LA MADRE DE LOS ANCIANOS ABANDONADOS

LA MADRE DE LOS ANCIANOS ABANDONADOS

Autor: Yuddy Quintero.

Facultad de Humanidades y Artes

Nacida en una numerosa familia y conocida como la mamá de los abuelos, ella es Ana Beiba Lasso, la directora de la Fundación para el Anciano Abandonado la Misericordia de Jesús.

Todo comenzó hace 16 años cuando pasaba por una fuerte crisis económica. “Un día estaba en un hospital buscando empleo, no tenía nada de comer ni qué darles a mis hijos y oí la voz de Dios que me dijo: ‘recoge al anciano’. Yo respondí: ‘Dios mío, pero yo qué les doy de comer si no tengo ni para darles a mis hijos’. Pero cada vez era más fuerte la voz de Dios. Y viendo a uno de los ancianos desamparados, decidí llevármelo”, explicó Ana.

Su impulso por ayudar a los ancianos, a los que les dice ‘bebés’, es el amor a Dios. Todo comenzó hace 16 años cuando pasaba por una fuerte crisis económica. “Un día estaba en un hospital buscando empleo, no tenía nada de comer ni qué darles a mis hijos y oí la voz de Dios que me dijo: ‘recoge al anciano’. Yo respondí: ‘Dios mío, pero yo qué les doy de comer si no tengo ni para darles a mis hijos’. Pero cada vez era más fuerte la voz de Dios. Y viendo a uno de los ancianos desamparados, decidí llevármelo”, explicó Ana. 

Se llamaba Gildardo Salas; a los veinte días llegó Medardo Patiño, al mes le llevaron a Bernardo Valoy y así sucesivamente fueron llegando otros más. Por lo tanto, debía fiar en las tiendas para darles de comer no sólo a sus hijos sino también a los ancianos, situación que hizo que la mayoría de los miembros de su familia le dieran la espalda y la tildaran de loca. 

A eso se sumaba que Ana vivía en una casa arrendada y cuando la veían con tantos ancianos a veces no la aceptaban o, peor aún, la echaban de las viviendas. Pero cuando más puertas le cerraron por ayudar al anciano abandonado, más aumentaron sus ganas de hacerlo. 

Con el pasar del tiempo, su casa se llenó de personas de la tercera edad, todas con grandes sueños pero sin dinero y con algo en común: el abandono y el desprecio de sus familias. “Yo no entiendo cómo alguien puede abandonar a un anciano, llevo diez años acá y aún no lo comprendo”, indicó Azalia Ocoró, voluntaria de la fundación. 

Actualmente ella continúa con su labor, a la que se unió una parte de su familia. Juntos se encargan de las labores domésticas que requiere el sostenimiento de los ancianos y de la fundación. “Yo sufro si veo sufrir a un anciano, por eso los ayudo en lo que más pueda”, aseguró uno de ellos, Esteban Lasso. 

Por otro lado, ella no detiene su mano al momento de ayudar una persona abandonada. En la fundación hay cinco jóvenes que están enfermos y fueron abandonados y un niño al que adoptó desde que era bebé, dándole no sólo su amor y apellido sino también su hogar. 

Sólo abre las puertas de su hogar al que lo necesita 
El único requisito que Ana exige para recibir al anciano abandonado es que no tenga una familia y un hogar. Ella no acepta a ningún anciano al que le puedan costear su estadía en la fundación, porque considera que ocuparía el espacio de alguien que realmente está desamparado. 

¿De dónde vienen los ancianos abandonados? 
La mayoría viene de los hospitales de Santiago de Cali, de la calle o son enviados por la policía. “Llegan graves, con enfermedades de toda clase, pero a los pocos días o meses, Dios me los sana”, explicó Ana. 
Cuando los ancianos están graves de salud son bien recibidos en los hospitales, pero si alguno fallece, Ana debe buscar la manera de cubrir los gastos fúnebres, al igual que conseguir donaciones de alimentos, ropa y productos de aseo, entre otros, para el sostenimiento de la fundación en la que viven actualmente más de noventa ancianos. 

Un caso reciente 
Un anciano español fue abandonado por su hijo que lo llevó a un hospital porque tenía una enfermedad respiratoria. Este hombre dejó a su padre en Cali y regresó a España. “Estaba hospitalizado con neumonía y cuando ya me dieron la salida no tenía a donde ir, estoy esperando a que la embajada responda y me envíen para España”, aclaró Ernesto. 

 

 …“Yo sufro si veo sufrir a un anciano, por eso los ayudo en lo que más pueda”.

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