BMX

Un entretenimiento poco convencional y no inscrito en los deportes olímpicos, el BMX en la modalidad DirtJump, que consiste en la realización de acrobacias en el aire, cautiva a los habitantes del Barrio El Ingenio.
Casi todos los días, decenas de deportistas de diferentes sitios de la ciudad llegan hasta el Parque El Ingenio, ubicado en la carrera 80 con calle 16 para practicar esta disciplina que en los últimos años ha tomado fuerza en el país.


Por: Yurleny Ramírez Benavides – @enigma2leny
Cristian Javier Robles Molina – @croblesmolina91
Natalia Jiménez B – @MalariaX

Este parque del sur de Santiago de Cali es reconocido por la gran cantidad de personas que van desde tempranas horas del día a realizar variadas actividades deportivas; el fútbol es la más frecuente, pero también hay caminata, patinaje y ciclismo convencional, entre otras.

En un sitio específico del parque se practica esta variedad del BMX. Aunque a tempranas horas es un lugar diferente, vacío y sin gracia, más parecido a un colegio desocupado, más tarde cobra vida –como el claustro cuando llegan sus estudiantes-; al ser visitado por espontáneos que ignoran o pasan por alto el desafío constante a la gravedad en esas rampas de tierra, al que se enfrentan los practicantes.

Es una tierra de extraños, de impropios, de curiosos que se arriesgan en las rampas, es la tierra de los no bikers. Al pasar el día se convierte en la tierra de unos pocos, que aún continúan siendo extraños, extraños arriesgados, extraños de bicicletas pequeñas, coloridas y exótica;, en horas de la tarde, es la tierra de los sí bikers.

Ahora es un lugar de arriesgados, lugar de intrépidos, es el Parque del Ingenio, pero no el de todos, es el parque de los que saltan, el parque de los admirados por unos y envidiados por otros, es el parque del Ingenio, el parque de los bikers del sur de Cali.

Cuando llegan sus “estudiantes”, este “colegio” empieza a tomar vida, es un colegio de jornadas extrañas, pocos usuales, las “clases” son de jueves a domingo, generalmente, horarios que empiezan desde las dos de la tarde hasta las horas de la noche cuando son días de semana. Los sábados y domingos es en jornada continua.

Las bicicletas pequeñas, coloridas y exóticas, empiezan a ser el común denominador de los objetos que empiezan a contribuir en el ambiente de los extraños arriesgados, bicis en el suelo amontonadas con la intención de brindar un poco de seguridad para sus “novias” con ruedas, las incondicionales, las que no se prestan.

Los primeros esbozos de las proezas que desafían la gravedad se asoman tímidamente, perezosos, fríos y lentos, las coyunturas están frías. Todavía no son los veloces, no son los arriesgados, no son los intrépidos, ahora sólo están calentando.

Las acrobacias empiezan a ser rápidas, intrépidas, impresionantes, ahora es un espectáculo gratuito, ahora sí son los veloces. Las pequeñas y coloridas bicicletas empiezan a estar en el aire, a caer, a ser el placer de sus corredores, ellas empiezan a hablar en un lenguaje que sólo los bikers entienden, sus sonidos característicos, tales como los pequeños piñones, las gruesas llantas infladas a su máxima presión.

Los giros de los marcos, de la dirección, de la bicicleta completa ayudada por sus intrépidos corredores, se van convirtiendo en aplausos, en un simple, pero importante “buena esa” o un aún más significativo golpe con los puños.

La noche aparece sin causar mayor impacto en los corredores, noche que espanta al público que admirado sólo atina a decir “eso manes son muy arriesgados, me gustaría hacer eso, pero me da miedo”.
Los intrépidos se comienzan a cansar, las pequeñas bicis, vuelven a estar nuevamente una sobre la otra, con el correr de la noche los saltos y acrobacias empiezan a desaparecer, el idioma de las bicis es hablado sólo por unas pocas, ya se están callando. Ahora empieza el lenguaje humano, conversaciones que por más que sean en español, todavía sólo los bikers entienden.

El ingenio, el parque de los sí bikers vuelve de nuevo a ser la tierra de extraños, impropios y curiosos, vuelve a ser el colegio sin estudiantes, vuelve ser el Parque El Ingenio, el parque de todos, el parque de los no bikers.

Chaza: El ´Tenis pastuso´

Ciento veinte metros de cancha, seis líneas amarillas horizontales en los extremos del campo pavimentado, raquetas grandes de cuero, pelota de Tenis, ocho integrantes divididos de cuatro en cada orilla; pelota al aire, se inicia el juego.


Por: Sebastián Castillo y Jamir Mina
@sebas_cuellar
@jamirlions

Son las dos de la tarde, el sol es cada vez más intolerante, pero los ocho guerreros en cada golpe a la pelota lo hacen con una fuerza que contagia a los espectadores que se ubican en una improvisada tribuna que consta de una gradería en pavimento, “esa bola estaba afuera” “qué buen punto” son las frases más comunes entre el público. El revés, el revés de dos manos, slice, bolea, remache. Son movimientos propios de la élite del tenis, que los ocho guerreros en cancha tratan de imitar.

La Chaza es un deporte europeo, que los habitantes del departamento de Nariño adoptaron y moldearon a su estilo; en el juego se utilizan raquetas llamadas Bombos, que son hechas con cuero de chivo; el terreno de juego está limitado por dos líneas laterales denominadas cuerdas y éstas se distancian entre diez y veinte metros. En el centro se encuentra una línea divisoria llamada tranquilla, que es la encargada de separar la cancha en dos partes.

Va media hora de partido y la algarabía no cesa ni un minuto, en esta ocasión los ocho guerreros en cancha, superan los 50 años de edad en promedio, eso hace más llamativo el partido.

Esteban Gómez es uno de los veteranos más destacados. Cada fin de semana acude al Coliseo del Pueblo a encontrarse con sus compañeros de juego. “Soy pensionado y la única distracción que me queda es el deporte, por eso los sábados y domingos son días especiales para mí”. Esteban tiene unos 60 años, las canas ya empiezan a decolorar su pelo negro, su estatura es 1.68 y su torso grueso no le impiden realizar buenos movimientos en la cancha.

El juego continúa, el cansancio se empieza a evidenciar en algunos, mientras en otros el paso de los minutos trae más lucidez; el juez del juego está parado en el centro-izquierda de la cancha, utiliza un sombrero en forma de sombrilla para protegerse de los rayos del insoportable sol, a veces el juego se interrumpe por algún punto discutido, pero el respeto que se tienen hace que el juego continúe sin contratiempos.

“Para nosotros este es un espacio fundamental, pues aquí venimos con los hijos y los nietos a jugar Chaza, con esto conservamos nuestra principal tradición, que es compartir con la familia” explica Guillermo Hincapié, quien desde la tribuna mira inquietamente el partido.

Las líneas amarillas se dividen en uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis; siendo uno, la línea más retirada. Con esos números se determina de dónde es el saque de cada jugador, entre mayor edad, mayor número; o sea, los más veteranos sacan desde más cerca.

El terreno para los partidos de Chaza está ubicado en la zona verde del Coliseo del Pueblo; “estos predios son propiedad del municipio y nos fueron entregados por un comodato de cinco años. Fue un arreglo que hicimos con Coldeportes”, explica Franco Patiño, presidente de Chaza Club Cali.

El reloj marca las 3:20 de la tarde y aunque los raquetazos no dan tregua, ya los movimientos de los jugadores son más lentos, Esteban se nota un poco fatigado al igual que sus compañeros, el espacio en las graderías está totalmente colmado.

A las afueras del terreno hay un espacio gastronómico nariñense, donde los espectadores se alimentan mientras disfrutan del partido, Sopa de Mondongo y Cuy son los platos más apetecidos. “la gente viene desde temprano a pasar un domingo en familia, este día es para divertirse”, afirma Clara Morales, espectadora del juego.
La Chaza se puede jugar en varias modalidades: con la mano, la tabla (raqueta en madera) y el Bombo (raqueta de cuero). Con la que más se juega en esta sede es con el Bombo. Palmira, Tuluá y Vijes son otras ciudades del Valle en donde se práctica Chaza.

“Chaza, Chaza, Chaza” gritan los compañeros de Esteban, la gente en la tribuna empieza a levantarse de sus puestos, la algarabía regresa a las tribunas, faltan diez minutos para las cuatro de la tarde y al partido solo le falta un punto para que finalice. El equipo de Esteban va adelante, cuando falta un punto, la palabra set-point (en tenis) se reemplaza por Chaza.

El ansiado punto ha llegado, los dos equipos cruzan las líneas y todo termina en un apretón de manos y un abrazo. Con su ceño sudoroso Esteban saluda a sus compañeros, la alegría ha terminado, todo vuelve a ser normal en su vida. A varios de estos ocho guerreros los espera una larga jornada de trabajo al día siguiente; a otros solo su vida cotiadana, pues la pensión se encarga de lo demás.

Para Esteban, cada domingo es una historia diferente, pero siempre termina mejor de lo que ha pensado en la semana: “casi no definimos ese partido, estuvo duro, pero gracias a Dios toso salió perfecto. El juego ha terminado”.