Caminata por la avenida de los volcanes

Caminata por la avenida de los volcanes

Autor: Edward Gómez Silva.

Facultad de Humanidades y Artes

Me despierto sobresaltado a las 6.28 de la mañana. Un pálpito proveniente de las entrañas de la tierra acaba de estremecer la superficie del suelo.
Salgo de la carpa y contemplo cómo una nube grisácea oscura -casi negra- se come un pedazo del cielo de Baños de Aguasanta, un pequeño paraíso situado en el suroriente de los Andes ecuatorianos, a cuarenta y cinco minutos de Ambato, capital de la provincia del Tungurahua.

A media hora de Latacunga, enquistada en la población de Saquisilí, está la laguna Quilotoa, un volcán presuntamente extinto del que algunos volcanólogos, como Arturo, desconfían, pues presenta algunas fumarolas pequeñas en sus orillas. Se dice de esta laguna de agua salada, que está conectada con el océano en lo profundo de la tierra.

Tierra pródiga en fuentes hídricas y ampliamente generosa en sus frutos, en cuyos huertos pueden apreciarse repollos del tamaño de una pelota de baloncesto; moras, uvas y limones que evocan a Canaán, la tierra prometida que refiere la biblia en los libros Éxodo y Deuteronomio. 

Santuario de colosales cóndores que franquean el firmamento con sus alas extendidas, abrazando la inmensidad, entregados a la voluntad de las corrientes de viento; parecen, en su vuelo, centinelas de la Mama Tungurahua, el volcán que señorea el valle sagrado a cuya provincia debe su nombre y que ahora hiere el azul del cielo, como advirtiéndoles a los humanos que va siendo hora de ajustar cuentas por las abominaciones cometidas contra la tierra. 

-¡Chuta! la Mama se despertó enojada. Ha de ser tanta joda (parranda) en el pueblo- comenta Fausto, el dueño del camping donde me hospedo, y yo no evito sentir un ligero cosquilleo de culpa por la juerga de juanchaca, destilado de caña similar al Viche del pacífico colombiano, cuya resaca ahora me acosa. 

La culpa (no la jaqueca) no tarda en atenuarse, gracias a las palabras de Luis, un empleado de Fausto, descendiente de los Chibuleos, un pueblo que ha habitado estas regiones desde épocas precolombinas. Según Luis, el mito le atribuye la erupción a un ataque de celos de la mama Tungurahua, que ha sorprendido al Taita Chimborazo, su esposo, coqueteando con la mama Cotopaxi. Una suerte de triángulo volcánico amoroso. 

La mama 
Tungurahua (garganta ardiente), nombre que los Kichwas le dieron a esta montaña rocosa crestada de nieve que se eleva a 5.029 msnm, es en realidad, según Afranio Mendoza, volcanólogo del Instituto Geofísico Ecuatoriano, un estratovolcán, o volcán compuesto. Estos volcanes tienen laderas bajas y empinadas laderas superiores, creando un cono cóncavo hacia arriba, y con varias aberturas distintas; el cráter de la cumbre suele ser pequeño. 

La Mama Tungurahua tiene en vilo a las autoridades ambientales desde el 17 de octubre de 1999, cuando interrumpió su siesta de más de dos siglos con una vigorosa erupción. Fue declarada la alerta naranja y la población de Baños de Aguasanta fue evacuada en su totalidad por la fuerza pública, siendo reubicada en refugios dispuestos en Pelileo, Ambato y Riobamba. 

Durante tres largos meses, Baños representó con fidelidad un pueblo fantasma en cuyas calles deambulaba el silencio. 

José Páez transporta lácteos en su camioneta Luv modelo 80 color vino tinto, en la que me dio un aventón hasta Ambato. Nació y se crió en Baños, y fue uno de exiliados del volcán. Su padre, al igual que muchos de sus vecinos, se aventuraba a ingresar al pueblo a hurtadillas, poniendo en riesgo su existencia, al atravesar escarpadas montañas, ricas en despeñaderos y derrumbes, para poder llevarse lo que podía, como un ladrón, y tomar de las cosechas de su propio cultivo. 

Un día, un lugareño fue sorprendido acarreando sus frutas por los militares que cercaban las vías de acceso al pueblo. Lo detuvieron y lo golpearon, atizando atizando la indignación colectiva de los baneños, cuya tolerancia ante las circunstancias claudicó. Armados de piedras, palos, machetes y coraje, el 5 de enero de 2000, los habitantes del pueblo obligaron a los militares a retirarse de las vías y retornaron así, a la brava, a sus hogares. 

Desde entonces hasta ahora, la Mama ha estado activa, presentando repetidos episodios turbulentos, como el que se registró el primero de febrero de 2014, con constantes emanaciones de ceniza. O la que hoy me cabe en suerte presenciar. Sin embargo, los baneños aseveran que no volverán a marcharse de sus casas y que, bajo la protección de su matrona, la Virgen de Aguasanta, podrán convivir en armonía con la bellísima y monstruosa Mamita Tungurahua. 

Al día siguiente, en un autobús de Ambato un hombre lee El Heraldo y alcanzo a ver la noticia: la ceniza cayó de manera moderada en Puela, El Manzano y Chonglontus, pequeñas poblaciones cercanas a Riobamba, capital de la provincia de Chimborazo, separada 45 kilómetros del coloso y descomunal volcán nevado que la nombra. En el Ecuador hay varias provincias que reciben el nombre de alguno de sus volcanes, como Imbabura, Cotopaxi, Chimborazo, Tungurahua y Pichincha (esta última, sede de la capital, Quito. El hombre nota mi atención a y me dice con sorna –La gente de Chimborazo se la pasa reclamando propiedad por nuestro volcán. Que se queden con la ceniza-. 

El Taita 
Es este, el Taita Chimborazo, llamado Techo del mundo, el punto más alto del planeta y más cercano al sol, desde el centro de la tierra. El Éverest, ubicado entre Nepal y China, es el punto más alto desde el nivel del mar. Esto se debe a que el diámetro terrestre en la latitud ecuatorial es mayor que en la latitud del Himalaya. 

Erguido a 6323 msnm, su sueño de más de medio milenio es un reto altamente atractivo para avezados alpinistas de todo el mundo que ascienden ese monte cuyas fauces de nieve han engullido las vidas de temerarios que, reducidos por el ahogo o sepultados bajo cruentas avalanchas, han pasado a ser momias gélidas, como las halladas en agosto, que se presume datan de 1993. 

La ira de la tierra 
Más al norte, a hora y media de Quito emerge, a 5897 metros desde el nivel del mar, la ensoñadora Mamá Cotopaxi, cuyas constantes emanaciones y abrumadores rugidos se diseminan como un hálito de terror en los cantones de Latacunga, Aloa y Mulaló. Este volcán presenta una estructura cuneiforme casi perfecta y su actividad difiere de la de su contendora, la Tungurahua, que lleva 16 años de erupciones episódicas que expulsan pocas cantidades de flujo piroclástico; por su parte, Cotopaxi presenta una convulsiva actividad interna que en cualquier momento puede estallar, dando lugar a una tragedia como la de 1877 en Latacunga o la extinta Armero, en Colombia, producto de la erupción del volcán Nevado del Ruiz en noviembre de 1985. 

A media hora de Latacunga, enquistada en la población de Saquisilí, está la laguna Quilotoa, un volcán presuntamente extinto del que algunos volcanólogos, como Arturo, desconfían, pues presenta algunas fumarolas pequeñas en sus orillas. Se dice de esta laguna de agua salada, que está conectada con el océano en lo profundo de la tierra. 

El descomunal encanto de estos dragones de piedra que señorean altivos sus vastas regiones, despertaron la inspiración del maestro de la ficción, Herbert George Wells, cuyo genio bebió de estos paisajes para forjar una narración fantástica, que de paso recomiendo al lector, titulada ‘El país de los ciegos’. 

Los Andes que atraviesan el territorio ecuatoriano constituyen una singular vecindad llamada “el corredor de los volcanes” y que a su vez hace parte de un curioso fenómeno geológico llamado cinturón de Fuego del Pacífico. Los más de 20 volcanes están situados en las cadenas montañosas cercanas a las costas bañadas por el oleaje del océano Pacífico. 

Allí se concentran algunas de las mayores zonas de subducción del planeta; es decir, el lecho del océano reposa sobre varias placas tectónicas que están en permanente fricción y por ende, acumulan tensión que, al liberarse, dan lugar a una palpitante actividad sísmica y volcánica en las regiones que comprende. 

Según el portal Volcanopedia.com, el Cinturón de Fuego se extiende sobre 40 000 kilómetros y tiene la forma de una herradura. Sus eslabones están desperdigados por el territorio de Chile, Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, México, Estados Unidos, Canadá, pasa por las islas Aleutianas y desciende al Asia cruzando por las costas de Rusia, Japón, Taiwán, Filipinas, Indonesia, Papúa, Nueva Guinea y termina en Nueva Zelanda, Oceanía. 

Abarca 452 volcanes y concentra más del 75 % de los volcanes activos e inactivos del mundo. Alrededor del 90 % de los terremotos del mundo se producen a lo largo del Cinturón. 

El edénico Baños de Aguasanta ha quedado atrás. Termino estas líneas en un hotel de la fría Riobamba, donde sus habitantes viven serenamente al lado de un Chimborazo que duerme hace más de 1500 años y según los geólogos, no despertará antes de 8000 años más. Situación divergente de la de los vecinos de Tungurahua y Cotopaxi, que conviven también, en apariencia tranquilos, con la posibilidad de una de las más rimbombantes manifestaciones de la muerte, por amor a su hogar, a su tierra y a su volcán. Lo que me recuerda los versos del poeta Juan de Dios Pessa: “Es volcán este amor a que me entrego; tiene el volcán sus nieves en la cima, pero circula en sus entrañas fuego”. 

 

 …El Éverest, ubicado entre Nepal y China, es el punto más alto desde el nivel del mar.

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