CARCELES ¿ESCUELAS DE VIDA?

Son muchas las incógnitas que existen sobre si las cárceles cumplen con su función de resocializar a los presos. Y es que no es para menos, lugares como estos se prestan para continuar con actos delictivos como la extorsión y el secuestro, dejando en entredicho su principal responsabilidad: recuperar al ser humano.

Dentro de los penales se realizan actividades de salud, piscología, cultura, deporte y académica.

Por ley, las cárceles deben cumplir con la función de acoger a quienes han cometido delitos; también deben prestar una atención orientada hacia el tratamiento y recuperación del interno. Actividades lúdicas o académicas son algunos de los espacios que se les brindan; desafortunadamente, el hacinamiento y la tercerización de los servicios penitenciarios han impedido la continuidad de este tipo de procesos.

Según estadísticas del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC),  en las cárceles existe un hacinamiento promedio del 53%, para un total de 117.000 presos distribuidos en todo el país.

Esto quiere decir que si decidiéramos meter estos reclusos en un estadio de fútbol como el Pascual Guerrero, se tendría que llenar cuatro veces su capacidad y aún así quedarían por fuera más de 17.000 internos.  

Carmen Piedrahita, psicóloga que ha trabajado por más de 20 años en el sector carcelario y en derechos humanos, manifiesta que es difícil desarrollar buenos procesos de resocialización: “En las prisiones colombianas, el tratamiento hacia el interno es complicado, debido a que primero, los servicios los presta un agente externo y segundo, una vez finalizados los contratos con estas empresas, se demoran en renovarlos y no hay continuidad en estos espacios”.

Pero el papel de la resocialización no solo les corresponde a las instituciones, también lo tiene la sociedad. La falta de oferta laboral es una problemática que surge en esta situación. Si bien, son muy pocos los internos que aprovechan el aprendizaje de cursos técnicos que se les ofrecen, una vez recobran la libertad las oportunidades son mínimas. Tal vez por miedo o por desconfianza, en muchos casos los empleadores no le dan trabajo a un ex convicto.

Deyanira Carabalí, dueña de la peluquería Francesca, ubicada cerca a la cárcel de Villanueva de Cali, explica que no se arriesgaría a contratar a un ex presidiario por miedo a que le haga daño o le robe los implementos de trabajo.

“Es difícil confiar en una persona que estuvo en la cárcel. Aquí me llegó un personaje así y tenía buenas capacidades, sabía lo que hacía pero por temor decidí no contratarlo. Él mismo me contó dónde aprendió a cortar el pelo y fue en la cárcel; eso me generó desconfianza. Yo soy de las personas que piensa que desde el mismo momento en que alguien entra a la cárcel pierde reputación y sentido en la sociedad”, señaló Carabalí.

La propiedad privada aporta más del 60% de materia prima para los programas de resocialización

A pesar de todas estas dificultades, el Inpec busca contribuir a la resocialización, por medio del tratamiento penitenciario y estimulando la buena conducta, con la convicción de que al  interno que ingrese como detenido no se le puede juzgar ni tratar por su delito; por el contrario, se le debe garantizar su dignidad y el respeto de los derechos humanos porque a la cárcel entra la persona y no el delito. 

Destacados

  • “la tercerización del servicio también es otro factor, muchas veces esta función la presta un agente externo y una vez finalizado, los contratos se demoran en renovarlos”.

 Por: Stiven Daza Prieto

 @StivenDaza95 

UNA NAVIDAD ENTRE REJAS: Historia de vida desde la Cárcel Villa Hermosa de Cali

Al ver la cárcel desde afuera nos imaginamos muchas situaciones que se pueden presentar adentro. Pero solo quienes han estado detrás de esos muros conocen la realidad. Hace 15 meses me encuentro privado de la libertad, este ya es mi segundo diciembre entre las rejas de Villa Hermosa. Nunca en mi vida me habría imaginado estar aquí, pero nadie está ajeno a vivir una realidad como esta.


Por: John Jairo Rivera Ríos

¿Cómo es una navidad dentro de la cárcel? Es una fecha importante, pero con la rutina que se vive aquí, se convierte en una época común y corriente.

LA DECORACIÓN
Las fiestas decembrinas se inician desde noviembre, cuando los presidentes de los pasillos -también reclusos- empiezan a organizarlas. Como en casa, la pintura y el retoque solo se ven en esta época del año. Aunque el dinero está prohibido al interior de los patios, se pide una cuota, pues acá todo es dinero; así como en la vida cotidiana, en la cárcel te da comodidad. Aunque haré
En general los internos se preocupan por embellecer los espacios comunes de la cárcel, para que visualmente el ‘canazo’ no pegue tan duro y que la visita se sienta cómoda cuando nos viene a ver: en la cárcel la visita es lo más sagrado del mundo.

Para la decoración navideña, el material de trabajo se pidió en la calle. Familiares y amigos se encargaron de comprarlo y llevarlo hasta la puerta del penal. Al interior buscamos la autorización y la ‘liga’ para el ingreso, en este mismo pedido se aprovechó para pedir los adornos y luces que se iban a instalar. Los trabajos se hicieron antes de la primera visita de diciembre, para que nuestras familias vieran un lugar agradable.

El patio se restauró, se organizaron los techos, se estucaron las paredes y se pintó. Mano de obra profesional sobra, pues son muchos los que en la calle vivían de la construcción; así pues, los trabajos se hicieron con esmero y perfección. También se aprovechó para organizar las celdas, pues es la única época cuando el material entra fácilmente: si no es en diciembre, no es nunca.

Como en todo, hay simpatizantes y contradictores. Quienes están en contra dicen que ni la propia casa la mantienen así de arreglada. Y los que están a favor, apuntan a tener un ambiente visualmente más tranquilo y organizado. Aunque estas manifestaciones no pueden ser tan públicas, pues criticar es estar inconforme y la inconformidad genera una salida de patio.

LAS CREENCIAS
En el establecimiento básicamente se practican dos creencias religiosas, la cristiana y la católica. En la cristiana se hace un fuerte trabajo de fortalecimiento espiritual. Todos los días hay culto, en la mañana, al medio día y en las noches. Es la corriente con mayores adeptos. La religión católica tiene pocos seguidores y solo una vez a la semana viene el cura de la parroquia más cercana a oficiar la eucaristía; pero aun así, se hacen notar.

El patio donde me encuentro (el dos) tiene unos 880 internos, de los cuales el 22% practica algún tipo de creencia, un porcentaje relativamente bajo para la cantidad de personas que lo habitamos.
Para muchos, entre los que me incluyo, la creencia en Dios es el alimento diario para mantener las fuerzas, la esperanza, la fe y la convicción de que todo saldrá bien. Quienes estamos en Cristo permanecemos tranquilos y brindamos fortaleza a nuestras familias, que tanto la necesitan. Quienes no, encuentran en el vicio la opción para olvidar los problemas. Para, como dicen ellos, “pasar el ‘cañazo’ más suave”.

El pesebre no faltó, incluso la Directiva del Establecimiento organizó un concurso entre patios para el más visible y mejor elaborado. Pero más que el concurso, siempre estuvieron vivos el espíritu y la tradición, pues no hubo día en que no se realizara la Novena.

EL 24 Y EL 31 DE DICIEMBRE
Para navidad, la visita fue en los patios del ala opuesta; no hubo rumba, pocos trasnochados, incluso la ‘tirada’ – la acostada – fue temprano, a las 11:00 de la noche. Eran pocas las personas que llamaban a sus hogares tarde.
El 31 nos correspondió la visita; fue especial, pues nuestros hijos pudieron venir.

La rumba también fue escasa, pues el día anterior la guardia hizo ‘Richi’ -el operativo para encontrar todo lo ilegal: celulares, armas, estupefacientes, licor, dinero, entre otros. El 30 se llevaron toda la chicha y el ‘chamber’ (así se le llama al licor que se produce acá). Por ende, no hubo con qué emborracharse.

La visita estuvo numerosa. Tres visitantes por interno es el tope estipulado cada fin de semana, aunque a muchos de los reclusos no les llega nadie, sea porque no tienen familia en esta ciudad y sus alrededores, o porque los han olvidado.

Este día también hubo entrada de alimentos. La comida ‘callejera’ ingresa dos o tres veces al mes, es un respiro gastronómico a la ofrecida por el INPEC, que no es muy buena que digamos; pero que, gracias a Dios, no nos falta.

Carnes frías, costilla, ensaladas, natilla, buñuelos, manjar blanco, pasteles, entre otros, fueron los manjares que recibimos para terminar 2014. Gracias a Dios y a nuestras familias, hubo abundancia de alimentos, que compartimos con quienes no recibieron visita.

Cuando se marcharon, el llanto no faltó. El ideal de muchos es que en 2015 tendrán a sus familiares de nuevo en casa. Tristeza, felicidad, zozobra, quedaron en el aire. A las doce de la noche, la pólvora se escuchó a lo lejos, algunos voladores se dejaron ver a través de rejas y un sonar de palmas entre los internos, que no se decían “feliz año” sino “ya nos vamos, fuerza, ya nos vamos”.

Entre rejas

El brillo de la luz que iluminaba desde lejos la vía por donde conducía una motocicleta, lo detuvo. Eran aproximadamente las diez de la noche cuando se despidió de su novia, se puso el saco, el chaleco y el casco, tomó las llaves y le dijo adiós.


Por: María de la Luz Palacios Estrada

Antes de ir a su casa tenía pensado arrimar a la panadería para comprar el pan del desayuno, como de costumbre.

Era una noche fría como las que hacen en Soacha; sin temor alguno emprendió su viaje, pero cuando vio esa luz lejana se estacionó en una esquina y dudaba si seguir o devolverse, ¿pero devolverse por qué?

“Lo pensé bien y si eran los ‘tombos’ no me antecedía nada más que un porte ilegal de armas, cosa que no tuve en cuenta por el momento. Decidí seguir mi camino, pero nuevamente la iluminación se interpuso y en medio de ella salió un hombre que me hizo señales de pare”, cuenta Yimmi Leal, al recordar la noche en que su vida tomó un rumbo inesperado.

Una requisa, todo normal. Entregó la cédula y qué raro, nada que se la devolvían para terminar su viaje. “Una hora, dos horas y nada, uno así ya se preocupa”, dice Yimmi.

Ansioso de llegar a casa, preguntó qué pasaba y uno de los militares, sin decir nada, lo subió a un camión donde había más jóvenes; pero ¿por qué?, él seguía sin entender. ¿Sería la luz al final del túnel que no debía haber seguido?

Ya han pasado once años y Yimmi Leal sigue preso en la Cárcel Modelo de Bogotá.

Todos los días a las cinco y media de la tarde suena una alarma que anuncia la hora de ir a dormir. Su vida se ha convertido en una monotonía y no le queda más que pensar en la que disfrutaba al lado de su familia, sus amigos y del hijo que estaba gestándose cuando se lo llevaron.

Con las luces ya apagadas y después de escuchar el ruido que despiden las rejas cuando son tocadas con un bolillo para verificar que estén cerradas, recuerda línea a línea las palabras que componen su sentencia: condenado a 390 meses y, como si fuera poco, a pagar 2.010 salarios mínimos porque lo acusaron de ser ‘coautor del delito de concierto para delinquir agravado en concurso heterogéneo con y porte ilegal de armas de defensa personal y homicidio agravado en las personas de Jeison Isidro y Diógenes Bayona Téllez’.

Su voz gritando inocencia y clamando libertad hacen eco en sus pensamientos, y aunque el video que está en la página de Youtube donde se escucha la voz de unos hombres que dicen ser los culpables del asesinato de los hermanos Bayona y que no conocen al señor Yimmi Leal, según lo manifestado por Yimmi no ha sido suficiente para ahondar en la investigación de su inocencia; él continúa enviándole cartas al presidente para que su caso no siga pasando desapercibido.

Entre rejas, cree que nada ha sucedido con él porque es uno más de los miles que no tienen cuello blanco ni los beneficios que esto le otorgaría, porque no tiene el dinero suficiente ni las influencias para emprender una huida “legal por lo ilegal”, sin más que un pantallazo por la televisión.

Lo que más le duele es el tiempo que su hijo ha crecido sin el calor de padre que él pudiera darle si no estuviera preso; el estar lejos de su familia y de su compañera sentimental; además, exclama su vergüenza por ser acusado de paramilitar y asesino.

Entre tanto, ha llegado a la conclusión de que “los jueces en vez de toga deberían llevar un traje de colores y un pimpón en la nariz, claro que eso sería una ofensa para los payasos que trabajan honestamente”.

Mientras el tiempo pasa y los días se acaban, los va tachando con la ansiedad de que se acaben rápido y así pueda gritar: LIBERTAD.