Un día en la vida: LAS MULAS DE LA CÁRCEL

Un día en la vida: LAS MULAS DE LA CÁRCEL

Autor: Saray Suárez.

Facultad de Humanidades y Artes

La primera vez que Carmen, pisó una cárcel llevaba un ‘huevo’ de 200 gramos de marihuana en su vagina.

…“Aquí adentro cada gramo de droga tiene un valor de $20.000, pero no es tan fácil, ya que hay consumidores que no cancelan sus deudas y tienen que “pagar con sangre”, siendo apuñalados”, produciéndoles con frecuencia heridas de gravedad, como ya ha ocurrido en dos ocasiones en el centro de reclusión.

Ahora, esta afrocolombiana tiene 32 años y es madre soltera de dos hijas. Antes de hacer de ‘mula’, trabajaba como empleada del servicio doméstico; la plata no le alcanzaba para nada, según manifiesta. 

El ‘huevo’ había sido preparado con tanta minuciosidad, que pudo burlar la guardia canina. Como si fuese un tampón, fue introduciendo el huevo en lo más profundo de su vagina. La primera vez sintió miedo, pero la necesidad era más fuerte que su temor. 

“Una amiga del barrio fue la que me habló de este ‘trabajo’ y desde esa primera propuesta ya han pasado cuatro años. Yo tenía necesidades y carencias para educar y mantener a mis hijas y uno por ellos hace lo que sea”, afirmó. 

Recuerda que aquella vez, al llegar a la cárcel, debía controlar sus piernas, que temblaban como si tuviese frío. Después de un nuevo respiro se lanzó a terminar el encargo. 

La entrega estaba concertada. En el patio la esperaría un tipo canoso, de 1.70 de estatura, de camisa roja y cabello lacio. Al identificarlo, se cruzaron un par de miradas y seguidamente se ubicó en un rincón, hasta donde la siguió. Con una toalla que él le había facilitado, se tapó la entrepierna e introdujo sus dedos hasta palpar en el interior de su intimidad el ‘huevo’ de marihuana, para seguidamente ‘descargarlo’. 

Después apareció una piola con una funda de almohada, que fue lanzada de uno de los patios y que sirvió de ascensor para hacer desaparecer el encargo. Sigilosamente fue ascendiendo, hasta el patio indicado. Por esa ‘vuelta’, como ella misma la llama, le pagaron 500 mil pesos. 

De esta manera, este tipo de organizaciones consagradas al tráfico de estupefacientes en los centros penitenciarios captan la atención de mujeres de bajos recursos, ofreciéndoles una actividad muy bien remunerada y las engañan con la idea de dinero fácil. 

Por ese tipo de trabajos pueden llegar a pagar desde 400 mil hasta un millón de pesos, asegura Carmen, “los productos no siempre son los mismos, a veces es marihuana; otras, cocaína o bazuco”, añade. Durante cuatro años se ha dedicado a transportar drogas. Si la guardia canina obstaculiza su ingreso por olores extraños, inmediatamente busca la manera de evadir la rigurosidad de la requisa. La forma de hacerlo es desnudarse y levantar la voz en reproche ante la ‘injusticia’ para poder ingresar. Inmediatamente, la guardia prefiere despacharla, para evitar revueltas en la entrada. 

Ella es consciente de que si la capturan puede pagar una condena de hasta diez años, pues a los detenidos en flagrancia los judicializan por narcotráfico. Carmen cuenta que las familias de los internos son las que costean el vicio por medio de giros, que pueden ser de $20 mil hasta $500 mil, dependiendo de qué tan adicto sea el interno. De igual manera, manifiesta que también pagan con tarjetas telefónicas de $5.000, que son llamadas ‘la plata de la cárcel’. 

Según su relato, cuando hay mucha guardia y no pueden bajar el ‘ascensor’, introducen la droga en dedos de caucho para que después sean tragados por una nueva ‘mula’ contratada en el interior. Desde luego, toca esperar a que haga sus necesidades fisiológicas para recuperar la mercancía. Lo peligroso de este mecanismo es que, si se le llegase a explotar al interior del estómago, su vida quedaría en riesgo. Si esto sucede y es detectado a tiempo, conducen al reo al centro de salud de la cárcel o al más cercano, para realizarle un lavado estomacal y evitar así su muerte. 

“Es un negocio redondo”, cuenta Pitbull, un interno del Complejo Carcelario y Penitenciario de Jamundí, pues “aquí adentro cada gramo de droga tiene un valor de $20.000, pero no es tan fácil, ya que hay consumidores que no cancelan sus deudas y tienen que “pagar con sangre”, siendo apuñalados”, produciéndoles con frecuencia heridas de gravedad, como ya ha ocurrido en dos ocasiones en el centro de reclusión, según asegura. 

Después de este panorama, cabe preguntarse: ¿Qué tan eficaz es el control por los guardias del Inpec y hasta qué punto los drogadictos pueden alcanzar la reinserción social, si en el interior se multiplican las dinámicas de tráfico de drogas? 

 

“Los productos no siempre son los mismos, a veces es marihuana; otras, cocaína o bazuco”.

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Entre rejas

El brillo de la luz que iluminaba desde lejos la vía por donde conducía una motocicleta, lo detuvo. Eran aproximadamente las diez de la noche cuando se despidió de su novia, se puso el saco, el chaleco y el casco, tomó las llaves y le dijo adiós.


Por: María de la Luz Palacios Estrada

Antes de ir a su casa tenía pensado arrimar a la panadería para comprar el pan del desayuno, como de costumbre.

Era una noche fría como las que hacen en Soacha; sin temor alguno emprendió su viaje, pero cuando vio esa luz lejana se estacionó en una esquina y dudaba si seguir o devolverse, ¿pero devolverse por qué?

“Lo pensé bien y si eran los ‘tombos’ no me antecedía nada más que un porte ilegal de armas, cosa que no tuve en cuenta por el momento. Decidí seguir mi camino, pero nuevamente la iluminación se interpuso y en medio de ella salió un hombre que me hizo señales de pare”, cuenta Yimmi Leal, al recordar la noche en que su vida tomó un rumbo inesperado.

Una requisa, todo normal. Entregó la cédula y qué raro, nada que se la devolvían para terminar su viaje. “Una hora, dos horas y nada, uno así ya se preocupa”, dice Yimmi.

Ansioso de llegar a casa, preguntó qué pasaba y uno de los militares, sin decir nada, lo subió a un camión donde había más jóvenes; pero ¿por qué?, él seguía sin entender. ¿Sería la luz al final del túnel que no debía haber seguido?

Ya han pasado once años y Yimmi Leal sigue preso en la Cárcel Modelo de Bogotá.

Todos los días a las cinco y media de la tarde suena una alarma que anuncia la hora de ir a dormir. Su vida se ha convertido en una monotonía y no le queda más que pensar en la que disfrutaba al lado de su familia, sus amigos y del hijo que estaba gestándose cuando se lo llevaron.

Con las luces ya apagadas y después de escuchar el ruido que despiden las rejas cuando son tocadas con un bolillo para verificar que estén cerradas, recuerda línea a línea las palabras que componen su sentencia: condenado a 390 meses y, como si fuera poco, a pagar 2.010 salarios mínimos porque lo acusaron de ser ‘coautor del delito de concierto para delinquir agravado en concurso heterogéneo con y porte ilegal de armas de defensa personal y homicidio agravado en las personas de Jeison Isidro y Diógenes Bayona Téllez’.

Su voz gritando inocencia y clamando libertad hacen eco en sus pensamientos, y aunque el video que está en la página de Youtube donde se escucha la voz de unos hombres que dicen ser los culpables del asesinato de los hermanos Bayona y que no conocen al señor Yimmi Leal, según lo manifestado por Yimmi no ha sido suficiente para ahondar en la investigación de su inocencia; él continúa enviándole cartas al presidente para que su caso no siga pasando desapercibido.

Entre rejas, cree que nada ha sucedido con él porque es uno más de los miles que no tienen cuello blanco ni los beneficios que esto le otorgaría, porque no tiene el dinero suficiente ni las influencias para emprender una huida “legal por lo ilegal”, sin más que un pantallazo por la televisión.

Lo que más le duele es el tiempo que su hijo ha crecido sin el calor de padre que él pudiera darle si no estuviera preso; el estar lejos de su familia y de su compañera sentimental; además, exclama su vergüenza por ser acusado de paramilitar y asesino.

Entre tanto, ha llegado a la conclusión de que “los jueces en vez de toga deberían llevar un traje de colores y un pimpón en la nariz, claro que eso sería una ofensa para los payasos que trabajan honestamente”.

Mientras el tiempo pasa y los días se acaban, los va tachando con la ansiedad de que se acaben rápido y así pueda gritar: LIBERTAD.