Julio Rómulo es residente del sector desde hace 32 años, trabaja la agricultura en una finca por fuera de la ciudad en la que cultiva café, yuca, arracacha, plátano y pastos para ganado; pero hoy se levantó para pintar en compañía de su nieta Nicole, su casa de azul aguamarina. “Esto es muy bueno porque le da mejor aspecto al barrio. Se ve mucho más bonito pintado, uno se siente contento de caminar por las calles. Es como si estuviéramos estrenando barrio”, comenta en tono festivo.
José Julio Zamorano, Coordinador logístico de la Fundación Terrón Coloreado, dice que la experiencia es enriquecedora tanto para el voluntariado como para los residentes de la zona y destaca la respuesta de la comunidad: “al final de la jornada uno ve cómo la gente empieza a barrer y lavar sus calles, a arreglar zonas verdes, a asumirse con sentido de pertenencia por el barrio y a no sentirse al margen de la ciudad”.
Empezaron a mediados del 2012; los integrantes de la Fundación llevaban sus propios instrumentos, algunos recursos los aportaban los voluntarios y la comunidad misma, además del apoyo de Café águila Roja, que los ha auspiciado desde entonces. Ahora gozan del apoyo de reputadas empresas como Colombina, Súper Inter, Colgate, Karen’s Pizza, Compeda, El País, entre otras. Empezaron pintando de a veinte casas por jornada, después aumentaron a cuarenta y en la última, entregaron sesenta al final del día. Ya llevan 500 y la meta es colorear más de cuatro mil.
“El voluntariado ha crecido mucho, esta jornada contó con más de 600 voluntarios, buena parte de ellos de la Universidad ICESI y de colegios como el Liceo Benalcázar y el Colombo Británico” comenta Zamorano.
“Las primeras 20 casas, si yo no tenía 20 amigos que me colaboraran, estaba jodida” acota Sandra Freye, el espíritu y cerebro detrás de la iniciativa. Cuenta que la idea nació hace cuatro años, pero no encontró eco en el ambiente de sus colegas arquitectos, porque “la gente anda en sus rollos, entonces registré la marca y dejé eso ahí en el tintero”. El año pasado montó en Facebook una foto de un barrio londinense muy colorido y recibió 300 comentarios. Entonces, convocó a la gente para trabajar en el proyecto. “Ahora me doy cuenta de que las redes sociales tienen un poder de comunicación impresionante”, asegura. En Facebook, hoy reportan 47.000 visitas y 6000 fans.
Al no ser ni políticos, ni religiosos necesitaban el apoyo de la comunidad. Fueron haciendo comités y presentaron la idea a las 18 juntas de acción comunal. “Empezamos pintando la zona de la iglesia, ahora cuando entras por la carretera al ma,r ves una postal muy colorida, más de 460 casas a full color” añade.
El voluntariado es el corazón de este proyecto. En países como Brasil o Chile, proyectos similares se han realizado gracias a aportes del gobierno; acá, es una autogestión inicial a la que el sector privado se fue sumando.
Jerónimo Jiménez, diseñador gráfico y miembro de la fundación, cuenta que el proyecto fue muy bien recibido por los residentes cuando se socializó y que cada vez se enamoran más. “Hoy hubo mucha más gente de la que esperábamos, es un aliciente aunque trastorne toda la planeación logística”. Añade que “un proyecto de estos arranca con mucha fuerza, lo difícil es mantenerla arriba, depende del tiempo de los profesionales involucrados, automatizar y delegar procesos. Adicionalmente, mantener vivo el interés de los patrocinadores”.
“Estamos muy contentos por esta pintura que nos han traído. Este es un barrio muy pobre, las casas se veían muy feas, pero el color le da nueva vida. Las casas quedan muy bellas, le ayuda a uno a sentirse contento en su propio espacio”, manifiesta Jairo céspedes, conductor de guala y residente hace 30 años en el barrio Para Valeria Acosta y Paola Cadena, estudiantes de grado 11 en el Liceo Benalcázar y el Colombo Británico, esta experiencia les ha permitido interactuar con personas de un sector ajeno a ellas, del que solo conocían historias abyectas que se murmuran en esa burbuja de la ciudad que desconoce lo que es carecer de acueducto.
“Es muy bonito compartir, la gente es muy bonita, uno conoce más de Cali y por consiguiente de uno mismo. Definitivamente la experiencia les ha cambiado la perspectiva que teníamos del barrio, ya uno lo siente como parte de su casa”, comentan las chicas con una sonrisa en sus rostros llenos de pintura amarilla, verde y violeta.
César Augusto y Sebastián Maya, padre e hijo, vinieron a través de Colombina, donde César se desempeña como consultor interno. “esta experiencia nos ha dejado el buen sabor de compartir con quien lo necesita” dice Sebastián, “es satisfactorio hacer algo que beneficia a otras personas y a uno mismo porque lo hace sentir bien al ayudar a gente que no tiene ni la posibilidad de comprar la pintura. La gente es muy querida, nos han dado refrigerio toda la mañana.
Es la primera vez que venimos, pero no será la última” asegura César.
Alcides Ruiz, propietario de la casa que César y Sebastián pintan de azul aguamarina, llegó con su esposa Ersilda hace 14 años desde el Cauca. “Con todos los políticos que han venido a prometernos cosas, esta es la primera vez que una ayuda real y palpable llega al barrio y a mi persona”.
María del Socorro Erazo, edil de la comuna uno, manifiesta que le conmueve la entrega de residentes y voluntarios para aportar a la obra. “Esto le da alegría al barrio, a la comunidad y a los visitantes que entran por ese flanco de la ciudad”.
Según Sandra, la idea es que, con el tiempo, la fundación quede en manos de la comunidad para su uso autónomo; ya hay dos líderes de esta zona que pertenecen a la junta directiva, gente comprometida con la comunidad y con la reconstrucción del tejido social.
Este tipo de proyectos ayudan a suturar las laceraciones sociales de que han sido objeto los habitantes del sector. Los imaginarios, de lado y lado, se mutan de forma abismal, haciendo que tanto residentes como voluntarios se hilvanen fraternalmente en propósitos que beneficien a toda la ciudad, que, finalmente, es la casa de todos.
Cae la tarde, el sol busca refugio tras los cerros y la noche encuentra otro sector de Terrón vestido de colores nuevos.
“Yo termino feliz, es el cansancio más delicioso que uno pueda experimentar” Concluye Sandra.