“LA COCA ES LO QUE DA”
Autor: Julián Gil Fernández.
Facultad de Humanidades y Artes
El embalse está declarado como zona ‘roja’ a causa de la fuerte presencia del Bloque Occidental de las Farc, de narcotraficantes y de “Águilas Negras”. A raíz de esto y aprovechando la poca actividad del Ejército Nacional, el cultivo de coca es lo que más trabajan los campesinos, ya que “la coca es lo que da”, según Fanor Castillo, uno de los recolectores de la región.
La coca me dio hasta para comprarle una casa a mi familia, pero de un tiempo para acá decidí vender los terrenos que tenía sembrados para alejarme de todo eso que me podría traer problemas y seguí con mi café.
La tentación de la hoja
Como muchos de los campesinos de la zona, Fanor tenía sembrados de café en la vereda El Arenal, a unos 30 minutos en lancha desde el muro que sostiene la represa. Antes de tener su primera hija, él miraba de reojo irse de ‘raspachín’ (recolector de hoja de coca) tras las constantes ofertas que le llegaban. Apuntó Fanor “En esa época la arroba de la hoja de coca se pagaba muy bien. Yo veía a mis vecinos y amigos con buena ropa, con su moto y me daban ganas de hacerle, ya que la comida que cultivaba no me daba lo suficiente para darme mis gustos, aunque me daba culillo”.
Del café a la coca
Cuando nació Mariana, su primera hija, el sueldo que le pagaban no alcanzaba para ofrecerle una mejor calidad de vida a su familia. Ya con angustia, Fanor buscó a ‘Don Arístides’, un reconocido raspachín de la zona y primo de Karen (mamá de Mariana)
“En esos momentos ya me vi apretado y lo primero que pensé fue meterme a una mina o irme a raspar ya que no había de otra. Mi mujer me presentó a su primo y ya él me enseñó toda esa vaina de la coca. Yo comencé ganándome jornales de $30.000 diarios desyerbando terrenos, haciendo semilleros, cultivando, regando las matas y todo el cuidado de los cocales. Seis meses después que ya estaban las maticas grandecitas fue cuando empecé a hacer platica, ya que por llevar cada arroba a los laboratorios de la guerrilla me pagaban casi $60.000. A veces me hacía hasta 5 o 7 arrobas diarias”, recordó.
Guerra silenciosa
A mediados del año 2009 la cosa se complicó para los coqueros, porque empezó una guerra por parte de guerrilla, narcos y Águilas Negras. “Cuando comenzaron a matar gente, nadie sabía cuál era la vuelta, hasta que ya nos dijeron que los ‘paracos’ comenzaron a joder por acá para adueñarse de las tierras. Claro, esto se volvió un mierdero y más de uno pensó en irse de por acá”, señaló Moisés, otro campesino, amigo de Fanor y raspachín, como él.
Ya con miedo de que le hicieran algo a él o a su familia, Fanor se compró un terreno para hacer su propio cultivo. Sostuvo “Cuando comencé con lo mío, yo ya no tenía que ver mucho con esa gente. Las hojas que sacaba las vendía a los laboratorios a un buen precio”.
Cuando toca, toca.
“La coca me dio hasta para comprarle una casa a mi familia, pero de un tiempo para acá decidí vender los terrenos que tenía sembrados para alejarme de todo eso que me podría traer problemas y seguí con mi café. Poco después me salió un trabajo para cuidar una finca, lo único malo es que en esa finca hay 4 hectáreas de coca y eso me revolvió la cabeza y me tocó seguir raspando porque la coca es lo que da”, concluyó Fanor.
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A mediados del año 2009 la cosa se complicó para los coqueros, porque empezó una guerra por parte de guerrilla, narcos y Águilas Negras.

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