Los medios en Colombia: entre algoritmos

Los medios en Colombia:
entre algoritmos

Autor:  Pedro Pablo Aguilera

En un país donde la selva amazónica convive con rascacielos de concreto y las telenovelas compiten con las tragedias del Congreso, los medios de comunicación no son solo un espejo de la realidad: son también sus mejores ilusionistas. Colombia, con sus 52 millones de habitantes y una conectividad del 77%, parece estar más informada que nunca. Pero no necesariamente mejor informada. El 2025 nos encuentra ante una paradoja deliciosa: mientras la tecnología avanza como tren sin frenos, la confianza en las noticias retrocede como cangrejo mareado.

 Propietarios de todo, creadores de poco

La concentración de medios en Colombia no es noticia, pero sí escándalo permanente. Un puñado de conglomerados posee lo que se oye, se ve y se lee. Nada nuevo bajo el sol. Lo curioso es que ahora este sol lo empañan nubes importadas: Netflix, Disney+, … plataformas que no solo conquistan la atención del público, sino también su tiempo, su afecto y sus datos.

El caso del Canal 1 ilustra bien esta danza de desposesión nacional. Prisa, el grupo español que ya controla buena parte del espectro radial colombiano, desembarca ahora en televisión. ¿El resultado? La caída del noticiero CM&, un bastión informativo liderado por Yamid Amat durante 30 años, sustituido por cámaras fijas y boletines que parecen diseñados por un algoritmo con insomnio. Así, el canal estatal deviene en escaparate de radio con video, donde el periodismo original se evapora como tinta barata bajo el sol de la eficiencia.

Mientras tanto, Caracol TV y RCN –los dos titanes privados del país– responden con iniciativas digitales que tienen nombre de start-up y ambición de monopolio. Ditu y la app de RCN buscan atraer al usuario distraído que zapea entre un TikTok y una denuncia ciudadana. Pero la pregunta persiste: ¿quién está produciendo el contenido? ¿Y para quién?

 Inteligencia artificial: ¿ayudante o impostor?

La IA se ha convertido en el nuevo becario de la sala de redacción: rápido, obediente y casi gratis. Resúmenes automáticos, traducciones instantáneas, generación de titulares… y, si nadie lo impide, pronto también editoriales con aroma a circuito integrado.

Pero en Colombia, donde la gente aún recuerda con nostalgia cuando los noticieros cerraban con oraciones y gallinas cantoras, el uso de IA despierta más escepticismo que entusiasmo. Según el Instituto Reuters, la mayoría prefiere que haya un periodista humano supervisando la tecnología. Porque una cosa es delegar la transcripción de un discurso presidencial, y otra muy distinta es permitir que lo redacte ChatGPT y se lo crea el país entero.

  Transparencia gubernamental: ¿ventana o vitrina?

El gobierno de Gustavo Petro ha optado por transmitir en directo sus reuniones de gabinete. En teoría, una muestra de transparencia. En la práctica, una tragicomedia nacional. El experimento se estrenó con una pelea ministerial en cadena nacional que terminó con cinco renuncias y medio país preguntándose si estaban viendo política o un spin-off de La Casa de los Famosos.

Lo que debía ser información ciudadana terminó siendo espectáculo involuntario, y no faltó quien se preguntara si, después de todo, no sería mejor la opacidad clásica que al menos nos ahorraba el bochorno.

Mientras tanto, en RTVC, la emisora pública, la tensión también se emite –aunque no siempre en vivo. Acusaciones de acoso laboral, presunto uso propagandístico y amenazas a periodistas como Holman Morris revelan que la prensa oficial no escapa al desgaste que produce la fricción constante entre poder y verdad.

 Confianza bajo mínimos y polarización en esteroides

Solo el 32% de los colombianos confía en las noticias. Un dato que no sorprende en un país donde los noticieros parecen editoriales disfrazadas y los editoriales, combates cuerpo a cuerpo. Influencers de derecha y de izquierda gritan desde sus trincheras digitales, elevando la temperatura del debate hasta niveles tropicales.

El periodismo, atrapado entre la necesidad de likes y la urgencia de subsistir, ha cedido a una lógica de espectáculo donde informar ya no basta: hay que escandalizar. El resultado es una ciudadanía agotada, desconfiada y, paradójicamente, más dependiente que nunca de las redes sociales para saber qué está pasando.

 Redes sociales: el nuevo ágora… infestada de trolls

Facebook sigue siendo el rey, pero TikTok viene con apetito de emperador. Los colombianos consumen noticias en plataformas diseñadas para bailes virales y teorías conspirativas. ¿El riesgo? Que en lugar de informarse, la gente se entretenga. Y en lugar de contrastar, compartan.

El 60% de los usuarios teme caer en noticias falsas, pero sigue confiando en los mismos canales donde proliferan. Como si un pasajero dijera: “No me gusta volar con turbulencia”, mientras aborda por gusto un avión sin piloto.

Entre la promesa y el abismo

Colombia, en 2025, está parada en una encrucijada. Tiene más canales, más herramientas y más datos que nunca. Pero también más ruido, más propaganda y más desconfianza. La inteligencia artificial promete eficiencia; la polarización garantiza conflicto. Y los medios deben decidir si quieren ser centinelas del poder o voceros del caos.

Quizás el futuro de la información en Colombia no dependa tanto de la tecnología, sino de una vieja pregunta ética: ¿para quién se informa, y con qué propósito? Si no la respondemos pronto, corremos el riesgo de saberlo todo… sin entender nada.

¿El riesgo? Que en lugar de informarse, la gente se entretenga.
Y en lugar de contrastar, compartan”.

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