El lenguaje del amor   

Autoras: Valentina Martínez Ome|María Camila Pineda.

Facultad de Humanidades y Artes

Una familia sordomuda desafía las barreras lingüísticas con afecto, ingenio y determinación. 

“En la primaria, mi mamá acostumbraba a preguntarles a los maestros sobre mi rendimiento académico; un día, una de las docentes, al ver las señas que realizaba, la miró de manera despectiva y la ignoró. Mi madre reaccionó articulando una grosería, lo que hizo que ella y el resto del salón se burlaran”.

Cuando solo tenía 5 años de edad, Claudia Londoño Meneses estaba sentada en la sala de la casa y gritaba “mamá, mamá”, pero ella nunca acudió. Fue cuando se dio cuenta de que tendría que convivir con señas por el resto de su vida. 

En ese entonces, la familia de Claudia vivía en una casa pequeña pero acogedora, en el barrio El Vergel del distrito de Aguablanca (Cali). Aunque tenían una vida normal, lo que los hacía únicos y peculiares era su forma de comunicarse, pues los padres de Claudia eran sordomudos. Sus señas no limitaban su amor ni su conexión; por el contrario, los fortalecía, creando un mundo de gestos y miradas que solo ellos, como hijos, entendían, pues no manejaban el lenguaje de señas oficial, sino uno creado por su propia familia. 

A pesar de tener una pérdida auditiva del 100%, Aurora, la madre, tiene muy buena articulación, pues produce los sonidos de las palabras más comunes. En cambio, su padre, Jorge, es tartamudo y solo escucha algunos sonidos.  

Sus primeras palabras 

La familia fue un pilar importante en la vida de Londoño, pues la convivencia con sus tíos y primos dentro del mismo hogar permitió que ella desarrollara correctamente su etapa cognitiva y de lenguaje, que incluía palabras y muchas señas. 

Desde ahí su corazón se dividió en dos, pues su tía Rosa era la representante de todo lo relacionado con la salud y los tramites familiares. A su vez, su tía Estella era la encargada de su estudio y de su formación individual.  

A pesar de su condición, sus padres fueron personas muy trabajadoras y responsables, nunca les faltó nada y tuvieron todo lo necesario para cumplir con las necesidades básicas.  

Claudia es la hija mayor; era una niña vibrante y curiosa que tejió una red de comunicación que abarcaba mucho más que las palabas. Desde pequeña aprendió a entender el lenguaje de sus padres con fluidez, convirtiéndose en la intermediaria entre su familia y el mundo exterior. 

Durante su infancia enfrentó ciertas situaciones que, como era de esperarse, no eran iguales a las que vivían otros niños: “En la primaria, mi mamá acostumbraba a preguntarles a los maestros sobre mi rendimiento académico; un día, una de las docentes, al ver las señas que realizaba, la miró de manera despectiva y la ignoró. Mi madre reaccionó articulando una grosería, lo que hizo que ella y el resto del salón se burlaran”, relató un poco afligida.  

Debido a las diferentes situaciones que se presentaban dentro de la escuela, su tía Estella optó por imponer reglas que salvaguardaran la salud mental y física de Claudia. Una de ellas era que no podía ir a las casas de sus compañeros para hacer tareas, todos los trabajos los hacía de manera individual, pues debido a su condición hubiera sido imposible comunicarse con sus padres si algo sucedía.  

“Cómo dos hijos de personas sordomudas, que se rebuscan día a día pueden aspirar a ser alguien en la vida y mucho menos a ser profesionales”, fue uno de los comentarios negativos y prejuiciosos que rondaron la vida de Claudia.  

Haciendo caso omiso a todo esto, a medida que crecía Londoño enfrentó obstáculos cada vez más desafiantes, pero su determinación y su amor por su familia la impulsaban hacia adelante. En cada acción plasmaba su gratitud y su amor por aquellos que le habían dado tanto. 

Soñaba con ser médico, pero por cuestiones económicas debía empezar por un técnico de enfermería, que estudiaba simultáneamente mientras estaba en bachillerato; su familia lo financiaba con lo que obtenían en trabajos informales del día a día, es por esto por lo que ella contribuía siendo la mejor en todo. 

“Después de recibir mis dos títulos, mi vida laboral fue toda una travesía, inicié siendo circulante de cirugía y al pasar el tiempo, mi tía Estella nuevamente me impulsó hacia mi futuro, lo que hizo que me inscribiera a una carrera profesional”. 

Su primera opción era el programa de enfermería, pero luego de un diálogo con amigos y familiares decidió estudiar derecho, una carrera que se alejaba de todo lo que ella quería.  

A medida que los años transcurrieron, Claudia se forjó como abogada. Sin embargo, su mayor éxito no residía en los tribunales, sino en su habilidad para comunicarse con el mundo y con aquellos que la rodeaban. No fue a través de palabras, sino a través de los silencios que hablaba con elocuencia y profundidad. 

Enfrentando las dudas de sus padres sobre la utilidad de su carrera, Claudia tomó la iniciativa creando ‘Señas Legales’ (@se_legales), una cuenta en Instagram, donde divulga leyes y noticias jurídicas en lengua de señas, adaptando así el derecho a la comunidad sorda. 

 “No escogí mi carrera, me la puso Dios y fue su voluntad”, Claudia asegura, al tratar de explicar cómo, a pesar de los obstáculos, ha logrado integrar de manera única y maravillosa sus dos mundos. Profundamente agradecida por la familia que la vida le ha otorgado, ahora se proyecta con el propósito claro de continuar ayudando a personas con esa condición, desde su área profesional. 

No escogí mi carrera, me la puso Dios y fue su voluntad”.

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