30 AÑOS DEL PALACIO DE JUSTICIA

Por Olga Behar
Directora de www.utopicos.com.co

A partir de hoy, y durante toda la semana, Utópicos.com.co publicará varios artículos sobre cómo diversos colombianos vivieron este terrible acontecimiento.

Iniciamos esta serie con una crónica inédita, escrita por Luz Helena Sánchez Gómez, médica de la Universidad Nacional, amiga del magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Horacio Urán, muerto al final de la retoma del Palacio.

Mi Palacio de Justicia. 

Por: Luz Helena Sánchez Gómez*

Médica de la Universidad Nacional, amiga del magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia, Carlos Horacio Urán, muerto al final de la retoma del Palacio

Anoche leí la noticia de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado colombiano por la desaparición de 13 personas en la “retoma” del Palacio de Justicia y por la ejecución extrajudicial del magistrado Carlos Horacio Urán, mi amigo.

Primero vino Tacueyó a la memoria herida.

En el principio no fue la palabra. En el principio no fue la luz. En el principio fue una masacre, una tira de tacos de dinamita, un bombazo.

Era un soleado medio día en la sabana que se veía verde y diamantina desde el avión en que llegaba de Neiva, de dictar una conferencia sobre la familia y las relaciones de poder entre varones y mujeres. La noche anterior nos fuimos con los profesores de la Universidad a tomar unas cervezas y, tal vez, alguna tomó unos guaros de más. Recuerdo que nos sirvieron un asado y conversamos, reímos, discutimos y nos abrazamos en la despedida. Nunca nos volvimos a encontrar.

El día 6 había salido del Club La Montaña, de la Universidad Javeriana, de un evento sobre salud primaria. En alguna parte tengo guardada una foto mía haciendo una intervención.

El Palacio de Justicia en Llamas

En el mismo momento en que dicen que el EME se tomó el Palacio, yo salía de la ciudad. Me dijeron después que frente a mi casa, por la Quinta, los tanques Urutú pasaron quince minutos después. Debieron haber salido del Cantón Norte y tendrían que haberse tomado al menos una hora.

Nadie sabía nada. En Neiva nadie sabía nada. Mientras empezaba el drama, nosotros permanecíamos en la ignorancia.

Nadie habló de nada diferente a los gracejos, propios entre gente que se tiene afecto y, claro, continuamos el debate y la confrontación de ideas.

Era la noche del 6 de noviembre de 1985. Nunca puedo recordar el día de la semana.

Al día siguiente llegué afanosa, abrí la puerta de mi casa y sentí un vacío que no puedo explicar hoy todavía.

— ¿Qué está pasando, Ligia? ─le pregunté a la chica que me ayudaba en esos tiempos. Respondió que no había nadie, que todos me esperaban en casa de la señora Ana María. No pregunté nada. No me adelantó nada.

Solo se veía algo apurada. Con unos ojazos que me miraban como advirtiendo sin palabras.

Subí, me di un duchazo, me cambié la ropa calentana a sabanera, para estar a tono.

Caminé presurosa hacia el norte, hacia la casa de Ana María, Carlos Horacio y las niñas.

Abajo, a la entrada del edificio que había sido de los Lloreda, el Edificio Manizales, vi a Germán Castro Caycedo y a un señor que fumaba sin parar. Apenas nos hicimos un gesto con la mano.

Me anuncié por el citófono. Subí al quinto piso y vi una sala llena de gente. No sé quien, no sé cómo, tal vez mi esposo, Francisco José, me dijo que se habían tomado el Palacio de Justicia. SE TOMARON EL PALACIO DE JUSTICIA Y CARLOS HORACIO ESTÁ ADENTRO. Bum.

Así como sonaron las bombas de Pablo y sus amigos y enemigos en los años siguientes.

Bum.

Así mismo recibí la noticia del asesinato de Héctor Abad y de Leonardo Posada, de Guillermo Cano, de Silvia Duzán, de Elsa y Mario, de…

Entonces es verdad.
Iba a suceder. Sucedió.
Las fuerzas del orden, que decimos aquí, lo sabían.
El Palacio había tenido protección especial porque había indicios de un plan del M-19. Ese día, el día de la toma, Carlos le había dicho a Ana María, cuando lo dejó antes de irse a la Universidad:
—Retiraron la guardia, hoy se toman el Palacio. Nos dejaron sin protección.
En fin, a borbotones me contaron de qué se trataba. Yo no entendía nada. Solo que, a medida que pasaba el día, había más gente en esa casa y más caras largas y una tensión sin nombre, como cuando se espera lo peor pero nadie quiere darle nombres.
Para entendernos, era el segundo día de la toma.
Fernando Gómez Agudelo, el señor que fumaba sin parar, tenía un radio Citizen Band y con él podíamos escuchar las comunicaciones de generales que se llamaban entre sí “Peón”, “Paladín”, o algo así.

A media mañana -o algo así-, escuchamos por el Citizen Band de Fernando que el presidente Betancur le había pedido al Dr. Carlos Martínez director de la Cruz Roja Colombiana, que se desplazara al Palacio de Justicia con un mensaje. Estábamos abajo, en la calle, Fernando fumaba sin parar.

Escuchamos cómo los militares le pidieron que esperara un poco para asegurarle la entrada. Mentira. Algunos minutos después se escuchó un tremendo estruendo. Era la arremetida final contra el baño donde, se supone, estaban varios de los magistrados y algunos de los guerrilleros. Dicen que Carlos Horacio estaba ahí y de ahí salió vivo. Ahora me explico: tal vez allí, en alguna ventana, se hizo unas cortadas pequeñas en varios de sus dedos de la mano derecha.
Unas horas después, al día siguiente, cuando trataba de memorizar su cadáver en el pequeño “cuarto de los guerrilleros”, en Medicina Legal, vi esos dedos, tal vez tres, untados de una grasa negra. Cuando me incliné un poco, solo un poco, dizque para no llamar la atención, el rubio ese con bata blanca de médico se dirigió a mí y me dijo:
—Eso se lo hizo con una granada el hijo de puta guerrillero.
Ni lo miré. Solo miré, y muy bien, el cuerpo que estaba a su lado. Era uno de los jefes del comando guerrillero. Después de rendir testimonios en la Fiscalía olvidé su nombre.

Pero no nos adelantemos a los hechos.

Esa noche, la del día siete, justo antes de que comenzara el Noticiero de las 7, que dirigía Juan Guillermo Ríos, salí presurosa, sin contarle a nadie. Arrimé a mi casa, me puse la bata blanca de médica y me colgué un estetoscopio al cuello. Iba en Misión Médica, según mis cálculos. Iba para Medicina Legal a buscar el cadáver de Carlos Horacio.

Pasé la entrada sin que me preguntaran nada, quién era ni para dónde iba. Actuaba como Pedro por su casa. Siempre había sido así. Mi viejo y querido lugar de prácticas, donde pasé más tiempo del que mandaba el currículo para aprender un poco más.
A alguna de las señoras de servicios generales le pregunté por el maestro Egon Lichtenberger, el director y mi viejo profesor de Patología. Lo encontré en su oficina.

—En qué le puedo servir, doctorra ─con sus erres pronunciadas de alemán colombianizado.
—Es que vengo a buscar a un amigo que estaba en el Palacio. Es un abogado. Es magistrado. Es el Doctor Carlos Urán.
Hizo llamar a una médica forense que resultó ser una vieja colega de la Universidad Nacional, la Dra. Alarcón. Le ordenó que me ayudara en la búsqueda y que me permitiera buscarlo donde yo quisiera. Ángela me llevó a las salas donde siempre practicábamos las necropsias. Aún no comenzaban las tareas. Solo había cadáveres, más de los que yo podía o quería contar, en las bandejas, en las cubetas, en las neveras. Abrí una a una las puertas de las neveras: nada, aquí no hay nada. Nada era Carlos. Nada era lo que sentía en el estómago. Una ira y un dolor contenidos que me parecía iban a estallar. Calma Luz H. Tú aquí no vas a hacer un show.

Una segunda vuelta por las salas, las bandejas, las cubetas, las neveras. Nada. No encontré NADA.
Fui de nuevo a la oficina del director y le dije que no encontré NADA. Prometí volver al día siguiente. El Dr. Egon me respondió con serenidad y sin apuro:
—Como quierra, doctorra.

Regresé a casa de Ana María, Carlos Horacio y las niñas. Les conté que había estado en Medicina Legal y no había encontrado a Carlos. Supe después que Germán y Fernando se habían ido a los hospitales. Eso dijo German en un reportaje, no sé.

Ana María y no sé quién más habían visto el noticiero de la noche, el de las 7, de Ríos, donde también trabajaban María Luisa Mejía y Hernando Corral. Ella me dijo que vio salir vivo y cojeando a Carlos Horacio.

—Carlos está vivo, lo vi salir por la puerta del Palacio.
No respondí nada y me fui a descansar. El día 8 salté de la cama como a las seis. Mi esposo me pidió que descansara un rato más. Le dije:
—Me voy para Medicina Legal, a buscar a Carlos.
—Pero si Ana María lo vio saliendo vivo ─me respondió él.
—No importa. Voy para Medicina Legal.
—Yo te acompaño ─me dijo.

Me duché en un santiamén y salimos para allá.

Nuevamente busqué al Profe Egon. Estaba en el parqueadero, una especie de patio con una gran puerta como de garaje, por donde entraban los carros mortuorios a recoger los restos después de los procedimientos médico legales.
Hasta allí llegué y, mientras más andaba, más extraña era la escena. Cantidades de personas que no eran del lugar, todas en bata blanca. Todas expectantes. Todas a cargo del lugar.

—Busco a mi amigo el magistrado Carlos Urán ─le dije al Profe Egon, de nuevo, después de saludarlo.
Le pidió a un médico joven, cuyo nombre nunca supe, que me acompañara al “cuartico”. Esta vez no me digirió a la morgue propiamente. Al lugar donde había estado la noche anterior.

El joven galeno, solícito, me tomó del brazo y me dijo:
—Doctora, tenga cuidado, que dicen que ése es el “cuarto de los guerrilleros”. Doctora, tenga cuidado, que no son todos los que están.

Le expliqué a Francisco José que yo iba a entrar primero y que luego entraba él. Así fue.

Ingresé a este pequeño cuarto, al que nunca había visto en uso. Era un espacio pequeño. A mano izquierda entrando, colocadas perpendicular a la pared lateral y oriental, estaban alineadas CINCO camillas o cubetas donde se colocaban los cuerpos en preparación para las mesas de la morgue, con el fin de practicar las necropsias. Despacio, muy despacio, recorrí cada uno de los cuerpos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco, cuatro, tres, dos, uno. Carlos Horacio es el segundo, y también es el cuarto. Depende desde dónde se cuenten los cuerpos.

¿Y por qué está tan pálido, tan blanco, tan limpio? ¿Por qué se ve emaciado, por qué se ve tan álgido?

Dolor en su rostro y también serenidad. Qué blancura. Todos blancos. Limpios. Inmaculadamente lavados, limpiados y tal vez maquillados. Ni un rastro de sangre, ni de mugre. Ni un moretón, un golpe, una herida, nada de tierra, hollín, nada de ropa. Nada de nada. Todo tan limpio.
Voy hasta la pared del frente del pequeño cuarto y me repito el recorrido, tomando nota de los dos cuerpos contra la pared entrando a mano derecha. En forma paralela a la pared, dos cuerpos más. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete.

Reconocí a la Doctora Fanny González, con quien había tenido trato en Manizales en eventos académicos. Hacia los pies de ella, hacia la puerta, al Doctor Manuel Gaona. En la mitad, un pequeño sendero de menos de un metro y medio por donde fui, una vez más, hacia la pared contra la cual se recostaba el cabrón de bata blanca. El que me dijo lo de la granada. Repetí el recorrido en el sentido contrario. Quería grabarme todo. Quería que mi memoria fuera como una Polaroid de esas de auto revelado. Quería que ese momento eterno no terminara. Quería morir de desesperación y sabía que no haría ni una mueca. Ni haría una pregunta. Ni expresaría nada. NADA era lo que tenía adentro de mí.
La nada. El horror. El sin sentido.

Más temprano en la mañana, mientras el Dr. Egon daba algunas órdenes, llegó un furgón inmenso de color plateado que brillaba a la luz del sol mañanero. Dijeron que ahí venía el Doctor Reyes Echandía. Abrieron sus puertas de par en par y se podían ver bolsas de polietileno transparente apiladas. Muchas bolsas de polietileno apiladas, o unas al lado de las otras. Los auxiliares de Medicina Legal empezaron a sacar bolsas una a una en las mismas cubetas de aluminio de siempre, primero en cubetas individuales, después más de dos en una, es que no había cubetas para tantas bolsas.

—Ese es el Doctor Reyes Echandía ─dijo uno de los operarios.
—Y ¿cómo sabe? ─le pregunté yo.
—Por el reloj.
—¿Cuál reloj?
—Pues el reloj que tenía el presidente de la Corte y por el cual lo reconocieron desde el comienzo.

Cuento bolsas y miro a las ventanas del segundo piso, creo que estaban pintadas de rosa. O tal vez eran rosa los delantales que tenían, de esos que usan los médicos, pero rosa. Veo rostros descompuestos de las secretarias, de las mujeres de servicios generales. Mudos y pálidos. Miro varias veces, tratando de fijar la escena en mi mente y pienso: Quién fuera cineasta para filmar esta historia.

No le pierdo la cuenta a las bolsas. De pronto siento que me voy a caer al piso y sé que no puedo hacer este show aquí. Llego a cuarenta y cuatro y paro de contar y de mirar. Miro al cielo y les pido a los ancestros que me informen que esto no está pasando. Que yo no soy yo. Que esto no es posible.
Volvamos a lo del cuarto.

Salgo del cuarto este, “el de los guerrilleros”. A la salida me espera mi esposo. Lo tomo de la mano y le digo en voz muy baja:
—Entra con cuidado, que el cabrón que está ahí es uno de ellos.
— ¿De quiénes?, me pregunta Francisco.
—Pues de ellos, de los que lo mataron.

Me pregunta si reconocí a Carlos y le digo que no. Es verdad, no estaba segura. No quería estar segura. Entra, y a los minutos sale, desencajado, y me dice, al oído casi:
—… es el segundo entrando a mano izquierda.
—No sé -le respondo.
Como sea, le pregunto al Dr. Egon si ya se han practicado las dactiloscopias y le digo en voz muy alta, para que todo el mundo escuche:
—Dr. Egon, el Procurador Jiménez Gómez está buscando al magistrado Urán y está tratando de comunicarse con usted.
— ¿Y encontró a su amigo, doctora?
—No estoy segura -le respondo.
— ¿Cómo? ¿No es, pues, su amigo?
—Sí, pero no estoy segura.
— ¿Cuál es el nombre completo de su amigo? -me pregunta él. Le respondo:
—Carlos Urán.
—Sí, pero ¿el segundo apellido?
—NO SÉ.
— ¿Cómo, no es su amigo?
—Sí, pero no sé cuál es su segundo apellido.
—Hombre, llame a ver y pregunte por el Doctor Carlos Urán -le dice al cabrón ése de bata blanca, que ahora está junto al teléfono en la pequeña caseta donde se apostaban los celadores. El cabrón marca un número y pregunta por Carlos Urán. Algo le dicen al otro lado y él replica:
—Sí, Carlos Horacio Urán Rojas.

¡Mierda!, pienso yo.

El hombre se voltea y le dice al Dr. Egon que no, que las dactiloscopias no se han practicado aun.. Miente. Mintió. ¿Cómo hizo para saber el nombre completo, si la dactiloscopia no estaba lista? Pensé que el hombre trataba de ganar tiempo, no sé para qué.

Salí como alma que lleva el diablo a casa de Ana María. Eran las 11 de la mañana o algo así. Ella llegaba de una sesión con el General Nelson Mejía Henao, Procurador de las Fuerzas Armadas. Con él vio de nuevo el video donde aparece Carlos vivo y cojeando mientras está saliendo del Palacio. Cuando abrió la puerta me dijo:

—No era Carlos.

Solo atiné a preguntarle:

— ¿Carlos tiene alguna señal particular en el cuerpo?

—Sí ─me dijo ella─. U¬na cicatriz de operación de apéndice al lado derecho─, y se señaló. Es Carlos, me digo para mis adentros.
—Mi padre tiene un turupe entre ceja y ceja, así como el mío─ me señala Anahí, la hija mayor. Es Carlos, me repito.
—Bueno ¿quién puede volver conmigo a Medicina Legal? Alguien de la familia.
—Que te acompañe Víctor.

Salimos Víctor, Gloria Isabel Ocampo y yo rumbo a Medicina Legal. Nadie pronuncia una palabra. Afuera nos parqueamos y le pido a Víctor que entre él solo. Nosotras nos quedamos conversando, nerviosamente, todo el tiempo que el primo de Carlos tarda en los procedimientos de reconocimiento y firma de documentos. Sale impertérrito y nos dice:
—Es Carlos. Está muerto

Primicia para Utópicos.com.co

Fotografía tomada de semana.com. Villa de Leyva, diciembre 11 de 2014

Edición: Constanza Vieira@constanzavieira

*Sobre la autora:

Luz Helena Sánchez Gómez
Médica de la Universidad Nacional (1977), tiene un título de Harvard en salud pública (1980).
Hizo su rural en patología y ciencias forenses. Luego adelantó una pasantía de más de un año en Medicina Legal porque quería ver cómo se hacían los reconocimientos de las mujeres violadas.
Feminista, es cofundadora de la Casa de la Mujer en Bogotá.

Segunda entrega.

Tercera entrega.

Cuarta entrega.

Quita entrega.

Última entrega.

‘EN SU CARNE’, NOMINADO A LOS PREMIOS CÉSARES

El documental experimental retrata la relación del ser humano con los animales a través del consumo de la carne.


Paola Córdoba
@paocordoba1312

Los Premios Césares es el concurso universitario de mayor reconocimiento a nivel nacional; son organizados por la Universidad de Manizales.

Entrevista a Diego Alejandro Rizo (Director)

1. ¿Cuáles fueron los motivos para realizar el documental ‘En su carne’?
Quería experimentar a través del lenguaje audiovisual para proponer un espacio de reflexión acerca del tema del consumo desproporcionado de los animales y tener en cuenta su sufrimiento, comparándolo con la condición humana.

2. ¿Tiene pensado realizar otros cortos audiovisuales que tengan relación con el mismo tema?

La verdad, no. Ya fue suficiente.

3. ¿Por qué esa decisión tan radical?

Por qué es un tema en el que uno va entendiendo que se enfrenta a constantes contradicciones. El punto de vista de aquel momento pudo haber cambiado el día después del rodaje.

4. ¿Se siente satisfecho con realización del corto?

Sí. Aunque en el proceso pudo haber pequeñas frustraciones, ver materializada una idea y haber compartido con quienes pusieron su disposición y talento, es el mejor premio.

5. ¿Cuáles han sido los comentarios de quienes han visto el corto y apoyan el tema?

Ha habido comentarios críticos y positivos. El que más recuerdo es el de mi abuela: ¿Eso tan horrible para qué sirve? ¡Haga algo que valga la pena!

6. El hecho de que sea vegetariano, ¿lo impulsó a escoger este tema?

Tuvo mucho que ver la forma en que veo el consumo de carne animal por parte de humanos. Pero no quise imponer nada, ni decir que ser vegetariano es la opción. Más bien, que quien vea el producto reflexione acerca de su sufrimiento y muerte de los animales debido a esas prácticas.

7. ¿Cómo fue el rodaje?

Hubo una linda energía, acento mexicano, poesía, buena comida, cervezas y un gran trabajo.

Entrevista a Harold Gómez González (Producción)

1. ¿Qué significó para usted en su ámbito profesional que su proyecto fuera nominado a los Premios César?

Este fue un trabajo en equipo. Es el reconocimiento al esfuerzo, el trabajo y la pasión que le ponemos a todo lo que hacemos; además, es una responsabilidad muy grande para seguir haciendo las cosas cada día mejor.

¿Tiene pensado realizar otros productos audiovisuales del mismo género?

Siempre hay proyectos, algunos se llevan a cabo, otros aguardan a que llegue el momento para ser revelados y otros no salen. Quisiera reestructurar una idea que tengo sobre la realización de un cortometraje qué llevé a cabo pero el resultado no me gustó. Las ideas pueden ser individuales o colectivas, pero la realización de los proyectos tiene que ir acompañada de un equipo humano, al cual se le asigna roles, de quienes se encargan de producción, script, sonido, arte.

¿Cuál fue su mejor experiencia en la grabación de este corto?

El aprendizaje que deja cada trabajo, aprender de los errores de la gente, del ejercicio de realizador audiovisual, además que a pesar de las extensas jornadas de grabación -en total dos días- y de todo el estrés que se vive en un proyecto. Había mucha disposición del equipo para que las cosas salieran de la mejor manera y el resultado de todo esto se ve a largo plazo, como lo que está pasando con la nominación a los Premios Césares.

Entrevista a Yulieth Morales (actriz del Corto)

1. ¿Qué esperaba al actuar en el corto “En tu Carne”?

Pues yo hacía teatro de niña y no era difícil el tema de la ropa, pero si tenía expectativas de lograr lo que ellos querían, porque la idea no me parecía tan clara, pero me sorprendió muchísimo cuando lo pude ver.

Yo sabía, desde que estuvimos en grabaciones que el documental saldría de la Universidad, ya que su elaboración fue minuciosa y el trabajo era algo diferente y por eso causaría impacto en el público.

2. ¿Cómo fue el trabajo en equipo de la producción?

Excelente, pienso que fue Diego Alejandro y Cristian Zúñiga fueron quienes compaginaron muy bien la idea y los colaboradores nos proporcionaron a los actores lo necesario para hacer un trabajo de calidad. Todo fue muy bien organizado para lograr esta producción.

Ver aquí el documental.

Caminata por la avenida de los volcanes

Caminata por la avenida de los volcanes

Autor: Edward Gómez Silva.

Facultad de Humanidades y Artes

Me despierto sobresaltado a las 6.28 de la mañana. Un pálpito proveniente de las entrañas de la tierra acaba de estremecer la superficie del suelo.
Salgo de la carpa y contemplo cómo una nube grisácea oscura -casi negra- se come un pedazo del cielo de Baños de Aguasanta, un pequeño paraíso situado en el suroriente de los Andes ecuatorianos, a cuarenta y cinco minutos de Ambato, capital de la provincia del Tungurahua.

A media hora de Latacunga, enquistada en la población de Saquisilí, está la laguna Quilotoa, un volcán presuntamente extinto del que algunos volcanólogos, como Arturo, desconfían, pues presenta algunas fumarolas pequeñas en sus orillas. Se dice de esta laguna de agua salada, que está conectada con el océano en lo profundo de la tierra.

Tierra pródiga en fuentes hídricas y ampliamente generosa en sus frutos, en cuyos huertos pueden apreciarse repollos del tamaño de una pelota de baloncesto; moras, uvas y limones que evocan a Canaán, la tierra prometida que refiere la biblia en los libros Éxodo y Deuteronomio. 

Santuario de colosales cóndores que franquean el firmamento con sus alas extendidas, abrazando la inmensidad, entregados a la voluntad de las corrientes de viento; parecen, en su vuelo, centinelas de la Mama Tungurahua, el volcán que señorea el valle sagrado a cuya provincia debe su nombre y que ahora hiere el azul del cielo, como advirtiéndoles a los humanos que va siendo hora de ajustar cuentas por las abominaciones cometidas contra la tierra. 

-¡Chuta! la Mama se despertó enojada. Ha de ser tanta joda (parranda) en el pueblo- comenta Fausto, el dueño del camping donde me hospedo, y yo no evito sentir un ligero cosquilleo de culpa por la juerga de juanchaca, destilado de caña similar al Viche del pacífico colombiano, cuya resaca ahora me acosa. 

La culpa (no la jaqueca) no tarda en atenuarse, gracias a las palabras de Luis, un empleado de Fausto, descendiente de los Chibuleos, un pueblo que ha habitado estas regiones desde épocas precolombinas. Según Luis, el mito le atribuye la erupción a un ataque de celos de la mama Tungurahua, que ha sorprendido al Taita Chimborazo, su esposo, coqueteando con la mama Cotopaxi. Una suerte de triángulo volcánico amoroso. 

La mama 
Tungurahua (garganta ardiente), nombre que los Kichwas le dieron a esta montaña rocosa crestada de nieve que se eleva a 5.029 msnm, es en realidad, según Afranio Mendoza, volcanólogo del Instituto Geofísico Ecuatoriano, un estratovolcán, o volcán compuesto. Estos volcanes tienen laderas bajas y empinadas laderas superiores, creando un cono cóncavo hacia arriba, y con varias aberturas distintas; el cráter de la cumbre suele ser pequeño. 

La Mama Tungurahua tiene en vilo a las autoridades ambientales desde el 17 de octubre de 1999, cuando interrumpió su siesta de más de dos siglos con una vigorosa erupción. Fue declarada la alerta naranja y la población de Baños de Aguasanta fue evacuada en su totalidad por la fuerza pública, siendo reubicada en refugios dispuestos en Pelileo, Ambato y Riobamba. 

Durante tres largos meses, Baños representó con fidelidad un pueblo fantasma en cuyas calles deambulaba el silencio. 

José Páez transporta lácteos en su camioneta Luv modelo 80 color vino tinto, en la que me dio un aventón hasta Ambato. Nació y se crió en Baños, y fue uno de exiliados del volcán. Su padre, al igual que muchos de sus vecinos, se aventuraba a ingresar al pueblo a hurtadillas, poniendo en riesgo su existencia, al atravesar escarpadas montañas, ricas en despeñaderos y derrumbes, para poder llevarse lo que podía, como un ladrón, y tomar de las cosechas de su propio cultivo. 

Un día, un lugareño fue sorprendido acarreando sus frutas por los militares que cercaban las vías de acceso al pueblo. Lo detuvieron y lo golpearon, atizando atizando la indignación colectiva de los baneños, cuya tolerancia ante las circunstancias claudicó. Armados de piedras, palos, machetes y coraje, el 5 de enero de 2000, los habitantes del pueblo obligaron a los militares a retirarse de las vías y retornaron así, a la brava, a sus hogares. 

Desde entonces hasta ahora, la Mama ha estado activa, presentando repetidos episodios turbulentos, como el que se registró el primero de febrero de 2014, con constantes emanaciones de ceniza. O la que hoy me cabe en suerte presenciar. Sin embargo, los baneños aseveran que no volverán a marcharse de sus casas y que, bajo la protección de su matrona, la Virgen de Aguasanta, podrán convivir en armonía con la bellísima y monstruosa Mamita Tungurahua. 

Al día siguiente, en un autobús de Ambato un hombre lee El Heraldo y alcanzo a ver la noticia: la ceniza cayó de manera moderada en Puela, El Manzano y Chonglontus, pequeñas poblaciones cercanas a Riobamba, capital de la provincia de Chimborazo, separada 45 kilómetros del coloso y descomunal volcán nevado que la nombra. En el Ecuador hay varias provincias que reciben el nombre de alguno de sus volcanes, como Imbabura, Cotopaxi, Chimborazo, Tungurahua y Pichincha (esta última, sede de la capital, Quito. El hombre nota mi atención a y me dice con sorna –La gente de Chimborazo se la pasa reclamando propiedad por nuestro volcán. Que se queden con la ceniza-. 

El Taita 
Es este, el Taita Chimborazo, llamado Techo del mundo, el punto más alto del planeta y más cercano al sol, desde el centro de la tierra. El Éverest, ubicado entre Nepal y China, es el punto más alto desde el nivel del mar. Esto se debe a que el diámetro terrestre en la latitud ecuatorial es mayor que en la latitud del Himalaya. 

Erguido a 6323 msnm, su sueño de más de medio milenio es un reto altamente atractivo para avezados alpinistas de todo el mundo que ascienden ese monte cuyas fauces de nieve han engullido las vidas de temerarios que, reducidos por el ahogo o sepultados bajo cruentas avalanchas, han pasado a ser momias gélidas, como las halladas en agosto, que se presume datan de 1993. 

La ira de la tierra 
Más al norte, a hora y media de Quito emerge, a 5897 metros desde el nivel del mar, la ensoñadora Mamá Cotopaxi, cuyas constantes emanaciones y abrumadores rugidos se diseminan como un hálito de terror en los cantones de Latacunga, Aloa y Mulaló. Este volcán presenta una estructura cuneiforme casi perfecta y su actividad difiere de la de su contendora, la Tungurahua, que lleva 16 años de erupciones episódicas que expulsan pocas cantidades de flujo piroclástico; por su parte, Cotopaxi presenta una convulsiva actividad interna que en cualquier momento puede estallar, dando lugar a una tragedia como la de 1877 en Latacunga o la extinta Armero, en Colombia, producto de la erupción del volcán Nevado del Ruiz en noviembre de 1985. 

A media hora de Latacunga, enquistada en la población de Saquisilí, está la laguna Quilotoa, un volcán presuntamente extinto del que algunos volcanólogos, como Arturo, desconfían, pues presenta algunas fumarolas pequeñas en sus orillas. Se dice de esta laguna de agua salada, que está conectada con el océano en lo profundo de la tierra. 

El descomunal encanto de estos dragones de piedra que señorean altivos sus vastas regiones, despertaron la inspiración del maestro de la ficción, Herbert George Wells, cuyo genio bebió de estos paisajes para forjar una narración fantástica, que de paso recomiendo al lector, titulada ‘El país de los ciegos’. 

Los Andes que atraviesan el territorio ecuatoriano constituyen una singular vecindad llamada “el corredor de los volcanes” y que a su vez hace parte de un curioso fenómeno geológico llamado cinturón de Fuego del Pacífico. Los más de 20 volcanes están situados en las cadenas montañosas cercanas a las costas bañadas por el oleaje del océano Pacífico. 

Allí se concentran algunas de las mayores zonas de subducción del planeta; es decir, el lecho del océano reposa sobre varias placas tectónicas que están en permanente fricción y por ende, acumulan tensión que, al liberarse, dan lugar a una palpitante actividad sísmica y volcánica en las regiones que comprende. 

Según el portal Volcanopedia.com, el Cinturón de Fuego se extiende sobre 40 000 kilómetros y tiene la forma de una herradura. Sus eslabones están desperdigados por el territorio de Chile, Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala, México, Estados Unidos, Canadá, pasa por las islas Aleutianas y desciende al Asia cruzando por las costas de Rusia, Japón, Taiwán, Filipinas, Indonesia, Papúa, Nueva Guinea y termina en Nueva Zelanda, Oceanía. 

Abarca 452 volcanes y concentra más del 75 % de los volcanes activos e inactivos del mundo. Alrededor del 90 % de los terremotos del mundo se producen a lo largo del Cinturón. 

El edénico Baños de Aguasanta ha quedado atrás. Termino estas líneas en un hotel de la fría Riobamba, donde sus habitantes viven serenamente al lado de un Chimborazo que duerme hace más de 1500 años y según los geólogos, no despertará antes de 8000 años más. Situación divergente de la de los vecinos de Tungurahua y Cotopaxi, que conviven también, en apariencia tranquilos, con la posibilidad de una de las más rimbombantes manifestaciones de la muerte, por amor a su hogar, a su tierra y a su volcán. Lo que me recuerda los versos del poeta Juan de Dios Pessa: “Es volcán este amor a que me entrego; tiene el volcán sus nieves en la cima, pero circula en sus entrañas fuego”. 

 

 …El Éverest, ubicado entre Nepal y China, es el punto más alto desde el nivel del mar.

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Por: Indira González Ferrer

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Al evento asistieron más de dos mil personas, quienes presenciaron el desfile de la Banda de Guerra de la Brigada 145, compuesta por más de ochenta músicos, ganadores de importantes premios nacionales.

Luego se pasó a la entrega de un importante reconocimiento a nuestra Universidad, una nota de estilo firmada por el Arzobispo de Cali, Monseñor Darío de Jesús Monsalve, en representación de la Arquidiócesis de Cali, por la meritoria labor educativa de la Santiago durante su historia. Este reconocimiento fue entregado por el Capellán de la USC, el sacerdote Carlos Horacio Rincón.

De igual forma, el Rector, Carlos Andrés Pérez, recibió la condecoración Orden de la democracia Simón Bolívar en grado Cruz Oficial, otorgada por la Cámara de Representantes de la República de Colombia como reconocimiento a su gestión al frente de la institución durante los últimos cuatro años.

Después se disfrutó de la presentación del grupo de Rock de la USC, que aumentó el entusiasmo y la energía de la multitud. Los asistentes disfrutaron además de un video mapping, involucrando a la institución en un espectáculo de colores, sonidos e imágenes en tercera dimensión, que transportó al público a un recorrido por la historia y futuro de la USC.

Entre tanta armonía y desborde de emociones, para finalizar con broche de oro, la USC se tomó el cielo y lo tornó de colores gracias a los fuegos artificiales, haciendo brillar al sur de la ciudad y mostrando así la felicidad y orgullo que representa ser parte de la familia USC.

La Cruz Roja, una labor que nunca para

La universidad Santiago de Cali realizó el conversatorio siglo XXI, que esta vez tuvo como ponentes invitados al comunicador del Comité Internacional de la Cruz Roja, Santiago Giraldo Vargas, y a Anna Leshchinskaya, delegada de detención, quienes explicaron las actividades que realizan en el mundo.

 Por: Stiven Saldarriaga Bernal

Durante la ponencia, se explicaron aspectos fundamentales, como las labores de la Cruz Roja en cientos de países y cómo esta organización se diferencia en imagen en diferentes lugares, dependiendo de los contextos religiosos y sociales que permiten o no el uso de la cruz como símbolo. Tal es el caso de las naciones islámicas en donde no se utiliza el ícono del catolicismo, sino la media luna roja.

De igual manera, explicaron las acciones de promoción, acompañamiento y asistencia, mediante labores humanitarias imparciales, neutrales e independientes que se realizan en más de 80 países al servicio de la comunidad en casos de desastre natural, emergencias, enfermedades o guerra.

Por último, presentaron una de sus más recientes actividades con los reclusos de diferentes cárceles del país, mediante la campaña ‘Humanos adentro y afuera’, que busca aliviar el sufrimiento de quienes se encuentran tras las rejas y sus familias.
En el desarrollo de esa campaña estuvo presente el trabajo del artista americano Benjamín M. Betsalel quien, mediante talleres de dibujo a presos y familiares, realizó una exposición con los retratos y las historias de estas personas, trabajo que se encuentra expuesto en la Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero.