“Lucu, el pulpo que abraza al
Pacífico con sus tambores”

Andrés Lucumí, percusionista de Canalón de Timbiquí, en el marco del Petronio Álvarez 2025.

Por: Marycarmen Oliveros y Lizeth Dayana Rojas

Facultad de Humanidades y Artes

En el corazón vibrante del Petronio Álvarez, entre el olor a encocado y el eco de la marimba, aparece Andrés Lucumí o “Lucu”  aunque también conocido como  “el Pulpo” para quienes han visto sus manos multiplicarse sobre los tambores. Está a punto de subir al escenario con Canalón de Timbiquí, pero antes se sienta a conversar, con esa calma de quien sabe que su música ya habla por él.

“Queríamos aprender más de las músicas tradicionales, de la cultura, del alma del Pacífico. Ella nos escuchó y propuso crear una escuela”

“Mis inicios fueron en el colegio”, dice con una sonrisa. “Ahí nos enseñaron sobre las regiones de Colombia y yo me enamoré del Pacífico. No solo de su música, también de sus comidas, sus bebidas, sus historias”. Ese flechazo lo marcó desde el año 2000 y nunca más dejó de latir al ritmo del litoral.

La maestra Nidia Góngora, figura emblemática de la tradición,  se convirtió en un pilar importante “Ella fue mi directora, mi amiga y mi maestra. Nos dio las bases para entender que la música del Pacífico no es solo un sonido, es un sentimiento. Con ella aprendí a tocar con el corazón a valorar la cultura que hay detrás de cada instrumento”.

Además, junto a unos amigos, tocó la puerta de la maestra Nidia Góngora. “Queríamos aprender más de las músicas tradicionales, de la cultura, del alma del Pacífico. Ella nos escuchó y propuso crear una escuela”.

Así nació la Fundación Escuela Canalón. “Primero fueron talleres para nosotros, después abrimos las puertas a los niños de la comuna 15, especialmente del barrio Ciudad Córdoba. Hoy, muchos de esos jóvenes son músicos profesionales. Yo mismo pasé de alumno a profesor y ahora soy percusionista de Canalón de Timbiquí”.

Su misión va más allá de los aplausos. Trabajan para que niños y jóvenes de Cali, Palmira, Jamundí y municipios cercanos aprendan qué es un cununo, una marimba o un bombo… y, sobre todo, que comprendan que la música del Pacífico no se limita a interpretarse, se vive, es alegría, hermandad y unión.

Cuando se le pregunta qué siente en el escenario, Andrés se detiene, respira y responde con honestidad: “Siempre hay un poco de pánico escénico… pero también una emoción inmensa. Ver a la gente corear nuestras canciones, bailar y conectarse con la música, hace que uno toque con más fuerza, con más amor. Si la gente está arriba y alegre, yo también lo estoy”.

 Ser el único caleño de la agrupación es para él un orgullo, no una barrera. “La gente a veces me pregunta si soy de Timbiquí, y yo les digo que no… pero que el Pacífico me adoptó. Absorbí sus tradiciones y ahora las llevo por el mundo”.

Sus tambores ya han viajado por el mundo. Europa, Estados Unidos y otros rincones han sido testigos de esa mezcla de tradición y pasión que carga en cada presentación. “Queremos que la música del Pacífico se escuche en todas partes, incluso en la China o la Conchinchina. Es nuestra misión, nuestro orgullo”.

El bullicio del festival lo llama. Lucu se despide con una sonrisa, se acomoda sus tambores y sube al escenario. Un instante después, la marimba rompe el silencio, el cununo responde y sus manos rápidas como tentáculos envuelven al público en un abrazo sonoro que late como el corazón del Pacífico.

Siempre hay un poco de pánico escénico… pero también una emoción inmensa. Ver a la gente corear nuestras canciones, bailar y conectarse con la música, hace que uno toque con más fuerza, con más amor. Si la gente está arriba y alegre, yo también lo estoy”.

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