LA MONTAÑA DE LA COCA

LA MONTAÑA DE LA COCA

Autores: Alejandra Salazar | Yadín Antonio, Jose David Ortiz | Stiven Domínguez

Facultad de Humanidades y Artes

El pueblo estaba solo, el comercio aún no abría sus puertas. La espesa neblina se  despedía de la mañana y empezamos a ver la desnudez de las verdes montañas. No pasó mucho tiempo cuando Andrés llegó en compañía de su hija en una camioneta. En medio de bromas, Yadin -nuestro compañero- nos presentó y luego nos montamos al carro para ir a la casa que tiene Andrés alquilada en la localidad, para comer unas deliciosas arepas con queso que había preparado su esposa.

El fuerte olor de los productos químicos con los que se hace la coca, como la gasolina, el ácido sulfúrico y el amoniaco, nos causaron repulsión. Con risas, como si se estuviera burlando de nosotros, Andrés nos empezó a explicar el proceso de fabricación del alcaloide. Con sus manos callosas separó la gasolina y desechó la hoja de coca, agregó agua y ácido sulfúrico, lo filtró y le echó cal. Como por arte de magia, apareció una especie de guarapo de color café.

Nos habíamos levantado a eso de las cinco de la mañana. Teníamos que tomar una guala para llegar al corregimiento de Cisneros, donde nos encontraríamos con Andrés, nuestro entrevistado. Abordamos nuestro transporte, que a hora y media más tarde nos dejó en el lugar de encuentro Había poco tiempo y el trabajo del día iba a ser extenso.

Después del suculento desayuno, caminamos casi media hora por una empinada trocha rumbo al laboratorio donde se procesa la coca. Durante la travesía, nos contó que no es de Cisneros sino de Orito, Putumayo, y que desde que era un menor de edad trabaja como cocalero. También narró que desde que las avionetas empezaron a fumigar los cultivos de coca comenzaron los problemas económicos y se vio obligado a deambular por casi todo el sur de país en busca de mejores condiciones de vida.

Confesó sentir miedo por su esposa y por él, ya que había muchos enfrentamientos entre el Ejército Nacional y  las Farc.

Mientras descansábamos de la ardua caminata, Andrés, con voz pausada y mirada tranquila, explicó que la coca ha sido la principal fuente financiadora del conflicto armado en Colombia, pero que él no tiene la culpa de eso, que los costos de una producción de cultivos legales no le dan las ganancias básicas que la base de coca sí le brinda. “En Orito, el gobierno fumigó y erradicó los cultivos de coca, y yo no podía financiar un cultivo de yuca y otros productos, debido a que las vías quedan muy retiradas del pueblo. Además, un kilo de base de coca era más fácil de transportar en un costal que un producto legal y mejor pago”, relata.  

Andrés y su hija nos llevaban una amplia ventaja, conocen el terreno y lo caminaban como si fuera un pasillo de su finca. Nos contaron que su esposa a veces lo acompaña, que ella no se queda atrás y que es igual de berraca y capaz de trabajar el campo que él: “ Es una mujer de hacha y machete”, comenta Andrés.

Luego de caminar por más de dos horas, con las botas empantanadas y con la respiración entrecortada por el cansancio, por fin llegamos a la montaña donde está el laboratorio y se produce la base. Durante todo el camino teníamos la preocupación de que cualquier cosa ocurriera; sin embargo, Andrés nos transmitió tranquilidad, pero nos recomendó que fuéramos muy serios y prudentes con la información, que tuviéramos en cuenta que su familia y el sustento  estaban en juego.

El fuerte olor de los productos químicos con los que se hace la coca, como la gasolina, el ácido sulfúrico y el amoniaco, nos causaron repulsión. Con risas, como si se estuviera burlando de nosotros, Andrés nos empezó a explicar el proceso de fabricación del alcaloide. Con sus manos callosas separó la gasolina y desechó la hoja de coca, agregó agua y ácido sulfúrico, lo filtró y le echó cal. Como por arte de magia, apareció una especie de guarapo de color café.

 Al final del proceso quedó una masa blanca, que después dejó reposar y filtró echándole amoníaco; una vez filtrado y lavado con agua lo puso a fuego lento hasta que se evaporó toda el agua. Entonces lo pasó a una especie de aceite, lo dejó enfriar y pudimos ver el resultado: pasta de coca.

Al final del día, Andrés comentó que a veces siente remordimiento por el trabajo que hace, pero que trata de no pensar en eso, porque gracias a esta actividad está llevando el sustento a su familia.

Para él, es el Estado el responsable de su situación. Muchas veces ha querido empezar de nuevo una forma de vida en la legalidad, pero se le hace difícil, porque la vida en el campo es dura, las carreteras están en muy mal estado y lejos de todo, y al campesino no le valoran su arduo trabajo.

Después de un largo día, a las cinco de la tarde emprendimos nuestro camino hacia el caserío. La esposa de Andrés nos esperaba con su tímida sonrisa y con unas masitas de queso y un delicioso café. Algo quedó en nosotros después de conocer a esa hermosa familia pujante, amable y humilde, olvidada por el Estado, que vive de la ilegalidad.

Destacados

  • A veces siente remordimiento por el trabajo que hace, pero que trata de no pensar en eso, porque gracias a esta actividad está llevando el sustento a su familia
  • Nos recomendó que fuéramos muy serios y prudentes con la información que teníamos

Mientras descansábamos de la ardua caminata, Andrés, con voz pausada y mirada tranquila, explicó que la coca ha sido la principal fuente financiadora del conflicto armado en Colombia…

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Un tintico por la paz: Colombianos en México dicen sí al plebiscito

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Sin autor

Facultad de Humanidades y Artes

Restan ochos días y ciento 92 horas para que sea domingo dos de octubre. Ese día, cuando amanezca, las tres cordilleras que abrazan Colombia serán otras: no habrá FARC.    Si es que millones de colombianos hacen ganar al sí más ambicioso del mundo. Ese que pretende desarticular a la guerrilla más longeva y multitudinaria de América Latina. La misma que tuvo alrededor de 20 mil hombres en la selva. La que hoy da un paso al frente para ofrecer perdón y reconciliación.

 Nos estamos jugando la vida- dice desde Bogotá el cronista Alberto Salcedo Ramos. Acá en La Ciudad de México, un tintico acercó a una decena de colombianos que le apuestan a la paz. Las gaitas acompañan una tarde oscura que con el cantar de Carlos Vives se vuelve acalorada. Se cuelan los abrazos y se cuentan los motivos de la distancia con la tierra, la misma que hoy los acerca.

—Yo llevo aquí más de 30 años pintando— sonríe un pintor mientras pide una arepa de huevo. —Yo llegué hace un mes hacer mi doctorado en Historia— cuenta él.

— Yo soy diseñadora gráfica y tengo mi propia empresa en comunicación visual, agrega una jovencita junto a su limonada de coco.

— Yo soy mexicano, acompaño a mi esposa que es colombiana, los acompaño por la paz, dice un papá de dos pequeñitos colombomexicanos.

La mayoría historiadores. Estudiantes de doctorado y maestría, con estudios en comunicación, periodismo, diseño, antropología. Estudiantes, escritores, artistas gráficos, colombianos todos.

 Allá en el fondo junto a una pared blanca, Natalia del colectivo Me Muevo Por Colombia, cuelga un mapa de Colombia, lo sujeta con cinta. Allí van quedando apiladas junto al lado izquierdo, las razones por las que decidieron pasar del miedo a la esperanza y jugárselas por el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC. Jugarle y apostarle a 259 páginas, cuatro años de negociaciones y voluntad por el diálogo:—Porque no podemos seguirnos matando— dice alguien en la primera mesa

—Por mi familia en Tumaco— cuenta una tumaqueña que se crió en Pasto por la violencia.

— Porque la paz es feminista y permitirá que millones de mujeres tengan mejor calidad de vida— señala una periodista

— Porque merecemos un país que se cuente a través de la paz y no a través de los criminales— habla otra comunicóloga a punto de romper en llanto.

Al fondo una académica habla a través de una cartulina blanca. “Soy maestra de historia y quiero que juntos escribamos una nueva Colombia”, ella menuda, suéter color algodón, se laurea de aplausos y vivas.

El mapa se ha llenado de motivos amarillos, azules y rojos. Son las razones para marcar de sí, ese tarjetón que en ocho días definirá el futuro de un país con 250 mil muertos, 52 años de guerra y 4 millones de desplazados por la violencia.

En una mesa para cuatro, una colombiana escribe en un papel azul esperanza. Si ese papel supiera lo que guarda en el corazón, tendría que mutar a libro. La violencia le borró de un soplo a todos los varones de su familia: papá y hermanos. Lleva 18 años en México y le dice sí a la paz. A su lado una periodista, con 17 años escribiendo historias de violencia, espera que pronto pueda escribir las de paz. —Para poder dormir— se le aguan los ojos, se abraza a un familiar.

 Y así dieron las ocho en El Tintico Café. Vuelve a sonar Carlos Vives, se intercambian teléfonos, se ordenan para la foto. La cámara se pone en rojo, los segundos comienzan a correr, las voces a corear “los colombianos en México votamos sí”.

 El mapa se ha llenado de motivos amarillos, azules y rojos. Son las razones para marcar de sí, ese tarjetón que en ocho días definirá el futuro de un país con 250 mil muertos, 52 años de guerra y 4 millones de desplazados por la violencia.

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Escapando del Posconflicto

Harrison, un joven de 21 años, desmovilizado de una de las nueve columnas móviles pertenecientes al bloque occidental de las FARC, liderado por Jorge Torres Victoria (alias “Pablo Catatumbo”), padeció durante cuatro años las asperezas propias de la vida de un miliciano raso, que con tretas fue casi hipnotizado para dejar a su familia y la vida en que hasta ese entonces conocía, con el fin de internarse en las selvas del Pacífico a cuidar la base de coca y pelear la guerra de otros.

La presión de verse como “el hombre de la casa” a tan temprana edad, el constante acoso por parte de grupos subversivos y la falta de oportunidades laborales (común en la mayoría de los sectores campesinos colombianos), condujeron a este joven a tomar partido en unos de los conflictos internos más longevos del mundo y a engrosar las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Cuando era apenas un adolescente de 15 años, asistía a una de las contadas escuelas que se encuentran en las áreas rurales pertenecientes al municipio de Tumaco, en Nariño.  Creció en una familia numerosa que vivía del pan coger y la pesca artesanal, cuando sus dos hermanos mayores decidieron ir a la ciudad con la esperanza de un mejor futuro, Harrison quedó encargado de responder por la alimentación de sus seis hermanos menores y su madre.

Tres años después de haber ingresado a las FARC, de haber sido humillado, de haber sembrado minas indiscriminadamente, de haber cuidado la base de coca de los grandes cabecillas y de pelear una conflicto ajeno, de haber consentido sin decir una palabra el consejo de guerra practicado a siete de sus ‘camaradas’ que intentaron fugarse un 24 de diciembre, Harrison tomó la decisión de fugarse tras conocer a Claudia, quien se convirtió en su compañera sentimental. No obstante, las promesas de un sueldo con el que pudiera en un futuro ayudar a su familia se fueron desvaneciendo con el transcurso de los días. El arduo entrenamiento en la selva y la coerción en su punto más alto, le pusieron los pies en la tierra, obligándolo a alejarse de su familia y a darse cuenta de que aquella vida no era la que le habían hecho creer.

Desde ese diciembre, Harrison se empeñó en planear una fuga que les permitiría, a él y su compañera sentimental en compañía de otros dos camaradas, poder incorporarse a la vida civil, dejar el camuflado atrás y volver a ver a sus familias. Sin embargo, los riesgos que conllevaba una fuga en grupo eran inadmisibles para estos jóvenes, puesto que no querían correr con la misma suerte de los camaradas que no lo habían logrado.

Por eso, el siguiente mes de junio Harrison se fue en una misión de campaña con otros integrantes de su columna móvil y después de una noche de rumba en una vereda del Patía, huyó poniéndose un bluyín, una gorra y una camiseta manga larga del Atlético Nacional sobre el camuflado; paso seguido, se armó de valor y corrió durante varias horas entre la selva y el mar para llegar al batallón del Ejército Nacional de Colombia más cercano. Allí, la madrugada del domingo 13 de junio se entregó, se sometió al interrogatorio, fue enviado a un Hogar de Paz durante tres meses y posteriormente, dejado en libertad.

En la actualidad, Harrison se encuentra en el programa de la Agencia Colombiana para la Reconciliación, en donde recibe ayuda de psicólogos, médicos y abogados; además, de ser acogido con ayudas mensuales de $480.000, mientras estudia y opta por una vivienda digna.

 Por David Guerrero Rivera  

  @dondavifernando

EL CASO URIBE Y EL FUTURO DE COLOMBIA ¿Ha llegado el momento para una transición política? (cuarta entrega)

Iván Cepeda Castro es senador del Polo Democrático y uno de los más representativos líderes de la izquierda colombiana. Su participación en este caso se origina en una denuncia penal que entabló en su contra el ex senador Álvaro Uribe, por falsos testigos, proceso por el que Cepeda fue absuelto y Uribe pasó de demandante a denunciado.


Brevemente: ¿cómo es que el proceso que se le seguía a usted terminó en contra de su denunciante? ¿Qué fue lo que hicieron usted y sus abogados?

Este es un proceso que tiene su origen en dos testigos, que me llamaron para que transmitiera sus declaraciones a la justicia, declaraciones en las que se decía que los hermanos Álvaro y Santiago Uribe habían conformado un grupo paramilitar en 

una de sus haciendas. Luego de un largo proceso, en el que Uribe llevó a cerca de 20 personas como falsos testigos a la justicia y de una investigación muy rigurosa, en la que, de una manera detallada, exhaustiva, mis abogados y yo logramos controvertir cada una de esas falsas declaraciones, se demostró mi inocencia y se ha comenzado un proceso de investigación que involucra muy seriamente a Uribe y a personas de su entorno.

Iván Cepada, politico colombiano. Foto tomada de Semana.com

¿Cuál es su análisis de las consecuencias – en corto, mediano y largo plazo- que traerá para Colombia, en términos políticos, la detención y procesamiento del expresidente AUV?

El difícil prever todas las consecuencias que pueda tener, pero ya se pueden percibir algunos efectos que está teniendo esta investigación. El primero es que se establece un precedente en materia de justicia, que es supremamente valioso, independientemente de cuál sea el futuro que tenga esta investigación, y que eventualmente se llegue a un juicio: Se ha roto una especie de mito, que consistía en señalar que había una especie de franja de dirigentes políticos o de personas con mucho poder, también económico,  que no podían ser eventualmente llamadas a rendir cuentas por la justicia. Así que allí hay una lección en materia de democracia, que creo que es supremamente valiosa.

También hay unas consecuencias políticas.  La extrema derecha en Colombia, que es una extrema derecha caudillista, tiene que afrontar ahora una derrota que, por lo menos, es de carácter político n relación con su líder, quien ha tenido que dejar el congreso, en circunstancias muy polémicas. Y, por supuesto, habrá otras consecuencias que, yo espero, sean para bien de la democracia, de las instituciones y del Estado de derecho en Colombia.

¿Qué cree que está pasando al interior del Centro Democrático, que parece haber quedado acéfalo, y cómo podrán darse los reacomodos políticos y los pulsos para los nuevos liderazgos?

Yo creo que el problema del Centro Democrático es que, precisamente, no es Democrático, no es una formación en la que existan numerosos liderazgos, o en la que haya figuras descollantes que ejercen una vida política colegiada. No, aquí estamos ante una estructura caudillista, en la que todo depende del criterio, de la voluntad o del capricho e un caudillo.  Así que, una vez que el caudillo enfrenta una situación crítica, que pone en tela de juicio su proceder y su condición ética y también eventualmente judicial- es todo el movimiento el que sufre las consecuencias. Habrá que ver si existen, al interior de esa colectividad la posibilidad de resolver la situación que crea ese inmenso vacío y también si las pugnas internas que se ha conocido no irán a tener una consecuencia en fragmentar  o dividir esa colectividad.

Alvaro Uribe Vélez, ex-senador de la republica. Foto tomada de Blu Radio.

El presidente Iván Duque: sus dos años, en medio de la pandemia, ¿cómo cree Usted que él puede hacer el reacomodo de su gobierno en beneficio del país?

Para que Duque haga un cambio, una transformación de su gobierno en términos benéficos, requeriría un giro de 180 grados en su actual visión del país y de la política en todos los terrenos, requeriría tener una política de paz y no una política militarista como la que ha mostrado, una política sensible a las graves circunstancia que está dejando esta emergencia sanitaria, social y económica. Y no esa visión elitista y benefactora de los sectores más poderosos de la sociedad. Tendría que ser una política de defensa de la democracia y de las instituciones. Pero dudo mucho que él tenga la visión y también la fuerza de promover ese giro.

Iván Duque, presidente Colombia. Foto tomada del País.

Cómo analiza las propuestas de: reforma constitucional para acabar con las cortes y crear una sola; la propuesta de una constituyente. Qué opciones reales tienen estas propuestas y cómo interferirían en otras reformas grandes (económica, laboral, pensiones, salud, etc.), que parecían prioritarias hace apenas unos días.

Lastimosamente, esa es la constante, lo que ha mostrado ser el método, la costumbre del comportamiento de Uribe en relación con la justicia. En el pasado fue la investigación que realizó la Corte Suprema y que llevó a muchos de sus aliados políticos y a su propio primo (Mario Uribe) a la cárcel. La investigación de la parapolítica fue un escenario de confrontación en el cual el presidente de la república (AUV) no vaciló en desatar una campaña feroz, que incluso tuvo momentos, como el haber descubierto que se hacía espionaje en contra de los magistrados para acopiar información que pudiera servir a esa campaña de descalificación y desprestigio.

Igualmente hoy ocurre algo similar, en esta ocasión no solamente se denigra de los magistrados sino que se disfraza el temor que hay de que la justicia opere a través de propuestas de reforma, que no son otra cosa que una salida autoritaria para  para abolir la Corte Suprema, la Corte Constitucional, la Jurisdicción Especial para la Paz y, por lo tanto, hacer que venza y prime la impunidad. Eso, por supuesto, en condiciones de un país que está ante una quiebra social y económica, en medio de una grave situación sanitaria, es realmente inconsecuente y, yo diría, inviable. Hay otras prioridades, efectivamente, en la agenda política.

¿Cómo pueden incidir los últimos acontecimientos en la implementación del acuerdo de paz suscrito con las extintas Farc?

Pueden tener varias consecuencias. Por una parte, hay una política en curso, de intentar debilitar el proceso de paz y de buscar que no pueda abrirse paso la justicia que creó el acuerdo, esa justicia transicional es fruto del acuerdo de paz. Pero yo confío en que, también, esto activa a las fuerzas sociales y políticas favorables al proceso de paz, que deben buscar un camino de cohesión, para hacer que resulte posible la implementación integral del acuerdo y buscar generar nuevas posibilidades de procesos de paz en el país.

El líder de la izquierda Gustavo Petro está proponiendo un gran pacto nacional, ¿qué futuro le ve?

Yo confío en la propuesta de un pacto histórico o nacional –ha recibido distintos nombres- en el que se pueda concertar un programa de gobierno, entre muy diversas fuerzas, no solo políticas, sino sociales y económicas. Esta es una idea que no tiene que ver con un simple acuerdo electoral sino que va mucho más allá y tiene por propósito encontrar una salida de gobierno y de Estado, que permita una transición política. Yo creo que esa es la única solución que podría dársele a los problemas más graves que afronta hoy el país.

¿Arrancó la campaña electoral 2022?

Yo creo que ya estamos en un momento en el que se comienzan, no solamente a debatir todos los asuntos programáticos, sino también las coaliciones y las fuerzas que van a competir en las elecciones de 2022. Estamos ya a dos años y comienza el conteo regresivo hacia esa elección y, por supuesto,  han comenzado a darse ya los debates, más aún, cuando la situación del país, que es muy crítica, hace que aparezcan distintas posiciones en relación con lo que debe ser un nuevo gobierno.

Olga Behar 

 @olgabehar1  

“LA COCA ES LO QUE DA”

“LA COCA ES LO QUE DA”

Autor: Julián Gil Fernández.

Facultad de Humanidades y Artes

El embalse está declarado como zona ‘roja’ a causa de la fuerte presencia del Bloque Occidental de las Farc, de narcotraficantes y de “Águilas Negras”. A raíz de esto y aprovechando la poca actividad del Ejército Nacional, el cultivo de coca es lo que más trabajan los campesinos, ya que “la coca es lo que da”, según Fanor Castillo, uno de los recolectores de la región.

La coca me dio hasta para comprarle una casa a mi familia, pero de un tiempo para acá decidí vender los terrenos que tenía sembrados para alejarme de todo eso que me podría traer problemas y seguí con mi café.

La tentación de la hoja 

Como muchos de los campesinos de la zona, Fanor tenía sembrados de café en la vereda El Arenal, a unos 30 minutos en lancha desde el muro que sostiene la represa. Antes de tener su primera hija, él miraba de reojo irse de ‘raspachín’ (recolector de hoja de coca) tras las constantes ofertas que le llegaban. Apuntó Fanor “En esa época la arroba de la hoja de coca se pagaba muy bien. Yo veía a mis vecinos y amigos con buena ropa, con su moto y me daban ganas de hacerle, ya que la comida que cultivaba no me daba lo suficiente para darme mis gustos, aunque me daba culillo”. 

Del café a la coca 

Cuando nació Mariana, su primera hija, el sueldo que le pagaban no alcanzaba para ofrecerle una mejor calidad de vida a su familia. Ya con angustia, Fanor buscó a ‘Don Arístides’, un reconocido raspachín de la zona y primo de Karen (mamá de Mariana) 

“En esos momentos ya me vi apretado y lo primero que pensé fue meterme a una mina o irme a raspar ya que no había de otra. Mi mujer me presentó a su primo y ya él me enseñó toda esa vaina de la coca. Yo comencé ganándome jornales de $30.000 diarios desyerbando terrenos, haciendo semilleros, cultivando, regando las matas y todo el cuidado de los cocales. Seis meses después que ya estaban las maticas grandecitas fue cuando empecé a hacer platica, ya que por llevar cada arroba a los laboratorios de la guerrilla me pagaban casi $60.000. A veces me hacía hasta 5 o 7 arrobas diarias”, recordó. 

Guerra silenciosa 

A mediados del año 2009 la cosa se complicó para los coqueros, porque empezó una guerra por parte de guerrilla, narcos y Águilas Negras. “Cuando comenzaron a matar gente, nadie sabía cuál era la vuelta, hasta que ya nos dijeron que los ‘paracos’ comenzaron a joder por acá para adueñarse de las tierras. Claro, esto se volvió un mierdero y más de uno pensó en irse de por acá”, señaló Moisés, otro campesino, amigo de Fanor y raspachín, como él. 

Ya con miedo de que le hicieran algo a él o a su familia, Fanor se compró un terreno para hacer su propio cultivo. Sostuvo “Cuando comencé con lo mío, yo ya no tenía que ver mucho con esa gente. Las hojas que sacaba las vendía a los laboratorios a un buen precio”. 

Cuando toca, toca. 

“La coca me dio hasta para comprarle una casa a mi familia, pero de un tiempo para acá decidí vender los terrenos que tenía sembrados para alejarme de todo eso que me podría traer problemas y seguí con mi café. Poco después me salió un trabajo para cuidar una finca, lo único malo es que en esa finca hay 4 hectáreas de coca y eso me revolvió la cabeza y me tocó seguir raspando porque la coca es lo que da”, concluyó Fanor. 

A mediados del año 2009 la cosa se complicó para los coqueros, porque empezó una guerra por parte de guerrilla, narcos y Águilas Negras.

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