La Holanda, retorno al paraíso

La Holanda, retorno al paraíso

Autor: Jaime Iván Velasco

Facultad de Humanidades y Artes

José Antonio Muñoz es una víctima sobreviviente del conflicto armado en Colombia. A sus 60 años, narra con resquemor  la historia de la masacre de la que de milagro salió vivo, y que fue ejecutada hace 16 años por paramilitares del bloque Calima, en La Holanda, vereda del municipio de Darién, Valle del Cauca.

“Trabajo duro porque amo la vida en el campo. Además, tengo tres hijos y una esposa por los cuales luchar, para que no les haga falta su comidita”

Don José es un humilde campesino de 1.60 de estatura, piel trigueña y contextura delgada. Su rostro quemado por el sol es la muestra del trabajo duro que realiza en el campo. Sus vestimentas curtidas de polvo, las botas embarradas y su inseparable gorra, que lo protege de esas tardes en que el calor ardiente quema la piel, confirman que es un tipo, como dicen sus vecinos, “de hacha y machete”.

“Trabajo duro porque amo la vida en el campo. Además, tengo tres hijos y una esposa por los cuales luchar, para que no les haga falta su comidita”, comenta mientras mira hacia el potrero donde están pastando sus vacas.

En 2000, año de desazón en Colombia por el momento álgido en que se encontraba el conflicto armado entre paramilitares y guerrilleros, en el municipio de Darién comenzaron a rondar comentarios de que escuadrones de la muerte deambulaban por el pueblo con la intención de exterminar todo lo que oliera a guerrilla.

No estaban equivocados; el 28 de diciembre la muerte tocó la puerta de la finca de don José. Su yerno, Alberto Silva fue hallado sin vida por su suegro, a la orilla del río Bravo. Dos impactos de bala, uno en la cabeza y otro el pecho, dejaron huérfanos a una niña de tres años y a un bebé que venía en camino como una víctima más de una violento nación.

“Le habían quemado el pelo, le habían pegado un tiro en la frente, otro en el pecho, al parecer porque mi yerno hablaba con personas que eran señaladas de ser informantes de la guerrilla”, explica don José.

Las nubes se empiezan a despejar y el tímido sol asoma con sus primeros rayos matutinos. Un viento fresco mueve su sombrero; don José bebe un sorbo del humeante café y cuenta que a la muerte ya le perdió el respeto. Tantas veces la ha visto a la cara y la ha logrado burlar, que hasta ya ni miedo le tiene.

Horas antes de encontrar a su yerno asesinado, sufrió un accidente por fallas mecánicas en el carro en el que viajaba. Pero las fracturas en ambas manos no fueron impedimento para ir al lugar donde le habían dicho que se encontraba el cadáver del esposo de su hija.

“Estuve incapacitado 4 meses. Qué dolor, no solo en mis manos, sino de ver el corazón partido de mi hija, se estaba muriendo en vida por el dolor de la muerte de su esposo. La muerte nos estaba respirando en la nuca”, cuenta con nostalgia.

Después del trágico hecho, en el municipio ya era evidente la presencia de desconocidos, vestidos de civil y armados, ordenando qué se hacía y qué no. El rumor de limpieza social crecía entre los habitantes de la población. El miedo y la zozobra era el pan de cada día en ese otrora tranquilo y pintoresco pueblo.

El 12 de agosto de 2001, José despachó a sus hijos al colegio como de costumbre pero después de una hora volvieron a casa diciéndole a su padre que no había clases, que los maestros habían dicho que se fueran para sus casas y que no salieran porque el peligro rondaba por la vereda.

Un mal presentimiento le anunciaba la llagada de la muerte una vez más a su casa. Al medio día, una horda de paramilitares vestidos con ropas del Ejército Nacional entró a la vereda La Holanda.  De casa en casa, los crueles sujetos iban  sacando a los habitantes de sus parcelas, saqueando sus pertenencias y, con lista en mano, identificando a quienes iban a asesinar.

Mientras observaba impotente cómo eran estropeados sus vecinos, unos noventa hombres arribaron a su casa, tumbando, destruyendo todos los enseres, imponiendo el terror psicológico sobre su hogar. Lo encañonaron y cuatro hombres lo sacaron montaña arriba, mientras sus nietos y su hija quedaban retenidas en casa con varios paramilitares.

Cuando llegaron al monte, lo estrujaron y lo recostaron junto a un árbol de guayabo donde tenían a otros dos campesinos. José pensaba en sus nietos Andrés y Fernando. “No entiendo que querían esos tipos de mí, si yo no soy ni guerrillero, ni ladrón, ni nada”, relata don José.

En la lista de los paramilitares no aparecía su nombre; no obstante, le robaron 16 vacas y le ordenaron solo dirigirse al pueblo a hacer su mercado si le daba permiso el comandante del bloque paramilitar.

Durante los 15 días de esa, con el fin de encontrar guerrilleros y hacer limpieza social en la zona, asesinaron a 6 personas y robaron a cientos de familias.

Una vez más José Muñoz le hacía el quite a la muerte. Una vez más, a este campesino el Estado lo abandonó, dejándolo a merced de criminales. Una vez más, don José agarra su pala, sigue arando la tierra y arriando a sus vacas lecheras para trabajar por el futuro de sus nietos, su hija y su esposa.

A pesar de todo lo malo que le ha tocado vivir, se ve tranquilo. El sol es intimidado por las nubes y se esconde. La espesura del cielo gris se posa sobre la montaña mientras sonríe y dice con coraje: “pase lo que pase, yo de estas tierras no me voy por ni por el carajo. Dios sabe lo mucho que me gusta esta vida, por eso él me mantiene vivo y me ha librado de las garras de la muerte para seguir disfrutando de mi familia y de este paraíso”.

El 28 de diciembre la muerte tocó la puerta de la finca de don José. Su yerno, Alberto Silva fue hallado sin vida por su suegro, a la orilla del río Bravo.

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‘Río arriba’: Memorias del conflicto

Utópicos se integra desde este número a la Iniciativa USC para el posconflicto. Su aporte será en el campo de la reconstrucción de memoria histórica a partir del periodismo. Hoy, la Dirección cede su editorial a los líderes del Grupo de Investigación GICOVI, José Fernelly Domínguez y Lorena Calapsú.


  Navegando con las víctimas por los afluentes cargados de recuerdos, ofreciendo a sus voces la posibilidad de tener eco en la sociedad, así nace la serie documental Río Arriba: Memorias del conflicto, como uno de los productos de un trabajo de investigación que el grupo GICOVI de la USC comenzó en 2012 y que ofrece a los colombianos un relato sensible y respetuoso a partir de la recuperación de la memoria de habitantes de dos municipios históricamente afectados por diversos actores armados, Santander de Quilichao (Cauca) y Florida (Valle).

Los seis capítulos que conforman la serie se visualizan en tan sólo una hora. El nacimiento de este río nos trae el panorama de Santander de Quilichao, que inicia con un breve contexto de la población, para luego introducir al espectador en los relatos de la comunidad de Lomitas, una vereda ubicada a escasos diez minutos del casco urbano, que fue profundamente afectada por la incursión y ocupación del Bloque Calima de las AUC desde 1999 hasta 2005. Igualmente se presenta el impacto ambiental que ha causado la minería ilegal, así como el desplazamiento producido por las acciones violentas de otros grupos armados.

El caudal va aumentando con el capítulo dedicado a Florida, que permite hacer un recorrido histórico de la mano de las personas afectadas por las guerrillas y los paramilitares que han visto en esta localidad un punto estratégico para su despliegue.

La desembocadura de ‘Río Arriba’ está compuesta por dos entregas finales que dirigen la mirada a la situación actual de las víctimas, de un lado, develando las precarias condiciones de vida en la que se encuentran más de 400 familias que llegaron al casco urbano de Santander de Quilichao en busca de resguardo, constituyendo hoy dos de los asentamientos humanos subnormales más grandes del municipio; y, del otro, la falta de voluntad política de las administraciones municipales para cumplir con la Ley 1448 en relación con la atención a los afectados por la guerra.

Sin duda alguna, la reparación integral y las garantías de no repetición son desafíos titánicos que requerirán de la voluntad de todos los colombianos para ser superados. ‘Río Arriba’ es, ante todo, un llamado a la acción, para que le pongamos manos a la paz. 

 

Por:  José Fernelly Domínguez y Lorena Calapsú Docentes USC 

Serie: El clan de los Doce apóstoles (Parte 3)

Utópicos web 2.0 reproduce 3 capítulos del libro “El Clan de los Doce Apóstoles” (Ícono Editorial, 2011) escrito por nuestra directora, Olga Behar, que permiten explicar los hallazgos de la Fiscalía en el caso tan sonado. Hoy:


 Capítulo III: La Carolina

Para llegar a La Carolina, es necesario trasladarse desde Medellín por una autopista que comunica la capital an­tioqueña con la zona del nordeste enmarcada por los municipios de Yarumal y Santa Rosa de Osos. Si se sigue esa ruta, la carretera llega hasta el municipio de Cauca­sia, rumbo hacia la costa caribe.

No hay que internarse en las montañas pues, unos quince kilómetros antes de llegar a Yarumal, en una zona conocida como Llanos de Cuivá, al lado izquierdo de la vía aparece como custodiado por un letrero que reza «Ge­ neramos empleo, construimos paz» el portón principal de esta hacienda de magníficas tierras para la agricultu­ra y, en especial para la ganadería. La conforman varios lotes agrupados que suman cientos de hectáreas, según un reciente certificado de tradición y libertad de matrícu­ la inmobiliaria de la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos de Yarumal.
El 2 de marzo de 2007, la entonces secretaria de la Cámara de Comercio de Medellín, Gloria María Espinosa Alzate, expidió un certificado que resume de manera fidedigna la propiedad de la familia Uribe Vélez sobre la hacienda La Carolina.

Allí se aclara que Santiago Uribe Vélez, identifi­cado con cédula de ciudadanía 3.567.561 actuó como li­quidador de la Sociedad Agropecuaria La Carolina Ltda., dueña de la finca. El proceso culminó mediante Escritura Pública Nº 1977 de septiembre 10 de 2002, de la Notaría Séptima de Medellín.
Ese día se cumplían treinta y tres días del ascenso al poder de su hermano, Álvaro Uribe Vélez. Pero el co­mienzo de la historia de La Carolina se delineó veintiún años atrás, el 7 de octubre de 1981, cuando en la Notaría Catorce de Medellín se efectuó el siguiente nombramiento: 

gerente: Alberto Uribe Sierra suplente primero: Rafael J. Mejía Correa suplente segundo: Andrés Ángel Vásquez

Era uno de los prósperos negocios del patriarca que sabía hacerse acompañar de gente «bien» de Medellín, como indudablemente lo eran Mejía Correa y Ángel Vásquez. Ya para entonces, la fortuna de Uribe Sierra era incalcu­lable. Y las sospechas sobre la procedencia de su capital crecían como la espuma.
En su libro Los jinetes de la cocaína, el reconoci­do periodista del diario El Espectador, Fabio Castillo, afirmó que Alberto Uribe Sierra estaba vinculado con el narcotráfico y junto a sus parientes, integraba el Clan de los Ochoa. Sobre ellos se aseguraba que desde 1981 habían conformado un grupo paramilitar conocido como Muerte A Secuestradores (mas).

Aquí podríamos establecer un primer origen de la máquina narcoparamilitar que estremeció a Colombia durante las últimas tres décadas y cuyos estertores todavía se sienten en varias zonas del país.
Según el libro de Castillo, Uribe Sierra fue detenido con fines de extradición a Estados Unidos en 1982, pero gracias a la acción de su hijo Álvaro, quien habría logrado manejar al entonces secretario de Gobierno de Medellín, Jesús Aristizábal Guevara, se pudo conseguir la liberación de su padre.
Pero Uribe Sierra no pudo disfrutar mucho tiempo de La Carolina y de otras veinticuatro propiedades que adquirió poco a poco en esa misma época, pues al caer la tarde del 14 de junio de 1983, fue asesinado en extrañas circunstancias en un enfrentamiento cuando un grupo de guerrilleros del V Frente de las FARC llegó a otra de sus haciendas, La Guacharaca, y aparentemente intentó secuestrarlo.
Según Joseph Contreras (editor para América La­ tina de Newsweek) y el brillante periodista colombiano Fernando Garavito, quienes publicaron el libro El señor de las sombras. Una biografía no autorizada de Álvaro Uribe, no sólo existe la versión sobre la acción atribuida a unos veinte guerrilleros de las FARC. También se habló en ese entonces con insistencia de un «ajuste de cuentas» por dineros del narcotráfico y de que los hombres arma­ dos mencionaron, al irrumpir en la hacienda, que iban a tratar con Alberto Uribe «unos asuntos».
Contreras y Garavito recopilaron mucha información que apareció por esos días en los principales perió­dicos del país. Entre ellos, una publicación del periódico El Tiempo en donde se relataba que quince minutos antes del enfrentamiento, llegó a La Guacharaca un helicópte­ro Hughes 500 con Uribe Sierra y dos de sus hijos, María Isabel (de veinticuatro años) y Santiago (de veintisiete). Pues bien, según el reporte mediático, el helicóptero, avaluado en veinte millones de pesos de la época, fue incendiado por los guerrilleros luego de que asesinaran a Uribe padre. Santiago escapó del lugar. Segundos antes, había intentado repeler a los guerrilleros con su arma corta desde el segundo piso de la casona, pero al ver lo infructuoso de su intento, corrió por la parte trasera huyendo.

Según un perfil publicado al día siguiente por el periódico El Mundo, los guerrilleros se dieron cuenta de su huida y lo persiguieron, pero Santiago logró atravesar un río y ponerse a salvo. Sin embargo, fue herido por los disparos de los subversivos. Según el dictamen médico, un disparo ingresó a su cuerpo por un costado y le rozó el pulmón. Malherido, quedó a la orilla del río. Con una lucidez impresionante, les aseguró a los guerrilleros que lo abordaron y encañonaron que era un comprador de ganado y que por casualidad estaba en el lugar equivo­cado cuando se produjo el enfrentamiento. Los insurgentes no lo reconocieron; sólo atinaron a decir: «Se perdió el viaje», y lo dejaron allí mismo. Un campesino lo recogió en medio del monte y lo llevó hasta el hospital de Yolombó.
Dos horas más tarde otro helicóptero, del que luego se estableció pertenecía al entonces congresista Pablo Escobar, despegó del aeropuerto Olaya Herrera con destino a la hacienda. Allí iba Álvaro Uribe, quien salió al rescate de su hermano; pero supuestamente por mal tiem­po, no pudo aterrizar y recoger al joven hacendado.

Santiago fue finalmente trasladado en una ambulancia de la Cruz Roja hasta Medellín. Fueron más de cien kilómetros por tierra, en los que el herido estuvo entre la vida y la muerte, a punto de terminar desangrado. Incluso, tuvieron que hacer una escala en Cisneros para someterlo a una transfusión de sangre. Luego, en Medellín, su ju­ ventud favoreció el proceso de curación.

Pero el tema de los helicópteros siguió sonando. Al día siguiente, el periódico El Mundo reportó que la aeronave de Escobar en la que viajó Álvaro Uribe había recibido autorización para despegar, después de su propia gestión para que se le otorgara el permiso.
En La Guacharaca yacía el cadáver del patriarca, con dos tiros (uno, con seguridad, en el cráneo; pero so­ bre el segundo hubo dos versiones: en la cabeza y en el pecho). Alberto Uribe Sierra fue velado y enterrado en los exclusivos Campos de Paz de Medellín. Ambos aconteci­mientos fueron multitudinarios, al punto de que colapsó el tránsito automotor de la ciudad. Hasta allí llegaron per­sonalidades como el entonces presidente de Colombia, Belisario Betancur, y lo más granado de la sociedad antio­queña. Pero según el periodista Fabio Castillo, no todo el mundo estaba conforme con el homenaje; hubo críti­cas al hacendado, considerando que su repentina muerte era producto de sus vínculos con el narcotráfico.
Aparentes vínculos que siguieron empañando su imagen, aun después de su muerte. Nunca se ha consi­derado una coincidencia algo que ocurrió nueve meses después, el 10 de marzo de 1984, durante un allanamien­to al complejo cocalero de Tranquilandia, ubicado en las selvas del Yarí, departamento de Caquetá y de propiedad de los capos del Cartel de Medellín Pablo Escobar, Gon­zalo Rodríguez Gacha y los hermanos Ochoa. Además de los diecinueve laboratorios de procesamiento y las 13,8 toneladas de cocaína –avaluadas en 1,2 millones de dó­lares– los agentes de la DEA y de la Policía de Colombia encontraron varias aeronaves, entre ellas un helicóptero Hughes 500 de matrícula a hk 2704x. Las primeras pesqui­sas llevaron al nombre de Alberto Uribe Sierra, uno de los socios de la empresa Aerofotos Amórtegui Ltda., propie­ taria del helicóptero. Se trataba de la misma nave en la que Alberto Uribe y sus hijos María y Santiago habían vo­lado hacia la hacienda La Guacharaca y que había sido seriamente averiada por los guerrilleros de las FARC des­pués del asesinato del patriarca.

Entre todas las propiedades que heredaron los Uribe Vélez estaba el helicóptero en mención, del cual no volvió a saberse nada hasta el día del allanamiento a Tranquilandia. Los hijos de Alberto Uribe explicaron que el 6 de febrero de 1984, es decir, cinco semanas antes de la operación binacional en las selvas del Yarí, Jaime Al­ berto Uribe (hermano de Álvaro y Santiago) había entre­gado la aeronave como pago por una letra de veinticin­co millones de pesos, es decir, por una deuda millonaria del padre, pero que no habían hecho el traspaso del bien. Queda la duda de cómo un helicóptero que en buenas condiciones se avaluó en veinte millones de pesos se pudo vender por una suma superior, incluso con daños tan serios. Y se tiene la certeza de que nunca fue repa­rado, pues en abril 21 de 2002, cuando Álvaro Uribe era candidato a la Presidencia, en una entrevista para el pe­riódico El Tiempo, explicó que:

Mi padre fue socio de una empresa que tuvo un he­licóptero. Él tenía fincas en el Valle del Cauca, Urabá, Córdoba y en varias regiones de Antioquia. Utilizaba ese helicóptero para sus desplazamientos. Cuando la guerrilla lo asesinó, ese helicóptero quedó medio destruido y mi hermano Jaime finalmente vendió las acciones de esa empresa y esa empresa salió de los restos de ese helicóptero. Mi familia no lo tuvo en su poder. ¡Hombre, por Dios! Eso lo hizo mi herma­no Jaime y todos confiábamos en él, que se murió el año pasado de cáncer en la garganta… Después, la Policía decomisó ese helicóptero u otro con los mismos números.

Al morir Alberto Uribe Sierra, La Carolina continuó en manos de la familia Uribe. Era una de las consentidas, en especial de Santiago, que prácticamente se mudó a vivir a ese lugar. Pero no sólo era la favorita por la riqueza que representaba para el patrimonio familiar. Allí estaba es­ condido, según el siguiente relato, el centro de operaciones de Los Doce Apóstoles.
El mayor retirado de la Policía, Juan Carlos Meneses, tiene recuerdos nítidos sobre La Carolina:

«Usted llegaba a la hacienda La Carolina y encontraba gente armada, con fusiles y uniformados. Usted pensaba, “es Ejército”, pero no, al mirarles los fusiles r­15, o al verles el fusil Ak 47, se daba cuenta de que no eran soldados, esas son armas que el Ejército no manejaba. El Ak 47 es un arma de fabricación rusa, que normalmente usa la guerrilla y en esa época, el Ejército tenía fusiles g3 y Galil. Pero en esos tiempos, ni la guerrilla ni los paracos te­ nían capacidad para uniformar a veinte hombres con g3 o Galil. Ya con el tiempo los paramilitares se fueron con­ siguiendo buen armamento, usted veía a veinte o treinta paracos con Galil, pero la guerrilla nunca alcanzó eso, porque podrían tener un fusil, pero no conseguir la munición. A ellos les llegaba por camionados la 762 corta, que era para el Ak 47. Además, la guerrilla siempre tuvo en mente que el Ak era el mejor, ellos le tenían afecto a ese fusil. Uno identificaba cuándo se trataba de un paramilitar: uno con escopeta doble cañón, otro con g3, el otro con r­15, mejor dicho, ese armamento mezclado daba la idea de que era algo diferente a guerrilla o Ejército.

»Me vi varias veces con Santiago Uribe allí en su hacienda. Los dos primeros encuentros fueron reunio­nes más bien formales, que se realizaron en la sala de la finca. En la tercera ocasión, Santiago es muy cordial. Me invita a conocerla porque, dice, que le he colaborado mu­ cho. Lo primero que me muestra son unos radios de co­ municación, unos radios portátiles y otros con bases. Me dice: “Esto es para comunicarme con los grupos míos”. Y en la misma hacienda La Carolina me muestra una plaza de toros, de esas de toros de lidia, de toros miura, ahí es donde los preparan para las corridas de toros.

»Lo que me sorprende es cuando bordeamos la plaza de toros; detrás de ella me muestra una pista de entrenamiento para paramilitares, de las mismas que usa el Ejército, de esas que conocemos los soldados y poli­cías que tienen diferentes tipos de obstáculos, la escale­ra, la telaraña. Él me dice: “Mira, aquí es donde entreno a mis muchachos”.
»Allí era donde entrenaban físicamente a los que después participaban en las acciones ordenadas por San­tiago Uribe. Yo estaba aterrado, impactado, porque mien­ tras íbamos caminando por los terrenos, muy bonitos y bien cuidados, me decía que políticamente él estaba muy bien conectado, tanto así que su hermano, que había sido senador, tenía segura la Gobernación de Antio­quia. Me decía que tenía el apoyo de todo el mundo y yo entonces pensaba: “Esto está orquestado con todo el Go­ bierno, está amparado con los altos mandos militares”. Eso era lo que me decía.
»Y trataba de hacerme ver que los paramilitares necesitaban de la fuerza pública, que era una misma ideo­logía, decía que teníamos la misma tendencia, el mismo objetivo, que era desterrar a la guerrilla. Me explicaba en sus comentarios que la guerrilla la iban a acabar, que la iban a sacar de esa jurisdicción, que él tenía apoyo de los paramilitares que también se estaban gestando en Cau­casia, que en cualquier momento me hacía subir hom­bres. Me insistía en que estuviera tranquilo, que la misión de ellos era acabar a la guerrilla, que para eso él estaba preparando a sus hombres, que para eso él se estaba armando.

»Incluso me mencionó a unos cultivadores de papa que venían de La Ceja, Antioquia. Me explicó que venían a sembrar a tierras conquistadas, tierras que ellos ya habían liberado del flagelo de la guerrilla y que, como había tranquilidad, él ya los estaba invitando para que in­virtieran ahí y para que aportaran económicamente a la conformación del grupo. Por eso tenía la pista de entrena­miento, reunía plata entre los grandes hacendados, por eso se estaba armando, para estructurar su grupo paramilitar. Y después ese grupo creció mucho, ya se inundó por todo Antioquia, Córdoba.

»Luego del recorrido, ingresamos a la sala de la hacienda, un lugar muy bonito, tiene dos pisos y venta­nales amplios. Allí, Santiago me dice que me quiere mos­trar una lista. La saca del carriel –él siempre andaba con un carriel trenzado, al igual que con su poncho, botas de cuero y un sombrero. Al abrir el carriel, vi que tenía un radio portátil. Me la muestra y me dice: “Éste es el lista­do de personas que hay que acabar. Usted aliménteme este listado y yo le suministro también información. De tal forma que estemos sintonizados para saber quiénes son y quiénes son los que siguen”.
»La lista estaba escrita a mano, algunos nombres estaban tachados. Supongo que ya habían sido asesinados: “Mire, éstos son los que siguen, ellos poco a poco van cayendo”.
»La hacienda La Carolina siempre la cuidaban pa­ramilitares, incluso cuando estuvo el coronel Benavides a cargo del Comando de Policía de Yarumal. Es en ese lugar donde asesinan a una persona, a Vicente Varela. Después dirían que la guerrilla había ido a atacar la hacienda, pero la guerrilla no iba a ser pendeja de ir a atacarla, porque sabía que estaba cuidada por gente fuertemente armada y con la orden de responder ante cualquier sospecha. Santiago tenía sintonizadas todas las fincas, las tenía interco­ municadas, ahí no le iba a llegar guerrilla tan fácilmente.

»Posteriormente, el propio Álvaro Uribe dijo que allá sí apareció un muerto, pero que hubo un enfrentamiento con unos extorsionistas que llegaron. Varela era un vicioso de Yarumal que en el tiempo de Benavides había estado detenido tres o cuatro veces, por ladrón, ex­ torsionista, malandro, el tipo era mala gente. Usted tiene que ir uniendo los detalles, porque Santiago tenía una lista de malandros, de gente indeseable, de gente que se tenía que morir. Probablemente este muchacho estaba en ese listado, porque cuando yo lo vi era como de veinti­cinco y ya Varela había sido asesinado. Allí había guerrilleros, colaboradores de la subversión, era una lista de limpieza de Yarumal.
»Años después, en una reunión con el coronel Benavides, en la que yo hago una grabación, él me dice que quién va a creer que con ese fortín que tenía La Carolina, iba a ser pendejo este Varela de llegar allá a extorsionar. Lo que pasó con Benavides es que la embarró cuando lo llamaron para que resolviera la situación que se había presentado en La Carolina.
»Primero, no hizo un acta de levantamiento, fue un levantamiento irregular; segundo, el coronel Benavi­des, desde La Carolina, amarró el cuerpo del muchacho Varela al bumper de un carro que era de la sijín y le puse un letrero “Muerto por extorsionista”. Se lo llevó en la de­ fensa de ese vehículo y lo paseó por todo Yarumal, todos los habitantes del pueblo lo vieron. Al coronel Benavi­des le adelantaron una investigación pero a lo último lo exoneraron.

»En esa época murieron de manera violenta mu­chos expendedores de vicio y también viciosos. A él tam­poco le interesaba la presencia de extorsionistas, porque le fregaban a sus amigos, que eran los comerciantes o los ganaderos. Usted sabe que siempre la extorsión empie­za es con algún informante o alguien que es bandido y le cuenta a las FARC quién tiene plata. Se supone que Va­rela cumplía ese papel y aparece muerto en La Carolina. Cuando los superiores pidieron explicaciones a Benavi­des, él se justificó diciendo: “Es que yo estaba cerca y es­cuché los tiros y yo llegué allá”, o sea una historia chimba que no se la cree sino él.
»En la grabación, Benavides me dice que los extor­sionistas no iban a ser tan pendejos con ese fortín que es La Carolina, dijo: “Lo creen a uno bobo”, o sea da a en­ tender que lo asesinaron allá.
»Otro hecho que sucedió en La Carolina fue el de un muchacho, un soldado retirado, cuya denuncia hizo el padre Javier Giraldo, del cine P. A él lo reclutaron allá, pero tuvo problemas y después como que lo asesinaron. Ese es otro de los episodios oscuros en los que se nom­bra La Carolina»

Hoy, de la historia de La Carolina queda la marca: un prós­ pero negocio, la cría de toros de lidia que engalanan la fiesta brava en Colombia. Según su información oficial, la divisa de la ganadería La Carolina, creada en 1991, es blanca, verde y roja. Se confirma que la compañía la rige la Agropecuaria La Carolina Ltda., como representante de la misma figura:

Santiago Uribe Vélez
Calle 49 No. 50-21 oficina 1707
Medellín, Colombia
Teléfono: (57-4) 251 5132
Fax: (57-4) 251 5136

El encaste de los toros es santa coloma1 y murube2 es hoy una de las ganaderías más exitosas del país, aunque San­ tiago Uribe cree que no constituye un buen negocio. En una entrevista que concedió en época reciente, afirmó que «los costos son exorbitantes. Es un hobby que nos cuesta mucho dinero».3
Sobre la propiedad de la hacienda, un certificado de tradición y libertad de matrícula inmobiliaria expedido

1.El portalvoyalostoros.com describe esta raza de la siguiente manera: «Los toros de santa coloma son cárdenos, entrepelados y negros de muy alegre embestida, lis­ tos, desigualmente encornados».
2.Los toros murubeños son en general bajos de agujas y de poca cabeza, astillanos, aunque a veces salen toros de cabeza acarnerada, con las defensas más desarrolla­ das y corniapretados. Suelen ser de vientre recogido y pezuñas pequeñas y su capa, prácticamente en exclusiva, es la negra. (Misma fuente).
3. http://www.larepublica.com.co/archivos/tendenciAs/2010-02-12/alhama­y­la­carolina­protagonistas_93112.php  por la Oficina de Instrumentos Públicos de Yarumal el 21 de enero de 2011 confirma que en el último trimestre de 2002, recién posesionado el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez (para su primer mandato), su hermano Santiago vendió la sociedad propietaria del lugar. Hoy, sus dueños mayoritarios pertenecen a una familia de apelli­ dos Mejía Correa, la cual con seguridad da a esa hermosa finca un mejor uso que el que tuvo en la década de los noventa, de ingrata recordación para muchos habitantes de la zona de Yarumal.

Serie: El clan de los Doce apóstoles (Parte 1)

A raíz de la captura del ganadero Santiago Uribe Vélez, sindicado de homicidio agravado y concierto para delinquir, Utópicos web 2.0 reproduce a partir de hoy, capítulos del libro “El Clan de los Doce Apóstoles” (Ícono Editorial, 2011) escrito por nuestra directora, Olga Behar, que permiten explicar los hallazgos de la Fiscalía en este sonado caso.

Hoy, quién es Santiago Uribe.

VII: Santiago
Es muy parecido a su hermano Álvaro. Siempre fue bajito y delgado, casi menudo; ojos cafés relativamente peque­ños. Es muy activo –hiperactivo dirían algunos– y hábil para los negocios. No esconde la deformidad genética de su mano derecha, que maneja con habilidad. Aunque es ante todo un hombre de campo, desde hace veinte años su exposición pública es mayor, y no precisamente por el oficio de su hermano, el político. Hoy se lo ve en las corridas de toros de todo el país, un poco más robusto y con su permanente gesto serio, casi agrio, que los que lo conocen definen como una de sus características. Sue­le llevar un sombrero sobre la cabeza con el que disimula su incipiente calvicie.

Santiago es uno de los cinco hijos de Alberto y Laura, y tal vez el más afín a su hermano, el político. Es quien continuó con las actividades de su padre en el cam­ po y quien cuidó e hizo renacer el emporio que decayó debido a las grandes deudas que dejó el patriarca al mo­ rir. Sí, tenían grandes extensiones de tierra, aeronaves y todos los recursos que querían, pero en buena parte eran producto de operaciones al debe. Después de perder gran parte de la herencia en el pago de las deudas, Santiago hizo florecer la economía familiar, pero no sólo con tra­bajo y dedicación, sino con la adopción de medidas en­ caminadas a garantizar la seguridad de las inversiones. Esto, en medio de la inoperancia del Ejército y la Policía, y de la presencia de la guerrilla en las áreas en donde estaban asentadas las posesiones de los Uribe Vélez, lo habría hecho liderar una verdadera máquina de control armado territorial, que poco a poco se fue conociendo como Los Doce Apóstoles.

Tomada de www.semana.com

De recia personalidad, Santiago Uribe se identifi­ca con los toros que cría en su hacienda La Carolina. A ellos ha dedicado su vida en las últimas dos décadas. Y defiende a capa y espada su actividad, a la que le con­ cede un tinte casi pacifista cuando defiende la fiesta bra­ va de sus detractores:

Estoy totalmente en desacuerdo con aquellas per­ sonas, médicos o siquiatras que dicen que quienes acudimos a los toros nos volvemos violentos; yo por ejemplo, no he visto violencia más grande que la que genera el fútbol en este país. Nunca a la sali­ da de los toros se oye hablar de un muerto, salimos tristes porque los toros no sirvieron o porque los to­ reros no pudieron con la espada, pero nunca sali­mos peleando.*

*Tomado de El portal taurino de Colombia, «Uribe Vélez apoya proyecto taurino», en: www.voyalostoros.com.co
Poco entusiasta con las actividades urbanas, así lo resume en una entrevista que concedió hace ya algún tiempo:

«Yo por ejemplo, soy una persona que no iría a una ca­ rrera de carros a nada; ese ruido, esa contaminación, esa quema de aceite, ese desgaste de materias primas, ese es­ trés, y sin embargo yo respeto a todos los que vayan y les digo (sic): “Eso es lo que te gusta, ah pues, que los disfrutes”, pero yo no los ataco, ni los insulto, necesita­ mos respeto, necesitamos tolerancia».

Tolerancia que hoy reclama para los amantes del mundo taurino, pero que no parece haber invocado en la época en que consolidaba su gran capital en Antioquia.
Desde 1994, su nombre ha sido mencionado en diversas oportunidades en las investigaciones judiciales. Pero nunca ha sido realmente encausado. En el proceso de Los Doce Apóstoles, ha sido beneficiado por dos autos inhibitorios, el primero del 8 de mayo de 1996, cuando el fiscal general de la Nación era Alfonso Valdivieso Sar­ miento y otro del 29 de febrero de 2000, cuando Alfonso Gómez Méndez ejercía ese alto cargo. En noviembre de
2010, el caso fue reabierto.


Juan Carlos Meneses:
«En enero de 1994 me mandan para Yarumal, Antioquia; me dicen que hay problemas de guerrilla, de extorsión, que ya el capitán Benavides lleva un año allá, que es bue­ no que lo reemplacen. Entonces, claro, dicen: “En Cocorná está Meneses, un teniente recién ascendido, pero puede funcionar”. En todos los distritos había coroneles, mayo­ res, tenientes, o capitanes ya antiguos. Pero, ¿un teniente recién ascendido en un distrito? ¡No! Pero a mí, en las reuniones de comandantes de distrito, me tenían en buen concepto, yo siempre obtenía calificaciones buenas, fe­ licitaciones por resultados, por comportamiento, yo era el mejor. Entonces, claro, qué mejor candidato: “Mandémos­ lo para Yarumal, por hoja de vida, por confianza. Como allá hay un problema de guerrilla, váyase para allá”.

»En esa época, en las zonas rojas, la Policía tenía una especie de licencia para matar. Lo que nosotros ha­ cíamos era levantar información de inteligencia: que tal es guerrillero. Entonces el comandante de departamento mandaba a sus sicarios. La sijín era la que iba y hacía las limpiezas. Es una historia negra de la Policía que ya, des­ pués de la Constitución del 91, se suavizó un poquito y cuando empezaron a apretar los organismos de derechos humanos, empezó a desaparecer. Hoy es el momento en que eso prácticamente ha desaparecido; o sea, ya la Poli­ cía, en ese tipo de casos, muy poco acude a semejantes prácticas. Pero en Yarumal, cuando llegué, sí.
»Apenas llegué a Yarumal, iniciamos el empalme. El capitán Pedro Manuel Benavides tenía que ser trasla­ dado porque los medios de comunicación estaban me­ tiendo las narices y eso no le convenía a quien sería, a partir de esa semana, el hombre en cuyas manos esta­ ría mi suerte.
»¿Que si me habló de inmediato del tema de San­ tiago? No, este tema no es el primero en tocar. O sea, hay otras cosas que uno, como comandante, tiene que recibir.

Tomada de www.las2orillas.com
Y la verdad es que él tampoco quería sorprenderme de una. Es que la entrega es un proceso que suele durar de ocho a diez días. Primero empezamos a entrar en con­ fianza y empieza a hablarme del personal, de las esta­ ciones que hay, del material de intendencia, quiénes son los comandantes, me los va describiendo uno por uno: “El comandante de la estación es el cabo tal; los agen­ tes de confianza son; el secretario es tal, tenga confianza en él, porque él es esto y esto; el comandante de la esta­ ción Angostura es el cabo tal, es buena persona, es una persona que trabaja”. Los comandantes que uno tiene son la mano derecha, eso es lo que primero uno entra a ha­ blar en una conversación de entrega: “El Ruso es el de la sijín y el cabo Rodríguez, de la sub sijín”, etcétera.

»Al segundo día del proceso de entrega del coman­ do, abordó primero el tema del personal, el tema logís­ tico, cuánto armamento hay, sobre la munición, los ve­ hículos, las motos, sobre cómo son las instalaciones. Lo primero que hicimos fue revisar las estaciones, todo lo administrativo. Hay unas actas de entrega de distrito, pero el comandante de distrito no responde por nada. Es de­ cir, responde en papeles, pero cada comandante de estación es dueño de su estación. Claro, si llega a haber algún problema, inicialmente responde el comandante del lu­gar y, por lógica, también el comandante de distrito, por no haber controlado la situación. Entonces disciplinaria­ mente lo pueden investigar a uno y hasta sancionar, por­ que el comandante no revisó que hacía falta tal cosa. A uno, como funcionario público, lo investigan por acción u omisión. Por ejemplo, el sargento tal de Angostura es el que tiene que responder por los fusiles, los cartuchos, por todo lo de intendencia, por escritorios, máquina de escribir, motos, instalaciones, ollas, colchones, camaro­ tes. Cada comandante es el que responde; mi responsa­ bilidad iba a ser recibir todo lo que los comandantes de todas las estaciones firman en un acta.

»Cuando el capitán Benavides me va haciendo la entrega, yo voy viendo que las firmas de los comandan­ tes sean verificables. Entonces, a cada comandante le di­ go: “Usted es responsable de esto y esto, fírmeme acá al ladito”. Yo lo que hago es que a cada comandante le paso revista para constatar que lo que él firmó esté ahí, y al final le firmo el acta de entrega al capitán Benavides.
»Ya cuando quedamos solos, es cuando Benavides empieza a profundizar sobre la problemática de la región: “Vea, por acá está el frente tal; por acá donde está esta otra estación, el frente tal”, y ya al final es que empieza a hablar del grupo, es cuando me frentea:
—Resulta que aquí hay un grupo de autodefensas que son los que están haciendo limpieza social.
—Mi capitán, ¿cómo así?
—Ellos son los que están haciendo limpieza, us­ ted lo que tiene es que colaborarles (sic). Vea, Meneses, el jefe de ese grupo es Santiago Uribe.
»Yo me sorprendí mucho.
—¿Cómo así? ¿Santiago Uribe, el hermano del doctor Álvaro Uribe, el candidato a la Gobernación de Antioquia?
—¿Usted es la primera vez que oye que existe eso?
—me responde Benavides.—Sí, sí.

»Benavides no lo podía creer. Es que ya en Antio­
quia eso era vox populi. Me explica:
—Sí, sí, Santiago es el jefe del grupo. Yo lo voy a llevar para que usted lo conozca, yo vengo trabajan­ do con él. Y usted, lo que tiene que hacer es colaborarles, con la sub sijín, que son los de confianza, entonces ahí es donde entran El Ruso, el cabo Rodríguez, Jimé­ nez (sic).
»Le pedí que me aclarara más el asunto. Él me ex­ plicó que ellos venían de la mano con un grupo conso­ lidado que tenía dos componentes, uno rural, cuyo jefe era Rodrigo.
—Y el otro, es el urbano. El jefe urbano es Pelo de Chonta. Ellos lo que hacen es recoger la información para saber quiénes son ladrones, atracadores, viciosos, extorsionistas, expendedores de vicio. La sijín ubica la in­ formación, pero también, cualquier información que le llegue a usted, se la pasa a ellos; ellos se la transmiten al grupo que pone a los sospechosos en la lista. Y Santiago es el que autoriza la operación para darlos de baja.
—¿La lista?
—Sí, hay un listado de personas a las que toca dar de baja, ese lo llevan ellos. La misión suya, Meneses, es seguirles colaborando a ellos, yo lo vengo haciendo des­ de hace un año que llegué a Yarumal. Yo, desde que me vine de Cañasgordas, vengo aquí trabajando con ellos (sic). Hemos trabajado de la mano, ellos le van a dar una platica mensual a usted.
—Entiendo. ¿Y como cuánto es?

»Me dijo que era como un millón; eso era mucha plata en esa época.

—Entre los ganaderos recogen para que usted les colabore, para que ellos puedan operar aquí sin problema.
»Ya en plena confianza, le expresé que el temor de uno que es que le vayan a hacer cagadas. Por ejemplo, que aparezcan los tipos borrachos, haciendo tiros. Que sí hagan sus cosas, lo que tengan que hacer, pero que no se mantengan aquí en el pueblo, ni que lo vayan a bole­ tear a uno, ni a relacionar con esas acciones al margen de la ley.
—No, Meneses, eso no hay ningún problema, San­ tiago sabe manejar muy bien eso, y el que no sirva, el que esté dando lora o esté “hablando paja”, lo van es matando de una vez, usted no se preocupe por eso.
—Ah, bueno, mi capitán, si es así, entonces lo que hay que hacer es colaborarles.
—El grupo aquí ya está conformado, el jefe es Santiago Uribe Vélez, hay apoyo de la gente de Caucasia y de gente muy poderosa de la región.
»La verdad es que la información sobre el hermano del político, del ex director de la Aeronáutica, del congre­ sista, me causó sorpresa. Aunque, tengo que reconocer, no sentí mayor inquietud. Era normal el funcionamiento de este tipo de núcleos, en momentos en que combatir a la guerrilla por esta vía era una opción que tenía bas­ tante aceptación regional.
»El capitán Benavides me da más detalles del asunto: “Yo les he colaborado mucho, lo que hago es que cada vez que ese grupo va a cometer un asesinato lo que tenemos que hacer es garantizar que la Policía no reaccione. Entonces, lo que tiene que hacer es tenerlos guarda­ dos, tenerlos bien ocupados, para que no puedan ir hasta el sitio de los hechos y se corra el riesgo de que capturen a los que cometen los asesinatos”.

»Me aseguró que el comandante de la Policía en Antioquia, coronel Alberto Rodríguez Camargo, estaba al tanto de la situación. Es que eso era una cultura en esa época, eso era normal, que los ricos se reunieran y apo­ yaran a algún grupo de limpieza social. Y Yarumal no era la excepción.
»Pero sucedía algo que después sirvió para una mala interpretación y para que las pesquisas nunca alcan­ zaran a Santiago. Resulta que allí había unos comercian­ tes que recogían plata entre varios negocios, en la ferre­ tería, en la droguería, la panadería, y había gente con un gran sentido de colaboración. Recuerdo a un viejito que se llamaba Donato Vargas, él era dueño de un almacen­ cito que vendía relojes, chucherías, que se llamaba La Economía. Había sido policía cívico y quería mucho a la Policía; ese viejito era un policía sin uniforme, se mon­ taba en las patrullas a patrullar, era un policía de tiempo completo y se hacía muy amigo de los comandantes. Be­ navides me lo presentó, me dijo: “Vea, este señor recoge los aportes de los comerciantes”. Eran cinco mil pesitos en esa época, quince mil, veinte mil el que más daba. Ese fondo era para ayudarle a la Policía, para gastos como pa­ pelería, elementos de aseo, jabón, traperos, escobas, ga­ solina, y él tenía soporte de todo lo que le daban.
»Cuando se destapó lo de Los Doce Apóstoles, di­jeron que eran los comerciantes los que apoyaban al grupo paramilitar, porque eran los que recogían plata para pa­ garles. Y los capturaron sin que se comprendiera que en realidad se trataba de dos grupos diferentes: la coopera­ tiva de los comerciantes que apoyaba a la Policía en sus actividades cotidianas, y el grupo de Santiago. En esa épo­ ca, Santiago nunca figuró y se dijo que los que estaban haciendo limpieza se financiaban con esa plata que reco­ gía Donato. La Fiscalía se enfocó en Donato y los captu­ ró, a él y a los otros comerciantes que aportaban, pero ellos no tenían nada qué ver, ellos no sabían nada. La Fiscalía se enredó, fue por ahí y nunca mencionaron a Santiago. Pero paralelo estaba Santiago, que era el que recogía plata entre los ganaderos, finqueros y ricos para pagar eso. No quisieron llegarle a Santiago.

»Se comentaba que eran los ricos del pueblo y los comerciantes los que financiaban al grupo paramilitar. Lo que sucedió fue que algunos ricos del pueblo sí le ayu­ daban a Donato, eran los dueños de almacenes grandes, distribuidores de alimentos, de comida para cerdos y ga­ nado y terminaron enredándolo, porque Santiago tenía a dos personas que eran de su confianza, a dos ricos que le daban plata a Santiago y a la vez a Donato. Eran el due­ ño del restaurante San Felipe, Álvaro Vásquez, y Emiro Pérez, un señor que tenía un negocio de alimento para cerdos, un rico al que le habían secuestrado el hijo. En­ tonces, ¿cuál fue el pecado de Donato? Recogerles plata al del restaurante San Felipe y a Emiro Pérez, que ellos sí eran del grupo de Santiago; hubo una mezcolanza ahí, ellos eran de Los Doce Apóstoles.
»La verdad es que todo se sabía: Donato sabía que
Álvaro y Emiro formaban parte del grupo que dirigía Santiago Uribe Vélez; los otros comerciantes que apor­ taban sabían del grupo, pero nadie quiso decir nunca que Santiago era el que lo dirigía, ellos nunca lo echaron al agua en los interrogatorios. Ellos sí decían, hay un gru­ po que mata, un grupo que hace limpieza, pero yo no tengo nada que ver, yo lo que le doy es la plata para la Policía.

»Además hay otra cosa, es que Santiago fue muy inteligente. Él nunca daba la cara en Yarumal, él nunca bajaba, todos en el pueblo sabían que tenía su finca, y que en la finca había un grupo de paramilitares.
»Regresemos al empalme. Al día siguiente, Bena­ vides coordinó para que Santiago estuviera en su finca, para que él me conociera. Entonces, fue más directo y me propuso:
—Vamos y le presento a Santiago.
»Llegamos a la hacienda La Carolina. Llamó mi atención la fuerte seguridad armada que ni siquiera disi­ mulaban. No eran soldados ni policías, eso se reconoce por el armamento y el vestuario. Seguimos a la sala don­ de él me esta esperando. Me siento un poco tensionado, por eso no observo bien los detalles de la sala. Sí recuerdo que la decoración es la típica de las haciendas campestres de Antioquia: muebles finos de madera en una estancia amplia, agradable. Al saludarme, aprieto su mano y no­ to de inmediato la deformidad. Me da el recibimiento; mientras escucho su acento típico de paisa, lo observo con cierta curiosidad: un tipo de sombrero, con botas, con poncho de los que usan los antioqueños en el campo.
—Mucho gusto, ya sé quién es usted, ya me lo han dibujado. Usted es un buen elemento. Bienvenido a Yarumal, teniente. A ver le cuento de nosotros; aquí tengo unos muchachos, tenemos un grupito, una gente­ cita, yo necesito que usted me ayude. Además, nosotros vamos a ser fundamentales para el trabajo suyo, vamos a apoyarlo en todo lo que usted necesite, pero de usted necesitamos el apoyo también. Aquí nos necesitamos los dos, yo voy para adelante con este grupo, el objetivo mío es acabar a las FArc y al eln en esta región; acabarlos o sacarlos, pero el objetivo mío es limpiar la zona.

—¿En qué consiste esa cooperación?
—Queremos que usted, lo que tenga de inteligen­ cia nos lo pase a nosotros y nosotros, lo que tengamos, se lo pasamos a usted. Yo tengo gente tanto en la zona rural como en la zona urbana, entiéndase con Rodrigo y con Pelo de Chonta, lo que necesite es con ellos (sic). Cuando usted requiera que yo le salga a usted, pídale el favor a Rodrigo. Rodrigo me llama por el radio y nos ve­ mos aquí en la finca, pero présteles toda la colaboración. Yo lo que quiero es que cuando ellos vayan a actuar, us­ tedes no salgan, ése es el favor que le pido yo a usted. Mensualmente le voy a dar una colaboración, lo mismo como veníamos trabajando con el capitán Benavides, así mismo quiero que siga con usted (sic).
—No hay problema.
—Vea, Meneses: nosotros venimos trabajando muy de la mano del capitán Benavides. El capitán nos ha sido muy útil, nos ha colaborado bastante, esperamos que usted, que llega nuevo, siga colaborándonos de la mis­ ma forma que lo ha hecho el capitán Benavides. Usted, teniente, no se preocupe, que tanto en Medellín como los mandos y gente de la clase política en Bogotá, saben que esto se está gestando, tienen conocimiento. Pero tam­ bién sepa que usted, nos ayude o no nos ayude, este trabajo lo vamos a seguir haciendo, entonces lo mejor es que haga como viene haciendo el capitán Benavides y nosotros le damos muy buena información (sic). Usted nos colabora y nosotros antes lo cuidamos.

»Yo pensé: “Entonces lo va es a cuidar a uno”. Y
le respondí:
—Bueno, sí señor. Si el capitán me lo presenta a usted y me relaciona con usted, es porque las cosas van a seguir igual que hasta ahora y si las cosas son así, si el comandante del departamento sabe, si el Ejército sabe, su hermano sabe y hay varios senadores que están al tan­ to de todo, bueno, sí señor Santiago.
—Usted no tenga ningún temor, porque esto lo conoce el comandante del departamento, lo conoce la brigada, lo conoce mi hermano que es político, y él tie­ ne muchos amigos. Tranquilo, usted no se preocupe que nosotros tenemos manejo a nivel nacional, si usted llega a tener algún problema nosotros lo ayudamos, si a usted le llega a ir bien con nosotros, después lo mandamos para una parte bien buena, nosotros tenemos muy buenas re­ laciones y si usted nos ayuda, nos ayudamos todos.
—Listo, don Santiago, no hay problema.
»Así fue como conocí a Santiago. Lo veía encegue­ cido contra las FArc, primero que todo, a él se le veía la rabia que tenía, no disimulaba su odio contra las FArc y tiene sus razones. Cuando las FArc mataron al papá, él estaba con él y también le pegaron unos tiros, resultó herido, creo que le pegaron un tiro en la espalda. Es un tipo que se mueve, es hiperactivo, el habladito paisa tí­ pico, es como más cachetoncito que el hermano. A él le veía como ese militar frustrado, o sea, han querido como ser eso (sic), integrantes del Ejército, tener poder militar. Tal vez viene de esas historias que conocí, que el papá fue muy drástico, el papá de los Uribe Vélez, en cuanto a la crianza de ellos; muy disciplinado, entonces ellos te­ nían como ese don, esa forma de mando y de querer que las cosas se hagan por encima de lo que sea.

»Entendí que era un grupo de limpieza social. Pa­ ra esa época, no se les conocía públicamente como Los Doce Apóstoles. Los Doce Apóstoles se empezaron a lla­ mar después de que yo salí de esa región. Todo se supo después de abril de 1994, cuando empezaron las inves­ tigaciones.
»La ayuda fue permanente. Santiago nos daba pla­ ta, pero no era para nuestros bolsillos, era dinero para que pudiéramos garantizar que el grupo pudiera actuar sin que la Policía los capturara. El mecanismo era el siguien­ te: por ejemplo, cuando las acciones que hacía el grupo de Rodrigo eran de importancia, antes de salir los sica­ rios, Santiago me llamaba, para que quedara claro que él era el que estaba dando la orden.
»La idea era que el grupo pudiera operar sin el acoso del Ejército y la Policía. El Ejército no tenía tanta incidencia en el pueblo, en lo urbano, pero en la parte rural sí. Entonces, Santiago mandaba a llamar al coman­ dante de turno en el Ejército y la respuesta siempre era: “Mire, lo que se le ofrezca, aquí estamos dispuestos, va­ mos a colaborarle”.

»Pero cuando no eran tan delicadas, se organiza­ ban por intermedio de la sijín, o directamente con Rodri­ go o Pelo de Chonta. Rodrigo personalmente me decía: “Vamos a hacer tal cosa”. Entonces yo lo que hacía era decirle a la sijín: “Coordine para que la Policía no vaya a llegar allá”. Entonces ellos se encargaban de cuidarlos para que cometieran el asesinato, sin que la Policía les llegara en ese momento, de eso se trataba.

»La asistencia era integral. Por decir algo, oíamos por radio que había unos disparos en algún lugar, enton­ ces los de la sijín –que eran los verdaderamente invo­ lucrados– nos decían: “No mande ninguna patrulla que nosotros vamos para allá”, pero se iban era a cuidar la salida, la huida del sicario del grupo de los que trabaja­ ban para Santiago.
»Santiago tenía una lista de personas, había jefes del eln, también colaboradores de las FArc, él sabía a quié­ nes había que darles. La idea de él era desvertebrar la parte urbana de esos grupos guerrilleros y, con la gente que tenía en el monte, pues caerles. El objetivo era aca­ bar a las FArc y al eln.
»Sobre el dinero, a mí los periodistas me pregun­ tan que si yo sabía si Santiago Uribe Vélez era narcotra­ ficante en esa época, yo les digo: “La verdad, yo nunca lo vi comercializando con coca, ni sabía que él tuviera laboratorio”. Lo cierto era que la guerrilla en esa época tenía cultivos y laboratorios de cocaína, fuertes, por toda esa región de Santa Rosa de Osos y Yarumal, lo que era Campamento, Angostura, Briceño, Valdivia, eso era una zona cocalera y de laboratorios fuerte. Que si Santiago Uribe Vélez era narcotraficante, la verdad, nunca lo vi, lo que sí escuché es que de Álvaro Vásquez, que era el jefe de finanzas, se decía que manejaba algunos labora­ torios de cocaína. A mí me llegó una vez una información, según la cual él, como era ganadero y también trabajaba con cerdos, tenía un laboratorio debajo de unas coche­ ras*, porque dizque el olor de la mierda del cerdo disi­ paba el olor del procesamiento de la coca. Esa informa­ ción me llegó, pero yo nunca la corroboré. Este señor manejaba mucho dinero, incluso decían que Álvaro Vás­ quez era el que manejaba a los jóvenes sicarios, era el que los financiaba, les ofrecía plata, hay un testigo que cuenta que Álvaro Vásquez fue el que gestionó un pasado judicial y unos salvoconductos ante el DAS. Yo, probablemente lo hubiera encubierto; o sea, el objetivo no era meterle mano a esas denuncias, usted estaba trabajando para ellos.

*Porqueriza, sitio donde se crían cerdos.
»Le explico: aunque yo sí escuché que Álvaro Vás­ quez tenía vínculos con el narcotráfico, en la situación en la que me encontraba no estaba dispuesto a investi­ gar eso, pero además, en tres meses tampoco se puede hacer una labor de inteligencia tan fuerte como para lle­ gar a detectar algo así. Yo sí requisaba algunos carros que llegaban de Campamento, pero nunca encontré mayor cosa, lo que encontrábamos era mucha papeleta de dro­ ga, y sabíamos que el narcotráfico ahí lo manejaba era la guerrilla. Pero si usted tiene un fin, o sea, usted tiene su finca en Yarumal y empieza a combatir a la guerrilla, era obvio que los paramilitares no tenían realmente el objetivo de acabar a la guerrilla, sino que buscaban que­ darse con el negocio del narcotráfico.

Portada del libro “El Clan de los Doce Apóstoles” Tomada de www.las2orillas.com

»La guerrilla operaba en el departamento de An­tioquia, desde Urabá hacia el nordeste del departamento, donde están ubicados municipios como Yarumal, San­ ta Rosa de Osos y Anorí. Y luego bajaban a Caucasia y el departamento de Córdoba. Entonces, ¿Qué pasa? Los Uribe tienen fincas en Córdoba y arrancan con las auto­ defensas de allá para acá. Santiago me lo decía:
—Nosotros tenemos que limpiar esto, en Cauca­sia nuestra gente ya está fuerte, porque ha venido de Cór­doba hacia Antioquia.
»Yo lo escuchaba sorprendido de ver la capacidad de manejar una región tan vasta y conflictiva.
—Teniente, nosotros apenas estamos empezan­do; entonces, cuando usted necesite gente, yo se la con­ sigo. Ahora, por ejemplo, voy a traerme a unos amigos míos que cultivan papa. Son grandes cultivadores de pa­pa. Ellos se van a venir aquí y me van a dar la mano, me van a ayudar para empezar a barrer a la guerrilla de aquí para abajo, y si necesitamos gente, la mandamos a traer de Caucasia.
»Y no fueron sólo palabras; a los pocos días, de verdad llegaron. Era una gente de apellido Botero, unos duros de La Ceja, eran cultivadores y comerciantes de papa, pero también manejaban narcotráfico. En esa mez­cla entre lo legal y lo ilegal, hay que anotar que, incluso, tenían una pista de aterrizaje en Campamento por donde sacaban la droga. Pero ya estaba controladita la pista, la Policía no intervenía. Los cultivos de coca y los laboratorios para su procesamiento eran inmensos y la información era que de allá salía coca para la exportación. Realmente, el objetivo de Santiago al combatir la guerrilla, era quitar­ le el poder del narcotráfico, y usted mira que ya, en 1993,

1994 hasta 2002, las autodefensas se apoderaron de todo ese sector.
»Esa excusa de que el objetivo era acabar con la guerrilla, que porque “la guerrilla mató a mi papá”, no me parece argumento suficiente. Allí hay una conexión, eso está documentado en varias investigaciones: la muer­ te del papá de los Uribe se da por un problema entre el narcotráfico y las FArc, que también tenían negocios de narcotráfico».


En la primera parte del proceso, Santiago Uribe no fue mencionado, pero más adelante empezaron a aparecer testigos que aseguraban que él era el verdadero jefe de la agrupación paramilitar. La Fiscalía inició la primera in­ vestigación en su contra en 1995. Desde entonces, el pro­ ceso de Los Doce Apóstoles ha pasado por varias etapas y Santiago Uribe siempre ha podido salir beneficiado con autos inhibitorios. Lo logró en 1996 y en el año 2000. Sin embargo, el caso no ha sido cerrado en forma definitiva y el entonces fiscal general encargado, Guillermo Mendo­ za Diago, dijo después de las declaraciones de Meneses en Argentina que si surge una prueba nueva, el caso po­ dría ser reabierto. Podría ser, por ejemplo, la grabación de Meneses con el coronel Benavides en la que hacen memoria de todo lo ocurrido en Yarumal. Si esto suce­ de, Santiago Uribe Vélez será –sin duda– llamado a los estrados judiciales.

Entre rejas

El brillo de la luz que iluminaba desde lejos la vía por donde conducía una motocicleta, lo detuvo. Eran aproximadamente las diez de la noche cuando se despidió de su novia, se puso el saco, el chaleco y el casco, tomó las llaves y le dijo adiós.


Por: María de la Luz Palacios Estrada

Antes de ir a su casa tenía pensado arrimar a la panadería para comprar el pan del desayuno, como de costumbre.

Era una noche fría como las que hacen en Soacha; sin temor alguno emprendió su viaje, pero cuando vio esa luz lejana se estacionó en una esquina y dudaba si seguir o devolverse, ¿pero devolverse por qué?

“Lo pensé bien y si eran los ‘tombos’ no me antecedía nada más que un porte ilegal de armas, cosa que no tuve en cuenta por el momento. Decidí seguir mi camino, pero nuevamente la iluminación se interpuso y en medio de ella salió un hombre que me hizo señales de pare”, cuenta Yimmi Leal, al recordar la noche en que su vida tomó un rumbo inesperado.

Una requisa, todo normal. Entregó la cédula y qué raro, nada que se la devolvían para terminar su viaje. “Una hora, dos horas y nada, uno así ya se preocupa”, dice Yimmi.

Ansioso de llegar a casa, preguntó qué pasaba y uno de los militares, sin decir nada, lo subió a un camión donde había más jóvenes; pero ¿por qué?, él seguía sin entender. ¿Sería la luz al final del túnel que no debía haber seguido?

Ya han pasado once años y Yimmi Leal sigue preso en la Cárcel Modelo de Bogotá.

Todos los días a las cinco y media de la tarde suena una alarma que anuncia la hora de ir a dormir. Su vida se ha convertido en una monotonía y no le queda más que pensar en la que disfrutaba al lado de su familia, sus amigos y del hijo que estaba gestándose cuando se lo llevaron.

Con las luces ya apagadas y después de escuchar el ruido que despiden las rejas cuando son tocadas con un bolillo para verificar que estén cerradas, recuerda línea a línea las palabras que componen su sentencia: condenado a 390 meses y, como si fuera poco, a pagar 2.010 salarios mínimos porque lo acusaron de ser ‘coautor del delito de concierto para delinquir agravado en concurso heterogéneo con y porte ilegal de armas de defensa personal y homicidio agravado en las personas de Jeison Isidro y Diógenes Bayona Téllez’.

Su voz gritando inocencia y clamando libertad hacen eco en sus pensamientos, y aunque el video que está en la página de Youtube donde se escucha la voz de unos hombres que dicen ser los culpables del asesinato de los hermanos Bayona y que no conocen al señor Yimmi Leal, según lo manifestado por Yimmi no ha sido suficiente para ahondar en la investigación de su inocencia; él continúa enviándole cartas al presidente para que su caso no siga pasando desapercibido.

Entre rejas, cree que nada ha sucedido con él porque es uno más de los miles que no tienen cuello blanco ni los beneficios que esto le otorgaría, porque no tiene el dinero suficiente ni las influencias para emprender una huida “legal por lo ilegal”, sin más que un pantallazo por la televisión.

Lo que más le duele es el tiempo que su hijo ha crecido sin el calor de padre que él pudiera darle si no estuviera preso; el estar lejos de su familia y de su compañera sentimental; además, exclama su vergüenza por ser acusado de paramilitar y asesino.

Entre tanto, ha llegado a la conclusión de que “los jueces en vez de toga deberían llevar un traje de colores y un pimpón en la nariz, claro que eso sería una ofensa para los payasos que trabajan honestamente”.

Mientras el tiempo pasa y los días se acaban, los va tachando con la ansiedad de que se acaben rápido y así pueda gritar: LIBERTAD.