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Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

CUARTA ENTREGA

Son las diez de la noche en Gorlovka, Ucrania. Cinco militares derriban con armas largas la puerta del vecino de enfrente, el mismo hombre que los Vikhrov saludan todas las mañanas.

Yanina se asoma por la mirilla de la puerta: De ese lado, sacan al hombre en ropa interior mientras sus padres gritan, lloran. De éste lado, un niño de cuatro años despertado por los gritos, se esconde detrás de las piernas de mamá. El vecino no regresó a casa pero el miedo se quedó en el hogar de Dymitro, Yanina y el pequeño Tymur.

El miedo tocó a las puertas de una familia joven que vivía en un país en guerra.

Y ¿si el siguiente es mi esposo? Se pregunta Yanina atormentada. No quisieron quedarse en Ucrania para conocer la respuesta.

Dymitro

Si Dymitro hubiera nacido un par de décadas antes, su futuro seguramente hubiese estado marcado por las minas de carbón; si se hubiese definido por lo que estudió en la escuela, probablemente hoy trabajaría en una industria como ingeniero en calefacción y gas natural. Pero su primer futuro, el marcado por los inicios en la vida laboral, estuvo regido igual que el de muchas otras personas que viven en zonas económicas deprimidas. Se trabaja de lo que hay.

Dymitro nació en Gorlovka, Ucrania en 1985. Su ciudad natal fue construida sobre yacimientos de carbón que en algún momento tuvieron un alto valor estratégico; durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis estaban a punto de ocupar la ciudad, los soviéticos prefirieron inundar las minas antes que dejarlas en manos de los invasores.

Tras la liberación de Gorlovka, sus yacimientos carboníferos alimentaron por años el voraz apetito energético de la Unión Soviética. Hasta el día en que la geopolítica, tras una vuelta de tuerca de la revolución tecnológica, provocase que el carbón ya no fuera un asunto de seguridad nacional y soberanía energética para los gobiernos.

Y no es que a Dymitro hubiese tenido una vida difícil en su ciudad natal, esa población ucraniana erigida sobre un yacimiento de carbón.

Como gerente de ventas de una empresa que vende mariscos, su día a día estaba marcado por inventarios, distribución, cadenas de frío y la exigencia de supermercados que querían ver sus anaqueles llenos de los“frutos del mar” que ofrece un país con miles de kilómetros de litoral.

La imagen de este joven refugiado en España es la de un hombre de complexión fuerte con corte de cabello estilo militar a los lados, pero más largo en su parte superior, con un tono castaño claro, es alto. Lleva una sudadera gris con tres palabras en relieve de color rojo que rezan ‘Paris, London, Tokyo’; sus gafas de aviador con lentes amarillos, reflejan constantemente la luz natural. En otras circunstancias, este joven ucraniano que hoy vive en Málaga, podría hacerse pasar por un modelo de pasarela sin que nadie lo dudara.

Dymitro conoce la situación de su país de origen a través de los relatos de sus padres pero la comunicación con ellos es más analógica que digital, la tecnología no es para él. Mientras hace el gesto de presionar teclas en un teléfono imaginario y no de pantalla digital, cuenta que la información que reciben  sabe que “está editada” por sus padres que prefieren no alarmarlos demasiado.

También tiene la versión de los amigos que dejó. Una familia como la suya y con un niño de edad similar que no habla, a diferencia de Tymur que es parlanchín, tampoco puede controlar su esfínteres porque el estrés y el miedo se apoderan de él: tiene que dormir en un pasillo con las ventanas tapadas con cartones que impiden la entrada de luz y aire.

En una ocasión, cuenta Dimitro, cuando iba al trabajo el automóvil que iba delante suyo fue tiroteado frente a un retén; a él sólo lo revisaron y después le dejaron ir.

Yanina

Nació en Gorlovka al igual que Dymitro pero un año después, en 1986.

Su ciudad natal también es ese pueblo ucraniano erigido sobre un yacimiento de carbón en 1906 y que en la década de los 60 emprendió carrera económica en la industria química para poder adaptarse a los cambios de hábitos energéticos que prefirieron adoptar el gas como una fuente de energía más limpia y práctica.

Antes de huir de su pueblo, era profesora y secretaria de medio tiempo. Su principal don, es ser políglota. Yanina habla ruso, ucraniano, inglés, francés y español. Sus días como docente tampoco eran muy complicados ni muy diferentes al del resto de sus colegas en todo el mundo. Su principal tema de preocupación eran el de sus alumnos: los deberes, los exámenes. El fin de curso.

Una pashmina con motivos azules y verdes que hace las veces de bufanda, cazadora marrón y una tez blanca color porcelana, provocan que su acento afrancesado la confundan como una comunitaria más de Málaga en España. Pocos acertarían al saber que en realidad nació en un país que ya no existe: La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas URSS.

En la mesa encuentra su teléfono móvil y un trozo doblado de cartulina rojo que no es otra cosa que la identificación provisional otorgada por el gobierno de España, mientras se resuelve su situación en el país como refugiada.

Aunque es otoño, la ciudad se niega dejar el calor. A este fenómeno los malagueños le llaman el ‘veroño’: un otoño con temperaturas veraniegas que empiezan lentamente a bajar. Nunca similar al glaciar de Ucrania, pero si lo suficiente como para desempolvar los abrigos de los armarios.

Los padres de Yanina, entraron en la era del siglo XXI, tienen Internet en su casa y eso facilita las cosas, pueden hablar y verlos e intentan hacerlo a diario aunque no siempre es posible por la situación de allá. Ellos describen una ‘normalidad que les permite salir y pasear un poco, pero que se ve interrumpida por una semana o más en la que no pueden salir ni a la calle, ni ver la luz del sol’.

—Tuvieron que acoplar una cama y cuando empiezan los disparos ellos tienen que bajar y refugiarse —cuenta Yanina a kilómetros de distancia tras un año de huir de Ucrania.

Ucrania: un hombre, un arma

Gorlovka es la ciudad donde vivía la familia Vikhrov en Ucrania.

También viven ahí los suegros de la joven pareja, incluso sus abuelos, el origen ucraniano les viene de lejos, aunque tienen familia en Rusia. Cuando la independencia, los territorios cambiaron de gobiernos, nacionalidades, ahora viendo Ucrania a los lejos, Yanina, Dymitro y Tymur, tienen familia en el extranjero.

De la casa al trabajo y viceversa era el día a día de una familia normal ucraniana. Trabajar para vivir cómodamente y tener sus lujos, dinero para viajar y dos coches, porque los dos trabajaban en diferentes lugares. Con un buen lugar para vivir, con trabajo y un pequeñín de cuatro años, el futuro lo veían con alegría.

Ucrania se convirtió en país independiente de la Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov en 1991 y desde ese momento empezó el conflicto. La pérdida del territorio, poder y casi 46 millones de habitantes no es cosa menor. Desde ese día y hasta ahora con el nombre de Rusia, esta nación ha intentado mantener su influencia sobre este país a través de la política o económicamente mediante el control de diversas mercancías o negocios.

El conflicto actual comenzó prácticamente por las mismas razones, el país se divide entre aquellos que añoran las condiciones que tenían con la URSS, conocidos como los pro-rusos y los que buscan acercarse hacia la Unión Europea, llamados pro-occidentates, lo que llevó a las calles a la milicia y armar a la población civil: un hombre un arma.

El ruido de las balas se volvió un acompañamiento acústico en una ciudad cuyos habitantes tienen que sobrevivir con lo poco que tienen, con cortes de luz y gas que se soportan en los meses cálidos pero se sufren en el invierno.

Málaga: zapatos rojos

Yanina y Dymitro están sentados en la Cruz Roja en una oficina pequeña improvisada para contar su historia. Tiene de fondo tres banderas y una pared acristalada transparente con múltiples cruces blancas y rojas. El acento afrancesado de Yanina la delata.

La violencia no es exclusiva de conflictos bélicos, hay diferentes víctimas.

En Málaga, la Cruz Roja intenta sensibilizar sobre la violencia de género con la campaña Zapatos Rojos. Una docena de tacones, balerinas, sandalias y botas aparecen en cada escalón que conduce a la sala donde está Yanina. Cada zapato representa a las mujeres asesinadas por violencia de género.

Ellos no están bien —son las palabras más duras de Yanina con la voz entrecortada analiza la situación.

Intenta contenerse con los dedos para no llorar, y esboza una sonrisa para evitarlo, incluso lanza un “lo siento”.

Sus padres están solos y recordarlo a viva voz hace que sus ojos se pongan rojos, las lágrimas empiezan a brotar, sus dedos se mueven con rapidez, los pañuelos desechables aparecen para ayudarla “Como todas las chicas” comenta con actitud vencida refiriéndose al llanto que cubre sus mejillas.

La vida de este matrimonio  es muy diferente hoy.

De la comodidad de la casa propia y de dos vehículos, han pasado al piso comunitario, un lugar compartido con otras familias también refugiadas de Siria, China, Marruecos y otra ucraniana. Comparten dos cocinas y tres baños, cada uno tiene su habitación. Realizan actividades, juegos con los niños, y conversan de cualquier tema excepto de los conflictos de sus respectivos países. La gastronomía malagueña les gusta, el pescado y marisco es más accesible que en Ucrania y hay más bares y restaurantes que sirven comidas donde el mar es el protagonista.

El centro de refugiados es el lugar donde pasan la mayor parte del tiempo, ahí hacen vida cotidiana, pero la Cruz Roja, también les organiza una serie de actividades para su integración en la sociedad española, visitas a museos, excursiones, además de cursos de idiomas y de capacitación como el que Dymitro comenzó para su formación como recepcionista de un hotel.

La travesía

Kiev fue la solución más inmediata que encontraron para no correr la misma suerte que su vecino arrestado; o que el hombre en el retén; o que el niño que no duerme y se caga por la noche al compás de los morteros.

Que no quieren el calvario de muchos otros compatriotas.

La situación en Gorlovka se complicaba día a día y optaron por salir hacía la capital, ahí tras dos semanas esperaron con cierta ingenuidad que las cosas se tranquilizaran pero no fue así.

Compraron un boleto de avión hacia Barcelona, España. Tenían dinero ahorrado y podrían pasar un tiempo de turistas mientras se calmaban las cosas y el conflicto terminaba y así evitar el trauma de un niño de cuatro años que no entiende por qué lo despertaron esa noche, pero la situación lejos de solucionarse fue empeorando.

Primero Barcelona, después ocho meses donde una amiga en Madrid. El dinero que hasta entonces no era un problema, se acabó.

La ayuda más inmediata fue la Cruz Roja en Madrid, retornar es imposible. Las bombas han destruido el aeropuerto de la región, incluso el estadio Donbass Arena, sede de la Eurocopa 2012 donde el equipo ucraniano FK Shajtar Donetsk fue atacado. Dymitro era abonado del equipo ahora sus gustos han cambiado y profesa ser hincha del Real Madrid.

Madrid, sin embargo, es una opción saturada, demasiados frentes abiertos en el mundo, muchas guerras y conflictos colman las solicitudes de acogida y la capital no es factible, los meses pasan y la espera llega a su fin: La Cruz Roja encuentra una plaza para ellos pero hay que viajar al sur.

Málaga es la opción, la ciudad natal de Picasso, de la Costa del Sol. La decisión es sencilla, para ellos lo importante es tener un lugar para vivir.

Alojados en el Centro de Refugiados, se instalan mientras su situación se regulariza. Los trámites son largos, los papeles que portan son temporales, España tiene que decidir conforme a la información que los tres ciudadanos ucranianos le otorgan y la situación de riesgo que supone el regresar a su país de origen para que se les reconozca la solicitud de protección internacional.

La Cruz Roja logró ampliar de 22 a 42 las plazas disponibles en la provincia gracias al Real Decreto Extraordinario, que el gobierno aprobó en septiembre del 2015. Esta ordenanza busca ampliar las ayudas a los refugiados y en el caso concreto de Málaga, servirán para afrontar otro de los problemas que requieren la atención de Europa: la llegada de inmigrantes a la costa que huyen desde África hasta la ciudad de Melilla.

Es prácticamente imposible la batalla para lograr un lugar en el saturado Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes, primer lugar donde se accede al continente desde el Mediterráneo en busca de un lugar mejor.

Hoy, a un año de haber dejado atrás Ucrania y sus temperaturas bajo cero, la comida típica española es del agrado de la pareja. La paella que tanto gusta a los extranjeros en las terrazas al lado del mar, no es la excepción para ellos. Sin embargo, el gazpacho los divide: mientras que a Yanina le agrada, a Dymitro no acaba de convencerle. Gracias a la Unión Europea, los alimentos originarios de Ucrania son fáciles de conseguir y algunos sabores y olores le regresan un pedazo de patria.

Yanina obtuvo un contrato para un empleo temporal como parte de un proyecto de integración en McDonald’s en una nueva franquicia que se abrió en Málaga. Fue seleccionada para laborar allí despachando hamburguesas.

Dymitro no ha tenido suerte laboral pero continúa con sus cursos de formación mientras el desempleo en España ronda en más de cuatro millones de personas.

Hoy, los Vikhrov los invade la nostalgia aunque el anuncio que acaban de escuchar no les sorprende. La Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos advierte sobre las violaciones sistemáticas de las garantías básicas en el este de Ucrania. Como ejemplo están los bombardeos, ejecuciones, detenciones arbitrarias y torturas. Cinco millones de personas permanecen en zonas de conflicto, entre ellos sus padres, amigos, los amiguitos de Tymur. Hasta mayo del año pasado, 6 mil ucranianos perdieron la vida, otros 16 mil fueron heridos.

Para Tymur el principio fue complicado. Los niños no lo entendían y él tampoco. El ruso, ucraniano y el español son una mezcla complicada para un infante de cuatro años, la frustración le llevaba al llanto hasta que aprendió a relacionarse en castellano con los niños del jardín. Ahora su español es más fluido, va a la escuela y está contento, incluso a veces le reclama a Yanina cuando no le entiende las frases en español. Las actividades para él, dentro de la escuela y del comedor comunitario, hacen que cada día se convierta en un malagueño más. Tymor Crece ajeno a la palabra guerra, cerca del mar donde le gusta romper las olas con los pies.

Por: MODESTO FRÍAS

Nacido en Ginebra, Suiza, este español, chilango por adopción, vivió durante casi 30 años en la Ciudad de México; ha sido colaborador de diario Excélsior y trabajado para empresas del sector informático. Hoy utiliza la pluma para describir lo que ve, a través del periodismo y compartiendo el sabor de la cocina mexicana.

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PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR 

SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA

TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO