Su esfuerzo por hacernos entender que nosotros éramos los responsables del éxito o del fracaso, se convertía en una especie de susurro acompañado por el zumbido de las aspas de un viejo ventilador que repartía equitativamente los 35° Celsius filtrados por el techo falso del aula 436. Recuerdo que justo a las 12:30 del mediodía terminaba la clase y había que esperar a que salieran los de adelante para poder llegar hasta la puerta, es que ese salón soportaba a casi 60 estudiantes, eso sí, todos bien prensados.
Logramos ser un grupo muy unido. Recuerdo que casi todos teníamos un leve coqueteo con los medios tradicionales; unos radio, otros prensa y por supuesto, los menos tímidos, frente a la cámara. Cuando se trataba de clases relacionadas con organizacional era como para sentarse a llorar. Pocos querían ver números o la Teoría Administrativa de Fayol, o Clásica o Humanista; queríamos manejar equipos, grabar y producir, pero nos aplicaban la frase: Ver y no tocar. Hoy, muchos de ellos trabajan en empresas y en medios, de mucho sirvió lo vivido y aprendido.
En 2008 ingresé a la USC como profesor; los primeros años como docente cátedra, pero llegó el momento de la debacle y por supuesto no podía pasar desapercibido en semejante barullo. Un día, un grupo de estudiantes intentó sacarme del salón con la excusa: “Queremos una universidad libre”. Recuerdo que en broma les dije: “Esa universidad queda por San Fernando…” Luego del mal chiste, un joven encapuchado pero con buena actitud me solicitó que abandonara el salón porque venían cosas desastrosas. Llegué al acuerdo con ellos de terminar mi clase en 10 minutos más. Accedieron, cerraron la puerta y siguieron, megáfono en mano, lanzando arengas contra un animal: “Fuera rata, salga de su madriguera”.
Al concluir la clase, salimos del aula para ver la magnitud de lo sucedido mientras yo hablaba de Nuevas Tecnologías. Al parecer, había entrado un huracán de spray y piedras. “Profesor, esto se puso feo”, “ahora sí se acabó la U”, decían los estudiantes que abandonaban la universidad por el parqueadero de los docentes.
En las noticias observé cómo presentaba los hechos uno de mis compañeros de universidad: “Es momento de que la USC sea intervenida o cerrada, es caótico lo que vemos aquí”. Entonces pensé: Si yo estuviera inconforme con lo que pasa en mi casa, lo primero que haría es hablar con las personas con quienes vivo, pero no atentaría contra una ventana o una pared, o contra el comedor. Eso es inerte, no responderá a mi rabia.
Ah, pero sabía que algunos argumentaban: “Es una forma de expresar rebeldía y desacuerdo” y digo: sí, pero hasta para eso hay que pensar. En segundo lugar, mi compañero, en su ‘intelectualidad’, trataba de hacernos caer en cuenta de que la USC estaba pasando por un mal rato, aseverando que la solución era cerrar la universidad. El inocente no sabía que, si se cerraba la universidad, uno de los más afectados era él, pues con experiencia lo digo, cerrar es desaparecer; desaparecer el registro académico, financiero y demás. Como quien dice: Señor, ¿usted de qué universidad es? ¿De la que ya no existe? No me quería ni imaginar si hubiera pasado eso. Así deben estar muchos en la Universidad San Martín.
Por fortuna, esta pesadilla terminó. Hoy, como egresado y docente, me siento tranquilo -para no sonar ‘mamerto’-. Estoy en un centro académico apetecido por muchos bachilleres próximos a convertirse en universitarios, reconocido nuevamente en el ámbito educativo, en progreso y sí, en transformación. Pero aquí quiero hacer hincapié: Hace días vengo escuchando a estudiantes molestos con el polvo y la tierra, dicen que no son condiciones dignas para recibir el conocimiento. Es más, estamos en un mundo que no es digno para vivir, hay demasiada maldad y contaminación. Pero tengo dos caminos, hago de lo malo algo bueno o me quedo en el burladero criticando.
Cuando mis compañeros visitan la USC, y por cierto el periodista aquel ha venido con frecuencia a la U a ver si hay ‘chamba’ en su adorada Alma Mater, les digo que debemos cuidarla, no solo en lo físico, también en lo que decimos de ella. Como cita el adagio popular: Somos dueños de lo que callamos y esclavos de lo que decimos. Es lo mismo cuando se habla mal del país o de la casa donde uno vive; sencillo, si no te gusta, ya sabes cuál es el camino.
Estudiantes, disfruten la universidad, sus espacios, tengan paciencia que los arreglos no se hacen con fichas de lego, recuerden que más que el dinero que han invertido es el tiempo dedicado, lo aprendido y lo vivido, en ustedes está que, al llevar su currículum profesional a una empresa, sean vistos como egresados de una excelente universidad. La responsabilidad es de todos y honrosamente digo que soy egresado de la Universidad Santiago de Cali y hasta ahora nunca me han abroncado ese orgullo.