Cuando el cuerpo tiembla, pero el alma no se rinde
En medio del duelo y del Párkinson, Aura Cecilia Londoño encontró en una caminata terapéutica la manera de reconciliarse con su cuerpo y su dolor.
Por: Adriana Lucia Cabezas
Facultad de Humanidades y Artes
El temblor de sus manos parecía llevar la carga de toda una vida. Su cabeza no dejaba de moverse, como si cada sacudida fuera un intento de escapar del dolor que habita en su alma. Aura Cecilia Londoño, a pesar de cargar una tristeza infinita, la herida reciente de haber perdido a su único hijo y de estar luchando contra una enfermedad que ha padecido desde niña, esa mañana, cada paso se convirtió en un acto de resistencia, su manera de decirle al Párkinson que no sería más fuerte que ella.
La mañana empezaba con calma, el sol iluminaba con suavidad el punto de encuentro, el clima era perfecto, a las nueve en punto, las primeras personas empezaban a reunirse en el parque al frente de la Clínica Fundación Valle del Lili en la sede del Limonar. De repente apareció Cecilia, caminaba muy despacio, se apoyaba de un bastón, vestida con una sudadera gris oscura, una camiseta gris, unas lentes de sol y aunque no se podía percibir una simple vista, también estaba vestida de fuerza.
Andaba acompañada por Amparo su amiga de la infancia, su perrito Lucas y sus sobrinos Miguel y Beatriz, todos unidos por un mismo propósito, que Cecilia se sintiera más tranquila y acompañada.
Unos minutos después de que Cecilia llegara, le entregaron una camiseta, representante del evento, que decía “tercera caminata, muévete por el Párkinson”, con ayuda de su sobrina Beatriz se puso la camiseta.
A las nueve y veinte de la mañana, antes de iniciar la caminata, los participantes se organizaron para hacer el calentamiento.
La fisioterapeuta Lady Joana Lucio, especialista en neurorrehabilitación, dirigía los ejercicios de calentamiento “Vamos a mover las articulaciones con suavidad. Recuerden que el hígado maneja las emociones fuertes. Hoy liberamos tensión, soltamos el cuerpo, dejamos que el alma se mueva”, decía, mientras todos seguían sus instrucciones.
Cecilia se integró al grupo e intentaba seguir cada movimiento, a pesar de los temblores intensos en sus manos, movimientos incontrolables de su cabeza, que parecían intensificarse, no se rindió, hizo cada estiramiento con paciencia y esfuerzo.
Acompañarla requiere paciencia y amor. Verla hoy en este evento, me llena de orgullo…
Cuando comenzó la caminata, Cecilia decidió no usar su bastón, dijo, “quiero sentir que todavía puedo hacerlo”. Los primeros pasos fueron inseguros, a un lado la sostenía su sobrino, al otro un estudiante de fisioterapia, la ayudaban a mantener el equilibrio.
Su sobrina Beatriz la observaba con ternura. “Acompañarla requiere paciencia y amor. Verla hoy en este evento, me llena de orgullo”.
Miguel, con la voz baja, agregó: “Ella está pasando por un momento muy difícil y en estos momentos está en una crisis, pero no se rinde”.
Poco a poco, el vaivén incontrolable de su cabeza empezó a suavizarse y el temblor de sus manos se volvió menos cruel.
La caminata no solo le daba equilibrio físico, también le regalaba calma. Cada paso era una pequeña victoria, Cecilia se liberaba por un momento de la tormenta que la consume desde que perdió lo más amado, a su hijo, a quien ni siquiera pudo despedir.
Su amiga Amparo, comentó “esa pérdida la dejó muy mal, la tiene alterada, cuando su hijo murió, él se encontraba fuera del país, por su condición no pudo viajar y desde que llegaron las cenizas del hijo a la iglesia de San Antonio, ella no volvió a ser la misma”.
El dolor de esa pérdida había empeorado sus síntomas. La enfermedad, que la acompañaba desde niña, parecía ensañarse con ella tras el duelo. Pero en ese recorrido, Cecilia recuperó la tranquilidad. Cada paso era un triunfo íntimo, invisible para muchos, pero gigantesco para ella.
“Las emociones influyen directamente en el Párkinson. Las emociones fuertes intensifican los temblores. Pero la compañía, el amor y la tranquilidad ayudan a estabilizar. Es como si el cuerpo responde a la esperanza”, afirmó Lady Lucio.
A mitad del trayecto, Cecilia comentó que se sentía adolorida, le dolían mucho las piernas y brazos; pero no se iba a dar por vencida.
Miguel recordó que esto se debía a que Cecilia había tenido dos operaciones por algunas caídas que había sufrido.
Al notar su cansancio, Miguel le susurró: “Vamos, tía, ya casi llega”.
Ella apretó su mano, respiró profundo y dijo: “No voy a darme por vencida, a pesar del dolor”.
Miguel, su sobrino, captura con orgullo el momento en que Cecilia camina junto a las estudiantes de fisioterapia.
Entre aplausos y lágrimas, Cecilia recibe la medalla al finalizar la caminata. Es el símbolo de una victoria silenciosa: la del alma que no se rinde, incluso cuando el cuerpo tiembla.
Cecilia seguía caminando. Aunque los movimientos involuntarios no desaparecieron, ya no la dominaban. Su cuerpo parecía agradecer cada paso, cada aplauso, cada palabra de aliento.
Estando a punto de llegar a la meta Cecilia mencionó que se sentía muy tranquila, que la paz y serenidad que la invasión en ese momento era indescriptible.
Faltando unos cuantos metros para llegar a la meta, Miguel agarró su celular para tomarle algunas fotos y grabar el proceso de Cecilia, se sintió muy orgulloso de su tía; la llenaba de elogios y la animaba para que diera sus últimos pasos.
Al sentir como sus sobrinos estaban tan orgullosos y emocionados por ella, esto le dio un mayor impulso para llegar a la meta.
Los aplausos llenaron el parque cuando Cecilia cruzó la meta. Sus ojos se inundaron de lágrimas, en su rostro se podía percibir la felicidad que invadía su cuerpo, a cualquiera que veía le transmitía una ternura indescriptible.
Le colgaron una medalla verde sobre el pecho. “Sentí una paz… como si todo se calmara dentro de mí”, dijo, con la voz temblorosa pero firme.
Sus sobrinos, Lucas y Cecilia se tomaron más y más fotos.
Al final, mientras un grupo de adultos mayores bailaba tango, Cecilia observaba en silencio. Ya no temblaba tanto. Sus movimientos eran más suaves, casi imperceptibles.
Después de la presentación de tango, a Cecilia la invadió un silencio profundo y pareció que por un momento se perdía en sus propios pensamientos.
Sus sobrinos y su mejor amiga comentaban que están en busca de alguien que le brinde acompañamiento a Cecilia, Amparo mencionó que “El único compañero de ella es Lucas, aunque el trato de estar con ella 24/7 a veces es complicado, ella necesita mucho acompañamiento” .
Esa tarde, Cecilia regresó a su casa en el barrio San Antonio, acompañada por Amparo, sus sobrinos y su perrito Lucas. Llevaba puesta la camiseta blanca del evento y la medalla sobre su pecho. Aunque el párkinson le robe el control, y el duelo la sacuda, Cecilia sigue caminando, paso a paso, temblor a temblor.
Y con cada paso, demuestra que el alma puede ser más fuerte que el cuerpo.
“
Sus ojos se inundaron de lágrimas, en su rostro se podía percibir la felicidad que invadía su cuerpo, a cualquiera que veía le transmitía una ternura indescriptible” .

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