Ciudad Juárez: la apuesta por la paz (Primera entrega)

A partir de hoy, www.utópicos.com.co, en alianza con www.Lopolitico.com recorre las calles y las profundidades de una parte de la frontera mexicano-estadounidense, que renace de las cenizas, en una serie de cinco capítulos.


Capítulo 1.
Juárez, ayer y hoy

A cinco años de ser considerada la ciudad más violenta del mundo, Juárez (México) pasa del miedo a la esperanza: 28 meses sin un secuestro, la extorsión fue erradicada y hubo 2 mil 700 asesinatos menos, comparados con el 2010. La fórmula está en el valor de su gente. 


Enero de 2016. —Estamos próximos aterrizar en el Aeropuerto Internacional Abraham González de Ciudad Juárez, Chihuahua. Son las 9:30 de una mañana de domingo en que el frío sopla con fuerza. Dice la azafata que se esperan temperaturas máximas de 15 grados y mínimas de seis. Juárez vive en medio de inclemencias. La violencia dejó más de 10 mil asesinatos entre 2009 y 2011, el clima en verano supera los 40 grados y las heladas del invierno registran cifras históricas de menos once grados, como las ciudades más frías de Canadá.


¿Me permite por favor su equipaje abierto sobre la mesa?

—Sí claro—

¿De dónde viene la señorita?

—Del Distrito Federal—

¿Por cuántos días?

—Cuatro—

¿A qué se dedica?

—Soy periodista—

Claro, vino a ver la visita del Papa Francisco, bienvenida a Ciudad Juárez.

El uniformado de café y manchas verdes no es policía; es un militar fornido, amable, que mira a los ojos. Hace cinco años, 5 mil soldados del Ejército Mexicano llegaron a esta ciudad fronteriza con los Estados Unidos, para hacerle frente a la delincuencia organizada que había convertido a Juárez en la ciudad más violenta del mundo, con 3.007 asesinatos en 2010. Pero no, ahora no hay ni cien, ni tanques de guerra con ametralladoras, ni soldados -uno detrás del otro custodiando un arma de largo alcance-. La fila para rentar autos en el aeropuerto supera las quince personas en una ciudad que alberga a millón 500 habitantes, la más grande de Chihuahua.

Algo ha cambiado
Por la Avenida de los Insurgentes una muchacha mueve las manos en el volante mientras espera que cambie el semáforo; escucha música. Del lado derecho, una camioneta deja la ventana abierta para que un perro saque la cabeza. Un joven ofrece a los conductores dulces, chicles, aguas. Esa escena resultaría normal de no ser porque hasta hace cinco años, en Ciudad Juárez ningún automovilista miraba a los ojos, ni se hubiera atrevido a observar en detalle lo que ocurría con el auto vecino, menos utilizaría el claxon para poder pasar. Mirar de frente sin fijarse en nadie, era una especie de código de protección en una ciudad que se desangraba por una guerra frontal entre los Carteles de Juárez y Sinaloa, en albores del 2010. Así, mirando al otro por el espejo retrovisor, pitando desesperado en una avenida o fijándose en el auto del lado, murieron cientos.

Ya en el centro, los locales de ropa, zapatos, artesanías, bisutería, restaurantes, carnicerías, papelería, sacan bocinas a la puerta, se escucha un reguetón, una canción de banda norteña, una salsa más allá. Parece una fiesta vecinal donde los microempresarios compiten con canciones pegajosas para avivar las ventas. De frente, un letrero de ‘Yo amo a Juárez’, el refugio de uno que otro indigente que se echa una siesta mientras otros se montan en las letras rojas, se toman la fotografía obligada con la catedral de fondo, la fuente en el parque.

Es el centro de la ciudad, el mismo que años atrás sumergió a decenas de jovencitas de de escasos recursos a la explotación a la esclavitud, explotación sexual, venta de drogas. Así lo detalla un expediente de la Red por las Mujeres de Juárez, que documentó cómo delincuentes coludidos con la policía municipal, sometieron a niñas para luego asesinarlas y tirarlas en un campo algodonero.

Un escenario distinto.

El congreso estatal de Chihuahua reformó el marco jurídico y los códigos penales, les cambió la jugada a los delincuentes. Desde hace dos años, todo aquél que secuestre o extorsione en Ciudad Juárez, tendrá prisión vitalicia. De octubre de 2010 a diciembre de 2015, capturaron a 37 secuestradores que no recobrarán la libertad, al igual que a 117 extorsionadores que cobraban derecho de piso empresarios.

Al fondo está Francisco I, sí, la imagen del Papa, próximo invitado especial de la ciudad. Llegará a Juárez dentro de trece días. En la silueta de cartón, cualquiera puede acercársele y ver como el santo pontífice te abraza. Dentro de una carpa blanca, un libro del mismo color espera el mensaje de la gente.

—Querido Papa Francisco, su visita alegrará los corazones de tantos fieles olvidados. Ciudad Juárez necesita su plegaria para sanar las heridas de una sociedad doliente —atentamente, Teresa.
11.035 fieles han puesto un mensaje como el de Teresa en tres libros que deambulan por el centro, las escuelas, oficinas y zonas marginales. Cuando Bergoglio se despida de la ciudad, llevará en su equipaje los libros blancos.

Pero hubo un día en el que nadie quería visitar Ciudad Juárez, parecía que allí el mundo giraba al revés. Las maestras tenían miedo de los alumnos, los alumnos eran los sicarios de hoy, los policías cuidaban los bares donde explotaban mujeres, las mujeres no regresaban a casa, la casa era un lugar donde mamá debía irse por más de doce horas a una maquiladora a ensamblar partes de un celular. Ese día fue un lunes, un sábado cualquiera del 2010 cuando ni el alcalde de la ciudad vivía en la población que gobernaba.

Al profe Alberto le mataron a su hermano, también profesor, por robarle la camioneta; dejó una viuda con dos hijos pequeños. A Cindy, una policía de 35 años, la delincuencia le quitó a una amiga, también policía municipal. Su cuerpo quedó tendido junto a la patrulla que hoy ella conduce. Ese mismo año, El Mix era un pandillero y se debatía entre la vida y la muerte después de 118 puñaladas mientras a la señora Lupe Cadena, le avisaban que su hijo, estudiante de la preparatoria, había sido masacrado en una fiesta junto a catorce jóvenes más.

En ese oscuro 2010 Juárez perdió… un hijo, un primo, un amigo. Un hermano.

—Más de mil 200 delincuentes que pusieron de rodillas a 5 millones de chihuahuenses, de ese tamaño era el calibre de perversidad de estos hombres que hoy están tras las rejas —reconoce César Omar Muñoz, Secretario de Seguridad Pública en una oficina donde San Judas Tadeo tiene un altar con dos velas, una manzana y un escapulario.

Muñoz está al frente de una corporación policiaca de 2 mil 500 uniformados, 30 por ciento mujeres. La Policía Federal y El Ejército Mexicano se han ido a otras ciudades con altos índices de violencia como Reynosa, Cuernavaca y Acapulco. Juárez ya no aparece en esa lista. Hoy, los municipales son quienes resguardan la ciudad natal del cantante Juan Gabriel.

Juárez sana sus heridas en tiempo récord. De 3.057 homicidios dolosos en 2010, el 2015 cerró con 311. De 76 secuestros se pasó a ninguno, sí, se erradicó el delito. De 93 extorsiones hace cinco años, ahora se registran cinco. Y así el robo con violencia, el de vehículo.

¿Qué pasó en estos cinco años?

—Un gobierno decidido a poner las cosas en orden, a recoger ese clamor de la gente que requería paz y tranquilidad, un gobierno que modificó 220 leyes penales del Código Sustantivo, Penal y Procedimientos Penales para hacer posible que los delitos de alto impacto fueran elevados a la pena máxima. Se hicieron reformas importantes en el sistema penitenciario, que era el centro de operaciones de grupos delincuenciales, se inició una intensa actividad del gobierno y desde la misma sociedad en recuperar sus espacios públicos para que los niños salieran a jugar a los parques, se detuvieron varias bandas de secuestradores, asesinos, extorsiones— contó Javier González Mocken, antes de asumir como alcalde de Ciudad Juárez.
Su antecesor, Enrique Serrano Escobar —quien orquestó la mayoría de las transformaciones de la ciudad fronteriza desde que era Diputado Federal en el 2009— hoy quiere competir para ser el próximo gobernador de Chihuahua, una silla que en el 2010 era impensable para un edil que gobernaba la entonces ciudad más violenta del mundo.

Por Margarita Solano

Jefa de Información de www.lopolitico.com
Corresponsal de www.utópicos.com.co en México 

Ciudad Juárez: la apuesta por la paz (Tercera entrega)

En casa suele soltarse el cabello, pintarse los labios de rosa. Cuando sale a bailar con su esposo, prefiere los pantalones pegados, una falda, un vestido. Entonces usará tacones y con suerte medirá 1.67 metros. Entonces llegará la pregunta incómoda, esa que responde con una franca sonrisa, —Soy policía—.


Capítulo 3
Cindy: la mujer del rifle

El arma larga que sostiene Cindy con la mano derecha le rebasa la cintura casi a la altura del ombligo. Camina con temple, espalda erguida, sin doblegarse al peso de cargar un chaleco antibalas de tres kilos que junto con el rifle, la hacen pesar 58 kilos, seis más de lo habitual.

Cindy llega exaltada, las palpitaciones encuentran reposo cuando narra que viene de interponerse en una riña callejera donde esposó a dos hombres tendidos en el pavimento, de espaldas a su rostro y entre forcejeos, escuchó el clic del cerrojo para subirlos a la patrulla de la Policía Municipal que maneja en Ciudad Juárez. Cuando el agresor escuchó la voz de mujer ordenándole pararse del suelo, le pidió disculpas; antes había intentado escupirle sin atinarle.

La noche anterior había cocinado hamburguesas para sus dos hijos de cinco y doce años mientras veían una película. Vecinas imprudentes la han increpado sobre su profesión “poco femenina”, dicen. Que si le gustan los hombres aunque saben que está casada, que si sabe cocinar y del cuidado del hogar, que si es femenina o más bien machorra. Pero Cindy va más allá de un estereotipo milenario, que comenzó al ser la única mujer de cuatro hermanos y de quince primos

Tiene 35 años, de los que ha dedicado once a la policía de un municipio que navegó entre la sangre y el dolor en vísperas del 2010 cuando más de 3 mil personas fueron asesinadas en la ciudad fronteriza con El Paso, Texas, Estados Unidos. La lucha a muerte por la plaza entre el Cartel de Sinaloa y La Línea, brazo opresor del Cártel de Juárez, dejaron a miles sin hijos, primos, hermanos, mamás, amigos. Cindy perdió a una.

—Era mi amiga, una gran compañera, también policía. Conocía a su esposo, sus hijos, su barrio. Una mañana me tocaba patrullar y me avisaron de un tiroteo cerca, me acerqué a colaborar y allí estaba ella, en el suelo, muerta. Todas las mañanas pensaba en que quizás no iba a regresar, estaba embarazada de mi hijo menor, pero sabía que por él y por mi ciudad, teníamos que seguir dando la batalla.
— ¿Qué fue lo más difícil de ese 2010?
—Ver morir tanta gente y sentir el desprecio de la sociedad. La policía estaba desprestigiada, las miradas de los vecinos como reclamándote, los comentarios fuertes de la gente.
— ¿Qué te llegaron a decir?
—Que no servía para nada, que defendiera mi ciudad.

Cuando Cindy se embarazó, estuvo allí. Cuando su amiga murió, estuvo allí. Cuando la sociedad la increpó, ella también estuvo allí. Cuando Juárez fue la ciudad más violenta del mundo, ella estuvo allí. Ocho años al compás de una policía municipal que en 2010 tenía un diagnóstico desalentador: decenas de uniformados coludidos con la delincuencia.

En ese entonces, la mujer patrullaba las zonas marginales con el mismo rifle que hoy la acompaña a recorrer la Secretaría de Seguridad Pública de Ciudad Juárez. Perseguía asesinos, veía cuerpos destajados en bolsas plásticas, le hablaban microempresarios para reportar extorsiones o amenazas. Hoy, los robos a casas y vehículos son su principal dolor de cabeza.

Se ha enrollado el cabello ensortijado en un nudo a la altura de la nuca que descubre sus orejas puntiagudas. Su rutina arranca a las tres de la mañana cuando deja uniformes y loncheras listos porque una hora más tarde comienza a patrullar las calles de Juárez. Y antes de las tres de las tres, debe estar en la puerta de la escuela donde Joaquín cursa tercero de Kínder.

Cindy habla en clave con sus compañeros, los llama elementos; saluda con firmeza, las voces del radio que escucha a cada paso dicen cosas como “C4”, “confirmado”, “en camino”. Es una de las 523 policías mujeres que resguardan su ciudad como quien cuida de un rebaño de ovejas que a veces se descarrían. Era la única de un salón de clases que formaría a cientos de policías varones. Ahora la acompañan cientos de jovencitas o mujeres maduras a quienes no les tiembla nada cuando de combatir al crimen se trata. Está por concluir sus estudios en Criminología sin pagar un solo peso, la institución avala y modifica los turnos de policías que como ella, quieran obtener un título universitario.

—Esa es la clave, capacitación y cercanía con la comunidad— explica el hombre al frente de la Secretaría de Seguridad Pública, César Omar Muñoz Morales. —Anteriormente todos los elementos tenían apenas la secundaria; hoy, el 90 por ciento tiene preparatoria (bachillerato) y un 30 por ciento -como Cindy- está terminando sus estudios profesionales.

— ¿Las mujeres policías tienen un rol diferente en la institución?
— La policía es una sola corporación, somos dos mil 500 policías municipales hombres y mujeres.

Margarita Solano /Jefa de Información de www.lopolitico.com
Corresponsal de www.utópicos.com.co en México