Descuido médico: Entre la esperanza
y el desamparo
Autoras: Nathalia Sánchez Motato|Camila Torres.
Facultad de Humanidades y Artes
Desde diagnósticos erróneos hasta tratamientos mortales, una historia de errores y ciega confianza en el equipo médico.
El 2 de julio del 2008, Mady Erazo despertó creyendo que ese sería un día como los anteriores. Se levantó de su cama y se arregló para irse a la Institución Educativa José María Córdoba, donde cursaba tercero de primaria, sin saber que tendría que enfrentarse a una crisis que la marcaría de por vida.
Era una de esas mañanas en las que los rayos del sol se filtraban suavemente sobre la ventana de la habitación de Mady. Mientras ella se apresuraba para salir, caminó hacia su tocador y se maquilló rápidamente, como si su cuerpo ya supiera detalladamente la rutina. Estaba un poco distraída, pensando en las tareas que debía realizar durante ese día. Cuando ya creía estar lista, observó su blusa y se percató que se veía desarreglada. Al ajustarla, su mirada se detuvo en el reflejo del espejo.
Fue entonces cuando Mady detalló la cicatriz que marcaba su abdomen, una línea vertical definida que se extendía por su tórax. Ese segundo de distracción se sintió eterno para Mady, al reencontrarse con el recuerdo del 2 de julio. La prisa se desvaneció en un instante y su mente llena de pensamientos se quedó en blanco.
Dando pequeños pasos y con un suspiro profundo, se sentó en la cama. Ese mismo vacío que envolvía su mirada retornó hacia ella, haciéndola desaparecer de su alrededor.
Recordó ese día como si hubiera pasado ayer. Las luces blancas del hospital y las voces de los médicos a lo lejos la atormentaron por un instante, lo que trajo consigo un torrente de emociones. “Es inútil seguir escondiéndola y pretender que no está ahí”, dijo, mientras observaba una vez más la cicatriz.
El día que le cambio su vida
El 2 de julio del 2008, Mady Erazo despertó creyendo que ese sería un día como los anteriores. Se levantó de su cama y se arregló para irse a la Institución Educativa José María Córdoba, donde cursaba tercero de primaria, sin saber que tendría que enfrentarse a una crisis que la marcaría de por vida.
Había nacido nueve años antes, el 3 de enero de 1999 en Cali. Era la hija menor de una familia yumbeña, y la más inquieta de todos sus hermanos. Como era amante del azúcar, no era nada raro que sus padres la encontraran comiendo dulces todo el tiempo. Justamente, se comió toda una bolsa de chocolates que su abuela Lida le había dado a escondidas para que los distribuyera durante la semana.
Luego de disfrutar de los dulces, Mady sentía su estómago muy inflamado, y con pequeñas pulsaciones en su abdomen, que alertaron a su abuela. Después de revisarla y darse cuenta de que la bolsa que le había dado llena de golosinas estaba totalmente vacía, Lida les avisó a Maritza y Juan, padres de Mady, quienes la llevaron al Hospital La Buena Esperanza de Yumbo, sin saber que de ‘buena esperanza’ no tenía mucho la entidad de salud.
Esperaron sentados para ser atendidos, en esas sillas metálicas que caracterizan a cualquier hospital. Finalmente, luego de dos horas, en el altavoz se escuchó cómo llamaban a Mady al consultorio 1. Un médico la reviso con poco detalle mientras que Maritza y Juan, atentos, esperaban el diagnóstico.
— No tiene nada, solo son parásitos, deben purgarla —, dijo el doctor.
Los padres soltaron un suspiro de alivio y confiaron ciegamente en el especialista mientras le recetaban el medicamento.
Hora cero
Su padre salió en busca del purgante y recorrió todas las droguerías de yumbo, pero, “por cosas de Dios” no pudo encontrarlo. Se resignó y volvió a la casa en la noche, encontrando a su hija más enferma. Mady tenía muchas manchas de sangre por todo su cuerpo y no se podía mover por su delicado estado. Decidieron llevarla de nuevo al Hospital, en donde la atendió otro médico, quien les dijo que su dolor era muy confuso y que no podía hacer nada por ella. Así que la remitió a urgencias a la clínica Tequendama, en Cali, donde le sacaron exámenes y llegaron por fin a un diagnóstico certero: Mady tenía peritonitis y tuvo que ser remitida a la clínica Rey David, de mayor complejidad, para ser operada de emergencia, porque su apéndice ya se había reventado. Su recuperación fue dolorosa y las secuelas, tanto físicas como emocionales, que Mady atravesó fueron muy fuertes.
Tanto el diagnostico como la formulación del medicamento fueron totalmente erróneos, pues el doctor hizo el diagnóstico sin exámenes previos y puso en riesgo la integridad de Mady ,al ignorar la llamada ‘hora vital’.
Secuelas en salud mental y física
Al pasar los años se convirtió en toda una adolescente, le emocionaba salir con sus amigos y vestir acorde a su edad. Pero veía a sus amigas con blusas cortas, enseñando su abdomen y recordaba que nunca podría llegar a verse igual a ellas. Su complejo la atormentaba cada instante, verse al espejo y sentir que no es feliz con su cicatriz le recordaba por siempre el doloroso día que le cambió la vida.
“Cada ser humano es un mundo diferente, todas las patologías tienen diferentes presentaciones clínicas, pero si no se tiene claro cuál es el diagnóstico del paciente al ingresar a nuestro servicio se debe contar con un protocolo de acción para cada síntoma establecido y de esa manera tomar los paraclínicos adecuados para aclarar el diagnóstico”, indicó el médico General Doiver Rosero. Por el grave estado en el que se encontraba Mady, si no se cumplía con el protocolo adecuado, existía una gran posibilidad de sufrir secuelas permanentes en su salud física y mental.
Con el pasar de los años, Mady ahora ve todo con otros ojos, cree entender el propósito de esa marca en su piel y la acepta sin dolor o tristeza, pues, para ella, es su razón de seguir con vida.
“
…Mady ahora ve todo con otros ojos, cree entender el propósito de esa marca en su piel y la acepta sin dolor o tristeza”.
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