Donald Trump, poco más de 100 días después de haber iniciado su gobierno, tiene un nivel de desaprobación en su gestión del 53,2 % en promedio según el portal Real Clear Politics . Este neo populista de derecha no había logrado una victoria o acción política que lo favoreciera hasta el momento y solo con el ataque unilateral a una base militar siria obtuvo el apoyo momentáneo del 51 % ante supuestos usos de gas venenoso por el gobierno de Bashar al- Assad, quien gobierna el país asiático con el apoyo de Rusia y en medio de una guerra civil, en donde se mezclan grupos con intereses muy diversos y un saldo con más de 500 000 muertos entre su población.


Lo cierto es que Siria se levanta como un pedazo del muro de Berlín saliendo del desierto. Siria cobra visibilidad como escenario de fuerzas entre EEUU y Rusia que va más allá del valor geoestratégico que siempre ha tenido esta zona petrolera del mundo como salida expedita al Mar Mediterráneo.

Trump ataca buscando recuperar una autoridad, un liderazgo fuerte, desde la tradicional política republicana del hard power que se dio por perdido en la escena mundial por el accionar de la política del ejercicio del soft power de Obama. 

La resultante es direccionar a la opinión pública norteamericana, atraerla con hacer renacer al enemigo externo, a dos viejos enemigos, los rusos y el terrorismo de estado del gobierno pro ruso sirio.

Con este ataque de autoría no clara todavía –pero de uso muchas veces anterior contra sus opositores-, Trump también quiere marcar una distancia de su ¨aliado ruso¨ que tanto problema le ha dado desde su elección y que cobraba fuerza en estos últimos días con los vínculos de su equipo de gobierno y asesores al Kremlin y Putin.

Lo que se ha querido mostrar como una acción fuerte, unilateral realmente, no lo es tal. El ataque fue anunciado, anunciado a Rusia, de hecho a los propios sirios, y ha sido más un montaje que una respuesta clara. Poco importa lo que los rusos digan y que manden su poderosa fragata Almirante Grigorovich cerca a la base naval rusa en Tartus, Siria, que se comprometan a fortalecer las defensas antiaéreas de los sirios y mantengan un silencio informativo de los movimientos aéreos rusos. La historia más reciente demuestra la supremacía tecnológica militar norteamericana y poco o nada significativo, de existir una voluntad real de intervención en Siria a gran escala de los norteamericanos. Es más, en estos momentos hay tropas regulares estadounidenses en ese país, operando con el consentimiento del propio gobierno de Bashar al-Assad. Reitero, hay más de puesta en escena que de confrontación bélica entre rusos y norteamericanos.

Lo dicho se sustenta en la rara ineficacia del ataque: solamente 23 de los 59 misiles impactaron en sus objetivos, como afirman fuentes rusas. Sólo se destruyeron un depósito de equipos, un centro de adiestramiento de vuelo, 6 aviones MiG-23 y un radar; es decir, la base quedó operativa al mantener intactas la pista, las vías de rodaje y la gran mayoría de los aviones.

La crisis siria que algunos analistas han querido equiparar con la Crisis de los Misiles de Cuba en 1962, por estar detrás de Rusia y EEUU, solo ha fortalecido a Trump, ha ocultado sus fracasos en la política interna con los inmigrantes, la nueva ley de salud , su credibilidad de estadista mundial y ha ocultado las relaciones secretas con el Kremlin.

En Moscú, los jefes de la diplomacia de ambos países y viejos amigos Lavrov y Tillerson, junto con Putin, se sonrieron, brindarán con buen vodka y el mundo como antes, en la crisis de los misiles de octubre de 1962, quedará esperando el próximo estreno de la saga de una tercera guerra mundial simulada. Siria será un ¨trozo¨ del ya derribado muro de Berlín y la población civil cruzada siria seguirá en un fuego muriendo por armas fabricadas en Rusia y en EEUU por no se sabe cuánto tiempo, en una de las crisis humanitarias más cruentas de las últimas décadas .

Pedro Pablo Aguilera / Director del Departamento de Humanidades

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