TRAVESÍAS DE LA EDUCACIÓN EN EL TERRITORIO COLOMBIANO

El precandidato a la presidencia de Colombia, Sergio Fajardo, está comprometido con procesos de cultura ciudadana en el territorio nacional. Los temas que trata en sus encuentros con los jóvenes apuntan a la construcción de una sociedad más tolerante y equitativa. Independientemente de su candidatura, sus propuestas educativas lo han convertido en una de las figuras más importantes en el capítulo de la paz para Colombia.

El exgobernador de Antioquia habla apasionado sobre la evolución y formación de centros educativos en los lugares más alejados de su departamento es tu tiempo de mandatario.

“¿Hacia dónde va Colombia con Fajardo?”, fue el título del foro liderado por Fajardo en la Universidad Santiago de Cali, en el que hizo un profundo cuestionamiento a las nuevas generaciones, más como docente que como político.

Generar debate con los jóvenes es un ejercicio enriquecedor para quien observa en la educación un espacio en el que debe empezar la sensibilización para lograr entender a profundidad  la tragedia que el conflicto armado ha desatado durante 60 años en el territorio;  “cuando logramos entender que la falta de educación ha hecho que los de afuera lleguen a construir maquinarias gigantes en nuestros puertos, para llevarse nuestras riquezas y devolvernos sólo pobreza, es cuando nos damos cuenta que la educación es la clave”, reflexionó Fajardo.

Escuchando hablar a Fajardo acerca de sus planes para desenterrar a los pueblos más olvidados del territorio nacional, gracias a la ambición de unos pocos, se logra dimensionar que la educación es la ruta para el posconflicto.

La corrupción  ha  entrado en cada instancia neurálgica del Estado colombiano, esto ha impedido que la educación de calidad llegue a poblados, resguardos y selvas que tienen mil tesoros para compartirle al mundo, el país parece haberse acostumbrado a la injusticia. Con claridad, Fajardo dejó mudo al auditorio: “que roben todo lo que quieran, pero que hagan obras, cuando decimos eso es porque ya tocamos fondo como colectivo”.  La educación, en últimas, se vuelve el único mecanismo de construcción a la mano para sanar las heridas y acercanos como sociedad.   

Al referirse a planes para desenterrar a los pueblos más olvidados del territorio nacional, por la ambición de unos pocos, se logró dimensionar su postura según la cual la educación es la ruta para el posconflicto: “Tenemos una página en blanco, y entre los jóvenes y los gobernantes debemos empezar a llenar esa página para la paz”.

En su ponencia habló de lo importante de cada voto, y de cómo el pensamiento de “yo no voy a votar porque, igualmente, quede quien quede, se va a robar la plata”, es el que contribuye para así siga sucediendo. También dijo que el gobierno actual debería comenzar a invertir más en educación  y que la plata debería salir de los mismos bolsillos que financiaron la guerra, con la diferencia que ahora debe direccionarse a las universidades del país.

Sergio Fajado explica como la educación y la creación de nuevas narrativas pueden hacer el cambio en nuestro país.

Durante este espacio, enfatizo mucho a los jóvenes que llenaron la totalidad del auditorio, que los pilares para un mejor desarrollo y sostenimiento social para el futuro son: la educación, la innovación y la ciencia.

Este foro fue un tejido geográfico construido desde los ojos de un educador, para un país que necesita enlazarse con los saberes de sus pueblos ancestrales, y alcanzar la riqueza de su identidad.

Terminando la conferencia, hizo un llamado para que jóvenes y estudiantes del Valle del Cauca caminen por sus municipios y desentierren el sufrimiento y las tradiciones de tantos pedazos de tierra que le han escondido al mundo su voz y su capacidad de enseñar.

 Por: Redacción Utópicos

Edición: Pablo Manuel Navarrete

Fotos por: Manuela Gallego

La Paz y el Postconflicto en la USC

La Paz y el Postconflicto en la USC

Autores: Olga Behar

Facultad de Humanidades y Artes

El Vicerrector de la USC, Arturo Arenas Fernández, dialogó con nuestra directora Olga Behar sobre los retos para la academia colombiana en esta nueva etapa histórica para Colombia, marcada por el llamado ‘fin de la guerra’, surgido de las negociaciones de La Habana.

¿Cuál es ese rol que deberá cumplir la academia en la transición al Postconflicto?

La academia, como todos los sectores del país, está llamada a contribuir en alto grado a que se aclimaten los procesos de paz y lo que demanda el denominado Posconflicto. Tenemos una gran responsabilidad social y partiendo de nuestras funciones misionales de docencia, investigación, extensión y proyección social, facilitar que la sociedad en su conjunto se sensibilice, apropie y apoye este propósito nacional.

La USC ha lanzado su iniciativa para la Paz y el Postconflicto. ¿De qué manera se va a desarrollar?

La nuestra es una Universidad con 58 años de historia con un alto impacto en la región, siempre vinculada a los procesos sociales, económicos, políticos y culturales del suroccidente y el Pacífico colombiano.  

Diseñamos un plan para contribuir a ese gran anhelo nacional, con estrategias como el Observatorio de la paz y el posconflicto, mediante el cual nuestros grupos de investigación estudiarán estos fenómenos y harán seguimiento a lo que suceda, para que dicho conocimiento sirva para el diseño de acciones más eficientes y efectivas. Ya la Universidad destinó para 2016 un presupuesto de $500 millones.

Otra estrategia es la formación al servicio de la paz, brindando posibilidad de educación no solo a combatientes y reinsertados sino a las víctimas, con procesos de formación pertinentes, a su medida.

Así, quienes cumplan requisitos podrán ingresar a los pregrados y posgrados; pero también, para quienes no reúnen estos requisitos hemos diseñado un programa de formación para el trabajo y el emprendimiento para habilitarlos laboralmente y que puedan crear su propia fuente de empleo. Este programa lo queremos desarrollar con las alcaldías municipales porque es en estos entes territoriales donde se resolverá este proceso. Disponemos de un fondo propio de cerca de $ 3.000 mil millones, para becas y auxilios. Pero esos recursos y programas son insuficientes y por eso estamos gestionando apoyo nacional e internacional.

También diseñamos las acciones de intervención que desde su quehacer ofrecen las siete facultades de nuestra institución. Por ejemplo, las poblaciones necesitan acompañamiento psicosocial, atención en salud, asesoría legal, entre otros aspectos, programas nuestros como Psicología, Trabajo social, Medicina, Enfermería, Terapias, Derecho, Administración, serán muy útiles en estos casos.

Una tarea importante y difícil es lograr que la sociedad acoja bien a quienes por sus actuaciones se han ganado una imagen negativa. Es necesario propiciar acciones de inclusión, como lo hace nuestra institución y en las que también deben participar los demás sectores de la sociedad.

Uno de los grandes proyectos de la Universidad es la creación de un Centro de Memoria de las víctimas en el sur occidente colombiano. ¿En qué consiste?

Un viejo refrán dice: “quien no conoce la historia está condenado a repetirla”. El Centro de Memoria recogerá lo sucedido con una perspectiva pedagógica formativa. La idea no es reunir elementos o artefactos para un museo sino reconstruir la historia para crear espacios de reflexión, análisis y dialogo. Este centro pretende ser un escenario pedagógico donde podamos acopiar materiales audiovisuales, escritos, sonoros, imágenes y, con la orientación de expertos, generar y  motivar una producción intelectual en torno a lo ocurrido y sobre todo hacer conciencia de que esa historia no puede repetirse, que es un asunto sobre el que debemos pasar la página para construir una nueva Colombia bajo otras perspectivas y posibilidades.

 Una tarea importante y difícil es lograr que la sociedad acoja bien a quienes por sus actuaciones se han ganado una imagen negativa.

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‘Río arriba’: Memorias del conflicto

Utópicos se integra desde este número a la Iniciativa USC para el posconflicto. Su aporte será en el campo de la reconstrucción de memoria histórica a partir del periodismo. Hoy, la Dirección cede su editorial a los líderes del Grupo de Investigación GICOVI, José Fernelly Domínguez y Lorena Calapsú.


  Navegando con las víctimas por los afluentes cargados de recuerdos, ofreciendo a sus voces la posibilidad de tener eco en la sociedad, así nace la serie documental Río Arriba: Memorias del conflicto, como uno de los productos de un trabajo de investigación que el grupo GICOVI de la USC comenzó en 2012 y que ofrece a los colombianos un relato sensible y respetuoso a partir de la recuperación de la memoria de habitantes de dos municipios históricamente afectados por diversos actores armados, Santander de Quilichao (Cauca) y Florida (Valle).

Los seis capítulos que conforman la serie se visualizan en tan sólo una hora. El nacimiento de este río nos trae el panorama de Santander de Quilichao, que inicia con un breve contexto de la población, para luego introducir al espectador en los relatos de la comunidad de Lomitas, una vereda ubicada a escasos diez minutos del casco urbano, que fue profundamente afectada por la incursión y ocupación del Bloque Calima de las AUC desde 1999 hasta 2005. Igualmente se presenta el impacto ambiental que ha causado la minería ilegal, así como el desplazamiento producido por las acciones violentas de otros grupos armados.

El caudal va aumentando con el capítulo dedicado a Florida, que permite hacer un recorrido histórico de la mano de las personas afectadas por las guerrillas y los paramilitares que han visto en esta localidad un punto estratégico para su despliegue.

La desembocadura de ‘Río Arriba’ está compuesta por dos entregas finales que dirigen la mirada a la situación actual de las víctimas, de un lado, develando las precarias condiciones de vida en la que se encuentran más de 400 familias que llegaron al casco urbano de Santander de Quilichao en busca de resguardo, constituyendo hoy dos de los asentamientos humanos subnormales más grandes del municipio; y, del otro, la falta de voluntad política de las administraciones municipales para cumplir con la Ley 1448 en relación con la atención a los afectados por la guerra.

Sin duda alguna, la reparación integral y las garantías de no repetición son desafíos titánicos que requerirán de la voluntad de todos los colombianos para ser superados. ‘Río Arriba’ es, ante todo, un llamado a la acción, para que le pongamos manos a la paz. 

 

Por:  José Fernelly Domínguez y Lorena Calapsú Docentes USC 

Escapando del Posconflicto

Harrison, un joven de 21 años, desmovilizado de una de las nueve columnas móviles pertenecientes al bloque occidental de las FARC, liderado por Jorge Torres Victoria (alias “Pablo Catatumbo”), padeció durante cuatro años las asperezas propias de la vida de un miliciano raso, que con tretas fue casi hipnotizado para dejar a su familia y la vida en que hasta ese entonces conocía, con el fin de internarse en las selvas del Pacífico a cuidar la base de coca y pelear la guerra de otros.

La presión de verse como “el hombre de la casa” a tan temprana edad, el constante acoso por parte de grupos subversivos y la falta de oportunidades laborales (común en la mayoría de los sectores campesinos colombianos), condujeron a este joven a tomar partido en unos de los conflictos internos más longevos del mundo y a engrosar las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Cuando era apenas un adolescente de 15 años, asistía a una de las contadas escuelas que se encuentran en las áreas rurales pertenecientes al municipio de Tumaco, en Nariño.  Creció en una familia numerosa que vivía del pan coger y la pesca artesanal, cuando sus dos hermanos mayores decidieron ir a la ciudad con la esperanza de un mejor futuro, Harrison quedó encargado de responder por la alimentación de sus seis hermanos menores y su madre.

Tres años después de haber ingresado a las FARC, de haber sido humillado, de haber sembrado minas indiscriminadamente, de haber cuidado la base de coca de los grandes cabecillas y de pelear una conflicto ajeno, de haber consentido sin decir una palabra el consejo de guerra practicado a siete de sus ‘camaradas’ que intentaron fugarse un 24 de diciembre, Harrison tomó la decisión de fugarse tras conocer a Claudia, quien se convirtió en su compañera sentimental. No obstante, las promesas de un sueldo con el que pudiera en un futuro ayudar a su familia se fueron desvaneciendo con el transcurso de los días. El arduo entrenamiento en la selva y la coerción en su punto más alto, le pusieron los pies en la tierra, obligándolo a alejarse de su familia y a darse cuenta de que aquella vida no era la que le habían hecho creer.

Desde ese diciembre, Harrison se empeñó en planear una fuga que les permitiría, a él y su compañera sentimental en compañía de otros dos camaradas, poder incorporarse a la vida civil, dejar el camuflado atrás y volver a ver a sus familias. Sin embargo, los riesgos que conllevaba una fuga en grupo eran inadmisibles para estos jóvenes, puesto que no querían correr con la misma suerte de los camaradas que no lo habían logrado.

Por eso, el siguiente mes de junio Harrison se fue en una misión de campaña con otros integrantes de su columna móvil y después de una noche de rumba en una vereda del Patía, huyó poniéndose un bluyín, una gorra y una camiseta manga larga del Atlético Nacional sobre el camuflado; paso seguido, se armó de valor y corrió durante varias horas entre la selva y el mar para llegar al batallón del Ejército Nacional de Colombia más cercano. Allí, la madrugada del domingo 13 de junio se entregó, se sometió al interrogatorio, fue enviado a un Hogar de Paz durante tres meses y posteriormente, dejado en libertad.

En la actualidad, Harrison se encuentra en el programa de la Agencia Colombiana para la Reconciliación, en donde recibe ayuda de psicólogos, médicos y abogados; además, de ser acogido con ayudas mensuales de $480.000, mientras estudia y opta por una vivienda digna.

 Por David Guerrero Rivera  

  @dondavifernando

EJEMPLO : Escapando del Posconflicto

Escapando del Posconflicto

Autor: Sin autor.

Facultad de Humanidades y Artes

Harrison, un joven de 21 años, desmovilizado de una de las nueve puertas móviles miembros del bloque occidental de las FARC, liderado por Jorge Torres Victoria (alias “Pablo Catatumbo”), padeció los cuatro años, las asperezas propias de la vida de un miliciano Raso, que con tretas es casi hipnotizado para dejar su familia y la vida en la que hasta ese momento conocí, con la fin de internar en las selvas del Pacífico a la base de la coca y la guerra de otros.

Desde ese diciembre, Harrison se empeñó en el plano una vida que les permite, una compañera sentimental en la compañía de otros dos camaradas, puede incluirse en la vida civil, dejar el camión atrás y volver a ver sus familias. Sin embargo, los riesgos que conllevan una fuga en el grupo eran inadmisibles para estos jóvenes, que no querían correr con la misma suerte que las camaradas que no lo han logrado.

Cuando era solo un adolescente de 15 años, asistí a una escuela que se encuentra en las áreas rurales pertenecientes al municipio de Tumaco, en Nariño. Crianza en una familia numerosa que vivía del pan y la pesca artesanal, cuando sus hermanos mayores decidieron en la ciudad con la esperanza en un futuro mejor, Harrison fue el encargado de responder por la alimentación de sus hermanos menores y su madre.

La presión del verso como “el hombre de la casa”, una edad temprana, el constante acoso por la parte de los grupos campesinos colombianos, conducen a este joven y un partido en los conflictos internos más largos del mundo y engrosar las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

Sin embargo, las promesas de un sueldo con el que podríamos ser un futuro ayudar a una familia y un ser desvanecidas con el transcurso de los días. El entrenamiento físico en la selva y la educación en su punto más alto, el empuje en la tarta en la tierra, obligando a un amigo de su familia que se da cuenta de que la vida no era la única vez que creyeron.

Tres años después de haber ingresado a las FARC, de haber sido humillado, de haber sembrado minas indiscriminadamente, de haber cuidado la base de la coca de las grandes cabeceras y de haber cometido un conflicto ajeno, de haber dado su consentimiento. La guerra práctica y el tema de la camarera que se dirigió a la mujer a la 24 de diciembre, Harrison tomó la decisión de la mujer tras la comunicación con Claudia, quien se relaciona con su compañera sentimental.

Por eso, el siguiente mes de junio Harrison se ha mantenido en una misión de campaña con otros integrantes de su columna móvil y después de una noche de rumba en una velada del Patía, se ha puesto un bluyín, una gorra y una camiseta manga larga del Atlético Nacional sobre el camuflado; paso seguido, se armó de valor y corrió durante varias horas entre la selva y el mar para llegar al batallón del Ejército Nacional de Colombia más cercano. Allí, la madrugada del domingo 13 de junio, entre otras cosas, se presentó al interrogatorio, se envió un Hogar de Paz durante los meses y posteriormente, permanecido en libertad.

En la actualidad, Harrison se encuentra en el programa de la Agencia Colombiana para la Reconciliación, donde recibe ayuda de sicólogos, médicos y abogados; Además, de ser acogido con un costo mensual de $ 480.000, mientras estudia y opta por una vivienda digna.

  • DESTACADO
  • Cada 28 días el útero de la mujer se prepara para el embarazo mediante el desarrollo del cuerpo femenino, más conocido como ciclo menstrual, el cual tiene 5 fases. Para llevar a cabo un control se recomienda usar aplicaciones para dispositivos móviles como Period Tracker, Calendario Nosotras y Laditimer.
  • Según cifras del DANE en Colombia, cada año se presenta alrededor de 150.000 embarazos no deseados entre los jóvenes de 11 a 20 años de edad. Y más de 2.500 infectados con el virus del VIH Sida.

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