Ciento veinte metros de cancha, seis líneas amarillas horizontales en los extremos del campo pavimentado, raquetas grandes de cuero, pelota de Tenis, ocho integrantes divididos de cuatro en cada orilla; pelota al aire, se inicia el juego.


Por: Sebastián Castillo y Jamir Mina
@sebas_cuellar
@jamirlions

Son las dos de la tarde, el sol es cada vez más intolerante, pero los ocho guerreros en cada golpe a la pelota lo hacen con una fuerza que contagia a los espectadores que se ubican en una improvisada tribuna que consta de una gradería en pavimento, “esa bola estaba afuera” “qué buen punto” son las frases más comunes entre el público. El revés, el revés de dos manos, slice, bolea, remache. Son movimientos propios de la élite del tenis, que los ocho guerreros en cancha tratan de imitar.

La Chaza es un deporte europeo, que los habitantes del departamento de Nariño adoptaron y moldearon a su estilo; en el juego se utilizan raquetas llamadas Bombos, que son hechas con cuero de chivo; el terreno de juego está limitado por dos líneas laterales denominadas cuerdas y éstas se distancian entre diez y veinte metros. En el centro se encuentra una línea divisoria llamada tranquilla, que es la encargada de separar la cancha en dos partes.

Va media hora de partido y la algarabía no cesa ni un minuto, en esta ocasión los ocho guerreros en cancha, superan los 50 años de edad en promedio, eso hace más llamativo el partido.

Esteban Gómez es uno de los veteranos más destacados. Cada fin de semana acude al Coliseo del Pueblo a encontrarse con sus compañeros de juego. “Soy pensionado y la única distracción que me queda es el deporte, por eso los sábados y domingos son días especiales para mí”. Esteban tiene unos 60 años, las canas ya empiezan a decolorar su pelo negro, su estatura es 1.68 y su torso grueso no le impiden realizar buenos movimientos en la cancha.

El juego continúa, el cansancio se empieza a evidenciar en algunos, mientras en otros el paso de los minutos trae más lucidez; el juez del juego está parado en el centro-izquierda de la cancha, utiliza un sombrero en forma de sombrilla para protegerse de los rayos del insoportable sol, a veces el juego se interrumpe por algún punto discutido, pero el respeto que se tienen hace que el juego continúe sin contratiempos.

“Para nosotros este es un espacio fundamental, pues aquí venimos con los hijos y los nietos a jugar Chaza, con esto conservamos nuestra principal tradición, que es compartir con la familia” explica Guillermo Hincapié, quien desde la tribuna mira inquietamente el partido.

Las líneas amarillas se dividen en uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis; siendo uno, la línea más retirada. Con esos números se determina de dónde es el saque de cada jugador, entre mayor edad, mayor número; o sea, los más veteranos sacan desde más cerca.

El terreno para los partidos de Chaza está ubicado en la zona verde del Coliseo del Pueblo; “estos predios son propiedad del municipio y nos fueron entregados por un comodato de cinco años. Fue un arreglo que hicimos con Coldeportes”, explica Franco Patiño, presidente de Chaza Club Cali.

El reloj marca las 3:20 de la tarde y aunque los raquetazos no dan tregua, ya los movimientos de los jugadores son más lentos, Esteban se nota un poco fatigado al igual que sus compañeros, el espacio en las graderías está totalmente colmado.

A las afueras del terreno hay un espacio gastronómico nariñense, donde los espectadores se alimentan mientras disfrutan del partido, Sopa de Mondongo y Cuy son los platos más apetecidos. “la gente viene desde temprano a pasar un domingo en familia, este día es para divertirse”, afirma Clara Morales, espectadora del juego.
La Chaza se puede jugar en varias modalidades: con la mano, la tabla (raqueta en madera) y el Bombo (raqueta de cuero). Con la que más se juega en esta sede es con el Bombo. Palmira, Tuluá y Vijes son otras ciudades del Valle en donde se práctica Chaza.

“Chaza, Chaza, Chaza” gritan los compañeros de Esteban, la gente en la tribuna empieza a levantarse de sus puestos, la algarabía regresa a las tribunas, faltan diez minutos para las cuatro de la tarde y al partido solo le falta un punto para que finalice. El equipo de Esteban va adelante, cuando falta un punto, la palabra set-point (en tenis) se reemplaza por Chaza.

El ansiado punto ha llegado, los dos equipos cruzan las líneas y todo termina en un apretón de manos y un abrazo. Con su ceño sudoroso Esteban saluda a sus compañeros, la alegría ha terminado, todo vuelve a ser normal en su vida. A varios de estos ocho guerreros los espera una larga jornada de trabajo al día siguiente; a otros solo su vida cotiadana, pues la pensión se encarga de lo demás.

Para Esteban, cada domingo es una historia diferente, pero siempre termina mejor de lo que ha pensado en la semana: “casi no definimos ese partido, estuvo duro, pero gracias a Dios toso salió perfecto. El juego ha terminado”.