Resulta fácil señalar sin conocer, juzgar sin vivir, en una sociedad enseñada a dejarse llevar por las primeras impresiones, por no ponerse en los zapatos del otro, por creer que su visión del mundo es la única correcta y, sobre todo, por no tener en cuenta el hecho de que a pesar de que algunos cometan errores, ante todo, son seres humanos.
Suficiente tienen los jóvenes infractores recluidos en el Buen Pastor con las difíciles situaciones de convivencia en un espacio donde en ocasiones aflora la intolerancia, sumada a factores como la separación de sus seres queridos y tener que lidiar con el rechazo de un sistema excluyente.
Al conocer lo que se vive detrás de las rústicas paredes del Centro de Formación, al interactuar rompiendo las jerarquías, es evidente la necesidad de dejar de ver este lugar como un centro de castigo; lo más importante son los espacios donde el rencor pase a un segundo plano, que se promueva la orientación hacia una perspectiva diferente de lo que dejaron al entrar y lo que encontrarán al salir.
Los estudiantes santiaguinos apuestan por el cambio, por las segundas oportunidades y con las actividades propuestas en el Plan Padrino, asisten cada lunes a una cita con los jóvenes para contribuir al descubrimiento y desarrollo de habilidades, reforzar un lazo único de respeto, de experiencias compartidas, de aprendizaje mutuo.
Es satisfactorio encontrarse con la motivación de los jóvenes cuando ven llegar a los estudiantes, el saludo se convierte en una muestra de alegría, los miedos e intranquilidades cambian mientras participan en las actividades. La timidez con la que llegan pasa a un segundo plano, el lado humano que esconden detrás de una ruda mascara aflora, se motivan cuando ven que pueden lograr lo que nunca imaginaron serían capaces.
Como agentes de cambio, los estudiantes ven en los errores las mayores oportunidades y aportan con voluntad de trabajo y con amor sus conocimientos para contribuir en su resocialización. Parece tarea difícil, pero una vez se revela el talento que ha estado escondido y estigmatizado, se aprende a mirar desde una perspectiva distinta la realidad que no toca directamente a muchos pero que está muy cerca de todos.
Por: Laura Marcela Echeverry, Tatiana Rodríguez y Alexandra Varón
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