INSPIRADOR VIAJERO

Es un peruano al que todos confunden como colombiano, de tez trigueña, con su cabello largo y su gran frente brillante. Va de botas Geox y pantalón gris de excursionista, camisa seria, manga larga, con una maleta armada de lentes, algunos lápices y una agenda.


A primera vista es un mundo lleno de diversidad, su mirada profunda habla de los tantos paisajes que retiene en sus recuerdos, su sonrisa enmarcada por un par de arrugas que no revelan más años que sus letras en cada viaje. Así conocemos a este viajero que hace historia en el tiempo.

El Rolly Valdivia Chávez nació en Lima, Perú; era un muchachito tímido y relajado, y para colmo de males, afanoso defensor de la ley del mínimo esfuerzo. Hasta que llegó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para encontrarse con el latido de su sangre apasionada por el periodismo.

En Cajamarca, fotografiando a los clarineros. Foto: cortesía Guido Carrascal.

Alguna vez fue oficinista y vendedor en una tienda, mientras tipeaba los trabajos de algunos de sus compañeros.

En un principio quería hacer periodismo deportivo, pero prefirió que esto fuera un hobbie en su vida; después se inclinó por el periodismo político, cuando empezó a trabajar como practicante (en el año 94) en una revista llamada Sí; se quedó año y medio, escalando hasta que llegó a ser el coordinador.

Allí vivió la que sería su experiencia definitiva en el periodismo: “Escribí, sin querer, mi primera crónica de viaje. Me enviaron a la selva a buscar unas ranas enanas que, según una denuncia, eran sacadas de contrabando a Alemania, donde eran cotizadas entre los coleccionistas. Estas ranitas eran diminutas y, al sentirse atacadas, segregaban una especie de veneno que entre sus componentes tenía alcaloides similares a la cocaína. Recuerdo que en la portada hicieron una llamada medio escandalosa, algo así como ranas enanas producen cocaína”.

Su siguiente trabajo fue en una revista de transportes que circulaba con un diario importante de Lima, llamado La República. De allí pasó por el que sería su último trabajo dentro de un medio: El Peruano, diario del Estado. El periodismo de viaje para ese medio significó sacarlo de la monotonía y Rolly siguió publicando crónicas de viaje hasta recibir la propuesta de un sitio web que quería enfocarse en los contenidos que el desarrollaba.

Maravilla del mundo, Machu Picchu. Imagen captada en 2012, durante la primera edición del Birding Rally Challenge.

Aunque hubo momentos críticos y este periodista no está de lleno en el proyecto web, aún sigue colaborando con sus crónicas como el freelance que es desde hace ya quince años.

El Rolly de hoy es un hombre de 43 años, totalmente convencido de su trabajo; a pesar de haber tenido dificultades como no saber cuánto cobrar por las piezas periodísticas, siempre ha creído en su trabajo y no necesitó mucho para seguir adelante con el periodismo de viaje, donde no se hace rico en dinero, sino en cultura, en hermosas imágenes y en verdaderas vivencias.

Nunca ha recibido quejas sobre sus piezas periodísticas; “suelen ser bien recibidas en los medios a los que me acerco a colaborar. Logré hacer lo que quería en mi vida profesional, lo que no ha sido impedimento para la sentimental, ya que el amor se da sus mañas”, asegura.

Se define como un cronista arriesgado, no porque exponga su vida o haga cosas raras, sino porque cuando redacta suele ser atrevido, trata de ir un poco más allá, de aventurarse un poco con las palabras y el planteamiento de sus textos, que le han dejado varios premios, como el segundo lugar en el Primer Concurso Nacional de Periodismo Talentos Anónimos Odebrecht Perú 2003, con el reportaje El Camino del Chasqui, que describe el andar infatigable de Felipe Varela -consultor e investigador de los caminos incaicos.

Para él, su mayor logro es seguir viajando para escribir y hacer fotografías, aprendiendo a manejar la incertidumbre según su relato.

En el II Encuentro de Periodismo Turístico Marino Martínez en Cali, Colombia. Foto: Yulieth Morales

Yulieth Morales Díaz 

 @Mdyuli  

Ocho días como asistente de periodista

Ocho días como asistente de periodista

Autor: Stiven Saldarriaga.

Facultad de Humanidades y Artes

Mi paso hacia el mundo real nació por la desesperación de un colega, a quien el trabajo se lo estaba comiendo vivo. Él es  de la Universidad de Antioquia y tiene un proyecto en la Alcaldía de Medellín que consiste en recolectar historias de vida de un grupo de adultos mayores que asisten a los programas de salud que ofrece ese gobierno local. 

Después de todas esas recomendaciones me dio un listado con números telefónicos, nombres y horarios en los cuales me tenía que presentar a las casas. Para mi fortuna, unas quedaban cerca de otras, porque ya habían sido sectorizadas, sino me hubiera perdido en Medellín.

Un día me contactó y me ofreció trabajar como su asistente. Me pareció genial, ya me imaginaba como el súper periodista. Me explicó que sería fácil, solo realizaría entrevistas y las pasaría de audio a texto, cosa que me pareció sencilla.

El man me pidió certificado de aportes a la EPS y fotocopias del carnet de la U y de la cédula, porque la contratación por prestación de servicios tenía que reunir todos los requisitos legales. Después de todo el papeleo, armé mis maletas y me fui a Medellín.

Al principio me pareció un paseo, pues pensaba que sería fácil entrevistar a los viejitos, me imaginaba calle arriba y calle abajo en Medellín, pero no fue así. Apenas llegué, me contacté con mi futuro jefe para que me explicara el proceder. Nos vimos a las 9 de la mañana en sus oficinas.

Me entregó carnet, chaleco, formularios y grabadora periodística, y me dijo: Vas a ayudarme con las entrevistas, ahora haces parte del proyecto como practicante y se te pagará por entrevista y texto realizados. Básicamente necesito que les preguntes a los adultos mayores sobre sus historias de vida, desde que nacieron hasta la actualidad. Hay que hacer énfasis en los momentos más difíciles y los más felices que han vivido, pregúntales por cada uno de los integrantes de sus familias y presta atención a detalles que consideres interesantes; por ejemplo, accidentes o muertes que los hayan marcado, cosas así. Por favor no opines de nada, no les des consejos, trata de no hacer vínculos. Habrá algunos que te contarán cosas raras, tristes o increíbles, solo cumple con grabar todo, pero sin dar una opinión. Respeta cuando ellos te dicen que no quieren que salga cierta parte en el texto.

Después de todas esas recomendaciones me dio un listado con números telefónicos, nombres y horarios en los cuales me tenía que presentar a las casas. Para mi fortuna, unas quedaban cerca de otras, porque ya habían sido sectorizadas, sino me hubiera perdido en Medellín.

Trabajé cuatro días como entrevistador y me encontré con anécdotas impresionantes. Recuerdo con cariño a una señora de buena familia que por un tiempo estuvo interna en una clínica psiquiátrica; su hijo de ocho años se había tirado desde el piso 18 de un edificio, la señora estaba literalmente ‘rayada’ pero era muy amable.

Con esas entrevistas me di cuenta de la realidad colombiana en la que vivieron nuestros abuelos; para las mujeres fue duro, encontré casos en donde los papás no las dejaban estudiar sino que hacían unos cuantos grados de primaria y después se quedaban en las labores del hogar. Eran tiempos machistas en los que el alcohol dominaba a los hombres y las mujeres eran golpeadas por que sí. Pese a eso también encontré historias de superación de mujeres berracas que habían vencido obstáculos, habían podido pasar por la universidad y ahora eran viejitas pensionadas que viven bien, viajando.
A veces no les entendida ciertas palabras o dichos, porque los paisas tienen otra forma de expresarse, y por pena no preguntaba sino que después pasaba trabajo adivinando al pasar las grabaciones a textos. En cambio ellos, de una reconocían mi acento caleño y me entendían cuando les preguntaba algo.

Después llegó lo más pesado, transcribir mis entrevistas y las de mi jefe. Fue duro, porque las mías, al fin y al cabo, yo las había hecho y conocía a las personas, pero las de mi jefe eran largas. Trabajando las de él me picó el bicho del estudiante crítico y para nada constructivo, juzgaba duramente la forma en la que él entrevistaba; pensaba que lo hacía mal, que no debería ser de esa forma.

Analizando la situación, llegué a la conclusión de que mi actitud odiosa se debía a que aún tengo muy fresco lo que nos han enseñado y aprendí que cada quién, con el pasar del tiempo, adquiere una forma única de trabajar, la de él es así y, por lo que veo, le funciona.

En los últimos días me tocó trabajar en la biblioteca de la Universidad de Antioquia transcribiendo las entrevistas y fue tenaz porque unos encapuchados se tomaron la U, tirando papas bomba y manifestándose, entonces me retrasé con la entrega.

Fue una experiencia enriquecedora, me acercó a la labor del entrevistador y a la escritura, pude entender cómo era la dinámica social en tiempos pasados. Y aprendí mucho trabajando en una ciudad que no es la mía, porque me dio una mirada más amplia de lo que sucede a mi alrededor.

 …llegué a la conclusión de que mi actitud odiosa se debía a que aún tengo muy fresco lo que nos han enseñado y aprendí que cada quién, con el pasar del tiempo, adquiere una forma única de trabajar.

 

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PARA RECORDAR HAY QUE IR RÍO ARRIBA

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Autor: Luis Quiroga.

Facultad de Humanidades y Artes

“¿Cuándo fue la última vez que escucharon hablar a una víctima de la violencia en Colombia?, ¿Cuánto tiempo les estamos dando a las víctimas en los medios? El primer paso sería recordar”.

Con estas premisas se dio paso al Conversatorio siglo XXI, que en esta ocasión tenía como ponente al profesor de la Universidad Santiago de Cali, José Fernelly Domínguez Cancelado, y a la investigadora Lorena Calapsú, quienes junto a su grupo de investigación Gicovi y el apoyo de la docente Olga Behar, realizaron un documental como producto de su investigación, encargado de dar voz a las víctimas de la violencia en Colombia, específicamente del suroccidente del Valle del Cauca.

“El trabajo comienza con una pregunta: ¿Cuál es el sentido de las violencias ejercidas por los paramilitares en el Valle del Cauca?, específicamente es una región bastante grande para un proyecto de investigación, así sea de doctorado. Por eso escogimos el suroccidente, es decir, Jamundí, Florida y Norte del Cauca, con algunos municipios aledaños donde hubo hechos de violencia significativos”, explicó Domínguez.

Se plantearon en primera instancia dos factores importantes para entender la perspectiva:

Los dos elementos mediante los cuales estudiaron esa actuación de los paramilitares fueron masacres y muertes atroces sucedidas en los diversos sectores en los que hubo recolección de información. Así lo explicaron los ponentes:

Aclararon que la interpretación de los hechos se arrojó, en primer lugar, que el ataque al cuerpo de las víctimas en razón de que es la imagen de la relación social, es para que el dolor infringido tenga efectos en los que quedan vivos, por  un lado, pero por otro lado para desfigurar la relación social que ese cuerpo está representando. De igual forma se hace en el espacio público porque éste es un lugar de memoria.

En Colombia siempre ha existido esa constante de los actos violentos, desde la colonia, y con la lucha entre liberales y conservadores que fomentaron grupos como los pájaros y chulavitas para denigrar de su estatus y poder frente a las masas.

Teniendo en cuenta estos aspectos, ¿por qué se decide crear el proyecto documental de Río Arriba? Lorena responde que: “los ríos en Colombia tienen una gran significación, no sólo para los indígenas y los afro descendientes, que son los protagonistas de esta serie, sino para nuestros ancestros en general”.

“Los ríos en Colombia han sido fuente de alimentación, de transporte y han significado culturalmente muchísimo; sin embargo, con la llegada de los paramilitares y una cantidad de autores como los que ya mencionaba el profe muy bien, pues ese río se resignifica porque también son lugares antropológicos”, agrega Calapsú.

“…Ir río arriba es ir a encontrar esa verdad que se quiere mantener oculta, es hacer un ejercicio de memoria profundo, es hacer algo mucho más sensible, que es darle tres aspectos de sensibilidad, de respeto y de profundidad a las víctimas”.

El documental es una producción que busca ir más allá de la posición de los victimarios y permitir que las víctimas digan lo que tuvieron que pasar, que puedan brindar su punto de vista de los hechos y expresar lo que todos esos actos de violencia han significado.

“Los ríos en Colombia han sido fuente de alimentación, de transporte y han significado culturalmente muchísimo;

sin embargo, con la llegada de los paramilitares y una cantidad de autores como los que ya mencionaba el profe muy bien, pues ese río se resignifica porque también son lugares antropológicos”, agrega Calapsú.

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Bocachico, gracias por la espina.


In memoriam

David Sánchez Juliao (1945-2011)

Eduardo Galeano (1940-2015)


Siempre les tuve pavor a las espinas de ciertos pescados. Tal vez, por ser del interior del país –aunque ya sabemos que Cali queda a solo 122 kilómetros de Buenaventura, en la costa del Océano Pacífico- no había un hábito familiar de su consumo en nuestro hogar. Eso sí, cuando mi papá nos invitaba a Corzo, uno de los pocos restaurantes de comida de mar que había en la ciudad, disfrutaba del róbalo, la corvina y, de vez en cuando del mero, preparados magistralmente por su chef de siempre, un español que llegaba hasta la mesa para hacer mil preguntas sobre los platos y regodearse con los comentarios, sinceros y muy adornados, provenientes por lo general de mi madre, una reconocida cocinera autodidacta que ostentaba el diploma Cordon Bleu, obtenido por correspondencia.

Disfrutábamos, pues, de la comida de mar, nunca de río, pues el salmón era inexistente en esta región cuando se conseguía lo que daba el país y no tantos productos importados como los que invaden nuestros supermercados actualmente.

El bagre y el dorado eran despreciados “por su sabor a barro” –decía mi mamá- y por su carencia de escamas, una limitante para el tipo de comida judía kosher que se respetaba en la mayoría de hogares de nuestra cultura. Tampoco le gustaba la mojarra de río y el bocachico, “ni de riesgos”, por las espinas filosas y tan delgaditas como agujas de coser, que podían atravesarse en la faringe.

Hoy, recordé una de las más terribles y hermosas anécdotas de mi vida, cuando pedí en el supermercado unos bocachicos, pues aunque yo ni lo pruebo, algunos integrantes de mi entorno familiar lo disfrutan y saben comerlo, expulsando las espinas con maestría.

-¿Bocachico del Magdalena?, eso ya ni hay, le ofrezco este, peruano.

¿Importado del Perú? No podía creerlo. Al ver su tamaño descomunal –pues recordaba la talla individual de ese pescado que se ofrecía en los comederos de los pueblos ribereños de nuestro gran río- sentí que debía hacer algo más que despreciarlo. Fue entonces cuando comencé el googleo que hoy nos enseña más que cualquier biblioteca.

Un artículo del periódico El Tiempo del año 2000, ya alertaba sobre el tema: “Según Rafael Otero, especialista en reproducción y cultivo de peces, entre las causas de esta disminución figura la apertura de vías de comunicación sin previos estudios de impacto ambiental, el taponamiento de caños por sedimentación y vegetación, la desecación de ciénagas, el uso de plaguicidas y fertilizantes, el mal uso de redes de pesca y la captura de peces que no presentan tallas mínimas, principalmente”. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1263753

Quince años después, es claro que la mano del hombre casi ha acabado con este apreciado pez, que combina su navegar entre las ciénagas y las aguas corrientes, por lo que hoy se cultiva artificialmente. Pero como “el bocachico no se reproduce en forma natural o en aguas quietas, tales como ciénagas, estanques o cualquier otro estado de aguas lénticas, en estos medios solo logran madurar sus gónadas Por eso para lograr su reproducción en cautiverio es necesario estimularlos artificialmente con extractos hormonales” (ibid).

Ajá, entonces mis comensales terminarán ingiriendo componentes químicos. Allá ellos que insisten en comerse el pescado peruano que compré a regañadientes.

A punto de echarlo en la olla, decidí tomarle una foto. Y al verla, no pude evitar un recuerdo, entre terrorífico y dulce, sobre el único trozo de bocachico que he comido en mi vida.

El día que mi querido y respetado amigo y escritor David Sánchez Juliao me llamó para invitarme a un sancocho de pescado, me negué en el primer momento.

-¿Pero, por qué?

-Porque tú eres sabanero y seguro es pescado de río.

-Niña, precisamente de eso se trata. Me acaba de llegar la encomienda de Lorica y ya vamos a empezar a sudar el bocachico.

¡Bocachico! El pescado que causaba terror en mi familia. El que no nos dejaban ni probar, porque las espinas eran filudas y tan delgadas como una aguja de coser.

-Hermano, paso. Le tengo pavor a ese bicho.

-Mira, tienes dos motivos para venir. Primero te digo el segundo: el auténtico hijo dilecto de Lorica te va a enseñar a separar en la boca las espinas de la carne.

-¿Y el primero? Tiene que ser verdaderamente tentador, porque con el de tu clase magistral no me convences.

-Te voy a presentar a tu ídolo de ídolos.

-¿Miguel Bosé?

-¡Qué Bosé ni qué carajo! Nuestro compañero de mesa será Eduardo Galeano.

Eduardo Galeano.

Colgué casi sin despedirme, busqué con frenesí en mi biblioteca, con la misión de que me fuera autobiografiada, ‘Las venas abiertas de América Latina’ –la nueva biblia de la izquierda latinoamericana, que había dejado en los anaqueles a Marx y a Trotsky-, agarré mi cartera, saqué las llaves del carro y corrí hasta la calle 19, para encontrar un parqueadero y subir al apartamento de David.

Galeano, ya un reconocido escritor y periodista uruguayo, era más que mi ídolo. Porque a los ídolos se lo quiere y se los disfruta, pero de los maestros se bebe el elíxir de la sabiduría y de la experiencia.

Estaba sentado en el sofá de la sala. Al verme entrar, se puso de pie y me saludó con un especial afecto.

-Ya sé algunas cosas sobre vos, que te persigue la tomba, que sos periodista de televisión, que querés ser escritora pero no sabés cómo ni por dónde empezar.

Yo no supe qué decir. Me pareció guapísimo, con sus ojos claros, su pelo aún rubio y su contextura delgada, pero firme. Rápidamente hice abstracción de su notable belleza física, para empezar a escudriñar su mente y su alma. Pero en solo un par de horas, difícilmente podría establecer la confianza necesaria para ganarme su amistad. En fin, decidí dejar para después el autógrafo e intentar aprovechar el tiempo, que corría, para mi fortuna, lento esa tarde de sábado.

Después de unas cuantas copas de vino, unos patacones alucinantes y los ires y venires de Sánchez Juliao entre la cocina, el comedor y la sala, sonó el grito de guerra que me devolvió al terror.

-Listo el sancocho.

Me pareció extraño ver, en tan espléndida mesa, un pan francés cortado en trozos grandes.

-Por si acaso- dijo David, al notar mi mirada sobre la canasta.

No quise preguntar nada y me resigné al futuro: pescado del río Sinú, arenoso y con esas espinas filosas y tan delgadas como una aguja de coserUn ojo del animalejo parecía mirarme, como diciendo, aguanta, niña, ya verás de qué soy capaz.

Sánchez Juliao

Y como cuando el destino tiene marcada la desgracia, a las tres cucharadas sentí que el mundo se me venía encima. Súbitamente, la respiración quedó cortada y, sin remedio, el filo de la espina rasgó mi esófago. Bajé la mirada y pasé saliva. El ojo me miró con sorna, como vengando su muerte y su destino final en el caldero de los Sánchez Juliao, y me dijo niña Olga, eso te pasa por desoír las órdenes de tu mamá.

A la tos seca y ahogada le siguió la exclamación de David, el pan, el pan, pásalo en pedazos grandes, lo menos triturado y mojado que puedas, mientras un Galeano lívido, angustiado, solo atinaba a darme golpes en la espalda.

-No Galeano, no pierdas tu tiempo, si se atoró la espina, se atoró. ¡El pan, ayúdala con el pan!

Diez minutos después estábamos rumbo al Hospital San Ignacio, el único que se le ocurrió a David en ese momento. El médico de urgencias diagnosticó:

-Si no le bajó con el pan, habrá que anestesiar e intervenir, para extraer la espina.

Eduardo Galeano, el autor de tantas obras profundas y excelsas, el investigador que se disponía a viajar a la Sierra Nevada de Santa Marta para conocer de primera mano las historias sobre los primeros pobladores (para su segundo tomo de Memorias del Fuego, Las Caras y las Máscaras), el admirado intelectual de izquierda por toda Latinoamérica, caminaba de un lado para el otro como si estuviera en las afueras de una sala de parto.

Cuando David escuchó, ‘quirófano’ ‘anestesia’, intervenir’, gritó exaltado:

-El pan, el pan, no hay espina que se resista a un buen trozo de pan duro o a una papa salada.

Ordenó congelar la escena mientras buscaba una sancochería o una panadería. En la carrera séptima había de ambas y el pobre hombre, agitado por la carrera y por su peso descomunal, regresó con una bolsa de calados.

Después de verme engullir las tostadas bogotanas y de pasarlas con un jugo de durazno de frasco, Galeano me susurró al oído:

-Vámonos que ya viene el médico con el bisturí. La sabiduría Caribe tiene que ganarle a los años de estudio del joven de las urgencias.

Cuatro horas después de haber visto por primera vez sus ojos claros y de haber escuchado su voz aterciopelada, estábamos de vuelta en casa de nuestro anfitrión. La mesa estaba ya desocupada y, por fortuna, el ojo del pescado no me sonrió burlón. David fue por una botella de whiskey y anunció entre risas:

-Si los panes no te sirvieron, esto te hará olvidar. Mañana, el guayabo enmascarará la herida de la espina del pescado.

Tratando de recobrar la normalidad, pregunté:

-¿Y por quién brindamos?

Eduardo Galeano alzó su vaso y anunció:

– El almuerzo de hoy parecía un encuentro de cortesía. De verdad, no daba ni un peso por lo que podría salir de él. Brindemos, entonces, en homenaje al gran Río Sinú, que acogió al ser extraordinario que hoy sella una amistad. ¡Bocachico, gracias por la espina de la amistad!

OLGA BEHAR

DIRECTORA UTÓPICOS.  

SIN MALETAS: EN UN LUGAR LLAMADO ERITREA. PARTE 7

Utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com


Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

SÉPTIMA ENTREGA

En el albergue nocturno que en invierno abre la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle en un barrio popular al norte de París, Filemón lleva muchas noches sin conciliar el sueño. Cuando logra dormir unas cuantas horas, despierta en medio de pesadillas y sobresaltos. Sus ojos  enmarcados por unas ojeras pronunciadas y sus pupilas parecen rodeadas de un sangriento color escarlata. Su tez morena deja al descubierto 26 años herederos de una ascendencia árabe entremezclada con africana y un cabello ensortijado oscuro que por momentos palidece bajo un gorro de tela negra donde resaltan unas brillantes letras: PARIS.

En medio de la sombra de una barba de candado que no se logra cerrar, se dibuja una amplia y confiada sonrisa. Habla un inglés fluido, aunque a veces le faltan palabras para explicar el horror de lo vivido desde que cumplió la mayoría de edad, cuando fue privado de su libertad: así empieza su historia.

—Me llevaron por la fuerza de la escuela cuando tenía 18 años. Para todos es así, hombres y mujeres; a los 18 tienes que irte al Ejército, no importa si estás estudiando o no, a ellos no les importa que termines la escuela. Vas a la milicia y no terminas tus estudios nunca y una vez que entras en el servicio militar no sabes cuándo vas a salir, puedes quedarte 10, 15 años… no lo sabes, no hay un límite. Es así.

Filemón no pudo despedirse de su familia cuando llegaron por él a su escuela para enrolarlo en el servicio militar. Su madre lo sospechó cuando no volvió a casa y luego las autoridades de la escuela confirmaron su enrolamiento forzado.

—Llegaron los autobuses por ellos, llenaron varios, sólo dejaron a las mujeres más pequeñas—

En los tres años que estuvo en el Ejército, el muchacho nunca más supo de su familia.

—Eres esclavo. Primero te dan instrucción militar durante nueve meses y luego te ponen a trabajar construyendo carreteras o las casas de los mandos militares, o en labores agrícolas. Y todo sin ningún pago, no tienes dinero.

Filemon decide escapar y esconderse en la casa de un tío pero al cabo de tres semanas estaba de regreso en El Ejército con decenas de ojos supervisando su trabajo.

—El gobierno se enteró que mi mamá sabía de mi escondite y la tomó presa, me sentí muy mal, por mi culpa ella estaba en la cárcel… entonces me entregué.

Adiós sin despedida

Eritrea es un pequeño país alargado ubicado en el cuerno de África, delimitado por el Mar Rojo, Sudán, Etiopía y Yibuti. Junto con Afganistán, se pelea el segundo lugar, después de Siria, de los países que más expulsan refugiados hacia Europa: cinco mil cada mes estima la ONU.

Desde que Eritrea se independizó de Etiopía en 1993, sólo ha tenido un presidente, Isaías Afwerki. Gobierna con brazo de hierro, puño de acero, eliminando cualquier opositor y acallando voces disidentes. Los eritreos se liberaron de un yugo para soportar otro. Arrestos arbitrarios, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales y torturas son el pan de cada día.

No hay prensa libre ni libertad de expresión.

Más de medio millón de desplazados deja entrever la situación de un país que se desploma. La propia Unicef alerta a la comunidad internacional sobre esta crisis humanitaria.

— ¿Compartiste con alguien tu idea de escapar hacia el Reino Unido?
— No, mi decisión fue sólo para mí
— ¿Es difícil guardar el secreto?
— Sí, pero no tienes elección. Tienes miedo incluso de tus amigos, alguien puede mencionarlo, decirlo sin querer y se acabó. Es mejor guardarlo para ti y hacerlo cuando se presente la mejor oportunidad.

Los últimos seis meses de Filemón en el servicio militar los pasó en Aligider, región cercana a la frontera con Sudán. Día a día recorría detenidamente, a veces con la vista y otras con sus mismos pasos, la zona que cruzaría para escapar; imaginaba y diseñaba su huida.

La decisión la tomó el 8 de febrero de 2011, afirma sin vacilar.

— Era de día, a las 9 de la mañana me fui del lugar, de Aligider, caminé cerca de 13 o 15 horas para cruzar la frontera con Sudán, llegué hasta la ciudad de Kassala y ahí me quedé un mes.

— ¿Qué dijo tu familia?

— Cuando estuve en Sudán los llamé, estaban muy preocupados cuando les conté; para ellos yo estaba en el servicio militar y de repente se enteran que estoy huyendo, no se lo imaginaban. Estaban muy tristes pero al mismo tiempo felices porque no me quedé en Eritrea.

Filemón sabe, aunque no lo menciona con palabras sino con un silencio de minutos prolongados y una mirada lejana, que él y su mamá no volverán a verse de inmediato, sin embargo  logró sobrevivir a esa cárcel a cielo abierto de nombre Eritrea.

La víctima perfecta

Ser ilegal, indocumentado, sin papeles, emigrante, refugiado o exiliado en un continente como África, es morir en vida. Huyes de un país que te maltrata y atraviesas territorios donde tu condición de ilegal te convierte en una apetitosa presa salvaje para un cazador rapaz: el ser humano.

Hay hombres que no sólo se regocijan con el dolor ajeno, también lucran con la tragedia.

La dictadura en Eritrea se endureció en el 2008. Aproximadamente 50 mil jóvenes han huido de su país hacia Europa e Israel y cerca de 10 mil han desaparecido en el intento. En los países colindantes operan grupos terroristas y traficantes de personas que torturan y exigen exorbitantes rescates a las familias.

Entre 2009 y 2013, han sido víctimas de dichos tratantes y extorsionadores hasta 30 mil personas, de las cuales el 95% provenían de Eritrea, según el Parlamento Europeo.

—De Sudán decidí ir a Libia porque mi plan era entrar en Europa. No es fácil porque siempre eres ilegal y en África no eres ningún héroe, cuando eres ilegal no tienes dinero, vivir no es fácil.

—¿Con qué llegaste a Libia?

— No me traje nada, sólo la ropa que traía puesta, ni siquiera tienes con qué cambiarte, debes pasar lo más desapercibido posible, como cualquier ciudadano para que no se den cuenta que vienes huyendo.
— ¿Ni una mochila?
— No porque puedes parecer sospechoso y si te detienen y te revisan se dan cuenta que eres inmigrante.

Las precauciones de nada sirvieron, Filemón cayó preso.

-En el desierto la policía me detuvo junto con otras 200 personas por ser ilegal y ahí no te protege ninguna ley. Estuve en seis prisiones distintas. Pasas seis meses en una, luego te cambian a otra, no hay ninguna regla. Es muy difícil porque no te imaginas que vas a permanecer dos años en prisión, además de que todo mundo sabe cuál es la situación de Libia, es muy difícil para nosotros, los eritreos.

Filemon se refiere a los campos de tortura en los que se han convertido las prisiones libias con tal de que sus familias paguen rescate por ellos, de lo contrario, los matan o los venden como esclavos.

—La policía Libia no tiene humanidad, es muy peligrosa, te pegan sin razón alguna, porque eres ilegal, porque eres de Eritrea; te pegan sólo por diversión, día y noche, día y noche; durante la noche gritas, pero nadie viene a ayudarte. Alguna vez un chico intentó escaparse, pero es imposible. Los guardias lo detuvieron, lo llevaron a una cama y lo ataron envolviéndolo con las sábanas: Todos empezaron a pegarle al mismo tiempo con barras metálicas. Terminó con un brazo destrozado. La comida, que casi siempre es pasta o arroz, a veces se quedaba intacta pese al hambre, porque los policías lo atiborran de sal para obligar a los reclusos a entrar en el círculo de corrupción comprando alimentos que los mismos guardias venden, como leche o atún.

Cuando se hicieron más frecuentes las advertencias de que serían deportados a Eritrea donde la muerte los esperaría, Filemón explica que todos los eritreos presos se pusieron de acuerdo para llamar y pedir ayuda a Elsa Chyrum, una reconocida activista por los Derechos Humanos de sus connacionales.

La policía libia aceptó no regresarlos a Eritrea a cambio de 1,200 dinares libios (aproximadamente 870 dólares) por cada uno. Filemón recurrió a una prima que desde hace muchos años vive en Canadá.

—Pagué ese dinero y me sacaron de prisión.

Con dos años de retraso, Filemón siguió su plan: entrar en Europa vía el mar Mediterráneo.

Conoció otros chicos como él y a través de ellos a una persona que los guío de Libia hasta Túnez a cambio de un pago de 1,500 dinares libios (1,100 dólares). De nuevo la prima eritrea-canadiense salió al rescate. Y lo volvió hacer cuando Filemón tuvo que pagar a la persona que lo cruzaría en un bote inflable atiborrado con 200 ocupantes desde el mar Mediterráneo hasta Italia, vía la isla de Lampedusa y posteriormente Sicilia.

—No hay muchas opciones: o te mueres o entras a Europa.

Filemón sobrevivió a la travesía.

No así algunas fotos de su familia que guardó durante todo el trayecto: quedaron irreparablemente dañadas, así como el papelito donde traía escrito el nombre y teléfono de un periodista que colaboró para que pudiera salir de la cárcel en Libia.

En Italia no se quedó mucho tiempo, de inmediato se dirigió hacia Francia para de ahí cruzar hacia su objetivo final: Reino Unido.

Desde Vintimilla, en la frontera francoitaliana, viajó en tren hasta París, se quedó un poco en la ciudad, durmiendo en la calle, hasta que reunió el dinero suficiente para ir hasta Calais de nuevo en tren.

La Jungla

—No es un lugar para los seres humanos, es un lugar para los animales

Filemón dirige su vista hacia el Canal de la Mancha, entrecierra sus ojos, marcados por esas intensas ojeras. Con gran esfuerzo, cuando las condiciones climatológicas lo permiten, más allá de la bruma marina, logra adivinar un pedacito de tierra… Inglaterra.

A tres horas al norte de París se sitúa Calais, una ciudad cuya costa se encuentra en el punto más estrecho del Canal de la Mancha, ahí sólo mide 34 kilómetros muy cerca el Reino Unido, la tierra prometida para cientos de miles de refugiados provenientes, en su mayoría, de países de África y Medio Oriente.

Es ahí, en Calais, ciudad fría y húmeda, donde soplan vientos que hacen castañear los dientes sin parar, se encuentra La Jungla. Para llegar al sueño inglés, miles de refugiados tienen antes que sufrir la pesadilla de pasar no una, sino innumerables noches, en el llamado hoyo negro de Europa.

La Jungla es un conjunto desordenado de casuchas hechas con plásticos, lonas, palos o tubos que apenas sirven para guarecerse de la lluvia y el frío nunca da tregua. Algunos con suerte como Filemon, logran tener tiendas de campaña donadas por la Cruz Roja  Internacional. También duermes en la calle, la tienda no te cubre del frío, sólo de la lluvia-.

Al interior de las improvisadas viviendas hay cartones apilados a modo de camas, con más cartones o periódicos encima simulando ser cobijas, los más afortunados cuentan con una manta carcomida que algún compadecido ha donado.

Para resistir a las bajas temperaturas, los habitantes de La Jungla realizan pequeñas fogatas con madera húmeda que desprende una intensa humareda provocando en quienes se sientan alrededor una carraspera en la garganta que nunca termina; es eso, o morirte de frío.

Caminas sorteando basura, charcos de agua estancada, profundos surcos de lodo entremezclado con heces nauseabundas. El lugar carece de total electricidad y agua potable, por lo que las ratas, diarreas, salmonelosis, sarna, sarampión y otras calamidades son las aliadas del lugar. 

No existen platos ni vasos convencionales, en su lugar aparecen recipientes que otrora fueron envases de productos químicos, pero el riesgo a la salud queda minimizado ante la posibilidad de morir de hambre. Otra constante son las agresiones físicas. No sólo entre algunas colonias de refugiados, sino las que perpetran los delincuentes comunes que aprovechan el abandono de las almas que ahí viven para atormentarlas más.

—Imagínate seis mil personas, de diferentes países, religiones, culturas… es muy difícil. Si tienes problemas con alguien se puede enojar y quemar tu hogar, lanza un encendedor a tu tienda sin problema.

Ventana de uno de los restaurantes atacados el 13N. Foto: Sarai Peña Banda.

Francia aún no se repone a los más recientes atentados terroristas. Afuera, los lugareños proclaman “fuera migrantes, regresen a su país” y los golpean con barras de metal hasta provocarles fracturas;el gobierno francés intenta reaccionar pero da traspiés al ver como única solución cerrar el campamento, donde seis mil almas se refugian para sobrevivir a una muerte súbita en sus países de origen. Se ven hoy los bulldozer trabajando en la zona de estos campos de concentración que tienen tufo a Birkenau en París, la capital mundial del amor.

Rodeados por una valla metálica, se encuentran más de 100 contenedores de tráileres de color blanco en cuyo interior hay seis camas dobles, radiadores y enchufes. Ausencia de baño y agua corriente, aunque se prevén instalar grifos, sanitarios y regaderas más adelante.

A la zona de los contenedores sólo entran los refugiados que aceptan proporcionar sus datos y sus huellas digitales.

Filemón regresó a París en diciembre de 2015 e inició su proceso de demanda de asilo.

Después de varios días de dormir en la calle logró el contacto de la asociación France Terre d’Asile que lo acompaña en la gestión de sus trámites y así tuvo comunicación con la Pastoral de Migrantes que le ofreció el albergue nocturno de la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle. Ahí vivió, hasta enero pasado, gracias a la caridad de la comunidad católica de la zona que tiene una tradición de ayuda a migrantes y refugiados y posteriormente el Estado francés le otorgó un hogar temporal.

Una habitación en un Hotel F1, conocida cadena hotelera por sus modestas instalaciones, atractivas tarifas y ubicaciones lejanas, situada a una hora de la llamada Ciudad de la Luz viajando en transporte público.

Pero después de sobrevivir al Ejército en Eritrea, estar dos años preso en Libia, arribar a Europa en una lancha con 200 refugiados rezando para no naufragar, superar el paso por la Jungla en Francia, Filemón no se queja. Tiene un cuarto para él solo y cada día recibe vales de restaurante por un monto de 5.50 euros. Aunque el precio promedio de una comida en París que incluye entrada y plato fuerte o plato fuerte y postre ronda los 15. Tres veces a la semana recibe un boleto ida y vuelta válido en metro, RER, tren suburbano y autobús.

Lo que sí lamenta es la espera.

—Nos dan comida y lugar para dormir, pero es muy difícil esperar, no puedo conseguir un trabajo y ni siquiera puedo llamar a mi familia, no hay nada, sólo esperar.

En Eritrea la comunicación es difícil. Su mamá ni siquiera tiene teléfono, por lo que muy raramente habla con ella. Ni por equivocación le cuenta los detalles de su trayectoria en estos recién cumplidos cinco años que huyó de su país al cual ni queriendo, puede regresar. Para no preocupar a su madre omite el episodio de la cárcel en Libia y otras tribulaciones sufridas hasta llegar al hoy, ahora. En su lugar, le cuenta de su vida en París.

Filemón estudia francés. La iglesia de Saint-Bernard de la Chapelle le da clases dos veces a la semana.

—Antes no tenía idea del idioma, ni de Francia, pero ahora mi relación con este país es distinta, me gusta mucho, la gente es muy amable.

El joven de sonrisa franca camina tranquilamente por la calle, con las manos en los bolsillos del pantalón y con paso rítmico, como si pateara una piedrecita de un pie a otro. Con la mirada al frente y abriendo desmesuradamente los ojos cuando se encuentra con históricos edificios en París.

Filemón se despide. Tiene que ir a entregar un sleeping-bag que ya no usa a un amigo que lo necesita. En su periplo hacia el Reino Unido se ha hecho de varios amigos. Algunos siguen en La Jungla, pero se acuerdan de él y le llaman para saber cómo está.

—Soy una persona muy sociable— afirma sonriendo. Y ciertamente, lo es.

Por:FLORENCIA ÁNGELES 

Nació en la Ciudad de  México en 1982. Estudió la licenciatura de Comunicación Social en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y realizó una Maestría en Periodismo Político en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Desde muy joven se interesó por la comunicación y más aún por el periodismo, el poder dar un rostro a las estadísticas y el buscar la verdad detrás de las versiones oficiales. Desde hace 15 años,  ha trabajado como redactora, reportera, conductora, jefa de información y actualmente como corresponsal, interesada particularmente en los Derechos Humanos y problemas sociales. Vive en Francia. 

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PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR 

SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA

TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO

CUARTA ENTREGA: LA BATALLA POR TYMUR.  

QUINTA ENTREGA: YO ERA MARKOS 

SEXTA ENTREGA: NUEVA YORK EXILIO SIN ROSTRO.