Entre rejas

El brillo de la luz que iluminaba desde lejos la vía por donde conducía una motocicleta, lo detuvo. Eran aproximadamente las diez de la noche cuando se despidió de su novia, se puso el saco, el chaleco y el casco, tomó las llaves y le dijo adiós.


Por: María de la Luz Palacios Estrada

Antes de ir a su casa tenía pensado arrimar a la panadería para comprar el pan del desayuno, como de costumbre.

Era una noche fría como las que hacen en Soacha; sin temor alguno emprendió su viaje, pero cuando vio esa luz lejana se estacionó en una esquina y dudaba si seguir o devolverse, ¿pero devolverse por qué?

“Lo pensé bien y si eran los ‘tombos’ no me antecedía nada más que un porte ilegal de armas, cosa que no tuve en cuenta por el momento. Decidí seguir mi camino, pero nuevamente la iluminación se interpuso y en medio de ella salió un hombre que me hizo señales de pare”, cuenta Yimmi Leal, al recordar la noche en que su vida tomó un rumbo inesperado.

Una requisa, todo normal. Entregó la cédula y qué raro, nada que se la devolvían para terminar su viaje. “Una hora, dos horas y nada, uno así ya se preocupa”, dice Yimmi.

Ansioso de llegar a casa, preguntó qué pasaba y uno de los militares, sin decir nada, lo subió a un camión donde había más jóvenes; pero ¿por qué?, él seguía sin entender. ¿Sería la luz al final del túnel que no debía haber seguido?

Ya han pasado once años y Yimmi Leal sigue preso en la Cárcel Modelo de Bogotá.

Todos los días a las cinco y media de la tarde suena una alarma que anuncia la hora de ir a dormir. Su vida se ha convertido en una monotonía y no le queda más que pensar en la que disfrutaba al lado de su familia, sus amigos y del hijo que estaba gestándose cuando se lo llevaron.

Con las luces ya apagadas y después de escuchar el ruido que despiden las rejas cuando son tocadas con un bolillo para verificar que estén cerradas, recuerda línea a línea las palabras que componen su sentencia: condenado a 390 meses y, como si fuera poco, a pagar 2.010 salarios mínimos porque lo acusaron de ser ‘coautor del delito de concierto para delinquir agravado en concurso heterogéneo con y porte ilegal de armas de defensa personal y homicidio agravado en las personas de Jeison Isidro y Diógenes Bayona Téllez’.

Su voz gritando inocencia y clamando libertad hacen eco en sus pensamientos, y aunque el video que está en la página de Youtube donde se escucha la voz de unos hombres que dicen ser los culpables del asesinato de los hermanos Bayona y que no conocen al señor Yimmi Leal, según lo manifestado por Yimmi no ha sido suficiente para ahondar en la investigación de su inocencia; él continúa enviándole cartas al presidente para que su caso no siga pasando desapercibido.

Entre rejas, cree que nada ha sucedido con él porque es uno más de los miles que no tienen cuello blanco ni los beneficios que esto le otorgaría, porque no tiene el dinero suficiente ni las influencias para emprender una huida “legal por lo ilegal”, sin más que un pantallazo por la televisión.

Lo que más le duele es el tiempo que su hijo ha crecido sin el calor de padre que él pudiera darle si no estuviera preso; el estar lejos de su familia y de su compañera sentimental; además, exclama su vergüenza por ser acusado de paramilitar y asesino.

Entre tanto, ha llegado a la conclusión de que “los jueces en vez de toga deberían llevar un traje de colores y un pimpón en la nariz, claro que eso sería una ofensa para los payasos que trabajan honestamente”.

Mientras el tiempo pasa y los días se acaban, los va tachando con la ansiedad de que se acaben rápido y así pueda gritar: LIBERTAD.