Un viaje “Sin maletas”

Irónica y sorpresivamente, el medio digital www.lopolitico.com  rompió el imaginario que se creaba a partir de su nombre. No es un medio tradicional de política sino una innovadora plataforma que, en su más reciente proyecto, apuesta por un pueblo que no tiene voz: los refugiados.

Margarita Solano, periodista egresada de la Universidad Autónoma, visitó de nuevo la USC, su segunda casa, como representante del portal www.lopolitico.com. Con un discurso completamente humano, cautivó al auditorio con la iniciativa trotamundos “Sin maletas”, que representa la cruda realidad de millones de personas alrededor del mundo, seres que no tienen claro un horizonte y pasan su día a día como inmigrantes; además de capturar la atención por su noble gestión, la plataforma es innovadora,  utiliza texto, imágenes; sonidos y animaciones en 3D.

Durante el conversatorio Siglo XXI 

La investigación ejercida ha calado en el lado humano, cuenta Margarita que muchos inmigrantes valoran su dedicación por conocer esas historias: “Un ex guerrillero colombiano en México resaltó que durante 30 años no había contado su historia, agradeciendo  el interés y la publicación”; además recalcó que aun cuando no puede cambiar la historia de muchos, como periodista cumple la función de luchar contra la sombra que esconde aquellos valiosos testimonios.

 Leer serie “SIN MALETAS 

De ahí que el trabajo periodístico cobre mística y que cada caso alimente el museo de crónicas para la historia, momentos únicos que junto a una buena dosis de investigación alivian de una u otra manera las ganas de querer cambiar al mundo.

Magnificando la historia del perseguido, dándole el valor que merecen sus batallas y agallas con las que a diario enfrentan la supervivencia en una tierra que no es de nadie y todos quieren señorear. Se vale soñar con corazones sencillos que se estremezcan con historias escritas para el corazón y el aguante que puedan alcanzar.  

De esta manera, www.lopolitico.com, además de ser una voz por la democracia, apunta a prestar atención a los que carecen de ella.  En una analogía desde el lente utópico, se plantea que el trabajo realizado con aquella población vulnerable quita un poco de peso a la indiferencia que el mundo les brinda. Para que su trajín sea más ligero por la historia dura que les tocó vivir, se busca quitar sus cargas y que sigan el viaje de la vida: sin maletas.

De izquierda a derecha, Olga Behar, docente; Margarita Solano, periodista; Liliana Marroquín, Dr. Programa de Comunicación USC; Camilia Gómez Cotta, docente USC.

Por: VJ 

  @vjrecreo 

SIN MALETAS: EN UN LUGAR LLAMADO ERITREA. PARTE 7

Utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com


Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

SÉPTIMA ENTREGA

En el albergue nocturno que en invierno abre la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle en un barrio popular al norte de París, Filemón lleva muchas noches sin conciliar el sueño. Cuando logra dormir unas cuantas horas, despierta en medio de pesadillas y sobresaltos. Sus ojos  enmarcados por unas ojeras pronunciadas y sus pupilas parecen rodeadas de un sangriento color escarlata. Su tez morena deja al descubierto 26 años herederos de una ascendencia árabe entremezclada con africana y un cabello ensortijado oscuro que por momentos palidece bajo un gorro de tela negra donde resaltan unas brillantes letras: PARIS.

En medio de la sombra de una barba de candado que no se logra cerrar, se dibuja una amplia y confiada sonrisa. Habla un inglés fluido, aunque a veces le faltan palabras para explicar el horror de lo vivido desde que cumplió la mayoría de edad, cuando fue privado de su libertad: así empieza su historia.

—Me llevaron por la fuerza de la escuela cuando tenía 18 años. Para todos es así, hombres y mujeres; a los 18 tienes que irte al Ejército, no importa si estás estudiando o no, a ellos no les importa que termines la escuela. Vas a la milicia y no terminas tus estudios nunca y una vez que entras en el servicio militar no sabes cuándo vas a salir, puedes quedarte 10, 15 años… no lo sabes, no hay un límite. Es así.

Filemón no pudo despedirse de su familia cuando llegaron por él a su escuela para enrolarlo en el servicio militar. Su madre lo sospechó cuando no volvió a casa y luego las autoridades de la escuela confirmaron su enrolamiento forzado.

—Llegaron los autobuses por ellos, llenaron varios, sólo dejaron a las mujeres más pequeñas—

En los tres años que estuvo en el Ejército, el muchacho nunca más supo de su familia.

—Eres esclavo. Primero te dan instrucción militar durante nueve meses y luego te ponen a trabajar construyendo carreteras o las casas de los mandos militares, o en labores agrícolas. Y todo sin ningún pago, no tienes dinero.

Filemon decide escapar y esconderse en la casa de un tío pero al cabo de tres semanas estaba de regreso en El Ejército con decenas de ojos supervisando su trabajo.

—El gobierno se enteró que mi mamá sabía de mi escondite y la tomó presa, me sentí muy mal, por mi culpa ella estaba en la cárcel… entonces me entregué.

Adiós sin despedida

Eritrea es un pequeño país alargado ubicado en el cuerno de África, delimitado por el Mar Rojo, Sudán, Etiopía y Yibuti. Junto con Afganistán, se pelea el segundo lugar, después de Siria, de los países que más expulsan refugiados hacia Europa: cinco mil cada mes estima la ONU.

Desde que Eritrea se independizó de Etiopía en 1993, sólo ha tenido un presidente, Isaías Afwerki. Gobierna con brazo de hierro, puño de acero, eliminando cualquier opositor y acallando voces disidentes. Los eritreos se liberaron de un yugo para soportar otro. Arrestos arbitrarios, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales y torturas son el pan de cada día.

No hay prensa libre ni libertad de expresión.

Más de medio millón de desplazados deja entrever la situación de un país que se desploma. La propia Unicef alerta a la comunidad internacional sobre esta crisis humanitaria.

— ¿Compartiste con alguien tu idea de escapar hacia el Reino Unido?
— No, mi decisión fue sólo para mí
— ¿Es difícil guardar el secreto?
— Sí, pero no tienes elección. Tienes miedo incluso de tus amigos, alguien puede mencionarlo, decirlo sin querer y se acabó. Es mejor guardarlo para ti y hacerlo cuando se presente la mejor oportunidad.

Los últimos seis meses de Filemón en el servicio militar los pasó en Aligider, región cercana a la frontera con Sudán. Día a día recorría detenidamente, a veces con la vista y otras con sus mismos pasos, la zona que cruzaría para escapar; imaginaba y diseñaba su huida.

La decisión la tomó el 8 de febrero de 2011, afirma sin vacilar.

— Era de día, a las 9 de la mañana me fui del lugar, de Aligider, caminé cerca de 13 o 15 horas para cruzar la frontera con Sudán, llegué hasta la ciudad de Kassala y ahí me quedé un mes.

— ¿Qué dijo tu familia?

— Cuando estuve en Sudán los llamé, estaban muy preocupados cuando les conté; para ellos yo estaba en el servicio militar y de repente se enteran que estoy huyendo, no se lo imaginaban. Estaban muy tristes pero al mismo tiempo felices porque no me quedé en Eritrea.

Filemón sabe, aunque no lo menciona con palabras sino con un silencio de minutos prolongados y una mirada lejana, que él y su mamá no volverán a verse de inmediato, sin embargo  logró sobrevivir a esa cárcel a cielo abierto de nombre Eritrea.

La víctima perfecta

Ser ilegal, indocumentado, sin papeles, emigrante, refugiado o exiliado en un continente como África, es morir en vida. Huyes de un país que te maltrata y atraviesas territorios donde tu condición de ilegal te convierte en una apetitosa presa salvaje para un cazador rapaz: el ser humano.

Hay hombres que no sólo se regocijan con el dolor ajeno, también lucran con la tragedia.

La dictadura en Eritrea se endureció en el 2008. Aproximadamente 50 mil jóvenes han huido de su país hacia Europa e Israel y cerca de 10 mil han desaparecido en el intento. En los países colindantes operan grupos terroristas y traficantes de personas que torturan y exigen exorbitantes rescates a las familias.

Entre 2009 y 2013, han sido víctimas de dichos tratantes y extorsionadores hasta 30 mil personas, de las cuales el 95% provenían de Eritrea, según el Parlamento Europeo.

—De Sudán decidí ir a Libia porque mi plan era entrar en Europa. No es fácil porque siempre eres ilegal y en África no eres ningún héroe, cuando eres ilegal no tienes dinero, vivir no es fácil.

—¿Con qué llegaste a Libia?

— No me traje nada, sólo la ropa que traía puesta, ni siquiera tienes con qué cambiarte, debes pasar lo más desapercibido posible, como cualquier ciudadano para que no se den cuenta que vienes huyendo.
— ¿Ni una mochila?
— No porque puedes parecer sospechoso y si te detienen y te revisan se dan cuenta que eres inmigrante.

Las precauciones de nada sirvieron, Filemón cayó preso.

-En el desierto la policía me detuvo junto con otras 200 personas por ser ilegal y ahí no te protege ninguna ley. Estuve en seis prisiones distintas. Pasas seis meses en una, luego te cambian a otra, no hay ninguna regla. Es muy difícil porque no te imaginas que vas a permanecer dos años en prisión, además de que todo mundo sabe cuál es la situación de Libia, es muy difícil para nosotros, los eritreos.

Filemon se refiere a los campos de tortura en los que se han convertido las prisiones libias con tal de que sus familias paguen rescate por ellos, de lo contrario, los matan o los venden como esclavos.

—La policía Libia no tiene humanidad, es muy peligrosa, te pegan sin razón alguna, porque eres ilegal, porque eres de Eritrea; te pegan sólo por diversión, día y noche, día y noche; durante la noche gritas, pero nadie viene a ayudarte. Alguna vez un chico intentó escaparse, pero es imposible. Los guardias lo detuvieron, lo llevaron a una cama y lo ataron envolviéndolo con las sábanas: Todos empezaron a pegarle al mismo tiempo con barras metálicas. Terminó con un brazo destrozado. La comida, que casi siempre es pasta o arroz, a veces se quedaba intacta pese al hambre, porque los policías lo atiborran de sal para obligar a los reclusos a entrar en el círculo de corrupción comprando alimentos que los mismos guardias venden, como leche o atún.

Cuando se hicieron más frecuentes las advertencias de que serían deportados a Eritrea donde la muerte los esperaría, Filemón explica que todos los eritreos presos se pusieron de acuerdo para llamar y pedir ayuda a Elsa Chyrum, una reconocida activista por los Derechos Humanos de sus connacionales.

La policía libia aceptó no regresarlos a Eritrea a cambio de 1,200 dinares libios (aproximadamente 870 dólares) por cada uno. Filemón recurrió a una prima que desde hace muchos años vive en Canadá.

—Pagué ese dinero y me sacaron de prisión.

Con dos años de retraso, Filemón siguió su plan: entrar en Europa vía el mar Mediterráneo.

Conoció otros chicos como él y a través de ellos a una persona que los guío de Libia hasta Túnez a cambio de un pago de 1,500 dinares libios (1,100 dólares). De nuevo la prima eritrea-canadiense salió al rescate. Y lo volvió hacer cuando Filemón tuvo que pagar a la persona que lo cruzaría en un bote inflable atiborrado con 200 ocupantes desde el mar Mediterráneo hasta Italia, vía la isla de Lampedusa y posteriormente Sicilia.

—No hay muchas opciones: o te mueres o entras a Europa.

Filemón sobrevivió a la travesía.

No así algunas fotos de su familia que guardó durante todo el trayecto: quedaron irreparablemente dañadas, así como el papelito donde traía escrito el nombre y teléfono de un periodista que colaboró para que pudiera salir de la cárcel en Libia.

En Italia no se quedó mucho tiempo, de inmediato se dirigió hacia Francia para de ahí cruzar hacia su objetivo final: Reino Unido.

Desde Vintimilla, en la frontera francoitaliana, viajó en tren hasta París, se quedó un poco en la ciudad, durmiendo en la calle, hasta que reunió el dinero suficiente para ir hasta Calais de nuevo en tren.

La Jungla

—No es un lugar para los seres humanos, es un lugar para los animales

Filemón dirige su vista hacia el Canal de la Mancha, entrecierra sus ojos, marcados por esas intensas ojeras. Con gran esfuerzo, cuando las condiciones climatológicas lo permiten, más allá de la bruma marina, logra adivinar un pedacito de tierra… Inglaterra.

A tres horas al norte de París se sitúa Calais, una ciudad cuya costa se encuentra en el punto más estrecho del Canal de la Mancha, ahí sólo mide 34 kilómetros muy cerca el Reino Unido, la tierra prometida para cientos de miles de refugiados provenientes, en su mayoría, de países de África y Medio Oriente.

Es ahí, en Calais, ciudad fría y húmeda, donde soplan vientos que hacen castañear los dientes sin parar, se encuentra La Jungla. Para llegar al sueño inglés, miles de refugiados tienen antes que sufrir la pesadilla de pasar no una, sino innumerables noches, en el llamado hoyo negro de Europa.

La Jungla es un conjunto desordenado de casuchas hechas con plásticos, lonas, palos o tubos que apenas sirven para guarecerse de la lluvia y el frío nunca da tregua. Algunos con suerte como Filemon, logran tener tiendas de campaña donadas por la Cruz Roja  Internacional. También duermes en la calle, la tienda no te cubre del frío, sólo de la lluvia-.

Al interior de las improvisadas viviendas hay cartones apilados a modo de camas, con más cartones o periódicos encima simulando ser cobijas, los más afortunados cuentan con una manta carcomida que algún compadecido ha donado.

Para resistir a las bajas temperaturas, los habitantes de La Jungla realizan pequeñas fogatas con madera húmeda que desprende una intensa humareda provocando en quienes se sientan alrededor una carraspera en la garganta que nunca termina; es eso, o morirte de frío.

Caminas sorteando basura, charcos de agua estancada, profundos surcos de lodo entremezclado con heces nauseabundas. El lugar carece de total electricidad y agua potable, por lo que las ratas, diarreas, salmonelosis, sarna, sarampión y otras calamidades son las aliadas del lugar. 

No existen platos ni vasos convencionales, en su lugar aparecen recipientes que otrora fueron envases de productos químicos, pero el riesgo a la salud queda minimizado ante la posibilidad de morir de hambre. Otra constante son las agresiones físicas. No sólo entre algunas colonias de refugiados, sino las que perpetran los delincuentes comunes que aprovechan el abandono de las almas que ahí viven para atormentarlas más.

—Imagínate seis mil personas, de diferentes países, religiones, culturas… es muy difícil. Si tienes problemas con alguien se puede enojar y quemar tu hogar, lanza un encendedor a tu tienda sin problema.

Ventana de uno de los restaurantes atacados el 13N. Foto: Sarai Peña Banda.

Francia aún no se repone a los más recientes atentados terroristas. Afuera, los lugareños proclaman “fuera migrantes, regresen a su país” y los golpean con barras de metal hasta provocarles fracturas;el gobierno francés intenta reaccionar pero da traspiés al ver como única solución cerrar el campamento, donde seis mil almas se refugian para sobrevivir a una muerte súbita en sus países de origen. Se ven hoy los bulldozer trabajando en la zona de estos campos de concentración que tienen tufo a Birkenau en París, la capital mundial del amor.

Rodeados por una valla metálica, se encuentran más de 100 contenedores de tráileres de color blanco en cuyo interior hay seis camas dobles, radiadores y enchufes. Ausencia de baño y agua corriente, aunque se prevén instalar grifos, sanitarios y regaderas más adelante.

A la zona de los contenedores sólo entran los refugiados que aceptan proporcionar sus datos y sus huellas digitales.

Filemón regresó a París en diciembre de 2015 e inició su proceso de demanda de asilo.

Después de varios días de dormir en la calle logró el contacto de la asociación France Terre d’Asile que lo acompaña en la gestión de sus trámites y así tuvo comunicación con la Pastoral de Migrantes que le ofreció el albergue nocturno de la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle. Ahí vivió, hasta enero pasado, gracias a la caridad de la comunidad católica de la zona que tiene una tradición de ayuda a migrantes y refugiados y posteriormente el Estado francés le otorgó un hogar temporal.

Una habitación en un Hotel F1, conocida cadena hotelera por sus modestas instalaciones, atractivas tarifas y ubicaciones lejanas, situada a una hora de la llamada Ciudad de la Luz viajando en transporte público.

Pero después de sobrevivir al Ejército en Eritrea, estar dos años preso en Libia, arribar a Europa en una lancha con 200 refugiados rezando para no naufragar, superar el paso por la Jungla en Francia, Filemón no se queja. Tiene un cuarto para él solo y cada día recibe vales de restaurante por un monto de 5.50 euros. Aunque el precio promedio de una comida en París que incluye entrada y plato fuerte o plato fuerte y postre ronda los 15. Tres veces a la semana recibe un boleto ida y vuelta válido en metro, RER, tren suburbano y autobús.

Lo que sí lamenta es la espera.

—Nos dan comida y lugar para dormir, pero es muy difícil esperar, no puedo conseguir un trabajo y ni siquiera puedo llamar a mi familia, no hay nada, sólo esperar.

En Eritrea la comunicación es difícil. Su mamá ni siquiera tiene teléfono, por lo que muy raramente habla con ella. Ni por equivocación le cuenta los detalles de su trayectoria en estos recién cumplidos cinco años que huyó de su país al cual ni queriendo, puede regresar. Para no preocupar a su madre omite el episodio de la cárcel en Libia y otras tribulaciones sufridas hasta llegar al hoy, ahora. En su lugar, le cuenta de su vida en París.

Filemón estudia francés. La iglesia de Saint-Bernard de la Chapelle le da clases dos veces a la semana.

—Antes no tenía idea del idioma, ni de Francia, pero ahora mi relación con este país es distinta, me gusta mucho, la gente es muy amable.

El joven de sonrisa franca camina tranquilamente por la calle, con las manos en los bolsillos del pantalón y con paso rítmico, como si pateara una piedrecita de un pie a otro. Con la mirada al frente y abriendo desmesuradamente los ojos cuando se encuentra con históricos edificios en París.

Filemón se despide. Tiene que ir a entregar un sleeping-bag que ya no usa a un amigo que lo necesita. En su periplo hacia el Reino Unido se ha hecho de varios amigos. Algunos siguen en La Jungla, pero se acuerdan de él y le llaman para saber cómo está.

—Soy una persona muy sociable— afirma sonriendo. Y ciertamente, lo es.

Por:FLORENCIA ÁNGELES 

Nació en la Ciudad de  México en 1982. Estudió la licenciatura de Comunicación Social en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y realizó una Maestría en Periodismo Político en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Desde muy joven se interesó por la comunicación y más aún por el periodismo, el poder dar un rostro a las estadísticas y el buscar la verdad detrás de las versiones oficiales. Desde hace 15 años,  ha trabajado como redactora, reportera, conductora, jefa de información y actualmente como corresponsal, interesada particularmente en los Derechos Humanos y problemas sociales. Vive en Francia. 

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PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR 

SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA

TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO

CUARTA ENTREGA: LA BATALLA POR TYMUR.  

QUINTA ENTREGA: YO ERA MARKOS 

SEXTA ENTREGA: NUEVA YORK EXILIO SIN ROSTRO.

SIN MALETAS: NUEVA YORK: EXILIO SIN ROSTRO. PARTE 6

Utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com


Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

SEXTA ENTREGA

Todo o nada, siempre ha sido así. Quedarse y morir o marcharse y vivir. Tomar sus valijas y un avión o esconderse en casa. Ser un obituario en las noticias  o una cifra dentro de la etiqueta de los refugiados. Español o inglés. Familia o soledad. Guatemala o New York.

Una mañana recibió la llamada en el despacho. Nadie habló del otro lado del auricular. La respiración pausada, ronca, seca, se le filtró por la oreja. El miedo recorrió el cuello, colgó.

Llegaron las advertencias,

intimidaciones,

sobornos,  cartas, sumarios,

indirectas, directas,

disparos y atentados fantasmas.

Otra llamada, mismo ritual.

—¡Tuuuuuuuuu! —colgaron.

Una día cualquiera. Camina por el centro de Guatemala y un hombre en sentido contrario golpea su hombro, le entrega una bala. Toma el proyectil en la palma derecha, increpa: “¿Qué quieres que haga con ella?”. El tipo se esfuma en medio de la multitud de un centro abarrotado, no hubo respuesta.

—¿Cuánto quiere?

—Ese contrato se firma antes del mediodía.

Mensajes escritos con tinta negra, órdenes entre líneas, archivos que se desaparecían de su despacho.

—Puedo hacer una lista de sucesos, por categoría si quiere. Llamadas, golpes, vigilancias, correos filtrados. Yo podía salir del apartamento y no regresar. Tomar un café implicaba que aparecieran hombres armados, se paseaban por mi lado para mostrarme la dotación que portaban, luego se marchaban y llegaban otros hasta que dejaba el lugar.

Llamar a la policía en Guatemala  no era una opción. Ellos también jugaban en su contra.

Nueva York, 2015.

—Me llamaré Jorge.  Siempre me ha gustado ese nombre. No fotos, no videos.

—¡Pero han pasado 18 años!

—Sí, pero el estado no muere, no descansa; nunca olvida.

Es noviembre, el invierno juega a esconderse. Nueva York se viste de otoño.

En la capital del mundo el frío llega con calma, da espera bajo la amenaza de aparecer sin piedad. Jorge está sentando en una de las mesas de una famosa cadena de café, entre Lexington 42 y la Tercera Avenida cerca de la estación de trenes más grande en el mundo, la Grand Central.

El encuentro llega en pistas:

—“Tengo suéter negro” —escribe por mensaje.

En sus cuentas sólo existe la misma imagen. Foto de perfil no hay, por Whatsapp tampoco. Sólo la imagen de una silueta blanca con las que se identifican, los que como él, ocultan su identidad.

No Facebook, no Twitter.

El misterio se rompe a las 11:00 de la mañana. Jorge es un hombre blanco con líneas de expresión que hace pensar que pasa de los cincuenta y tantos. Esbelto, ágil  y clásico como un musical de Fred Astaire, utiliza una camisa blanca de cuello y mangas que sobre salen por debajo del suéter de lana de llama, carga un abrigo extra, un maletín negro de cargaderas y sus ojos bailan en todas las direcciones.

Sus palabras monosilábicas comienzan a inquietar. Omite detalles, las respuestas evaden las fechas.

Asilo … político, diputado, Guatemala.

El café se hace largo, pasan 30 minutos; pasa una hora y media.

Lo cierto es que Jorge desde hace 18 años llegó a Nueva York buscando el asilo, pero tan solo hace ocho se alejo por completo de su país, cuando estando desde suelo neoyorquino sus llamadas seguían siendo intervenidas, cuando recibió un mensaje contundente y su mamá comenzó a ser vigilada, sus cuentas congeladas. Fue cuando por vigésima vez se sintió amenazado.

No fotos, no videos. 

Él está seguro que su silueta puede ser descifrada.

Se queda obnubilado observando la ventana, pero el movimiento en sus manos no se detiene. Toma la taza de café, golpea con los dedos la mesa, se frota las manos aunque no hace frío. Detrás del vidrio la avenida, un paisaje concurrido, Manhattan acelerado, las personas caminando a paso ligero queriendo ganarle al tiempo.

Jorge no conoce de Las Maras, pandillas que hoy someten Centroamérica entre extorsiones, secuestros y asesinatos. De las pandillas y las problemáticas del nuevo siglo no quiere saber… ¿para qué otro motivo de angustia?, suficiente con haberlo dejado todo.

Un hombre cualquiera camina de un lado al otro afuera de la cafetería, le roba la atención, se queda viendo su aspecto de frente, sigue sus pasos de allá para acá. Jorge se hace el tranquilo pero no le quita la mirada con el rabo del ojo.

—¿Se quiere cambiar de asiento? —le pregunto mientras me levanto  del asiento para que el gesto le haga sentir que podemos conversar desde otro ángulo… que estamos en confianza.

—No, acá estoy seguro, estamos en Nueva York.

La memoria revive su historia, esa que lleva guardada en el pecho por años.

Su rostro permanece tranquilo, no hay lágrimas, no se escucha un suspiro, pero su tono de voz por lo regular se convierte en un susurro, como un secreto entrecortado.

 Es la voz de la nostalgia.

Así empieza este retrato de un Jorge que confiesa un pasado que se aferra a olvidar en los rascacielos de Nueva York.

Un camino hacia la muerte

Eran finales de los 70: el general Romeo Lucas, anteriormente Ministro de Defensa, era el Presidente de Guatemala. Gobernaba con mano de hierro y encabezaría una de las temporadas con mayor cantidad de violaciones de los derechos humanos, entre ellas desapariciones forzadas y represiones estudiantiles.

Los estudiantes e indígenas fueron el blanco dentro de su régimen y  entre las acusaciones  en su contra se encuentra el asalto e incendio a la embajada de España en Guatemala , en donde murió Vicente Menchú, padre de la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú.

Sin embargo, contra viento y marea, la universidad de San Carlos donde estudiaba Jorge, se mantendría firme, salían a las calles, orquestaban reuniones universitarias para luchar por soluciones por el alza del pasaje al transporte urbano, la privatización de la educación pública, la explotación de petróleo y níquel en la llamada franja transversal del norte, una superficie de 16 mil kilómetros cuadrados ubicados en la región petrolífera más rica de Guatemala, dominada bajo la firma del terror de  Romeo Lara .

Una vez más  sus voces no serían suficiente y lo único que conseguirían los marchantes  sería dibujar un camino hacia la muerte.

El mismo lugar que le abría fronteras entre saberes de geología, minas, hidrocarburos y energías hizo que cambiara su estilo de vida.

Antes apostado en una clase media acomodada; ahora, en manos de la universidad pública, dejaba su niñez, crecía y se topaba con una realidad desconocida. Fue el momento para que descubriera las desigualdades por las que nunca había trasnochado en una casa con nevera llena.

Ahora estaba conociendo un nuevo país, esa Guatemala enferma con una llaga ignorada llena de pobreza; el  lugar donde apenas él se reconocía. Una bofetada con pala en la cara.

Empezó a tomar pequeños respiros en el intermedio de las clases para apoyar marchas y movimientos que se realizaban en el campus. Líderes estudiantiles alzaban su voz con el propósito de hacerse escuchar porque “la resistencia pacífica es un derecho”, así se leía en uno de los carteles que adornaban las marchas de la época contra la dictadura.

Jorge respira hondo, suelta el café en la mesa. Su pelo largo y sus días sin utilizar lentes de aumento se han esfumado, los recuerdos en su mente parecen estar ajustándose para recordar lo que no quiere, lo que al corazón le duele.

—Amigos, gente excelente, cerebros apagados.

—¿Le puedo preguntar algo?

—Sí usted me quiere preguntar por guerrilla, nosotros éramos estudiantes, yo puedo responder por mí, yo nunca he militado…

El mismo año en el que el general Romeo Lucas se hizo presidente, asesinaron a Oliverio Castañeda, secretario de la Asociación de Estudiantes Universitarios. Días más tarde, los dirigentes estudiantiles y profesores comenzaron a recibir amenazas. Los que continuaron al pie del cañón murieron o no se sabe dónde están.

Guatemala al igual que otros países de América Latina como Nicaragua, Perú y Colombia, padeció un conflicto armado por décadas.

Entre guerrillas y dictaduras, dejaron un saldo 200 mil muertos, otros miles desaparecieron y unos más fueron torturados. En 1996, cuando lograron llegar a un acuerdo de paz, el país había sepultado la justicia y desterrado los líderes a la tierra del nunca jamás.

Las injusticias sociales se habían apoderado del país, dejando una patria de heridas abiertas, con respuestas inconclusas, cansada y vulnerable a engendrar nuevos grupos violentos y delincuenciales.

—¿Y la multitud universitaria y soñadora de Guatemala?

—Desaparecieron, eso es todo.

Ellos le enseñarían que los letreros de rebelión se los trago la tierra y con él quedó sepultado ese espíritu universitario.

Llegó a la cabeza la palabra exilio.

Entre rascacielos

Nueva York nunca estuvo en la lista de las alternativas cuando pensó salir de Guatemala.

No le llamaba la atención el corazón del imperio, donde los rascacielos hacen sombra tapando el sol y donde Times Square le abruma la pupila. Él quería un lugar diferente, un lugar que le permitiera seguir su carrera política, un lugar del mundo donde pudiera seguir siendo Jorge.

Formularios y aplicaciones por Internet para cumplir con las amonestaciones de asilo, hizo por montón. Pero fue la Gran Manzana la que se atravesó en su camino.

Jorge llegó el 25 de octubre  con visa de turista al Aeropuerto John F. Kennedy. En su equipaje 50 libras de papel, todas las pruebas para que no existiera oportunidad para un “no”, él quería el asilo.

Tenía premura, el periodo para aplicar una vez pisado el suelo neoyorquino era de 30 días, de lo contrario podría ser obstruido el proceso. Un día después de haber dejado las chamarras, algunos pantalones y los libros, buscó un abogado.

Realizó la búsqueda de entre diarios  e internet hasta encontrar el Centro de Ayuda para Refugiados Salvadoreños y Guatemaltecos. Se equipó con la mayor cantidad de pruebas y llegó a su primera cita con el encargado del caso.

Su mirada lo dijo todo

su comportamiento

su actitud ansiosa

el juego de las manos

las pupilas despiertas

los reflejos en alerta

Todas las señales dieron luz verde al centro de refugiados para tomar su caso.

Entre los números  tres, cero, siete, cinco está hoy día un expediente con el que se comenzó a entretejer el armazón de un rompecabezas. Incluía fotos de las placas de los carros que en las noches lo acosaban, números de teléfono con decenas de llamadas sin respuesta, cartas de ayuda que realizó a la Comisión de Derechos Humanos. Gritos de auxilio, peticiones, cartas, anécdotas… Todo quedó registrado.

También su voz, su rostro, sus lunares.

Las autoridades neoyorquinas concluyeron, después de varios días de investigación y cotejo de documentación, que todo era un complot para que Jorge muriera en el encierro o en algún accidente inexplicable.

El empujón final fue la carta que presentó el Programa para Sobrevivientes de Tortura de la New York University (NYU Program for Survivors of Torture) el contenido certificaba que Jorge era una víctima. Con ese veredicto, completó los requisitos y su asilo empezó.

Han pasado 18 años fuera del país que lo vio nacer.

El hombre de gabán negra va caminando en la acera ancha de la 5a Avenida, se dirige hacia la biblioteca pública de Nueva York, uno de los refugios que ha encontrado para mantener viva su pasión por la lectura. Su segundo refugio es la iglesia. Allí dentro cuenta de su fe que siempre ha mantenido viva.

No fotos,  no videos.

Jorge es un alma política extraviada en la Gran Manzana que recorre los lugares que hacen parte de su rutina diaria. Ahora toca el turno de Harlem, un barrio donde no necesita hablar inglés, encuentra café colombiano y tamales mexicanos, en un mercado hispano donde los precios son más accesibles comparado con las tiendas comunes.

Harlem es el lugar de los inmigrantes, legales e ilegales.

Comienza el invierno, se siente el viento frío en la nariz y las pestañas.

Es curiosa la forma en la que el frío va congelando el cuerpo por cualquier agujero que exponga la piel a la superficie. Las orejas, los labios y las manos, son un blanco seguro.

El punto de encuentro es el  Mc Donald’s de la calle 138, la parada es City College de la línea 1 del tren. A Jorge no le molesta el frío, le gustan las calles blancas.

Ahora es el turno es conocer el City College, también en Harlem, el barrio que lo adoptó. Jorge sonríe, se siente en casa. Empuja la puerta, se abre un edificio.

Jorge es ex alumno de pregrado de artes liberales y hoy estudia una maestría en estudios liberales lo que le permite permanecer en contacto con lecturas políticas y filosóficas. El rumbo nos dirige hacia la biblioteca, el lugar donde pasa la mayoría de sus días retomando las líneas de la academia. Lee en inglés, escribe en inglés, piensa en español.  Se reúne con su grupo de trabajo por Skype —como la mayoría de veces, todo es virtual—. El tiene la mitad de un siglo y  sus compañeros  de clase aún no superan los 30.

Hace un año, cuando se graduó del pregrado,  a su lado posaron para la fotografía del recuerdo jóvenes pubertos con el acné a flor de piel, otros parecían recién salidos de la secundaria. Clases en inglés, ensayos en un idioma que se obligó aprender siendo adulto. Fue estudiante de tiempo completo financiado por el sistema educativo de préstamos hasta lograr la meta, otro título, otra prueba.

Empieza un nuevo año, el 2016.

Jorge cumple años y no le gustan los regalos. Está de vacaciones de los estudios de maestría. Hace dos días nevó 12 pulgadas, la primer tormenta de nieve en la ciudad ruidosa en la que nunca contempló estar. Disfruta de las calles como copos de algodón. No quiere volver a Guatemala.

Hora de comer. En el Mc Donald’s de la avenida Madison y 40 Street venden dos hamburguesas por tres dólares. Viste camisa y pantalón de vestir, ya es ciudadano americano. Se acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Jorge tiene publicidad electoral en sus manos, le apuesta a un candidato demócrata. Se trata de Bernie Sanders. Le hace fuerza, habla de él, conoce sus propuestas. Le escribió un correo de apoyo y recibió respuesta. Ahora le hace propaganda, seguro votará por él.

Tres meses de encuentro,  tres comidas y varios cafés, biblioteca, universidad, en medio de Manhattan. La toma es perfecta.  No fotos, no video.

Entonces Jorge se deshace de  su gabán negro, se quita los zapatos. Accede a que otro luzca como él. La cámara hace click a este Jorge reconstruido por la imaginación.

Una curul, un exilio…

Eran los 90. Su bajo perfil y su rol de empresario agrícola, cosechar y surtir mercados móviles al que se había dedicado después de dejar los estudios de la universidad, se vieron interrumpidos por una campaña política que lo situaría por un periodo de cuatro años como diputado. Una campaña que llegó como pedida del cielo. Resultó teniendo una acogida exitosa, no tuvo que invertir mucho dinero ni publicidad, la gente parecía conocerlo y obtuvo los votos  suficientes para ser elegido por el partido de empresarios que representaba. De avanzada nacional, un partido de derecha, llamado al igual que un partido mexicano y que aún existe.

Sus noches empezaron a empalmar con las auroras y el trabajo que se dispuso hacer fue velar por el sueño,

la voz,

el anhelo,

todo eso que por años había permanecido en un alma inquieta. Una utopía rota por la gratitud de un cargo que lo obligaba a implementar desde el legislativo, leyes justas  para garantizar unas condiciones de vida digna. El corazón volvió a latir, los años de juventud en medio de las revueltas lo hacían vibrar ahora desde las esferas del poder.

El camino estaba minado. Que la derecha apoyara a un diputado con alma de izquierda, resultó una mezcla explosiva. Guatemala no le estaba ofreciendo lo suficiente a su gente —no porque la patria no lo pudiera hacer sino porque muchos  dirigentes, eran individualistas y egoístas—, enseñados a subyugar con ínfulas de capataces como si hubieran llegado desde la conquista con el mismo Pedro de Alvarado.

Como legislador, Jorge logró acuerdos que aseguraran nuevas políticas públicas para el país. Ayudo a que el presupuesto incluyera suficientes gastos en educación, salud social, cultura y  planteó una reforma para reducir la cantidad de homicidios: la alcanzó a lograr. Se trataba de reducir el gasto militar y re establecer una nueva policía nacional, con apoyo de las instituciones educativas para jóvenes, donde se explicará el valor a la vida, el respeto por el otro y que entendieran que solo había una oportunidad de vivir y era está.

Estaba funcionando, pero implicaba seguir invirtiendo en educación. Los que se nutrían del presupuesto militar no estuvieron de acuerdo.

La depresión llegó primero, después la desolación. Vio de cerca a la corrupción desmontado sus proyectos políticos y todo lo que con tanto esfuerzo orquestó como diputado. Con los mismos ojos café oscuros que alcanzaron a ver el progreso en las vías, la salud, la disminución en la tasa de mortalidad, vio la verdadera miseria de América Latina: corrupción, corrupción, corrupción.

Un año después de su mandato, los carros armados lo esperaban en la puerta de su apartamento. Jorge se había convertido en esperanza en una Guatemala desgarrada.

La situación se salió de control. Su espalda no podía sostener el peso de una persecución que aunque no le arrancaba la vida, amenazaba con enloquecerlo.

Hace una pausa, viene la pesadilla.

Una mañana recibió la llamada en el despacho. Nadie habló del otro lado del auricular. La respiración pausada, ronca, seca, se le filtró por la oreja. El miedo recorrió el cuello, colgó.

Llegaron las advertencias,

intimidaciones,

sobornos,  cartas, sumarios,

indirectas, directas,

disparos y atentados fantasmas.

Otra llamada, mismo ritual. ¡Tuuuuuuuuu! colgaron.

Una mañana cualquiera camina por el centro de Guatemala y un hombre en sentido contrario golpea su hombro, le entrega una bala. Toma el proyectil en la palma derecha, increpa: ¿qué quieres que haga con ella? el tipo se esfuma en medio de la multitud de un centro abarrotado, no hubo respuesta.

Llegó el momento de abandonar la tierra del jocón, el pepián, los paches, las enchiladas, los tamalitos de Chipilín.

Entonces todo o nada, siempre ha sido así. Quedarse y morir o marcharse y vivir. Tomar sus valijas y un avión o esconderse en casa. Ser un obituario en las noticias  o una cifra dentro de la etiqueta de los refugiados. Español o inglés. Familia o soledad. Guatemala o New York.

Me llamaré Jorge… siempre me ha gustado ese nombre.

Por: XIMENA VELEZ

Comunicadora Social y Periodista por la Universidad Autónoma de Occidente de Cali, Colombia.  Incursionó en el 2010 al equipo de comunicaciones de Esquina Latina, una organización no gubernamental donde trabajó proyectos sociales sobre la cimentación de memoria y no repetición, con niños, adolescentes y mujeres víctimas del conflicto armado. En el 2014 con su equipo de trabajo ganó la convocatoria Crea Digital con la que desarrollaron una plataforma digital para reconstruir historias en formato de radioteatro y participó en la recopilación del libro “Grandes Creadores del Teatro Colombiano”. Desde Marzo del 2013 hace parte del equipo periodístico de hechoencali.com un medio de comunicación independiente que aborda temas de Derechos Humanos en el Valle del Cauca y Colombia. En el 2014 estuvo nominada a los premios de periodismo regional de la revista Semana en la categoría: Mejor cubrimiento de un proceso regional sobre reconciliación y paz con el trabajo Mujeres y Conflicto. Actualmente reside en la Ciudad de Nueva York y estudia a distancia la especialización en educación en Derechos Humanos en la universidad Católica Lumen Gentium

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PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR 

SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA

TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO

CUARTA ENTREGA: LA BATALLA POR TYMUR.  

QUINTA ENTREGA: YO ERA MARKOS 

SIN MALETAS: LA BATALLA POR TYMUR. PARTE 4

Utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com


Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

CUARTA ENTREGA

Son las diez de la noche en Gorlovka, Ucrania. Cinco militares derriban con armas largas la puerta del vecino de enfrente, el mismo hombre que los Vikhrov saludan todas las mañanas.

Yanina se asoma por la mirilla de la puerta: De ese lado, sacan al hombre en ropa interior mientras sus padres gritan, lloran. De éste lado, un niño de cuatro años despertado por los gritos, se esconde detrás de las piernas de mamá. El vecino no regresó a casa pero el miedo se quedó en el hogar de Dymitro, Yanina y el pequeño Tymur.

El miedo tocó a las puertas de una familia joven que vivía en un país en guerra.

Y ¿si el siguiente es mi esposo? Se pregunta Yanina atormentada. No quisieron quedarse en Ucrania para conocer la respuesta.

Dymitro

Si Dymitro hubiera nacido un par de décadas antes, su futuro seguramente hubiese estado marcado por las minas de carbón; si se hubiese definido por lo que estudió en la escuela, probablemente hoy trabajaría en una industria como ingeniero en calefacción y gas natural. Pero su primer futuro, el marcado por los inicios en la vida laboral, estuvo regido igual que el de muchas otras personas que viven en zonas económicas deprimidas. Se trabaja de lo que hay.

Dymitro nació en Gorlovka, Ucrania en 1985. Su ciudad natal fue construida sobre yacimientos de carbón que en algún momento tuvieron un alto valor estratégico; durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis estaban a punto de ocupar la ciudad, los soviéticos prefirieron inundar las minas antes que dejarlas en manos de los invasores.

Tras la liberación de Gorlovka, sus yacimientos carboníferos alimentaron por años el voraz apetito energético de la Unión Soviética. Hasta el día en que la geopolítica, tras una vuelta de tuerca de la revolución tecnológica, provocase que el carbón ya no fuera un asunto de seguridad nacional y soberanía energética para los gobiernos.

Y no es que a Dymitro hubiese tenido una vida difícil en su ciudad natal, esa población ucraniana erigida sobre un yacimiento de carbón.

Como gerente de ventas de una empresa que vende mariscos, su día a día estaba marcado por inventarios, distribución, cadenas de frío y la exigencia de supermercados que querían ver sus anaqueles llenos de los“frutos del mar” que ofrece un país con miles de kilómetros de litoral.

La imagen de este joven refugiado en España es la de un hombre de complexión fuerte con corte de cabello estilo militar a los lados, pero más largo en su parte superior, con un tono castaño claro, es alto. Lleva una sudadera gris con tres palabras en relieve de color rojo que rezan ‘Paris, London, Tokyo’; sus gafas de aviador con lentes amarillos, reflejan constantemente la luz natural. En otras circunstancias, este joven ucraniano que hoy vive en Málaga, podría hacerse pasar por un modelo de pasarela sin que nadie lo dudara.

Dymitro conoce la situación de su país de origen a través de los relatos de sus padres pero la comunicación con ellos es más analógica que digital, la tecnología no es para él. Mientras hace el gesto de presionar teclas en un teléfono imaginario y no de pantalla digital, cuenta que la información que reciben  sabe que “está editada” por sus padres que prefieren no alarmarlos demasiado.

También tiene la versión de los amigos que dejó. Una familia como la suya y con un niño de edad similar que no habla, a diferencia de Tymur que es parlanchín, tampoco puede controlar su esfínteres porque el estrés y el miedo se apoderan de él: tiene que dormir en un pasillo con las ventanas tapadas con cartones que impiden la entrada de luz y aire.

En una ocasión, cuenta Dimitro, cuando iba al trabajo el automóvil que iba delante suyo fue tiroteado frente a un retén; a él sólo lo revisaron y después le dejaron ir.

Yanina

Nació en Gorlovka al igual que Dymitro pero un año después, en 1986.

Su ciudad natal también es ese pueblo ucraniano erigido sobre un yacimiento de carbón en 1906 y que en la década de los 60 emprendió carrera económica en la industria química para poder adaptarse a los cambios de hábitos energéticos que prefirieron adoptar el gas como una fuente de energía más limpia y práctica.

Antes de huir de su pueblo, era profesora y secretaria de medio tiempo. Su principal don, es ser políglota. Yanina habla ruso, ucraniano, inglés, francés y español. Sus días como docente tampoco eran muy complicados ni muy diferentes al del resto de sus colegas en todo el mundo. Su principal tema de preocupación eran el de sus alumnos: los deberes, los exámenes. El fin de curso.

Una pashmina con motivos azules y verdes que hace las veces de bufanda, cazadora marrón y una tez blanca color porcelana, provocan que su acento afrancesado la confundan como una comunitaria más de Málaga en España. Pocos acertarían al saber que en realidad nació en un país que ya no existe: La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas URSS.

En la mesa encuentra su teléfono móvil y un trozo doblado de cartulina rojo que no es otra cosa que la identificación provisional otorgada por el gobierno de España, mientras se resuelve su situación en el país como refugiada.

Aunque es otoño, la ciudad se niega dejar el calor. A este fenómeno los malagueños le llaman el ‘veroño’: un otoño con temperaturas veraniegas que empiezan lentamente a bajar. Nunca similar al glaciar de Ucrania, pero si lo suficiente como para desempolvar los abrigos de los armarios.

Los padres de Yanina, entraron en la era del siglo XXI, tienen Internet en su casa y eso facilita las cosas, pueden hablar y verlos e intentan hacerlo a diario aunque no siempre es posible por la situación de allá. Ellos describen una ‘normalidad que les permite salir y pasear un poco, pero que se ve interrumpida por una semana o más en la que no pueden salir ni a la calle, ni ver la luz del sol’.

—Tuvieron que acoplar una cama y cuando empiezan los disparos ellos tienen que bajar y refugiarse —cuenta Yanina a kilómetros de distancia tras un año de huir de Ucrania.

Ucrania: un hombre, un arma

Gorlovka es la ciudad donde vivía la familia Vikhrov en Ucrania.

También viven ahí los suegros de la joven pareja, incluso sus abuelos, el origen ucraniano les viene de lejos, aunque tienen familia en Rusia. Cuando la independencia, los territorios cambiaron de gobiernos, nacionalidades, ahora viendo Ucrania a los lejos, Yanina, Dymitro y Tymur, tienen familia en el extranjero.

De la casa al trabajo y viceversa era el día a día de una familia normal ucraniana. Trabajar para vivir cómodamente y tener sus lujos, dinero para viajar y dos coches, porque los dos trabajaban en diferentes lugares. Con un buen lugar para vivir, con trabajo y un pequeñín de cuatro años, el futuro lo veían con alegría.

Ucrania se convirtió en país independiente de la Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov en 1991 y desde ese momento empezó el conflicto. La pérdida del territorio, poder y casi 46 millones de habitantes no es cosa menor. Desde ese día y hasta ahora con el nombre de Rusia, esta nación ha intentado mantener su influencia sobre este país a través de la política o económicamente mediante el control de diversas mercancías o negocios.

El conflicto actual comenzó prácticamente por las mismas razones, el país se divide entre aquellos que añoran las condiciones que tenían con la URSS, conocidos como los pro-rusos y los que buscan acercarse hacia la Unión Europea, llamados pro-occidentates, lo que llevó a las calles a la milicia y armar a la población civil: un hombre un arma.

El ruido de las balas se volvió un acompañamiento acústico en una ciudad cuyos habitantes tienen que sobrevivir con lo poco que tienen, con cortes de luz y gas que se soportan en los meses cálidos pero se sufren en el invierno.

Málaga: zapatos rojos

Yanina y Dymitro están sentados en la Cruz Roja en una oficina pequeña improvisada para contar su historia. Tiene de fondo tres banderas y una pared acristalada transparente con múltiples cruces blancas y rojas. El acento afrancesado de Yanina la delata.

La violencia no es exclusiva de conflictos bélicos, hay diferentes víctimas.

En Málaga, la Cruz Roja intenta sensibilizar sobre la violencia de género con la campaña Zapatos Rojos. Una docena de tacones, balerinas, sandalias y botas aparecen en cada escalón que conduce a la sala donde está Yanina. Cada zapato representa a las mujeres asesinadas por violencia de género.

Ellos no están bien —son las palabras más duras de Yanina con la voz entrecortada analiza la situación.

Intenta contenerse con los dedos para no llorar, y esboza una sonrisa para evitarlo, incluso lanza un “lo siento”.

Sus padres están solos y recordarlo a viva voz hace que sus ojos se pongan rojos, las lágrimas empiezan a brotar, sus dedos se mueven con rapidez, los pañuelos desechables aparecen para ayudarla “Como todas las chicas” comenta con actitud vencida refiriéndose al llanto que cubre sus mejillas.

La vida de este matrimonio  es muy diferente hoy.

De la comodidad de la casa propia y de dos vehículos, han pasado al piso comunitario, un lugar compartido con otras familias también refugiadas de Siria, China, Marruecos y otra ucraniana. Comparten dos cocinas y tres baños, cada uno tiene su habitación. Realizan actividades, juegos con los niños, y conversan de cualquier tema excepto de los conflictos de sus respectivos países. La gastronomía malagueña les gusta, el pescado y marisco es más accesible que en Ucrania y hay más bares y restaurantes que sirven comidas donde el mar es el protagonista.

El centro de refugiados es el lugar donde pasan la mayor parte del tiempo, ahí hacen vida cotidiana, pero la Cruz Roja, también les organiza una serie de actividades para su integración en la sociedad española, visitas a museos, excursiones, además de cursos de idiomas y de capacitación como el que Dymitro comenzó para su formación como recepcionista de un hotel.

La travesía

Kiev fue la solución más inmediata que encontraron para no correr la misma suerte que su vecino arrestado; o que el hombre en el retén; o que el niño que no duerme y se caga por la noche al compás de los morteros.

Que no quieren el calvario de muchos otros compatriotas.

La situación en Gorlovka se complicaba día a día y optaron por salir hacía la capital, ahí tras dos semanas esperaron con cierta ingenuidad que las cosas se tranquilizaran pero no fue así.

Compraron un boleto de avión hacia Barcelona, España. Tenían dinero ahorrado y podrían pasar un tiempo de turistas mientras se calmaban las cosas y el conflicto terminaba y así evitar el trauma de un niño de cuatro años que no entiende por qué lo despertaron esa noche, pero la situación lejos de solucionarse fue empeorando.

Primero Barcelona, después ocho meses donde una amiga en Madrid. El dinero que hasta entonces no era un problema, se acabó.

La ayuda más inmediata fue la Cruz Roja en Madrid, retornar es imposible. Las bombas han destruido el aeropuerto de la región, incluso el estadio Donbass Arena, sede de la Eurocopa 2012 donde el equipo ucraniano FK Shajtar Donetsk fue atacado. Dymitro era abonado del equipo ahora sus gustos han cambiado y profesa ser hincha del Real Madrid.

Madrid, sin embargo, es una opción saturada, demasiados frentes abiertos en el mundo, muchas guerras y conflictos colman las solicitudes de acogida y la capital no es factible, los meses pasan y la espera llega a su fin: La Cruz Roja encuentra una plaza para ellos pero hay que viajar al sur.

Málaga es la opción, la ciudad natal de Picasso, de la Costa del Sol. La decisión es sencilla, para ellos lo importante es tener un lugar para vivir.

Alojados en el Centro de Refugiados, se instalan mientras su situación se regulariza. Los trámites son largos, los papeles que portan son temporales, España tiene que decidir conforme a la información que los tres ciudadanos ucranianos le otorgan y la situación de riesgo que supone el regresar a su país de origen para que se les reconozca la solicitud de protección internacional.

La Cruz Roja logró ampliar de 22 a 42 las plazas disponibles en la provincia gracias al Real Decreto Extraordinario, que el gobierno aprobó en septiembre del 2015. Esta ordenanza busca ampliar las ayudas a los refugiados y en el caso concreto de Málaga, servirán para afrontar otro de los problemas que requieren la atención de Europa: la llegada de inmigrantes a la costa que huyen desde África hasta la ciudad de Melilla.

Es prácticamente imposible la batalla para lograr un lugar en el saturado Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, primer lugar donde se accede al continente desde el Mediterráneo en busca de un lugar mejor.

Hoy, a un año de haber dejado atrás Ucrania y sus temperaturas bajo cero, la comida típica española es del agrado de la pareja. La paella que tanto gusta a los extranjeros en las terrazas al lado del mar, no es la excepción para ellos. Sin embargo, el gazpacho los divide: mientras que a Yanina le agrada, a Dymitro no acaba de convencerle. Gracias a la Unión Europea, los alimentos originarios de Ucrania son fáciles de conseguir y algunos sabores y olores le regresan un pedazo de patria.

Yanina obtuvo un contrato para un empleo temporal como parte de un proyecto de integración en McDonald’s en una nueva franquicia que se abrió en Málaga. Fue seleccionada para laborar allí despachando hamburguesas.

Dymitro no ha tenido suerte laboral pero continúa con sus cursos de formación mientras el desempleo en España ronda en más de cuatro millones de personas.

Hoy, los Vikhrov los invade la nostalgia aunque el anuncio que acaban de escuchar no les sorprende. La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos advierte sobre las violaciones sistemáticas de las garantías básicas en el este de Ucrania. Como ejemplo están los bombardeos, ejecuciones, detenciones arbitrarias y torturas. Cinco millones de personas permanecen en zonas de conflicto, entre ellos sus padres, amigos, los amiguitos de Tymur. Hasta mayo del año pasado, 6 mil ucranianos perdieron la vida, otros 16 mil fueron heridos.

Para Tymur el principio fue complicado. Los niños no lo entendían y él tampoco. El ruso, ucraniano y el español son una mezcla complicada para un infante de cuatro años, la frustración le llevaba al llanto hasta que aprendió a relacionarse en castellano con los niños del jardín. Ahora su español es más fluido, va a la escuela y está contento, incluso a veces le reclama a Yanina cuando no le entiende las frases en español. Las actividades para él, dentro de la escuela y del comedor comunitario, hacen que cada día se convierta en un malagueño más. Tymor Crece ajeno a la palabra guerra, cerca del mar donde le gusta romper las olas con los pies.

Por: MODESTO FRÍAS

Nacido en Ginebra, Suiza, este español, chilango por adopción, vivió durante casi 30 años en la Ciudad de México; ha sido colaborador de diario Excélsior y trabajado para empresas del sector informático. Hoy utiliza la pluma para describir lo que ve, a través del periodismo y compartiendo el sabor de la cocina mexicana.

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PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR 

SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA

TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO