a las Residencias “La Popular” con aquella empinada calle del cementerio, donde algunas personas caritativas les ofrecieron a los estudiantes aguapanela y pan alrededor de una fogata.

 “Lo más tenebroso de todo era que cuando uno caminaba, y como yo estaba descalzo, sentía que me paraba en cuerpos humanos… Sentía cabezas… dientes… Pero uno tenía que seguir si quería vivir”, dijo Cubillos 25 años después.

Los fantasmas del amanecer

“Víctor, ¿Por qué no canta?”, dijo de pronto Jaime Guzmán, reconociendo la afición de su compañero por las baladas. “Recuerdo que canté Un beso y una flor, de Nino Bravo. Era una forma de combatir el miedo y romper el hielo entre los que estábamos alrededor del fuego”, recordó Cubillos.

Fue un amanecer lleno de llanto, aullidos de perros, mugidos del ganado atrapado en el lodo. El asunto se puso más tenebroso con la luz del día. Los sobrevivientes se vieron cubiertos por una costra de lodo por la que se filtraba la sangre de las heridas. “Algunos parecían cadáveres vivientes a quienes ya no les quedaban alientos ni siquiera para quejarse… Cuerpos desvencijados con sus esqueletos rotos, tirados en los andenes. Monstruosos desprendimientos de piel, caras desfiguradas, laceraciones profundas, llagas en carne viva…”, relata Cubillos en su cuaderno.

Con sus piernas heridas y minado por la espera de ser rescatado en alguno de los helicópteros, Víctor Hernán Cubillos tuvo que esperar 48 horas antes de ser trasladado primero a Lérida, luego a Girardot, de allí a Bogotá y ochos días después a su añorada Manizales, donde tuvo que ser internado en el Hospital Universitario de Caldas, pues presentaba principios de gangrena. Tuvo 15 días para llenar ese cuaderno que 25 años repasó en una tierra lejana, donde en noviembre comienza a sentirse el invierno.

 “Algunos parecían cadáveres vivientes a quienes ya no les quedaban alientos ni siquiera para quejarse…”relata Cubillos

Impunidad contra la Justicia

Cerramos esta serie con el análisis del profesor de la Universidad Nacional, historiador, doctor en sociología y autor de numerosos libros y artículos académicos sobre la violencia en Colombia, Carlos Miguel Ortiz, que www.utopicos.com.co extrajo de su intervención en el Congreso Nacional de Historia, recientemente realizado en Bogotá (versión editada por Olga Behar).


Por: Olga Behar 

Directora www.utopicos.com.co

No voy a hablar del centenar de víctimas de esas 27 horas. Recientemente, he desarrollado mi análisis centrado solamente las víctimas de los desaparecidos, con un profundo respeto hacia esas 13 víctimas y una gran admiración por esa lucha titánica, por ya 30 años, que están librando los familiares, que todavía esperan la entrega y recuperación de los cadáveres, sin que el Estado responda hasta hoy a esa angustia, de no poder hacer el duelo como lo pudieron hacer con el resto de cadáveres de ese centenar de víctimas.

¿Hubo o no hubo un golpe de Estado, como lo ha planteado la periodista y escritora Olga Behar? Yo no voy a entrar en la controversia en este momento, pero pese a lo insólito de esa falta de control del presidente en esa época, quiero recordar que de todos modos desde años atrás venía habiendo un empoderamiento demasiado grande de los militares.

No es que ese día, como cosa rara, los militares tuvieran el control; justamente se relaciona con inscribir esos hechos en un proceso histórico, mirar la correlación de fuerzas que lo antecede. Primero, estábamos en la anterior Constitución, la de 1886, que en su artículo 121 estableció el Estado de Sitio, que dio lugar a que se pusiera en paréntesis todo el resto de la Constitución, todas las garantías, el equilibrio de los tres poderes, todo lo clásico de la tradición francesa en las democracias. Se ponían en paréntesis por arte de magia.

La Comisión de la Verdad que rindió informe en el 2010 sobre estos hechos, al hablar del contexto, explicó cómo antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán se había utilizado el estado de sitio. Pero, desde 1948 hasta la Constitución del 91 se volvió rutinario y esquemático el Estado de Sitio. La justicia penal militar se encargaba de juzgar a civiles cuando eran ‘sospechosos’ -que se refería a tener relación con grupos armados- y los delitos que no tenían que ver con combate, como que alguien se disfrazara de civil y desapareciera a otro. Cuando se trataba de militares y policías, podían ser conocidos y juzgados por la justicia penal militar, cuando organismos como la corte insistían en que esos delitos no podían procesarse por los mismos militares, eso era un absurdo absoluto y se dio gracias al Estado de Sitio.

A finales del 77, hubo una presión de los militares muy fuerte: presentaron un proyecto que era el germen del futuro Estatuto de Seguridad, que el Presidente Alfonso López Michelsen no firmó. Entonces, se lo pasaron al presidente siguiente Turbay Ayala, que sí lo firmó. Fue el decreto 193 del 5 de septiembre de 1978, el Estatuto de Seguridad, que reunía todas estas joyas que acabo de mencionar. De esa manera, se hicieron muchísimas detenciones a los que se veían sospechosos de nexos con el M-19, a raíz del robo de 5.700 armas del Cantón Norte (en la noche de año nuevo).

El mismo primero de enero de 1979, empezó una cacería de brujas tremenda a la sombra de este decreto; 3.043 personas fueron detenidas de esta forma a partir de ese día. Incluso, los miembros del gabinete ni siquiera pudieron ir al consejo de ministros porque estaban en vacaciones, y el consejo fue el 10 de enero, o sea que durante esos 10 días detuvieron a muchísimos de ellos y luego hicieron la legalización por parte del consejo de ministros.

Los militares, empoderados en el sector judicial como si fueran jueces, dejaron por el suelo la división de los tres poderes, clásica de la tradición francesa. Desde el 79 todo no solo se daba esto, también una pelea muy dura por parte de la insurgencia. El M-19 entre agosto de 1984 y junio del 1985, cuando se rompió la tregua, estaba en tregua pero hacia ataques y en algunos de esos campamentos, no solo estuvieron conversando de paz. Fueron tremendos los ataques del otro lado en pleno proceso de paz, como contra el campamento de Yarumales, después del atentado en Cali, en una la cafetería, donde perdió una pierna Antonio Navarro Wolff.

Era una tregua armada de lado y lado, y era muy tensionante, porque además, el gobierno se vio un poco arrinconado -desde Turbay- por el apoyo popular hacia la guerrilla, que crecía. Muchas acciones del M-19 hicieron crecer el apoyo popular; la revista Semana hablaba de que el 75% de la gente quería que se hiciera un diálogo que se fuera por las formulaciones de paz y no solo por pacificación a la fuerza ,que era el planteamiento de Turbay, presionado por los militares.

Esta presión es muy importante tenerla en cuenta porque ellos ya tenían mucho control desde el gobierno de Turbay Ayala y continuaron con ese referente en el gobierno de Belisario. Entonces se daba un problema, porque Belisario tenía la intención de cambiar en 180 grados la política de Turbay, de pacificación a la fuerza, pero los militares no entraban en eso y en una entrevista que le hizo la Comisión de la Verdad a Betancur él dijo: Me faltó pedagogía, porque yo quise llegar de una vez a imponerles ese cambio a los militares y ellos me lo rechazaron totalmente y por debajo de cuerda me sabotearon lo que yo estaba haciendo.

Incluso lo hacían públicamente; el general Fernando Landazábal Reyes dio declaraciones (a la periodista Margarita Vidal, que fueron publicadas por la revista Cromos) y el presidente lo destituyó en enero de 1984. Posteriormente, el General Miguel Vega Uribe llegó a ese ministerio.

La frase “salvamos la democracia, maestro” es ya clásica, la dijo a los periodistas el coronel Luis Alfonso Plazas Vega (durante el operativo de retoma del Palacio, el 6 de noviembre). Recibió la sentencia condenatoria de la juez tercera penal de Bogotá, a 30 años de prisión, por desaparición forzada que él, obviamente, no ha querido aceptar. Después fue al Tribunal Superior de Bogotá, que ratificó la sentencia, y la llevó a la Sala de Casación de la Corte Suprema de Justicia, que en este momento todavía no se ha pronunciado.

Después de los hechos del Palacio de Justicia hemos sido testigos de cómo en el proceso de la justicia sobre esos hechos se siguió dando esa presión tan tremenda de los militares, lo que dificultaba que se lograra efectivamente justicia y la dificultad persiste hasta el día de hoy. Los procesos los ha tomado la justicia penal militar paralelamente a la justicia ordinaria, tratando de suplantar sus atribuciones.

Y hasta ahora, la justicia penal militar no ha condenado a uno solo; la ordinaria sí. Entonces se presenta un conflicto de intereses que, además, el Estado no sabe manejar. La presión de los militares ha sido muy fuerte en el proceso de justicia, a lo que yo me refiero es a la dimensión de esa desaparición forzada. Esto es de conocimiento público porque ya están las sentencias, tanto de la juez tercera penal como de la 51, como del Tribunal Superior de Bogotá que ratificó las sentencias anteriores en 2012 y como la Comisión de la Verdad, en su informe del 2010. E inclusive en el Consejo de Estado, con sentencias de 1994 y de 1997, hay una abundante jurisprudencia que aporta al problema tremendo de la desaparición de estas personas, pero que todavía dejan una cantidad de vacíos y desamparadas a las familias de los 13 desaparecidos.

Salvo dos casos, no entregan los cadáveres y eso porque quienes saben en dónde están no quieren hablar, porque continúan pataleando en sus recursos hasta lograr que los declaren inocentes, y si llegan a decir donde están, obviamente se auto declararían culpables.

Esa es la terrible tragedia de los familiares, vamos a ver si con la justicia transicional de la que se habla, que cobijará a los militares que digan la verdad, estos quiebran ese orgullo y ese espíritu de cuerpo -en el que los unos están tapando a los otros- y logran por fin los familiares, o algunos de ellos, que les digan dónde están los cadáveres, que es su principal angustia.

En el inicio del proceso, las desapariciones forzadas que se conocieron fueron de 12 personas, pero después se sumó la desaparición forzada con ejecución extrajudicial del magistrado auxiliar del Consejo de Estado, Carlos Horacio Urán Rojas, de nacionalidad uruguaya, esposo de nuestra colega de historia, Ana María Bidegaín, sobre el cual posiblemente recayeron no se sabe todavía qué tipo de torturas y una ejecución extraña, porque aparece con un tiro de gracia muy cerquita del cuerpo, pero lo hacen aparecer como víctima sumaria entre los incinerados o muertos a bala, con unos cambios en la posición misma del cadáver que incluso Medicina Legal, en su acta, dijo que estaba en una posición que no correspondía a los impactos que él tenia.

Es decir, que hay muchas pruebas de que hubo ejecución extrajudicial, pero ese cadáver lo lograron encontrar rápido porque fue hallado en la morgue y precisamente estaba en la sección de guerrilleros, a pesar de que él era magistrado del Consejo de Estado. Todo eso hace pensar que lo tuvieron como sospechoso para sacarle información, pensando en que, al ser uruguayo, dado que el M1-9 había tenido en sus inicios unos contactos con los tupamaros, antes de surgir como organización a raíz del fraude de las elecciones de Rojas Pinilla y Pastrana, que es cuando se conoce oficialmente el M-19.

Pero a Carlos Horacio Urán, que era de unos grupos de teología de la liberación, lo mismo que Ana María, los militares lo relacionaban –equivocadamente- con esos antecedentes, lo que posiblemente explique por qué estaba en la sesión de los guerrilleros.

Todas las evidencias que conoce después la Fiscalía, que terminan en las sentencias de las jueces tercera y 51, son por desaparición forzada de estas 13 personas y por torturas a tres que sobrevivieron pues, para el momento de los fallos judiciales, de esos desaparecidos solo se recuperaron el cadáver de Urán, ahí mismo en la morgue, y 16 años después, en 2001, el cadáver de Ana Rosa Castiblanco ,que era asistente de cocina de la cafetería, que se encontró en una fosa común del Cementerio del Sur.
Entre los que quedan pendientes, está el de la guerrillera Irma Franco.

Es la única persona que desde el principio, por pruebas, incluso en los mismos tribunales militares han tenido que decir que fue desaparecida, pero respecto a los otros, siempre han negado la desaparición forzada. Elloseran 3 visitantes y 7 empleados de la cafetería, personas inocentes, que no eran cuadros del M-19 y sin embargo parecen que fueron torturadas, lo que explica la desaparición forzada por sospecha, porque ese día, de las casi 400 personas que había, 94 murieron.

Entre quienes estaban en el Palacio, murieron 11 magistrados de la Corte Suprema de Justicia y de los 35 guerrilleros (25 hombres y 10 mujeres) solos se sabe con certeza de dos mujeres, Clara Elena Enciso, que apareció viva y la otra, Irma Franco, de quien siempre se ha reconocido que fue desaparecida.

Ese día, los que salían pasaban a la Casa de Florero y de allí a locaciones militares como la Escuela de Caballería; esta estuvo encargada de sacar información, además que unos 15 días antes, el M-19 había hecho un atentado en el que salió herido el comandante del ejército, el general Rafael Samudio Molina. Entonces, estaba todo enfocado contra ellos, a sacar la máxima información posible y a obtenerla mediante tortura, algo que tampoco es insólito, que venía dándose como una práctica sistemática para obtener información, ante la precariedad de la Inteligencia, que era mucho más débil que hoy, que está dotada de avances informáticos. Por eso, esa falencia se reemplazaba muchas veces por la técnica de la tortura


Ese fue el papel de la Escuela de Caballería y del coronel Plazas Vega, como su director, porque hubo testigos que declararon, como un suboficial, Bernardo Garzón y el cabo Edgar Villamizar Espinel, quienes se retractaron 15 años después, pero los jueces, muy sabiamente, dijeron: no, esa es la declaración que tomamos, la que fue hecha en caliente; en la retractada se nota que fue manejada después, posiblemente por estos personajes del ejército.

En ultimas, las condenas fundamentalmente fueron apenas dos de la justicia ordinaria; la justicia penal militar dijo quehabía una sola desaparición y tortura, pero el argumento fue que no había pruebas contra nadie específicamente; por lo tanto, determinaron cesación de procedimiento contra el jefe de la operación de Inteligencia en la Casa del Florero, coronel Edilberto Sánchez Rubiano, que hasta el día de hoy está libre porque la justicia ordinaria tampoco lo ha condenado.

La otra condena de la justicia ordinaria fue contra el comandante de la retoma, el general Jesús Armando Arias Cabrales a 35 años (confirmada ya por la Corte Suprema de Justicia), y al coronel Plazas Vega a 30 años (actualmente en casación en la Corte). El día que condenaron al coronel Plazas, el propio comandante del ejército, Alejandro Navas, se pronunció públicamente en contra de una declaración de un juez que tiene que ser respetada por todos los miembros del Estado, y dijo, a nombre de las Fuerzas Militares “el coronel Plazas es nuestro héroe”, él no es ningún culpable, es nuestro héroe”, es increíble que haya dado esa declaración pública por los medios de comunicación.

Finalmente, y con el objetivo de que el público pueda profundizar sobre los diversos elementos, hay algunos documentos. En principal es el informe de la Comisión de la Verdad que fue integrada por la Corte Suprema de Justicia, avalado por las altas cortes en Colombia. Ese es un informe muy importante, que llega hasta un punto, tiene temas de interpretación o de hechos que aún están pendientes; uno de ellos, el relacionado con la desaparición forzada en Palacio y un pronunciamiento más firme frente al hecho de las desapariciones. Pero es un documento central y es el referente más importante. En él hay algo que no está en discusión, la responsabilidad del M-19, cuál era la intencionalidad de esta organización y cuáles fueron las dinámicas de sus desaciertos. Sobre eso hay especulaciones e interpretaciones, algunos califican que fue una acción mercenaria, financiada por el narcotráfico para la destrucción de unos expedientes.

Desde adentro del M-19, se han encontrado dos aproximaciones, unos dicen que hubo un error técnico y que a si ese búnker del Palacio de Justicia hubieran entrado con todo el armamento, el ejército no hubiera ingresado y se hubiera dado la negociación y evitado el holocausto. Otra interpretación es que hubo una falla de diseño político, un planteamiento político desmesurado, completamente innegociable, que no podría tener ningún otro desenlace que el trágico. El hecho cierto es que este desacierto ocasionado por el M-19 no solo tuvo repercusiones dolorosas en el Palacio sino también efectos muy graves en la historia siguiente en el país.

Por otro lado, se arguye que la retoma fue una operación planeada, consentida, que fue retirada la guardia, la vigilancia policial y todo tipo de custodia del Palacio para permitir la entrada del M-19. Por eso, los tanques llegaron desde el Cantón Norte como en un cuarto de hora, y en esa lógica fue que se desarrolló la gran tragedia, porque hubo una determinación política militar.

Otras razones que se argumentan proponen que era una retaliación por las afrentas del M-19 a las Fuerzas Armadas, por acciones como el robo de las armas en el Cantón Norte, pero el hecho cierto y contundente es que hubo una planeación sistemática de la operación de retoma, el M-19 fue descubierto totalmente y fue ‘ayudado’ a que se tomara el Palacio de Justicia. Eso concluye la Comisión de la Verdad.

Además, la Comisión contrasta el tratamiento de la toma del M-19, la de la Embajada Dominicana y la del Palacio de Justicia. Siendo Turbay el presidente de la fuerza, hubo un cuidado enorme y un control directo del jefe del Estado para la protección de los rehenes, porque eran diplomáticos de distintos países.

En cambio, en la segunda no importaron para nada los rehenes, habiendo entre ellos integrantes de las altas Cortes. La Comisión de la Verdad se atreve a decir que los militares querían cobrarles también a los jueces sus posiciones, porque el propio presidente de la Corte, Alfonso Reyes Echandía, siempre fue muy claro en sus tesis contra esta interpretación del artículo 121, de que los militares podían juzgar a civiles, porque había unas condenas del Consejo de Estado respecto a casos específicos y porque había pronunciamientos de jueces latinoamericanos sobre desapariciones anteriores. Desde el 82 también se había dado la desaparición de 13 personas, en su mayoría jóvenes estudiantes, por un crimen que se atribuyó al Movimiento Autodefensa Obrera; también en el 84 la desaparición forzada de Luis Eduardo Lalinde, del EPL, en Antioquia. Entonces los jueces empezaban a denunciar y la Comisión de la Verdad anota que había un resentimiento de los militares frente al poder judicial.

Sobre la responsabilidad de los más altos representantes del gobierno, en el 86, el procurador Carlos Jiménez Gómez denunció al Presidente Betancur y al ministro de defensa Vega Uribe, ante su juez natural, la Comisión de Acusaciones, que los absolvió, argumentando que el presidente no ordenó las desapariciones ni la retoma siquiera. Por eso, 30 años después, no hay una sola sentencia ejecutoriada.

LOS HILOS DEL PODER EN LA RETOMA DEL PALACIO DE JUSTICIA.

Directora www.utopicos.com.co

Los episodios fueron dramáticos y, en buena parte, la manera cómo reaccionó el gobierno civil de Belisario Betancur correspondió a la sensación de inercia y desconcierto, que fue hábilmente aprovechada por quienes terminaron al mando del timonel del Estado.

Empecemos por la censura a los medios de comunicación electrónicos, al ordenar suspender todas las informaciones sobre lo que estaba ocurriendo en el Palacio de Justicia y dar instrucciones para que, en su lugar, se transmitiera un partido de fútbol.

Sobre ese tema, cuya principal responsable es la dirigente conservadora Noemí Sanín–en ese momento ministra de comunicaciones- he reflexionado mucho y he vivido diferentes situaciones emocionales a lo largo de estos 30 años. Mi primera reacción fue de mucha rabia, al ver cómo una ministra del ‘gobierno de la paz’, una mujer a quien conocíamos como decente, demócrata, se atrevía a dar esa orden a los medios de comunicación. Después de mucho dolor, porque eso pudo haber cambiado parte de los acontecimientos -si esas voces se hubieran escuchado de pronto algo hubiera diferente podido suceder-, he pasado a la compasión frente a lo que hizo Noemí Sanín.

Hoy creo que Belisario y muchos de sus ministros no supieron entender qué era lo que estaba pasando ni la dimensión de los hechos. En el fondo, tal vez ellos no se imaginaban que en 27 horas todo iba a terminar; supongo que pensaron -como muchos en el país lo hicimos cuando supimos de la acción, así como lo creyó el M-19-, que iba a ser otra especie de toma de la Embajada Dominicana, que durante sesenta días o más, se negociaría una salida incruenta y que, finalmente, todos estarían a salvo.

Compasión porque creo que esa sombra ha perseguido a Noemí Sanín hasta hoy; siempre ha surgido este tema cuando ha sido candidata, cuando ha aspirado a alguna posición pública. La verdad es que ella, hasta ahora, no se ha arrepentido; esperemos que algún día acuda a la Comisión de la Verdad y diga que se equivocó, que diga: no debí haber censurado a los medios porque defiendo los postulados de la democracia.

Otro conflicto relevante desde entonces, que no ha sido aclarado 30 años después, es el que se origina en la pregunta de ¿Cuál era el poder real que tenía Belisario Betancur en el país? ¿Tenía la capacidad de maniobra para parar el aparato militar dirigido por el general Miguel Vega Uribe (ministro de la defensa), quien –considero- terminó siendo el presidente de Facto de un gobierno militar no declarado?
¿Qué pasó al interior del gobierno el 6 y 7 de noviembre de 1985? Este debate, al que se suman muchos otros colombianos, generó hace unos años la publicación de un libro, ‘Ni Golpe de Estado ni Vacío de Poder’, de Jaime Castro, ministro de gobierno cuando sucedieron los hechos del Palacio. Según Castro, no hubo lo uno ni lo otro y Belisario siempre estuvo al mando.

Existe, pues, la tesis de que en esos terribles días se produjo un vacío de poder, que como el presidente no sabía muy bien qué hacer y todos estaban desconcertados ante la afrenta a la democracia del grupo insurgente -que quería tomarse el manejo del Estado después de juzgar al Presidente de la República-, el gobierno quedó paralizado, de tal manera que los militares optaron por tomar control y llenar temporalmente ese vacío. Y que como lo que sabían hacer era la guerra, entonces la hicieron.

La teoría que siempre he postulado y defendido es la de un golpe de Estado no declarado, que siguió a la que el Director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación, Camilo González Posso, ha llamado “dictadura civil” de los meses –o años- anteriores, desarrollada en un ejercicio mixto de poder desencadenado a raíz de la aplicación de teorías de la Guerra Fría –como la Doctrina de la Seguridad Nacional-, enseñadas a los militares con precisión por los norteamericanos en la Escuela de las Américas, y facilitadas por el permanente Estado de Sitio que rigió en Colombia durante casi todos los períodos de los mandatos precedentes a los hechos del Palacio de Justicia.

Según este análisis, las Fuerzas Armadas, encabezadas por el Ministro de Defensa, General Miguel Vega Uribe, se apoderaron del gobierno hasta que la toma se resolvió de una manera cruenta, y ya después Belisario recobró el mando (con un discurso desafortunado en la noche del ocho de noviembre en el que asumió toda la responsabilidad sobre la retoma).

Hay otras versiones, como la del coronel Alfonso Plazas Vega, hoy condenado a 30 años de prisión, quien en su momento formuló la frase más irónica de todas las dichas en esas horas, “salvando la democracia, maestro”.

Es decir que, desglosando lo expuesto por Plazas, si había que aniquilar a quienes se encontraran en el edificio para que el andamiaje democrático no se cayera, era preferible hacerlo que ‘arriesgar’ la democracia. Curiosa tesis.

¿Pero, realmente, hasta dónde tenía el mando Belisario? Los hechos indican que el papel jugado por él fue altamente deficiente. No de otra manera se explica que, retornada la calma, los militares pudieran apoderarse de la escena de los hechos, mover, lavar, eliminar pruebas, manipular cadáveres, reingresar al interior los cuerpos inertes de quienes habían sido vistos salir con vida (como al magistrado auxiliar de la Corte, Carlos Urán) y torturar a los detenidos al interior de los batallones.

Según reporte del periódico El Tiempo 22 de octubre de 2015,  “Aunque el ministro de Justicia de la época, Enrique Parejo, solicitó el 7 de noviembre de ese año a la directora Seccional de Instrucción Criminal que enviara un equipo de jueces para que iniciara la investigación, las autoridades militares no les permitieron entrar al Palacio. Solo pudieron documentar que, contra todos los protocolos de investigación criminal, los soldados estaban barriendo el piso del edificio”.

¿De qué grosor era la venda del Presidente de la República, que no vio ni escuchó nada? Sentí que la tenía bien puesta para tapar sus ojos cuando, un mes después, lo visité en el Palacio de Nariño. Durante las semanas que siguieron a la retoma, al desenlace fatal de los hechos del Palacio de Justicia, hubo un ejercicio de persecución implacable contra periodistas, escritores, defensores de derechos humanos y artistas, muchos de los cuales perdieron sus puestos de trabajo o los acosaron, llevándolos a una especie de desplazamiento interno. Otra docena de colegas –entre quienes me incluyo, luego del allanamiento ordenado por el ministro de la defensa a mi apartamento- fuimos forzados al exilio.

Mi abogado, Gustavo Gallón Giraldo (fundador de la Comisión Colombiana de Juristas) y yo pudimos deducir que la orden para buscar armas pudo tener un objetivo más radical: desaparecerme, capturarme o matarme. Como estaba fuera de la ciudad, no pudieron conseguir su objetivo. Un centenar de periodistas firmaron una carta de rechazo a estos hechos y se reunieron con el presidente Betancur. Al día siguiente, cuando Belisario me recibió, junto con mi madre y mi abogado, yo solicité unas mínimas garantías para los académicos, intelectuales y defensores. Fue cuando Belisario me dijo que había podido interceder por mí “en esta ocasión, pero no habrá una segunda vez. No puedo hacer nada por ninguno de Ustedes. No puedo ofrecerles las garantías que Usted me pide”.

Si esto lo dijo el Presidente de la República, el comandante en jefe de las Fuerzas Militares, cabe la pregunta: ¿era él quien gobernaba? 
El general Vega, pues, continuaba al mando y solo se reinstauró el poder para los civiles, con la connivencia de las Fuerzas Armadas para que el statu quo no se modificara, el 7 de agosto de 1986, con un gobierno (Virgilio Barco) que es suficientemente conocido por los colombianos y por la comunidad internacional, como el periodo en el que el narcotráfico se fortaleció, el paramilitarismo se profesionalizó y se configuró la masacre contra movimientos, como la Unión Patriótica, y representantes de derechos humanos a lo largo y ancho del país.

Ese golpe de Estado no declarado nos permite cuestionar hoy por qué el presidente Belisario Betancur no tuvo la entereza dedenunciarlo y renunciar. Si así hubiera ocurrido, es probable que los líderes de gobiernos extranjeros, que la propia ONU, no hubieran permitido el desenlace que hoy, 30 años después, seguimos lamentando.

Eso fue lo que desencadenó la moderna y contemporánea violencia que todavía nos tiene en este momento negociando un proceso de desmovilización, que no será el único y tampoco será la solución a los problemas del conflicto colombiano. Pero, indudablemente, los hechos del Palacio de Justicia, la toma de poder militar no declarada y la inercia del presidente y su gobierno, cambiaron todo el fenómeno de la violencia en Colombia. Parodiando a Antanas Mockus, a partir de este episodio, se impuso el “todo vale” y eso es lo que nos tiene hoy en donde estamos.

Se rumora que Belisario Betancur escribió un documento que solo podrá ser revelado después de su muerte. Él mismo ha desmentido esta versión. Muchos colombianos anhelamos que solo sea un elemento distractor y que algún día, esté o no Belisario, los colombianos podamos conocer, de sus propias palabras, lo que realmente vivió en esos dramáticos meses.

Holocausto del Palacio de Justicia 30 años.

Holocausto del Palacio de Justicia 30 años

Autor: Olga Behar.

Facultad de Humanidades y Artes

Camilo González Posso es el presidente de Indepaz (Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz) y Director del Centro de Memoria, Paz y Reconciliación. Hace unas semanas compartimos una conversación, en uno de los eventos del Congreso Nacional de Historia. Fue la oportunidad para cumplir con el propósito de contextualizar los hechos del Palacio de Justicia. Estas fueron algunas de las reflexiones de González Posso:

Pretendía el M-19 que los acontecimientos evolucionaran de tal forma que ante su toma ocurriera algo parecido a lo de la embajada de Republica Dominicana, que se presentara una crisis, que se hiciera un manejo de los rehenes y propaganda. No sabemos, pero es probable que el diseño no fuera llegar hasta sentar al Presidente de la República en un juicio, sino que fuera una operación militar simbólica y pro publicidad. Sin embargo, los acontecimientos se presentaron de otra manera y a la toma violenta siguió la retoma con todas sus consecuencias.

“Hacer un recuento sobre antecedentes de gran trascendencia no justifican, pero si nos pueden dar algunos elementos para explicarlos. La justificación que dio el M-19 en la proclama (llamada por ellos Demanda Armada), en el alegato que presentó en el momento de la toma del Palacio de Justicia fue la de hacer un juicio por Traición a la Patria al presidente de la República por haber desconocido o traicionado los acuerdos que se habían firmado para buscar la paz de Colombia. 

Con ese proceso de buscar una solución política negociada al conflicto armado (durante el gobierno de Belisario) comenzó un ciclo largo que se ha prolongado hasta hoy. Al momento de la posesión del nuevo gobierno de Betancur se venía de un periodo de una crisis institucional muy fuerte, eran las consecuencias o los desarrollos de la crisis del Frente Nacional, llegando al punto del establecimiento en Colombia de lo que podría denominarse un régimen de dictadura civil. 

Eso fue parte de la discusión en esa época y la fase que siguió a la terminación formal del acuerdo bipartidista, porque de hecho, siguió un régimen político que no se acomodaba a los nuevos tiempos, una institucionalidad que hizo que incluso los voceros más representativos del poder político en Colombia, como Alfonso López Michelsen, dijeran “institucionalización o catástrofe” y reconocieran una profunda crisis de las instituciones y una suplantación de la promesa de una democracia representativa por los regímenes de Estado de Sitio permanente. 

Pero además con una circunstancia muy particular, porque los años 70 estuvieron muy marcados por la revolución sandinista: una guerrilla, después de la revolución cubana, por primera vez en el continente comanda una gran insurrección popular y derrota un ejército y esto se hace en un momento de gran crisis de las políticas de seguridad de los Estados Unidos y después del colapso de la derrota en Vietnam. Eso se expresa en Colombia como un asentamiento de todos los mecanismos autoritarios y de políticas contra insurgentes, un Estado de Sitio permanente, una dictadura civil institucionalizada y una política contrainsurgente que ya venía desde los años 60. 

Ese contexto dio lugar al fortalecimiento de los movimientos guerrilleros en Colombia; se podría decir que durante el Frente Nacional las guerrillas prácticamente desaparecieron, no hubo una amenaza guerrillera, hubo más contrainsurgencia que insurgencia en Colombia, el ELN fue desmantelado, el EPL también, las FARC se replegaron a una política de autodefensa y otras consideraciones tácticas del Partido Comunista. 

La guerrilla, durante los años 60 y una parte de los 70 fue un fenómeno marginal de amenaza militar, pero muy real desde el punto de vista de las doctrinas contrainsurgentes que dominaban el panorama político. Pero entonces, estos acontecimientos que marcaron la situación suramericana y centroamericana, y de manera particular en Colombia, se reflejan con otras circunstancias, no solamente en un gran acenso de la lucha política sino en una composición y desarrollo de los movimientos guerrilleros. 

Novedad en el escenario de la insurgencia fue el M-19, que irrumpió con tanta fuerza y tanta expectativa. Primero, porque surgió como una guerrilla urbana y en segundo lugar, porque por primera vez desde la izquierda, un movimiento guerrillero asume la bandera de la democracia. En el discurso marxista de los años 60 y 70, democracia era la dictadura de una clase y hacer la convocatoria a una insubordinación y rebelión en nombre de la democracia no tenía mucho sentido, pero ese es un elemento muy importante, acompañado de otras cuestiones, le da una proyección urbana supremamente grande, una realidad mucho más política que militar al M-19 

De modo que cuando se inicia el gobierno de Betancur, ya se habían hecho muchas acciones muy imaginativas por parte del M-19, de mucho impacto, como el robo de las armas en el Cantón Norte (en la madrugada del primero de enero de 1979), como también la toma de la Embajada de Republica Dominicana, en 1980. Tuvieron un movimiento tan vigoroso que, en pocos años, toda su dirección fue metida a la cárcel; era muy particular, porque su mayor tribuna política no fueron en ese periodo las armas, sino los procesos penales, los tribunales militares. 

Entonces, cuando Betancur llega al gobierno, asume una política muy decidida de paz, propone una amnistía distinta a la que había propuesto Turbay a finales de su gobierno. La de Belisario fue redactada por Gilberto Vieira y Gerardo Molina, de manera muy amplia, no incondicional, porque se planteó que no beneficiaría a responsables de ejecuciones fuera de combate ni asesinatos a personas civiles y una serie de restricciones, pero fue supremamente amplia. 

Con esta amnistía, salió la cúpula del M-19 de la cárcel. En un principio plantearon una desconfianza frente a la política de Betancur, de modo que cuando Betancur plantea la posibilidad del diálogo, primero concreta ese dialogo con las FARC, y se firman los acuerdos de la Uribe, y luego concreta con el M-19 y el EPL, dando un escenario distinto al de la Uribe que se llamó el “Diálogo Nacional”. 
La diferencia entre los dos era que el acuerdo de la Uribe era para la paz, con un itinerario que era así: Se hace un cese bilateral al fuego, se va democratizando el país, emerge un movimiento político (que fue la Unión Patriótica) y en la medida en que se va democratizando y ascendiendo la política desde la iniciativa de las FARC, se va disminuyendo la estructura militar que pasa a autodefensas, a milicias, y luego se disuelve, tiene una mutación gradual en un proceso de desmovilización. 

En cambio, con el M-19 lo que se hizo fue un acuerdo del gobierno nacional para mirar las condiciones y ofertas que se hacían desde el régimen, las posibilidades de transformación democrática, y sobre esa base si plantearse una posibilidad de tránsito a la desarticulación del movimiento guerrillero. Fueron dos planteamientos diferentes. 

Estos diálogos se dieron en el Congreso de la República y en otras partes del congreso del país sobre multiplicidad de temas, hubo un colectivo muy grande de personas y una iniciativa política muy fuerte del M-19, con campamentos de paz en las ciudades y algunos incidentes emblemáticos, como lo fueron los avatares en la convocatoria del Congreso de Los Robles en el Cauca (febrero de 1985) y en esa zona se desarrolló uno de los enfrentamientos más críticos en ese periodo, que fue un poco antes, en Yarumales (en diciembre de 1984), con bombardeos y una batalla campal impresionante, que es digna de todos los análisis militares y el proceso, a su vez, que desató la tregua tuvo todo tipo de inconvenientes 

En el Congreso de Los Robles, el M-19 discute el camino a seguir y lo que define es que la posibilidad de que el Diálogo Nacional desemboque en un acuerdo de paz está lejana y decide una estrategia de acciones militares, de ofensiva militar, principalmente sobre las ciudades. Eso evoluciona rápidamente hacia la ruptura, el planteamiento que hace el M-19 señalaba que el gobierno de Betancur había atacado el campamento en Yarumales, había roto la tregua, había sucedido el atentado a Antonio Navarro Wolff (en mayo del 85), el asesinato de varios dirigentes del M-19 

Todo ese acumulado lleva a la decisión de anunciar la ruptura del diálogo por parte del M-19 y luego la determinación de hacerle un juicio al régimen. Por eso, toman la decisión de una operación transcendental, que es tomarse el Palacio de Justicia y pedirle a la Corte Suprema de Justicia que cite al presidente, lo juzgue y de esa manera promover una condena al presidente. 

Pretendía el M-19 que los acontecimientos evolucionaran de tal forma que ante su toma ocurriera algo parecido a lo de la embajada de Republica Dominicana, que se presentara una crisis, que se hiciera un manejo de los rehenes y propaganda. No sabemos, pero es probable que el diseño no fuera llegar hasta sentar al presidente de la República en un juicio, sino que fuera una operación militar simbólica y pro publicidad. Sin embargo, los acontecimientos se presentaron de otra manera y a la toma violenta siguió la retoma con todas sus consecuencias. 

 

Todo ese acumulado lleva a la decisión de anunciar la ruptura del diálogo por parte del M-19 y luego la determinación de hacerle un juicio al régimen.

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30 AÑOS DEL PALACIO DE JUSTICIA

Por Olga Behar
Directora de www.utopicos.com.co

A partir de hoy, y durante toda la semana, Utópicos.com.co publicará varios artículos sobre cómo diversos colombianos vivieron este terrible acontecimiento.

Iniciamos esta serie con una crónica inédita, escrita por Luz Helena Sánchez Gómez, médica de la Universidad Nacional, amiga del magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Horacio Urán, muerto al final de la retoma del Palacio.

Mi Palacio de Justicia. 

Por: Luz Helena Sánchez Gómez*

Médica de la Universidad Nacional, amiga del magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Horacio Urán, muerto al final de la retoma del Palacio

Anoche leí la noticia de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano por la desaparición de 13 personas en la “retoma” del Palacio de Justicia y por la ejecución extrajudicial del magistrado Carlos Horacio Urán, mi amigo.

Primero vino Tacueyó a la memoria herida.

En el principio no fue la palabra. En el principio no fue la luz. En el principio fue una masacre, una tira de tacos de dinamita, un bombazo.

Era un soleado medio día en la sabana que se veía verde y diamantina desde el avión en que llegaba de Neiva, de dictar una conferencia sobre la familia y las relaciones de poder entre varones y mujeres. La noche anterior nos fuimos con los profesores de la Universidad a tomar unas cervezas y, tal vez, alguna tomó unos guaros de más. Recuerdo que nos sirvieron un asado y conversamos, reímos, discutimos y nos abrazamos en la despedida. Nunca nos volvimos a encontrar.

El día 6 había salido del Club La Montaña, de la Universidad Javeriana, de un evento sobre salud primaria. En alguna parte tengo guardada una foto mía haciendo una intervención.

El Palacio de Justicia en Llamas

En el mismo momento en que dicen que el EME se tomó el Palacio, yo salía de la ciudad. Me dijeron después que frente a mi casa, por la Quinta, los tanques Urutú pasaron quince minutos después. Debieron haber salido del Cantón Norte y tendrían que haberse tomado al menos una hora.

Nadie sabía nada. En Neiva nadie sabía nada. Mientras empezaba el drama, nosotros permanecíamos en la ignorancia.

Nadie habló de nada diferente a los gracejos, propios entre gente que se tiene afecto y, claro, continuamos el debate y la confrontación de ideas.

Era la noche del 6 de noviembre de 1985. Nunca puedo recordar el día de la semana.

Al día siguiente llegué afanosa, abrí la puerta de mi casa y sentí un vacío que no puedo explicar hoy todavía.

— ¿Qué está pasando, Ligia? ─le pregunté a la chica que me ayudaba en esos tiempos. Respondió que no había nadie, que todos me esperaban en casa de la señora Ana María. No pregunté nada. No me adelantó nada.

Solo se veía algo apurada. Con unos ojazos que me miraban como advirtiendo sin palabras.

Subí, me di un duchazo, me cambié la ropa calentana a sabanera, para estar a tono.

Caminé presurosa hacia el norte, hacia la casa de Ana María, Carlos Horacio y las niñas.

Abajo, a la entrada del edificio que había sido de los Lloreda, el Edificio Manizales, vi a Germán Castro Caycedo y a un señor que fumaba sin parar. Apenas nos hicimos un gesto con la mano.

Me anuncié por el citófono. Subí al quinto piso y vi una sala llena de gente. No sé quien, no sé cómo, tal vez mi esposo, Francisco José, me dijo que se habían tomado el Palacio de Justicia. SE TOMARON EL PALACIO DE JUSTICIA Y CARLOS HORACIO ESTÁ ADENTRO. Bum.

Así como sonaron las bombas de Pablo y sus amigos y enemigos en los años siguientes.

Bum.

Así mismo recibí la noticia del asesinato de Héctor Abad y de Leonardo Posada, de Guillermo Cano, de Silvia Duzán, de Elsa y Mario, de…

Entonces es verdad.
Iba a suceder. Sucedió.
Las fuerzas del orden, que decimos aquí, lo sabían.
El Palacio había tenido protección especial porque había indicios de un plan del M-19. Ese día, el día de la toma, Carlos le había dicho a Ana María, cuando lo dejó antes de irse a la Universidad:
—Retiraron la guardia, hoy se toman el Palacio. Nos dejaron sin protección.
En fin, a borbotones me contaron de qué se trataba. Yo no entendía nada. Solo que, a medida que pasaba el día, había más gente en esa casa y más caras largas y una tensión sin nombre, como cuando se espera lo peor pero nadie quiere darle nombres.
Para entendernos, era el segundo día de la toma.
Fernando Gómez Agudelo, el señor que fumaba sin parar, tenía un radio Citizen Band y con él podíamos escuchar las comunicaciones de generales que se llamaban entre sí “Peón”, “Paladín”, o algo así.

A media mañana -o algo así-, escuchamos por el Citizen Band de Fernando que el presidente Betancur le había pedido al Dr. Carlos Martínez director de la Cruz Roja Colombiana, que se desplazara al Palacio de Justicia con un mensaje. Estábamos abajo, en la calle, Fernando fumaba sin parar.

Escuchamos cómo los militares le pidieron que esperara un poco para asegurarle la entrada. Mentira. Algunos minutos después se escuchó un tremendo estruendo. Era la arremetida final contra el baño donde, se supone, estaban varios de los magistrados y algunos de los guerrilleros. Dicen que Carlos Horacio estaba ahí y de ahí salió vivo. Ahora me explico: tal vez allí, en alguna ventana, se hizo unas cortadas pequeñas en varios de sus dedos de la mano derecha.
Unas horas después, al día siguiente, cuando trataba de memorizar su cadáver en el pequeño “cuarto de los guerrilleros”, en Medicina Legal, vi esos dedos, tal vez tres, untados de una grasa negra. Cuando me incliné un poco, solo un poco, dizque para no llamar la atención, el rubio ese con bata blanca de médico se dirigió a mí y me dijo:
—Eso se lo hizo con una granada el hijo de puta guerrillero.
Ni lo miré. Solo miré, y muy bien, el cuerpo que estaba a su lado. Era uno de los jefes del comando guerrillero. Después de rendir testimonios en la Fiscalía olvidé su nombre.

Pero no nos adelantemos a los hechos.

Esa noche, la del día siete, justo antes de que comenzara el Noticiero de las 7, que dirigía Juan Guillermo Ríos, salí presurosa, sin contarle a nadie. Arrimé a mi casa, me puse la bata blanca de médica y me colgué un estetoscopio al cuello. Iba en Misión Médica, según mis cálculos. Iba para Medicina Legal a buscar el cadáver de Carlos Horacio.

Pasé la entrada sin que me preguntaran nada, quién era ni para dónde iba. Actuaba como Pedro por su casa. Siempre había sido así. Mi viejo y querido lugar de prácticas, donde pasé más tiempo del que mandaba el currículo para aprender un poco más.
A alguna de las señoras de servicios generales le pregunté por el maestro Egon Lichtenberger, el director y mi viejo profesor de Patología. Lo encontré en su oficina.

—En qué le puedo servir, doctorra ─con sus erres pronunciadas de alemán colombianizado.
—Es que vengo a buscar a un amigo que estaba en el Palacio. Es un abogado. Es magistrado. Es el Doctor Carlos Urán.
Hizo llamar a una médica forense que resultó ser una vieja colega de la Universidad Nacional, la Dra. Alarcón. Le ordenó que me ayudara en la búsqueda y que me permitiera buscarlo donde yo quisiera. Ángela me llevó a las salas donde siempre practicábamos las necropsias. Aún no comenzaban las tareas. Solo había cadáveres, más de los que yo podía o quería contar, en las bandejas, en las cubetas, en las neveras. Abrí una a una las puertas de las neveras: nada, aquí no hay nada. Nada era Carlos. Nada era lo que sentía en el estómago. Una ira y un dolor contenidos que me parecía iban a estallar. Calma Luz H. Tú aquí no vas a hacer un show.

Una segunda vuelta por las salas, las bandejas, las cubetas, las neveras. Nada. No encontré NADA.
Fui de nuevo a la oficina del director y le dije que no encontré NADA. Prometí volver al día siguiente. El Dr. Egon me respondió con serenidad y sin apuro:
—Como quierra, doctorra.

Regresé a casa de Ana María, Carlos Horacio y las niñas. Les conté que había estado en Medicina Legal y no había encontrado a Carlos. Supe después que Germán y Fernando se habían ido a los hospitales. Eso dijo German en un reportaje, no sé.

Ana María y no sé quién más habían visto el noticiero de la noche, el de las 7, de Ríos, donde también trabajaban María Luisa Mejía y Hernando Corral. Ella me dijo que vio salir vivo y cojeando a Carlos Horacio.

—Carlos está vivo, lo vi salir por la puerta del Palacio.
No respondí nada y me fui a descansar. El día 8 salté de la cama como a las seis. Mi esposo me pidió que descansara un rato más. Le dije:
—Me voy para Medicina Legal, a buscar a Carlos.
—Pero si Ana María lo vio saliendo vivo ─me respondió él.
—No importa. Voy para Medicina Legal.
—Yo te acompaño ─me dijo.

Me duché en un santiamén y salimos para allá.

Nuevamente busqué al Profe Egon. Estaba en el parqueadero, una especie de patio con una gran puerta como de garaje, por donde entraban los carros mortuorios a recoger los restos después de los procedimientos médico legales.
Hasta allí llegué y, mientras más andaba, más extraña era la escena. Cantidades de personas que no eran del lugar, todas en bata blanca. Todas expectantes. Todas a cargo del lugar.

—Busco a mi amigo el magistrado Carlos Urán ─le dije al Profe Egon, de nuevo, después de saludarlo.
Le pidió a un médico joven, cuyo nombre nunca supe, que me acompañara al “cuartico”. Esta vez no me digirió a la morgue propiamente. Al lugar donde había estado la noche anterior.

El joven galeno, solícito, me tomó del brazo y me dijo:
—Doctora, tenga cuidado, que dicen que ése es el “cuarto de los guerrilleros”. Doctora, tenga cuidado, que no son todos los que están.

Le expliqué a Francisco José que yo iba a entrar primero y que luego entraba él. Así fue.

Ingresé a este pequeño cuarto, al que nunca había visto en uso. Era un espacio pequeño. A mano izquierda entrando, colocadas perpendicular a la pared lateral y oriental, estaban alineadas CINCO camillas o cubetas donde se colocaban los cuerpos en preparación para las mesas de la morgue, con el fin de practicar las necropsias. Despacio, muy despacio, recorrí cada uno de los cuerpos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco, cuatro, tres, dos, uno. Carlos Horacio es el segundo, y también es el cuarto. Depende desde dónde se cuenten los cuerpos.

¿Y por qué está tan pálido, tan blanco, tan limpio? ¿Por qué se ve emaciado, por qué se ve tan álgido?

Dolor en su rostro y también serenidad. Qué blancura. Todos blancos. Limpios. Inmaculadamente lavados, limpiados y tal vez maquillados. Ni un rastro de sangre, ni de mugre. Ni un moretón, un golpe, una herida, nada de tierra, hollín, nada de ropa. Nada de nada. Todo tan limpio.
Voy hasta la pared del frente del pequeño cuarto y me repito el recorrido, tomando nota de los dos cuerpos contra la pared entrando a mano derecha. En forma paralela a la pared, dos cuerpos más. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete.

Reconocí a la Doctora Fanny González, con quien había tenido trato en Manizales en eventos académicos. Hacia los pies de ella, hacia la puerta, al Doctor Manuel Gaona. En la mitad, un pequeño sendero de menos de un metro y medio por donde fui, una vez más, hacia la pared contra la cual se recostaba el cabrón de bata blanca. El que me dijo lo de la granada. Repetí el recorrido en el sentido contrario. Quería grabarme todo. Quería que mi memoria fuera como una Polaroid de esas de auto revelado. Quería que ese momento eterno no terminara. Quería morir de desesperación y sabía que no haría ni una mueca. Ni haría una pregunta. Ni expresaría nada. NADA era lo que tenía adentro de mí.
La nada. El horror. El sin sentido.

Más temprano en la mañana, mientras el Dr. Egon daba algunas órdenes, llegó un furgón inmenso de color plateado que brillaba a la luz del sol mañanero. Dijeron que ahí venía el Doctor Reyes Echandía. Abrieron sus puertas de par en par y se podían ver bolsas de polietileno transparente apiladas. Muchas bolsas de polietileno apiladas, o unas al lado de las otras. Los auxiliares de Medicina Legal empezaron a sacar bolsas una a una en las mismas cubetas de aluminio de siempre, primero en cubetas individuales, después más de dos en una, es que no había cubetas para tantas bolsas.

—Ese es el Doctor Reyes Echandía ─dijo uno de los operarios.
—Y ¿cómo sabe? ─le pregunté yo.
—Por el reloj.
—¿Cuál reloj?
—Pues el reloj que tenía el presidente de la Corte y por el cual lo reconocieron desde el comienzo.

Cuento bolsas y miro a las ventanas del segundo piso, creo que estaban pintadas de rosa. O tal vez eran rosa los delantales que tenían, de esos que usan los médicos, pero rosa. Veo rostros descompuestos de las secretarias, de las mujeres de servicios generales. Mudos y pálidos. Miro varias veces, tratando de fijar la escena en mi mente y pienso: Quién fuera cineasta para filmar esta historia.

No le pierdo la cuenta a las bolsas. De pronto siento que me voy a caer al piso y sé que no puedo hacer este show aquí. Llego a cuarenta y cuatro y paro de contar y de mirar. Miro al cielo y les pido a los ancestros que me informen que esto no está pasando. Que yo no soy yo. Que esto no es posible.
Volvamos a lo del cuarto.

Salgo del cuarto este, “el de los guerrilleros”. A la salida me espera mi esposo. Lo tomo de la mano y le digo en voz muy baja:
—Entra con cuidado, que el cabrón que está ahí es uno de ellos.
— ¿De quiénes?, me pregunta Francisco.
—Pues de ellos, de los que lo mataron.

Me pregunta si reconocí a Carlos y le digo que no. Es verdad, no estaba segura. No quería estar segura. Entra, y a los minutos sale, desencajado, y me dice, al oído casi:
—… es el segundo entrando a mano izquierda.
—No sé -le respondo.
Como sea, le pregunto al Dr. Egon si ya se han practicado las dactiloscopias y le digo en voz muy alta, para que todo el mundo escuche:
—Dr. Egon, el Procurador Jiménez Gómez está buscando al magistrado Urán y está tratando de comunicarse con usted.
— ¿Y encontró a su amigo, doctora?
—No estoy segura -le respondo.
— ¿Cómo? ¿No es, pues, su amigo?
—Sí, pero no estoy segura.
— ¿Cuál es el nombre completo de su amigo? -me pregunta él. Le respondo:
—Carlos Urán.
—Sí, pero ¿el segundo apellido?
—NO SÉ.
— ¿Cómo, no es su amigo?
—Sí, pero no sé cuál es su segundo apellido.
—Hombre, llame a ver y pregunte por el Doctor Carlos Urán -le dice al cabrón ése de bata blanca, que ahora está junto al teléfono en la pequeña caseta donde se apostaban los celadores. El cabrón marca un número y pregunta por Carlos Urán. Algo le dicen al otro lado y él replica:
—Sí, Carlos Horacio Urán Rojas.

¡Mierda!, pienso yo.

El hombre se voltea y le dice al Dr. Egon que no, que las dactiloscopias no se han practicado aun.. Miente. Mintió. ¿Cómo hizo para saber el nombre completo, si la dactiloscopia no estaba lista? Pensé que el hombre trataba de ganar tiempo, no sé para qué.

Salí como alma que lleva el diablo a casa de Ana María. Eran las 11 de la mañana o algo así. Ella llegaba de una sesión con el General Nelson Mejía Henao, Procurador de las Fuerzas Armadas. Con él vio de nuevo el video donde aparece Carlos vivo y cojeando mientras está saliendo del Palacio. Cuando abrió la puerta me dijo:

—No era Carlos.

Solo atiné a preguntarle:

— ¿Carlos tiene alguna señal particular en el cuerpo?

—Sí ─me dijo ella─. U¬na cicatriz de operación de apéndice al lado derecho─, y se señaló. Es Carlos, me digo para mis adentros.
—Mi padre tiene un turupe entre ceja y ceja, así como el mío─ me señala Anahí, la hija mayor. Es Carlos, me repito.
—Bueno ¿quién puede volver conmigo a Medicina Legal? Alguien de la familia.
—Que te acompañe Víctor.

Salimos Víctor, Gloria Isabel Ocampo y yo rumbo a Medicina Legal. Nadie pronuncia una palabra. Afuera nos parqueamos y le pido a Víctor que entre él solo. Nosotras nos quedamos conversando, nerviosamente, todo el tiempo que el primo de Carlos tarda en los procedimientos de reconocimiento y firma de documentos. Sale impertérrito y nos dice:
—Es Carlos. Está muerto

Primicia para Utópicos.com.co

Fotografía tomada de semana.com. Villa de Leyva, diciembre 11 de 2014

Edición: Constanza Vieira@constanzavieira

*Sobre la autora:

Luz Helena Sánchez Gómez
Médica de la Universidad Nacional (1977), tiene un título de Harvard en salud pública (1980).
Hizo su rural en patología y ciencias forenses. Luego adelantó una pasantía de más de un año en Medicina Legal porque quería ver cómo se hacían los reconocimientos de las mujeres violadas.
Feminista, es cofundadora de la Casa de la Mujer en Bogotá.

Segunda entrega.

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