TRIKI- TRIKI HALLOWEEN: HOY NO PODEMOS SALIR

El pasado, fue quizá el Halloween más peculiar de los vividos desde que Colombia adoptó esta celebración. La costumbre, para decenas de niños, de pedir dulces de puerta en puerta con disfraces y/o máscaras al compás del “triki-triki Halloween, quiero dulces para mi”, se convirtió en una actividad hogareña, para evitar que los contagios de COVID-19 sigan en aumento.

La alcaldía hizo recomendaciones a los ciudadanos, entre ellas la restricción de fiestas y no salir a pedir dulces a la calle o a centros comerciales, para no exponer a los niños a aglomeraciones.

Para no perder la tradición, se buscaron alternativas de distracción, entre ellas actividades lúdicas, juegos didácticos y la típica repartición de dulces, esta vez, dentro del hogar; niños y adultos usaron disfraces, porque, un Halloween sin ellos carece de sentido. Las fotos en redes sociales mostraban a princesas, fantasmas, zombies, superhéroes o brujas, en convivencia con familias y amigos más cercanos.

Andrea Viviana Londoño, profesional en psicología infantil, explicó que “no celebrar Halloween, de cierto modo, podría crear una desilusión grande en la vida de los más pequeños, ya que esta es una excusa estupenda para divertirse, llevarse uno que otro susto y hacer travesuras. Por eso los niños lo adoran, sobre todo cuando tienen la oportunidad de disfrazarse y llenar su bolsa de golosinas. Una costumbre cada vez más extendida entre los padres es formar pequeños grupos con sus hijos, para que vayan por las casas del vecindario, para recibir dulces y golosinas. Así, esta fiesta se convierte en una oportunidad para que los niños socialicen con los otros pequeños del vecindario y hagan nuevos amigos”.

Asimismo, no hay que pasar por alto que otro argumento a favor de esta tradición anglosajona es que sirve para que los menores puedan dejar de lado ciertos miedos; conocer leyendas de personajes terroríficos, estar en una fiesta rodeada de motivos ‘siniestros’ o leer historias de terror, les puede llevar a darse cuenta de que los miedos a monstruos o a la oscuridad son absurdos.

  Juliana Arbeláez fue una Harley Quinn.

Ángel Eduardo Girón le comentó a Utópicos semanal que “con mis hijos seguí todas las normas propuestas. Para hacer que nuestro Halloween fuera muy divertido, hicimos Karaoke, jugamos a las escondidas e incluso hicimos una repartición de dulces, en la que los niños. en vez de tocar las puertas del vecindario, tocaban la puerta de cada habitación que hay en la casa, encontrando instantáneamente una recompensa. La pasamos muy bien, de una forma sana y segura”.

 Vanessa Moreno

@vanessaMLO

Daniela Ortiz

@Daniela_OM10

¿Negros tenían que ser?

Para nadie es un secreto la discriminación y el menosprecio al que históricamente han sido sometidos los afro descendientes en Colombia, debido a la esclavización de sus antepasados. Hemos llegado al punto en que es cotidiano el racismo de otras etnias hacia los negros, pero, ¿es admisible que un negro atente contra personas de su misma etnia?


DANIELA LARRAHONDO

Los negros, término que utilizaré sin pretensiones despectivas, fueron traídos de África a América a la fuerza por los europeos en calidad de esclavos a lo largo del siglo XVII. Antes de ser cazados como fieras salvajes tenían una civilización propia, con costumbres, tradiciones y una forma de trabajo, del mismo modo que contaban con una literatura propia, aunque la falta de dos componentes básicos en toda cultura (la arquitectura y la escritura, las comunidades debían transmitir por vía oral sus experiencias y saberes, como único recurso para prolongar las tradiciones.

El etnógrafo Levi Strauss afirma que la escritura está siempre ligada a los mecanismos de poder y contribuye a despertar el sentimiento de explotación de unos hombres sobre otros. Los negros traídos de distintas tribus africanas provenientes del Congo, Ghana, Mali y Songhai, entre otros, quienes tenían distintos lenguajes según la tribu, fueron mezclados en los palenques a fin de que no pudieran comunicarse entre ellos, les fue prohibido hablar en otras lenguas que no fueran el castellano, y además, les fue fomentada una especie de competencia de unos hacia a otros.

Así fue hasta que el 21 de mayo de 1851, después de una ardua lucha, fue firmada la ley de abolición de la esclavitud. Sin embargo, a la identidad cultural de las comunidades afrocolombianas (con gran influencia de los dioses que trajeron del continente africano) le fue impuesta por los españoles una hibridación entre las religiones católica y cristiana.

Como vemos, nadie puede negar el duro proceso al que se ha enfrentado esta etnia para sobrevivir como minoría. Es por ello que no entiendo cómo un negro puede decir de otro hombre igual a él: “eso le queda mal porque es negro”, “negro tiene mucho vicio”, “yo con negro no me meto”, y la que nunca falta “negro tenía que ser”. Y así, muchas más expresiones que a diario escuchamos en diversos escenarios de la ciudad. Es como esa necesidad de desprestigiar al prójimo, a veces pareciera, lamentablemente, que un negro no puede ver progresar a otro.

Por ejemplo, en la política, ¿Cuántos gobernantes negros ha tenido Colombia? Aunque pensándolo bien, la pregunta sería, ¿si un negro aspira a algún puesto político de votación, ¿las comunidades negras votarían por él? Seguramente, una parte de ellas sí, pero otras no por el simple hecho de considerar de que si el otro es igual a él, no tiene porque “creerse más”.

Ahora bien, el fenómeno de la discriminación hacia la cultura afro ha ido disminuyendo; o quién no disfruta las canciones de aquellas orquestas donde no puede faltar un negro, quien no ha saboreado las delicias de un buen plato preparado por una negra, quién no ha celebrado con orgullo el gol de una eminencia negra o el triunfo en cualquiera de los múltiples deportes en los que tan bien nos representan, quién no disfruta al ver bailar los negros hasta llegar al punto de querer imitarlos, quién no desea las características genéticas que solo tienen los negros, que los apartan de ciertas enfermedades y los hacen más fuertes; es más, cada vez es más común que los “blancos” se fijen en las negras y las “blancas” en los negros, por la fama de ciertas características y virtudes corporales.

Lo cierto es que, tal vez sin darse cuenta, las otras etnias se han incluido en la negra. Por eso, lo curioso es cómo se hace cada vez más fuerte esa “tiradera” (matoneo) entre los negros. Y aunque hago claridad en que no son todos ni todas, a algunas lee duele decir: “esa negra tan bonita” para referirse a otra, y vemos como esa frase es reemplazada por “esta bonita, pero…”

Es más, he conocido indígenas y mestizos con mayor capacidad de relacionarse y referirse a los afro, incluso hasta el punto de admirarlos, principalmente por su cultural y sus condiciones corporales; la popular frase “quien no come negro no va al cielo” es reflejo de ello.

Se habla de que las negritudes tienen una historia escrita con sangre y dolor, de la gran herencia de sus ancestros y de su gran patrimonio cultural, pero tristemente parece que a muchos de ellos se les olvida que ante todo, son una misma etnia, son el producto de quienes lucharon contra todo para sobrevivir como pueblo, que llevan el ritmo en los genes con una cadencia que esculpida como el carbón hecho piel.

Entonces, si son el resultado de la misma lucha, por qué no unirse, respetarse y defenderse, es hora de recapacitar, de concientizarse de las grandes habilidades y capacidades que poseen los negros en todos los campos y, a la vez, comprender la necesidad ir tras un mismo ideal, el progreso.

Cultura ancestral tirada en las calles.

En diversos andenes de la zona comercial, en el centro de Cali, se pueden observar mujeres vistiendo atuendos de cromas tan vivos que se resisten a sucumbir ante el tapiz grisáceo de mugre que los cubre, en compañía de infantes para quienes la urbe es su patio de juegos; viven a la expectativa permanente de la conmiseración de los transeúntes traducida en una moneda o un bocado de comida.

Por: Edward Gómez Silva

Las inmediaciones de la plaza de Caicedo y del Terminal de Transportes, así como la carrera 15, son algunos de los puntos donde suele vérselas con mayor frecuencia.

DESPLAZAMIENTO INDÍGENA EN CALI.

En abril del año pasado se dio a conocer en Ginebra (Suiza) el informe del Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno (IDMC), en el que se afirma que Colombia encabeza la lista como uno de los países con más desplazados en el mundo. La investigación dice que entre 4.9 y 5.9 millones de personas han sido obligadas a salir de su lugar de origen.
Lo anterior se puede evidenciar en Cali, la tercera ciudad más importante de Colombia, y en donde minorías étnicas como los afrodescendientes, indígenas, gitanos y raizales, se encuentran en una situación de vulnerabilidad social.

Basta con salir a la calle a dar un paseo, a pie, en carro o en el transporte público para ver a una mujer con uno o varios niños pequeños pidiendo una moneda con la que seguramente comprará algo de comer.
Muchos de los desplazados se encuentran asentados en el barrio El Calvario, en condiciones que no son adecuadas. Decenas de ellos llegaron a Cali sin nada más que la ropa que traían puesta, entre las miles de personas que tuvieron que salir corriendo a las ciudades a mendigar, a tener que aguantarse insultos y malas miradas de los demás.

En el proceso de adaptación a la ciudad y mientras se acostumbran al ritmo de vida citadino, se van perdiendo o eliminando poco a poco todas aquellas tradiciones que tienen. Por ende, se corre el riesgo de que desaparezcan las expresiones socioculturales que hacen de Colombia un país multicultural.

Lenos Ramos, asesor de la Defensoría del Pueblo, afirma que la defensoría elaboró un reporte de riesgo en torno a la situación de los indígenas en Cali, que concluyó que el territorio de donde son provenientes estos desplazados está aún en riesgo, lo cual impide que se realice el retorno, por lo menos por ahora.
Mientras tanto, los indígenas siguen en condiciones inapropiadas, pasando hambre y frío, solo con el anhelo de estar pronto en el lugar que los vio nacer.

DURAS EXPERIENCIAS.
En medio del puente peatonal que enlaza la Terminal con el hospital Rafael Uribe, una joven amamanta a un bebé enrollado en una sábana estampada con motivos de Barney, el dinosaurio. Se llama Marina, tiene veintisiete años y uno de vivir en Cali.

Llegó desde el resguardo Embera Chamí de Pueblo Rico, un pequeño municipio ubicado al noroccidente de Risaralda que desde mediados de los años noventa ha padecido el infortunio de ser escenario de hostilidades entre las Fuerzas Militares y la insurgencia. Huyendo de la guerra, varios centenares de indígenas Embera Katío y Embera Chamí se han dispersado por las principales ciudades del país, en busca de la supervivencia.


Marina vive en un inquilinato en el barrio El Calvario, donde por cinco mil pesos puede refugiarse de la intemperie con su pequeño Manuel, de cuatro meses de nacido.
Diariamente sale temprano y camina hasta su puesto de trabajo, el puente, donde permanece hasta que el ocaso se adueña del cielo. Cuando le pregunté cuánto dinero hacía por jornada, me dijo que es muy variable: “hay días buenos, como otros que no tanto”; en un día “bueno” puede recaudar entre veinte y treinta mil pesos, usufructo del espíritu solidario de los caleños.

Pero vecinos del sector denuestan la forma en que Marina y cerca de otros 200 Katíos y Chamíes se ganan la vida a través de la mendicidad.
Oscar trabaja vendiendo collares artesanales y, como Marina, también llegó como víctima del desplazamiento forzado. Dice que su orgullo no le permite comerse un pan que no ha sudado, por lo cual trabaja sin descanso para que a su esposa y sus dos hijos no les falte nada.

Algunos comerciantes del centro de Cali, como Arles Majín, afirman que este fenómeno es solo otra facción de la trata de personas. Él mismo ha visto que “un individuo arrima en una moto donde las indias, les entrega contenedores de icopor con almuerzos y les recoge dinero”. Esta versión la ratifica otro negociante, Carlos Inéstora, quien dice que las indígenas se prestan y se rentan los hijos entre sí, como si fueran herramientas de trabajo.

Según Lenos Ramos, asesor de la Defensoría del Pueblo, hay censados 218 indígenas Embera dentro de la ciudad, de los cuales 12 son mujeres embarazadas. Su despacho está al tanto de su situación y ha estado mediando con su par de Risaralda para propiciar las condiciones de regreso de los indígenas a su territorio, en tanto se les brindan atenciones en salud y alimentación, en concordancia con el Enfoque Diferencial, una figura jurídica aplicada a los individuos de ciertas etnias que por motivos de lenguaje y contexto cultural de procedencia presentan más dificultad para adaptarse al entorno urbano que un desplazado promedio.

El informe ejecutivo sobre la situación de la población víctima del conflicto armado entre 2013 y 2014, expedido por la Personería Municipal de Santiago de Cali, enuncia que de las 138.060 víctimas del conflicto armado asentadas en la ciudad, sólo el 2% se auto reconocen como indígenas, una cifra estadística que se queda corta en contraste con la abundancia de indígenas en situación de mendicidad en el centro.