Bocachico, gracias por la espina.


In memoriam

David Sánchez Juliao (1945-2011)

Eduardo Galeano (1940-2015)


Siempre les tuve pavor a las espinas de ciertos pescados. Tal vez, por ser del interior del país –aunque ya sabemos que Cali queda a solo 122 kilómetros de Buenaventura, en la costa del Océano Pacífico- no había un hábito familiar de su consumo en nuestro hogar. Eso sí, cuando mi papá nos invitaba a Corzo, uno de los pocos restaurantes de comida de mar que había en la ciudad, disfrutaba del róbalo, la corvina y, de vez en cuando del mero, preparados magistralmente por su chef de siempre, un español que llegaba hasta la mesa para hacer mil preguntas sobre los platos y regodearse con los comentarios, sinceros y muy adornados, provenientes por lo general de mi madre, una reconocida cocinera autodidacta que ostentaba el diploma Cordon Bleu, obtenido por correspondencia.

Disfrutábamos, pues, de la comida de mar, nunca de río, pues el salmón era inexistente en esta región cuando se conseguía lo que daba el país y no tantos productos importados como los que invaden nuestros supermercados actualmente.

El bagre y el dorado eran despreciados “por su sabor a barro” –decía mi mamá- y por su carencia de escamas, una limitante para el tipo de comida judía kosher que se respetaba en la mayoría de hogares de nuestra cultura. Tampoco le gustaba la mojarra de río y el bocachico, “ni de riesgos”, por las espinas filosas y tan delgaditas como agujas de coser, que podían atravesarse en la faringe.

Hoy, recordé una de las más terribles y hermosas anécdotas de mi vida, cuando pedí en el supermercado unos bocachicos, pues aunque yo ni lo pruebo, algunos integrantes de mi entorno familiar lo disfrutan y saben comerlo, expulsando las espinas con maestría.

-¿Bocachico del Magdalena?, eso ya ni hay, le ofrezco este, peruano.

¿Importado del Perú? No podía creerlo. Al ver su tamaño descomunal –pues recordaba la talla individual de ese pescado que se ofrecía en los comederos de los pueblos ribereños de nuestro gran río- sentí que debía hacer algo más que despreciarlo. Fue entonces cuando comencé el googleo que hoy nos enseña más que cualquier biblioteca.

Un artículo del periódico El Tiempo del año 2000, ya alertaba sobre el tema: “Según Rafael Otero, especialista en reproducción y cultivo de peces, entre las causas de esta disminución figura la apertura de vías de comunicación sin previos estudios de impacto ambiental, el taponamiento de caños por sedimentación y vegetación, la desecación de ciénagas, el uso de plaguicidas y fertilizantes, el mal uso de redes de pesca y la captura de peces que no presentan tallas mínimas, principalmente”. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1263753

Quince años después, es claro que la mano del hombre casi ha acabado con este apreciado pez, que combina su navegar entre las ciénagas y las aguas corrientes, por lo que hoy se cultiva artificialmente. Pero como “el bocachico no se reproduce en forma natural o en aguas quietas, tales como ciénagas, estanques o cualquier otro estado de aguas lénticas, en estos medios solo logran madurar sus gónadas Por eso para lograr su reproducción en cautiverio es necesario estimularlos artificialmente con extractos hormonales” (ibid).

Ajá, entonces mis comensales terminarán ingiriendo componentes químicos. Allá ellos que insisten en comerse el pescado peruano que compré a regañadientes.

A punto de echarlo en la olla, decidí tomarle una foto. Y al verla, no pude evitar un recuerdo, entre terrorífico y dulce, sobre el único trozo de bocachico que he comido en mi vida.

El día que mi querido y respetado amigo y escritor David Sánchez Juliao me llamó para invitarme a un sancocho de pescado, me negué en el primer momento.

-¿Pero, por qué?

-Porque tú eres sabanero y seguro es pescado de río.

-Niña, precisamente de eso se trata. Me acaba de llegar la encomienda de Lorica y ya vamos a empezar a sudar el bocachico.

¡Bocachico! El pescado que causaba terror en mi familia. El que no nos dejaban ni probar, porque las espinas eran filudas y tan delgadas como una aguja de coser.

-Hermano, paso. Le tengo pavor a ese bicho.

-Mira, tienes dos motivos para venir. Primero te digo el segundo: el auténtico hijo dilecto de Lorica te va a enseñar a separar en la boca las espinas de la carne.

-¿Y el primero? Tiene que ser verdaderamente tentador, porque con el de tu clase magistral no me convences.

-Te voy a presentar a tu ídolo de ídolos.

-¿Miguel Bosé?

-¡Qué Bosé ni qué carajo! Nuestro compañero de mesa será Eduardo Galeano.

Eduardo Galeano.

Colgué casi sin despedirme, busqué con frenesí en mi biblioteca, con la misión de que me fuera autobiografiada, ‘Las venas abiertas de América Latina’ –la nueva biblia de la izquierda latinoamericana, que había dejado en los anaqueles a Marx y a Trotsky-, agarré mi cartera, saqué las llaves del carro y corrí hasta la calle 19, para encontrar un parqueadero y subir al apartamento de David.

Galeano, ya un reconocido escritor y periodista uruguayo, era más que mi ídolo. Porque a los ídolos se lo quiere y se los disfruta, pero de los maestros se bebe el elíxir de la sabiduría y de la experiencia.

Estaba sentado en el sofá de la sala. Al verme entrar, se puso de pie y me saludó con un especial afecto.

-Ya sé algunas cosas sobre vos, que te persigue la tomba, que sos periodista de televisión, que querés ser escritora pero no sabés cómo ni por dónde empezar.

Yo no supe qué decir. Me pareció guapísimo, con sus ojos claros, su pelo aún rubio y su contextura delgada, pero firme. Rápidamente hice abstracción de su notable belleza física, para empezar a escudriñar su mente y su alma. Pero en solo un par de horas, difícilmente podría establecer la confianza necesaria para ganarme su amistad. En fin, decidí dejar para después el autógrafo e intentar aprovechar el tiempo, que corría, para mi fortuna, lento esa tarde de sábado.

Después de unas cuantas copas de vino, unos patacones alucinantes y los ires y venires de Sánchez Juliao entre la cocina, el comedor y la sala, sonó el grito de guerra que me devolvió al terror.

-Listo el sancocho.

Me pareció extraño ver, en tan espléndida mesa, un pan francés cortado en trozos grandes.

-Por si acaso- dijo David, al notar mi mirada sobre la canasta.

No quise preguntar nada y me resigné al futuro: pescado del río Sinú, arenoso y con esas espinas filosas y tan delgadas como una aguja de coserUn ojo del animalejo parecía mirarme, como diciendo, aguanta, niña, ya verás de qué soy capaz.

Sánchez Juliao

Y como cuando el destino tiene marcada la desgracia, a las tres cucharadas sentí que el mundo se me venía encima. Súbitamente, la respiración quedó cortada y, sin remedio, el filo de la espina rasgó mi esófago. Bajé la mirada y pasé saliva. El ojo me miró con sorna, como vengando su muerte y su destino final en el caldero de los Sánchez Juliao, y me dijo niña Olga, eso te pasa por desoír las órdenes de tu mamá.

A la tos seca y ahogada le siguió la exclamación de David, el pan, el pan, pásalo en pedazos grandes, lo menos triturado y mojado que puedas, mientras un Galeano lívido, angustiado, solo atinaba a darme golpes en la espalda.

-No Galeano, no pierdas tu tiempo, si se atoró la espina, se atoró. ¡El pan, ayúdala con el pan!

Diez minutos después estábamos rumbo al Hospital San Ignacio, el único que se le ocurrió a David en ese momento. El médico de urgencias diagnosticó:

-Si no le bajó con el pan, habrá que anestesiar e intervenir, para extraer la espina.

Eduardo Galeano, el autor de tantas obras profundas y excelsas, el investigador que se disponía a viajar a la Sierra Nevada de Santa Marta para conocer de primera mano las historias sobre los primeros pobladores (para su segundo tomo de Memorias del Fuego, Las Caras y las Máscaras), el admirado intelectual de izquierda por toda Latinoamérica, caminaba de un lado para el otro como si estuviera en las afueras de una sala de parto.

Cuando David escuchó, ‘quirófano’ ‘anestesia’, intervenir’, gritó exaltado:

-El pan, el pan, no hay espina que se resista a un buen trozo de pan duro o a una papa salada.

Ordenó congelar la escena mientras buscaba una sancochería o una panadería. En la carrera séptima había de ambas y el pobre hombre, agitado por la carrera y por su peso descomunal, regresó con una bolsa de calados.

Después de verme engullir las tostadas bogotanas y de pasarlas con un jugo de durazno de frasco, Galeano me susurró al oído:

-Vámonos que ya viene el médico con el bisturí. La sabiduría Caribe tiene que ganarle a los años de estudio del joven de las urgencias.

Cuatro horas después de haber visto por primera vez sus ojos claros y de haber escuchado su voz aterciopelada, estábamos de vuelta en casa de nuestro anfitrión. La mesa estaba ya desocupada y, por fortuna, el ojo del pescado no me sonrió burlón. David fue por una botella de whiskey y anunció entre risas:

-Si los panes no te sirvieron, esto te hará olvidar. Mañana, el guayabo enmascarará la herida de la espina del pescado.

Tratando de recobrar la normalidad, pregunté:

-¿Y por quién brindamos?

Eduardo Galeano alzó su vaso y anunció:

– El almuerzo de hoy parecía un encuentro de cortesía. De verdad, no daba ni un peso por lo que podría salir de él. Brindemos, entonces, en homenaje al gran Río Sinú, que acogió al ser extraordinario que hoy sella una amistad. ¡Bocachico, gracias por la espina de la amistad!

OLGA BEHAR

DIRECTORA UTÓPICOS.  

“HE TENIDO CONFRONTACIONES CON MI PAPÁ, PORQUE NO ESTÁ DE ACUERDO CON ALGUNOS DE MIS PLANTEAMIENTOS EN TWITTER”: MARTÍN SANTOS, HIJO DE JUAN MANUEL SANTOS

Utópicos presenta, a partir de hoy, una serie de entrevistas sobre los herederos de políticos colombianos, algunos de los cuales accedieron al poder y otros, desafortunadamente, no pudieron vivir en democracia, porque fueron asesinados.


Entre quienes tienen la fortuna de disfrutar la vida con su padre está Martín Santos Rodríguez. Es el hijo mayor del dos veces presidente de Colombia y premio nobel de paz, Juan Manuel Santos.

Aunque con frecuencia lo tientan para que recoja el legado de su padre y se lance a la política, él prefiere estar alejado de ella, aunque se interesa permanentemente en los temas de Colombia.

Nuestra directora, Olga Behar, conversó con él.

Olga Behar. Su padre proviene de una familia que se formó en torno  a una figura que, en la primera década del siglo XX, combinaba el ejercicio del periodismo con el político. Tanto es así que su tío bisabuelo, Eduardo Santos, tuvo estrecha relación con el primero (como dueño del periódico El Tiempo) y con el segundo (llegando, en 1938, a ser presidente de Colombia, por el Partido Liberal).

Sus herederos (Enrique y Hernando Santos Castillo) consolidaron ese gran proyecto periodístico, y solo uno de ellos, Juan Manuel Santos -de la tercera generación-, logró llegar a la presidencia de Colombia. Al haber una generación intermedia en la que ninguno de los sobrinos se decidió por la política, a Juan Manuel Santos no se lo ha tildado de ‘delfín’, porque técnica y políticamente, construyó su propio camino hasta llegar a la presidencia. Sin embargo, en las nuevas generaciones, (y hablo de 2022), su nombre ha saltado a la escena pública. Teniendo en cuenta lo anterior:

¿Se considera un delfín de la política?,  ¿Ha pensado en dedicarse al servicio público y construir un camino para ser presidente de Colombia?

En repetidas ocasiones se me ha hecho esta pregunta y todas las veces he dicho enfáticamente que no, ese no es mi plan, no solamente porque estoy enfocado en otros intereses, sino porque también creo que hay que brindarle espacio a otras personas jóvenes, muchísimo más preparadas que yo para incursionar en ese ámbito de la política. También he sostenido varias veces que el poder no se hereda sino que se cultiva. El liderazgo se crea, no se hereda, entonces dentro de mis planes no está hacer carrera política para convertirme en presidente de Colombia.

Martín Santos hijo del expresidente Juan Manuel Santos.  Fotografía tomada de: pacifista.tv

Antes, las herencias políticas se forjaban con preparación intelectual y académica. Ahora, se perciben otras condiciones (que adquirieron notoriedad durante la parapolítica) y hoy, se aspira a conservar el poder político y económico ante el retiro de la vida pública de los patriarcas. ¿Le han propuesto tomar las banderas de su padre?

Tengo que decir que la propuesta  de asumir las banderas políticas de mi padre me la han hecho  en repetidas ocasiones; sobre todo ahora, que hay mucha gente que extraña la forma en la que mi papá hacía la política de centro, de la tercera vía. Desde congresistas hasta empresarios, académicos se me han acercado para intentar empujarme y aventurarme en este camino, y he dicho que no, que a mí me honra su intención, pero que definitivamente eso no está dentro de mis planes.

¿Usted le cree a Tomás Uribe, cuando dice que va solamente a asesorar a Óscar Iván Zuluaga? , o ¿no será que está en un proceso de aprendizaje de la minucia política para empezar un recorrido que lo lleve al poder, tal vez no en 2022, pero si en 2026?

La verdad es que preferiría no entrar en controversias con Tomás Uribe. Cada quien tiene derecho a pensar y a actuar como cada quien prefiera; si él tiene aspiraciones políticas, como cualquier colombiano tiene todo el derecho de hacerlo. Entonces, prefiero no opinar por otros, especialmente en este contexto de polarización y agresividad en el que desafortunadamente nos encontramos los colombianos.

Para dejar en claro su camino profesional y público futuro, ¿qué ha sido de usted en estos años? ¿A qué se dedica?, ¿qué proyectos tiene?

Yo hace tres años me mudé a Nueva York, a Estados Unidos, a hacer una maestría en asuntos públicos y relaciones internacionales en la Universidad de Columbia, lo saqué adelante, fue una experiencia increíble para mí, no solamente por el aprendizaje que tuve la oportunidad d de tener, sino también por las personas que conocí.

Mi plan original era volver a Colombia inmediatamente después de eso, pero me contrataron en una consultora que se llama K2 Intelligence (https://www.k2intelligence.com/), en un puesto que a mí me llamaba mucho la atención. Entonces actualmente trabajo como consultor para esta firma, pero al mismo tiempo lancé hace poco una consultora propia, se llama Metodica Consulting (https://metodicaconsulting.com/) , es un emprendimiento que lo he pensado y desarrollado durante estos últimos cinco meses en que el COVID me ha hecho reflexionar sobre nuevas formas de abordar la realidad.

Mis planes por los siguientes años será dedicarme de lleno a la consultoría, no solamente para la empresa para la que trabajo, sino para la mía, que consiste en cuatro áreas de trabajo: 1. Desarrollo de negocios; 2. Sostenibilidad; 3. Comunicación y estrategia y 4. Asuntos públicos y de gobierno.

Usted es una celebridad en Twitter, con casi 425.000 seguidores.  ¿A qué adjudica su éxito en redes? Y, ¿cuál es el valor que le da a expresar sus opiniones en redes sociales?

No me considero por ningún motivo una celebridad en Twitter; simplemente, yo creo que el número de seguidores refleja tal vez que a la audiencia le gusta el contenido de mis publicaciones; entonces, por eso podría llegar a ser considerado como una persona influyente en esta red social, pero no va más allá de eso. Hay personas que son exitosas en sus redes sociales, con contenido humorístico, con contenido visual, fotográfico; hay  otras en muchas áreas distintas, entonces yo creo que el número de seguidores es reflejo del gusto que tal vez la audiencia tiene por mis trinos y mis contenidos.

¿Qué tanto hay allí de opiniones personales y qué tanto hay  de conversaciones y del pensamiento de Juan Manuel Santos?

Existe esa idea que detrás de mis redes sociales está mi papá. Eso es totalmente falso, yo soy totalmente responsable de cada una de las letras que ahí se digita y se publica. Incluso, muchas veces he tenido confrontaciones con mi papá, porque no está de acuerdo con algunos planteamientos que yo he hecho en estas redes sociales y de ninguna manera consulto o le pido consejos a mi papá sobre lo que yo publico ahí. Soy dueño de mis tuits, de mis palabras y de mi propio contenido.

Si lo comparamos con Tomás Uribe (117.100 seguidores), vemos que lo cuadriplica. ¿Por qué cree que pasa esto?

No veo alguna razón puntual y no me gustan ese tipo de comparaciones. Cada persona, como lo había mencionado,  es libre de hacer lo que quiera, lo que piense el contenido que desee (publicar).

Yo sí he procurado no incurrir en esta tendencia tan negativa para la sociedad y es todo el tema de las noticias falsas, vemos que a diario se publican miles y miles de informaciones imprecisas, que lo único que hacen es tergiversar el debate y aumentar la agresividad en redes sociales. Yo procuro, por supuesto, ser crítico frente a algunos temas, pero sobre todo, cerciorarme de la veracidad de la información que comparto, que publico, que cito, que  escribo.

Entonces, yo más bien me enfocaría en decir que existen dos tipos de tendencias en las redes sociales: aquellos que quieren hacer ruido, crear zozobra, crear pánico con noticias falsas, y existen las personas que entran al debate, que controvierten, como es sano en una democracia, pero con fundamento y con información certera.

Nota del editor: Algunas respuestas de esta entrevista fueron publicadas por la autora en esta columna, en el Washington Post: https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2020/09/02/herederos-de-la-politica-en-colombia-delfines-del-poder-o-huerfanos-de-una-esperanza-asesinada/

DELFINES POLÍTICOS Y EL SISTEMA PATRIMONIALISTA COLOMBIANO

DELFINES POLÍTICOS Y EL SISTEMA PATRIMONIALISTA COLOMBIANO

Autor: Sin autor.

Facultad de Humanidades y Artes

Para cerrar la serie sobre los delfines en las nuevas generaciones de políticos en Colombia, Utópicos le pidió a la abogada y exdiplomática Clara Inés Chaves Romero un análisis sobre este fenómeno que ha marcado la vida política colombiana durante más de ochenta años de vida republicana.

La corrupción se ha institucionalizado en el poder, enquistándose a través de las casas políticas regionales que, con la compra de votos en las distintas elecciones en el país, plagian uno de los pilares de la democracia, el derecho que tienen todos los colombianos a votar libremente por el candidato de su preferencia.

El sistema patrimonialista sigue vigente en muchos países. Es decir, es la gobernabilidad concentrada en el poder personal absoluto de la oligarquía, comprendida por unas familias que detentan el poder y que se lo traspasan entre ellos. Este poder fluye directamente del líder. Se compone principalmente de una mixtura entre los sectores público y privado. Estos sistemas autocráticos excluyen del poder a las clases media y baja y, en ocasiones, a la clase alta, y se caracteriza también porque las fuerzas armadas son leales al líder, dejando por fuera a la población.

Este sistema no es ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y del análisis del país en su momento histórico y de la manera como se maneja el poder en beneficio del bien común de toda la colectividad, de la consolidación de la democracia y de la gobernabilidad, construyendo el futuro con bases sólidas.  Para Weber, las monarquías patrimoniales y formas similares de gobierno eran proyecciones del patriarcado (la regla del padre dentro de la familia) sobre un conjunto más amplio de relaciones sociales. Hay dos formas principales de patrimonialismo en el análisis de Weber de la autoridad tradicional (dominación). Una forma se caracteriza por una estructura descendente en la que el emperador o sultán gobierna sobre la base de su propia autoridad legítima a través de funcionarios burocráticos tradicionales (por ejemplo, eunucos).

En principio, la Iglesia católica es patrimonio en este sentido tradicional, con el Papa como el Gobernante Patrimonial. La otra forma de patrimonialismo todavía está de arriba hacia abajo, pero se acerca al tipo ideal del feudalismo occidental europeo, con una base para la autoridad legítima fuera de la autoridad del gobernante central. En Francia o Inglaterra del siglo XII, por ejemplo, podría haber consistido en la aristocracia caballeresca. Esta forma feudal de patrimonialismo evolucionó finalmente en Monarquía Constitucional. El Senado de los Estados Unidos es un vestigio de la Cámara de los Lores en Inglaterra. Francis Fukuyama, politólogo de Stanford, lo describe como reclutamiento político basado en los dos principios de selección de parientes y altruismo recíproco.

Colombia no se ha escapado a este sistema gobernado por élites familiares, las cuales presentan características que indican similitudes y diferencias entre los linajes presidenciales, más allá de la filiación política tradicional bipartidista que gobernó al país por décadas, es decir: entre liberales y conservadores. Existen particularidades importantes dentro de estas élites a tener en cuenta, que han sido factores indispensables para su posicionamiento en el país, como son: el origen del linaje, el pensamiento político, las actividades económicas, la formación académica y el padrinazgo político.

En cuanto  a la procedencia del linaje responde a su ascendencia a la élite colonizadora, es decir a España y su fortaleza política nace en la época de la colonia; por ello, me referiré a las familias que gobernaron en el siglo XX en Colombia.

En este sentido, el abolengo de la familia Ospina viene de manera ininterrumpida desde el siglo XIII. Ellos llegaron con la conquista y con la creación de municipios en el país, fortalecieron su presencia al interior de la burocracia estatal, adquiriendo reconocimiento, prestigio social y posteriormente político.

En relación con la familia Lleras se encontraron vestigios del siglo XVIII y es a partir de la línea genealógica de Mateo Lleras Acuña y Josefa Alá y Tome, que se encuentran referencias por su origen catalán que le permitieron ingresar a la elite política del país en la época colonial, obteniendo posiciones públicas, uniones maritales e ingreso a la academia.

Por su parte, el linaje de la familia López viene por el sastre del Virrey Jerónimo López en el siglo XIX, que hace referencia a las clases profesionales en ascenso  que le permitieron obtener un desarrollo financiero e industrial del país durante los siglos XIX y XX, lo que facilitó la conformación del poder político del linaje presidencial. 

La familia Pastrana no tiene antecedentes españoles, por lo que su ingreso a la élite política colombiana se dio a través de actividades económicas y a un padrinazgo político. 

Estas élites políticas tradicionales tienen un soporte económico y una actividad alterna al ejercicio público; es así como la familia Ospina tuvo actividades relacionadas con la minería, la agricultura y el urbanismo. Los López se caracterizaron por sus actividades con la banca desde la época de Pedro A, López  y con empresas transnacionales de bienes.  

Por su parte, los Lleras se conocieron por sus actividades en medios de comunicación, en las leyes, como profesores en universidades prestigiosas del país, lo que les facilitó un conocimiento con la realidad colombiana, y tanto Alberto Lleras como Carlos Lleras Restrepo se caracterizaron por ser abanderados de la moral del país. 

Por su parte, los Pastrana se concentraron en distintas actividades heterogéneas, como en impulsar la Corporación Financiera Colombiana de Desarrollo Industrial, participar en la Cámara de Comercio Colombo-Americana, la creación de CAFAM; la introducción de las tarjetas de crédito en Colombia, con el establecimiento de Diner’s Club en el país. 

En torno al pensamiento político, estas élites se destacaron por pertenecer y conformar los partidos tradicionales del país: el liberal y el Conservador.

En el siglo XX, los liberales se caracterizaron por grandes reformas, las cuales perduran hasta hoy, como fue la Revolución en Marcha, Ley 200 de 1936, por la tecnificación y especialización de las instituciones del Estado y por las reformas administrativas, como la que se dio en 1968 bajo la presidencia de Lleras Restrepo, entre otras. 

Por su parte, los conservadores representados por los Pastrana y los Ospina, se identificaron por una filosofía social-conservadora en la que reforzaron el sector agroindustrial y minero, con la creación del ministerio de Agricultura y Ganadería y algunas obras de infraestructura.  

La concentración del poder político del país en el siglo pasado se caracterizó por la presencia de cuatro linajes que se consolidaron en el Frente Nacional, como respuesta al padrinazgo político que se dio en su momento en el que se renovó la élite política y se rotó el poder entre estas 4 familias. 

Se dieron alianzas familiares en las que repartían la burocracia del país, pues en el siglo XX existieron cuatro presidentes que gobernaron dentro del Frente Nacional: Alberto Lleras Camargo, Guillermo León Valencia, Carlos Lleras Restrepo y Misael Pastrana, cuyos descendientes tienen hasta la fecha una influencia en la vida política del país.

Estas alianzas se llegaron a dar incluso en el plano residencial, pues estas familias habitaron el mismo barrio, sincronizándose de esta forma, pues mucho se conoció que a través de la familia Ospina, que creó el barrio Teusaquillo en la capital del país, muchos de estos clanes residieron en este sector.

De otra parte, el debilitamiento de los partidos políticos tiene una relación con las castas familiares que se transmiten el poder de padres a hijos, e incluso a nietos y sobrinos, quienes crean lealtad entre ellos, para no perder sus privilegios ni los favores, con los cuales construyen plataformas políticas que les permiten perpetuarse en el poder y apropiarse  de los recursos y del Estado. 

Hasta la llegada de Álvaro Uribe Vélez al escenario político, perteneciente a una nueva casta de poder, caracterizada por liderazgos personales que aprovecharon el contexto político del momento, pero que debido a los escándalos de corrupción de posibles alianzas con los narcos y los paras, su asentamiento en el poder se ha dado de una manera carismática y personalista, que va más allá de un linaje proveniente de un ancestro en el poder. 

Ahora su hijo, Tomás Uribe pretende posicionarse como su delfín, simplemente por el hecho de que su padre ve la amenaza de perder su investidura de intocable, pues ha pretendido dominar las ramas del poder público, concentrando su poder en su figura patriarcal, y en la actualidad se ve obligado a responder por innumerables presuntos delitos, asunto a lo que no está acostumbrado. 

A pesar de que pertenece a la casta política de la familia Santos, Juan Manuel Santos llegó a la presidencia, no por su linaje sino promovido por el carisma de Uribe Vélez, debido a las circunstancias socio políticas de ese momento. 

En el Siglo XXI, surgen nuevas figuras que no pertenecen a las castas políticas, pero que sí parecería que pueden ser alternativas de llegar al poder, como es el caso de Gustavo Petro. Pero, difícilmente se podrá consolidar esta expectativa, debido a que difiere totalmente del sentir de las élites políticas, que a pesar de que se encuentran debilitadas, no lo están tanto como para perder el control de los hilos del poder. 

Por su parte, Iván Duque llegó como el delfín de Uribe, que lo puso en el poder como candidato de su partido, pero que no demuestra las características de un líder que podría sobrevivir a largo plazo sin su padrino político. 

Sergio Fajardo se perfila como un candidato independiente que deberá rehacer su alianza con alguna élite del poder, para poder ser parte de las élites que siempre han gobernado al país, si quiere consolidar su aspiración presidencial. 

Aunque algunos expertos consideran que el surgimiento de nuevas figuras en la escena política colombiana es un respiro y que ponen en dificultades a las castas políticas del país, no lo es tanto, si los programas de gobierno que promueven estas nuevas figuras van en contravía de los intereses de conservación de esas élites.

Por todo lo anterior, algunos han considerado que este sistema patrimonialista es el secuestro del Estado, que conduce al debilitamiento de la democracia, en el que no se permite en la práctica real el surgimiento de nuevos partidos políticos, al menos si estos no son de las corrientes ideológicas tradicionales.

La corrupción se ha institucionalizado en el poder, enquistándose a través de las casas políticas regionales que, con la compra de votos en las distintas elecciones en el país, plagian uno de los pilares de la democracia, el derecho que tienen todos los colombianos a votar libremente por el candidato de su preferencia.

Además, a este sistema oligárquico de concentración de poder se le atribuye el debilitamiento del campo, debido a las distintas políticas que han fortalecido el latifundio sin función social, quebrantando la razón de ser de la propiedad según lo establece la constitución colombiana, y haciendo quizás inviable el desarrollo de uno de los puntos del acuerdo de paz, la reforma rural integral, porque, al parecer, toca los intereses de la oligarquía, que es el control del territorio a través de grandes extensiones que se utilizan para la ganadería y para consolidar su poder per sé.

…Algunos han considerado que este sistema patrimonialista es el secuestro del Estado, que conduce al debilitamiento de la democracia, en el que no se permite en la práctica real el surgimiento de nuevos partidos políticos, al menos si estos no son de las corrientes ideológicas tradicionales.

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Serie: El clan de los Doce apóstoles (Parte 3)

Utópicos web 2.0 reproduce 3 capítulos del libro “El Clan de los Doce Apóstoles” (Ícono Editorial, 2011) escrito por nuestra directora, Olga Behar, que permiten explicar los hallazgos de la Fiscalía en el caso tan sonado. Hoy:


 Capítulo III: La Carolina

Para llegar a La Carolina, es necesario trasladarse desde Medellín por una autopista que comunica la capital an­tioqueña con la zona del nordeste enmarcada por los municipios de Yarumal y Santa Rosa de Osos. Si se sigue esa ruta, la carretera llega hasta el municipio de Cauca­sia, rumbo hacia la costa caribe.

No hay que internarse en las montañas pues, unos quince kilómetros antes de llegar a Yarumal, en una zona conocida como Llanos de Cuivá, al lado izquierdo de la vía aparece como custodiado por un letrero que reza «Ge­ neramos empleo, construimos paz» el portón principal de esta hacienda de magníficas tierras para la agricultu­ra y, en especial para la ganadería. La conforman varios lotes agrupados que suman cientos de hectáreas, según un reciente certificado de tradición y libertad de matrícu­ la inmobiliaria de la Oficina de Registro de Instrumentos Públicos de Yarumal.
El 2 de marzo de 2007, la entonces secretaria de la Cámara de Comercio de Medellín, Gloria María Espinosa Alzate, expidió un certificado que resume de manera fidedigna la propiedad de la familia Uribe Vélez sobre la hacienda La Carolina.

Allí se aclara que Santiago Uribe Vélez, identifi­cado con cédula de ciudadanía 3.567.561 actuó como li­quidador de la Sociedad Agropecuaria La Carolina Ltda., dueña de la finca. El proceso culminó mediante Escritura Pública Nº 1977 de septiembre 10 de 2002, de la Notaría Séptima de Medellín.
Ese día se cumplían treinta y tres días del ascenso al poder de su hermano, Álvaro Uribe Vélez. Pero el co­mienzo de la historia de La Carolina se delineó veintiún años atrás, el 7 de octubre de 1981, cuando en la Notaría Catorce de Medellín se efectuó el siguiente nombramiento: 

gerente: Alberto Uribe Sierra suplente primero: Rafael J. Mejía Correa suplente segundo: Andrés Ángel Vásquez

Era uno de los prósperos negocios del patriarca que sabía hacerse acompañar de gente «bien» de Medellín, como indudablemente lo eran Mejía Correa y Ángel Vásquez. Ya para entonces, la fortuna de Uribe Sierra era incalcu­lable. Y las sospechas sobre la procedencia de su capital crecían como la espuma.
En su libro Los jinetes de la cocaína, el reconoci­do periodista del diario El Espectador, Fabio Castillo, afirmó que Alberto Uribe Sierra estaba vinculado con el narcotráfico y junto a sus parientes, integraba el Clan de los Ochoa. Sobre ellos se aseguraba que desde 1981 habían conformado un grupo paramilitar conocido como Muerte A Secuestradores (mas).

Aquí podríamos establecer un primer origen de la máquina narcoparamilitar que estremeció a Colombia durante las últimas tres décadas y cuyos estertores todavía se sienten en varias zonas del país.
Según el libro de Castillo, Uribe Sierra fue detenido con fines de extradición a Estados Unidos en 1982, pero gracias a la acción de su hijo Álvaro, quien habría logrado manejar al entonces secretario de Gobierno de Medellín, Jesús Aristizábal Guevara, se pudo conseguir la liberación de su padre.
Pero Uribe Sierra no pudo disfrutar mucho tiempo de La Carolina y de otras veinticuatro propiedades que adquirió poco a poco en esa misma época, pues al caer la tarde del 14 de junio de 1983, fue asesinado en extrañas circunstancias en un enfrentamiento cuando un grupo de guerrilleros del V Frente de las FARC llegó a otra de sus haciendas, La Guacharaca, y aparentemente intentó secuestrarlo.
Según Joseph Contreras (editor para América La­ tina de Newsweek) y el brillante periodista colombiano Fernando Garavito, quienes publicaron el libro El señor de las sombras. Una biografía no autorizada de Álvaro Uribe, no sólo existe la versión sobre la acción atribuida a unos veinte guerrilleros de las FARC. También se habló en ese entonces con insistencia de un «ajuste de cuentas» por dineros del narcotráfico y de que los hombres arma­ dos mencionaron, al irrumpir en la hacienda, que iban a tratar con Alberto Uribe «unos asuntos».
Contreras y Garavito recopilaron mucha información que apareció por esos días en los principales perió­dicos del país. Entre ellos, una publicación del periódico El Tiempo en donde se relataba que quince minutos antes del enfrentamiento, llegó a La Guacharaca un helicópte­ro Hughes 500 con Uribe Sierra y dos de sus hijos, María Isabel (de veinticuatro años) y Santiago (de veintisiete). Pues bien, según el reporte mediático, el helicóptero, avaluado en veinte millones de pesos de la época, fue incendiado por los guerrilleros luego de que asesinaran a Uribe padre. Santiago escapó del lugar. Segundos antes, había intentado repeler a los guerrilleros con su arma corta desde el segundo piso de la casona, pero al ver lo infructuoso de su intento, corrió por la parte trasera huyendo.

Según un perfil publicado al día siguiente por el periódico El Mundo, los guerrilleros se dieron cuenta de su huida y lo persiguieron, pero Santiago logró atravesar un río y ponerse a salvo. Sin embargo, fue herido por los disparos de los subversivos. Según el dictamen médico, un disparo ingresó a su cuerpo por un costado y le rozó el pulmón. Malherido, quedó a la orilla del río. Con una lucidez impresionante, les aseguró a los guerrilleros que lo abordaron y encañonaron que era un comprador de ganado y que por casualidad estaba en el lugar equivo­cado cuando se produjo el enfrentamiento. Los insurgentes no lo reconocieron; sólo atinaron a decir: «Se perdió el viaje», y lo dejaron allí mismo. Un campesino lo recogió en medio del monte y lo llevó hasta el hospital de Yolombó.
Dos horas más tarde otro helicóptero, del que luego se estableció pertenecía al entonces congresista Pablo Escobar, despegó del aeropuerto Olaya Herrera con destino a la hacienda. Allí iba Álvaro Uribe, quien salió al rescate de su hermano; pero supuestamente por mal tiem­po, no pudo aterrizar y recoger al joven hacendado.

Santiago fue finalmente trasladado en una ambulancia de la Cruz Roja hasta Medellín. Fueron más de cien kilómetros por tierra, en los que el herido estuvo entre la vida y la muerte, a punto de terminar desangrado. Incluso, tuvieron que hacer una escala en Cisneros para someterlo a una transfusión de sangre. Luego, en Medellín, su ju­ ventud favoreció el proceso de curación.

Pero el tema de los helicópteros siguió sonando. Al día siguiente, el periódico El Mundo reportó que la aeronave de Escobar en la que viajó Álvaro Uribe había recibido autorización para despegar, después de su propia gestión para que se le otorgara el permiso.
En La Guacharaca yacía el cadáver del patriarca, con dos tiros (uno, con seguridad, en el cráneo; pero so­ bre el segundo hubo dos versiones: en la cabeza y en el pecho). Alberto Uribe Sierra fue velado y enterrado en los exclusivos Campos de Paz de Medellín. Ambos aconteci­mientos fueron multitudinarios, al punto de que colapsó el tránsito automotor de la ciudad. Hasta allí llegaron per­sonalidades como el entonces presidente de Colombia, Belisario Betancur, y lo más granado de la sociedad antio­queña. Pero según el periodista Fabio Castillo, no todo el mundo estaba conforme con el homenaje; hubo críti­cas al hacendado, considerando que su repentina muerte era producto de sus vínculos con el narcotráfico.
Aparentes vínculos que siguieron empañando su imagen, aun después de su muerte. Nunca se ha consi­derado una coincidencia algo que ocurrió nueve meses después, el 10 de marzo de 1984, durante un allanamien­to al complejo cocalero de Tranquilandia, ubicado en las selvas del Yarí, departamento de Caquetá y de propiedad de los capos del Cartel de Medellín Pablo Escobar, Gon­zalo Rodríguez Gacha y los hermanos Ochoa. Además de los diecinueve laboratorios de procesamiento y las 13,8 toneladas de cocaína –avaluadas en 1,2 millones de dó­lares– los agentes de la DEA y de la Policía de Colombia encontraron varias aeronaves, entre ellas un helicóptero Hughes 500 de matrícula a hk 2704x. Las primeras pesqui­sas llevaron al nombre de Alberto Uribe Sierra, uno de los socios de la empresa Aerofotos Amórtegui Ltda., propie­ taria del helicóptero. Se trataba de la misma nave en la que Alberto Uribe y sus hijos María y Santiago habían vo­lado hacia la hacienda La Guacharaca y que había sido seriamente averiada por los guerrilleros de las FARC des­pués del asesinato del patriarca.

Entre todas las propiedades que heredaron los Uribe Vélez estaba el helicóptero en mención, del cual no volvió a saberse nada hasta el día del allanamiento a Tranquilandia. Los hijos de Alberto Uribe explicaron que el 6 de febrero de 1984, es decir, cinco semanas antes de la operación binacional en las selvas del Yarí, Jaime Al­ berto Uribe (hermano de Álvaro y Santiago) había entre­gado la aeronave como pago por una letra de veinticin­co millones de pesos, es decir, por una deuda millonaria del padre, pero que no habían hecho el traspaso del bien. Queda la duda de cómo un helicóptero que en buenas condiciones se avaluó en veinte millones de pesos se pudo vender por una suma superior, incluso con daños tan serios. Y se tiene la certeza de que nunca fue repa­rado, pues en abril 21 de 2002, cuando Álvaro Uribe era candidato a la Presidencia, en una entrevista para el pe­riódico El Tiempo, explicó que:

Mi padre fue socio de una empresa que tuvo un he­licóptero. Él tenía fincas en el Valle del Cauca, Urabá, Córdoba y en varias regiones de Antioquia. Utilizaba ese helicóptero para sus desplazamientos. Cuando la guerrilla lo asesinó, ese helicóptero quedó medio destruido y mi hermano Jaime finalmente vendió las acciones de esa empresa y esa empresa salió de los restos de ese helicóptero. Mi familia no lo tuvo en su poder. ¡Hombre, por Dios! Eso lo hizo mi herma­no Jaime y todos confiábamos en él, que se murió el año pasado de cáncer en la garganta… Después, la Policía decomisó ese helicóptero u otro con los mismos números.

Al morir Alberto Uribe Sierra, La Carolina continuó en manos de la familia Uribe. Era una de las consentidas, en especial de Santiago, que prácticamente se mudó a vivir a ese lugar. Pero no sólo era la favorita por la riqueza que representaba para el patrimonio familiar. Allí estaba es­ condido, según el siguiente relato, el centro de operaciones de Los Doce Apóstoles.
El mayor retirado de la Policía, Juan Carlos Meneses, tiene recuerdos nítidos sobre La Carolina:

«Usted llegaba a la hacienda La Carolina y encontraba gente armada, con fusiles y uniformados. Usted pensaba, “es Ejército”, pero no, al mirarles los fusiles r­15, o al verles el fusil Ak 47, se daba cuenta de que no eran soldados, esas son armas que el Ejército no manejaba. El Ak 47 es un arma de fabricación rusa, que normalmente usa la guerrilla y en esa época, el Ejército tenía fusiles g3 y Galil. Pero en esos tiempos, ni la guerrilla ni los paracos te­ nían capacidad para uniformar a veinte hombres con g3 o Galil. Ya con el tiempo los paramilitares se fueron con­ siguiendo buen armamento, usted veía a veinte o treinta paracos con Galil, pero la guerrilla nunca alcanzó eso, porque podrían tener un fusil, pero no conseguir la munición. A ellos les llegaba por camionados la 762 corta, que era para el Ak 47. Además, la guerrilla siempre tuvo en mente que el Ak era el mejor, ellos le tenían afecto a ese fusil. Uno identificaba cuándo se trataba de un paramilitar: uno con escopeta doble cañón, otro con g3, el otro con r­15, mejor dicho, ese armamento mezclado daba la idea de que era algo diferente a guerrilla o Ejército.

»Me vi varias veces con Santiago Uribe allí en su hacienda. Los dos primeros encuentros fueron reunio­nes más bien formales, que se realizaron en la sala de la finca. En la tercera ocasión, Santiago es muy cordial. Me invita a conocerla porque, dice, que le he colaborado mu­ cho. Lo primero que me muestra son unos radios de co­ municación, unos radios portátiles y otros con bases. Me dice: “Esto es para comunicarme con los grupos míos”. Y en la misma hacienda La Carolina me muestra una plaza de toros, de esas de toros de lidia, de toros miura, ahí es donde los preparan para las corridas de toros.

»Lo que me sorprende es cuando bordeamos la plaza de toros; detrás de ella me muestra una pista de entrenamiento para paramilitares, de las mismas que usa el Ejército, de esas que conocemos los soldados y poli­cías que tienen diferentes tipos de obstáculos, la escale­ra, la telaraña. Él me dice: “Mira, aquí es donde entreno a mis muchachos”.
»Allí era donde entrenaban físicamente a los que después participaban en las acciones ordenadas por San­tiago Uribe. Yo estaba aterrado, impactado, porque mien­ tras íbamos caminando por los terrenos, muy bonitos y bien cuidados, me decía que políticamente él estaba muy bien conectado, tanto así que su hermano, que había sido senador, tenía segura la Gobernación de Antio­quia. Me decía que tenía el apoyo de todo el mundo y yo entonces pensaba: “Esto está orquestado con todo el Go­ bierno, está amparado con los altos mandos militares”. Eso era lo que me decía.
»Y trataba de hacerme ver que los paramilitares necesitaban de la fuerza pública, que era una misma ideo­logía, decía que teníamos la misma tendencia, el mismo objetivo, que era desterrar a la guerrilla. Me explicaba en sus comentarios que la guerrilla la iban a acabar, que la iban a sacar de esa jurisdicción, que él tenía apoyo de los paramilitares que también se estaban gestando en Cau­casia, que en cualquier momento me hacía subir hom­bres. Me insistía en que estuviera tranquilo, que la misión de ellos era acabar a la guerrilla, que para eso él estaba preparando a sus hombres, que para eso él se estaba armando.

»Incluso me mencionó a unos cultivadores de papa que venían de La Ceja, Antioquia. Me explicó que venían a sembrar a tierras conquistadas, tierras que ellos ya habían liberado del flagelo de la guerrilla y que, como había tranquilidad, él ya los estaba invitando para que in­virtieran ahí y para que aportaran económicamente a la conformación del grupo. Por eso tenía la pista de entrena­miento, reunía plata entre los grandes hacendados, por eso se estaba armando, para estructurar su grupo paramilitar. Y después ese grupo creció mucho, ya se inundó por todo Antioquia, Córdoba.

»Luego del recorrido, ingresamos a la sala de la hacienda, un lugar muy bonito, tiene dos pisos y venta­nales amplios. Allí, Santiago me dice que me quiere mos­trar una lista. La saca del carriel –él siempre andaba con un carriel trenzado, al igual que con su poncho, botas de cuero y un sombrero. Al abrir el carriel, vi que tenía un radio portátil. Me la muestra y me dice: “Éste es el lista­do de personas que hay que acabar. Usted aliménteme este listado y yo le suministro también información. De tal forma que estemos sintonizados para saber quiénes son y quiénes son los que siguen”.
»La lista estaba escrita a mano, algunos nombres estaban tachados. Supongo que ya habían sido asesinados: “Mire, éstos son los que siguen, ellos poco a poco van cayendo”.
»La hacienda La Carolina siempre la cuidaban pa­ramilitares, incluso cuando estuvo el coronel Benavides a cargo del Comando de Policía de Yarumal. Es en ese lugar donde asesinan a una persona, a Vicente Varela. Después dirían que la guerrilla había ido a atacar la hacienda, pero la guerrilla no iba a ser pendeja de ir a atacarla, porque sabía que estaba cuidada por gente fuertemente armada y con la orden de responder ante cualquier sospecha. Santiago tenía sintonizadas todas las fincas, las tenía interco­ municadas, ahí no le iba a llegar guerrilla tan fácilmente.

»Posteriormente, el propio Álvaro Uribe dijo que allá sí apareció un muerto, pero que hubo un enfrentamiento con unos extorsionistas que llegaron. Varela era un vicioso de Yarumal que en el tiempo de Benavides había estado detenido tres o cuatro veces, por ladrón, ex­ torsionista, malandro, el tipo era mala gente. Usted tiene que ir uniendo los detalles, porque Santiago tenía una lista de malandros, de gente indeseable, de gente que se tenía que morir. Probablemente este muchacho estaba en ese listado, porque cuando yo lo vi era como de veinti­cinco y ya Varela había sido asesinado. Allí había guerrilleros, colaboradores de la subversión, era una lista de limpieza de Yarumal.
»Años después, en una reunión con el coronel Benavides, en la que yo hago una grabación, él me dice que quién va a creer que con ese fortín que tenía La Carolina, iba a ser pendejo este Varela de llegar allá a extorsionar. Lo que pasó con Benavides es que la embarró cuando lo llamaron para que resolviera la situación que se había presentado en La Carolina.
»Primero, no hizo un acta de levantamiento, fue un levantamiento irregular; segundo, el coronel Benavi­des, desde La Carolina, amarró el cuerpo del muchacho Varela al bumper de un carro que era de la sijín y le puse un letrero “Muerto por extorsionista”. Se lo llevó en la de­ fensa de ese vehículo y lo paseó por todo Yarumal, todos los habitantes del pueblo lo vieron. Al coronel Benavi­des le adelantaron una investigación pero a lo último lo exoneraron.

»En esa época murieron de manera violenta mu­chos expendedores de vicio y también viciosos. A él tam­poco le interesaba la presencia de extorsionistas, porque le fregaban a sus amigos, que eran los comerciantes o los ganaderos. Usted sabe que siempre la extorsión empie­za es con algún informante o alguien que es bandido y le cuenta a las FARC quién tiene plata. Se supone que Va­rela cumplía ese papel y aparece muerto en La Carolina. Cuando los superiores pidieron explicaciones a Benavi­des, él se justificó diciendo: “Es que yo estaba cerca y es­cuché los tiros y yo llegué allá”, o sea una historia chimba que no se la cree sino él.
»En la grabación, Benavides me dice que los extor­sionistas no iban a ser tan pendejos con ese fortín que es La Carolina, dijo: “Lo creen a uno bobo”, o sea da a en­ tender que lo asesinaron allá.
»Otro hecho que sucedió en La Carolina fue el de un muchacho, un soldado retirado, cuya denuncia hizo el padre Javier Giraldo, del cine P. A él lo reclutaron allá, pero tuvo problemas y después como que lo asesinaron. Ese es otro de los episodios oscuros en los que se nom­bra La Carolina»

Hoy, de la historia de La Carolina queda la marca: un prós­ pero negocio, la cría de toros de lidia que engalanan la fiesta brava en Colombia. Según su información oficial, la divisa de la ganadería La Carolina, creada en 1991, es blanca, verde y roja. Se confirma que la compañía la rige la Agropecuaria La Carolina Ltda., como representante de la misma figura:

Santiago Uribe Vélez
Calle 49 No. 50-21 oficina 1707
Medellín, Colombia
Teléfono: (57-4) 251 5132
Fax: (57-4) 251 5136

El encaste de los toros es santa coloma1 y murube2 es hoy una de las ganaderías más exitosas del país, aunque San­ tiago Uribe cree que no constituye un buen negocio. En una entrevista que concedió en época reciente, afirmó que «los costos son exorbitantes. Es un hobby que nos cuesta mucho dinero».3
Sobre la propiedad de la hacienda, un certificado de tradición y libertad de matrícula inmobiliaria expedido

1.El portalvoyalostoros.com describe esta raza de la siguiente manera: «Los toros de santa coloma son cárdenos, entrepelados y negros de muy alegre embestida, lis­ tos, desigualmente encornados».
2.Los toros murubeños son en general bajos de agujas y de poca cabeza, astillanos, aunque a veces salen toros de cabeza acarnerada, con las defensas más desarrolla­ das y corniapretados. Suelen ser de vientre recogido y pezuñas pequeñas y su capa, prácticamente en exclusiva, es la negra. (Misma fuente).
3. http://www.larepublica.com.co/archivos/tendenciAs/2010-02-12/alhama­y­la­carolina­protagonistas_93112.php  por la Oficina de Instrumentos Públicos de Yarumal el 21 de enero de 2011 confirma que en el último trimestre de 2002, recién posesionado el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez (para su primer mandato), su hermano Santiago vendió la sociedad propietaria del lugar. Hoy, sus dueños mayoritarios pertenecen a una familia de apelli­ dos Mejía Correa, la cual con seguridad da a esa hermosa finca un mejor uso que el que tuvo en la década de los noventa, de ingrata recordación para muchos habitantes de la zona de Yarumal.