España en fuego

ESPAÑA EN FUEGO

Por: Alejandra Montes

Una oleada de incendios quema más de 382.607 hectáreas, batiendo un récord de superficie quemada desde 1994, según Copernicus. España pasará a la historia con el verano más catastrófico de incendios en décadas. En solo 15 días se han registrado cifras que superan considerablemente todos los registros de años anteriores, colocando así a nuestro país a la cabeza en destrucción forestal dentro de la Unión Europea.

En los últimos meses se han presentado temperaturas muy altas en una parte del país, lo que ha hecho desaparecer todo rastro de humedad y precipitaciones, dando paso a los incendios que han afectado diferentes comunidades autónomas. Todo esto se debe al cambio climático que se vive en los últimos años, con largas temporadas en las que el país experimenta olas de calor que generan sequías, especialmente en las zonas con mayor vegetación.

Por otro lado, la escasa gestión del gobierno frente a estos casos, la desinformación y la falta de prevención demuestran que el país no está preparado para afrontar desastres naturales a gran escala. No existe un sistema sólido que permita prevenir ni atender de forma adecuada a las personas afectadas. El hecho de movilizar a militares y bomberos no evita que la población siga sufriendo por los pocos recursos ofrecidos por el Estado.

El gobierno debería ofrecer recursos que permitan a la ciudadanía saber actuar en estos casos: primero, generar conciencia sobre qué hacer y qué precauciones tener; segundo, orientar cómo actuar mientras estos fenómenos se presentan; y, lo más importante, enseñar cómo responder una vez ocurridas las catástrofes. Aún más, teniendo en cuenta que estos desastres se seguirán produciendo y podrían escalar debido al cambio climático actual.

Los incendios que arrasan nuestro país este verano no son simples tragedias naturales, sino el reflejo más cruel de nuestra incapacidad como sociedad para anticiparnos a una amenaza anunciada. No basta con lamentarnos por las hectáreas perdidas o declarar zonas catastróficas cada año: necesitamos políticas valientes y razonables que enfrenten el cambio climático, la despoblación rural y la mala gestión forestal. La devastación actual debería ser un punto de inflexión: o transformamos nuestro modelo de cuidado del territorio, apostando por la prevención, la educación y una gestión activa del monte, o estaremos condenados a repetir, verano tras verano, la misma historia.

Por último, esta situación también pone en evidencia la fragilidad de nuestras comunidades rurales, que a menudo son las primeras víctimas y las últimas en recibir soluciones reales. Mientras las llamas arrasan cultivos, viviendas y medios de vida, queda claro que el abandono del campo y la falta de inversión en un desarrollo sostenible han convertido grandes extensiones de nuestro territorio en un lugar muy vulnerable. La respuesta de las administraciones no puede limitarse a ayudas de emergencia: es urgente apostar por políticas que devuelvan vida y actividad económica al medio rural, porque un territorio habitado, cuidado y productivo es, al mismo tiempo, el mejor cortafuegos contra futuras catástrofes.

No hay un buen sistema que pueda prevenir y ayudar en este caso a las personas afectadas. El hecho de movilizar a militares y bomberos, no quita que la población siga sufriendo por los pocos recursos presentados por el Estado“.

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El arte de resistir en la oscuridad

Ozzy Osbourne: El arte de resistir
en la oscuridad

Por: Fernando José Ortiz España

En julio del 2025, el mundo de la música perdió a una de sus figuras más icónicas: Ozzy Osbourne, el eterno Príncipe de las Tinieblas. Según The New York Times, falleció a los 76 años tras una larga batalla contra el Parkinson, enfermedad que lo acompañó desde 2019. Su partida no sólo marca el fin de una era, sino que deja un vacío profundo en millones de corazones que encontraron en su música un refugio, una fuerza, una compañía.

Ozzy no fue simplemente un cantante. Fue un símbolo de resistencia, de autenticidad sin filtros, de una sensibilidad que se escondía tras el rugido del heavy metal. En sus letras, muchos nos encontramos consuelo en momentos de caos. En sus acordes, una forma de reconciliarnos con nuestras propias sombras. Escuchar sus canciones era, y sigue siendo, una manera de buscar paz en medio del ruido interior.

Su legado musical no se mide solo en discos vendidos o estadios llenos. Se mide en las emociones que despertó, en las vidas que tocó, en los silencios que rompió. Ozzy nos enseñó que incluso en la oscuridad más profunda puede brotar una chispa de la humanidad. Como él mismo dijo: “Quizá no sea demasiado tarde para aprender a amar y olvidar cómo odiar”. Esa frase, hoy, resuena con más fuerza que nunca.

Agradezco profundamente su carrera. No solo por lo que significó para la historia del rock, sino por lo que significó para quienes lo escuchamos con el alma abierta. Lamentamos su muerte, pero celebramos su vida como se celebra a los grandes: con respeto, con gratitud, y con la certeza de que su arte seguirá vibrando en cada nota que nos acompañe.

Ozzy descansa ahora junto a las leyendas. Pero su voz, su actitud y su mensaje seguirán vivos en quienes aprendimos a amar la oscuridad gracias a él.

Ozzy Osbourne fue considerado uno de los precursores del Heavy Metal. 
Crédito: Amy Harris/Invision, vía Associated Press

Ozzy no fue simplemente un cantante. Fue un símbolo de resistencia…

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Colombia: crónica de un luto eterno

Colombia: Crónica de

un luto eterno

“El mayor peligro es la indiferencia.”

Franklin D. Roosevelt

Por: Juan José Grisales Osorio

Estudiante de Trabajo Social

Masacre. ​Una palabra que debería estremecernos… y, sin embargo, ya no lo hace. La escuchamos cada día, la leemos en titulares, la repetimos en redes… y no sentimos nada. En Colombia, el horror dejó de ser un acontecimiento para convertirse en paisaje. Nos hemos convertido en espectadores de nuestra propia tragedia, especialistas en mirar hacia otro lado, en desayunar con la muerte y continuar con la vida como si nada ocurriera. Ese, me temo, es nuestro pecado más grande: la indiferencia. Vivimos anestesiados, insensibilizados, cómodos en el letargo.

Las cifras son tan frías como demoledoras. Según la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, en 2024, 252 personas fueron asesinadas en 72 masacres; 89 defensores de derechos humanos cayeron en el mismo período. Cada número es una vida que no volverá. Cada dato es un grito que se apaga en silencio. Y, aún así, el país gira. Los nombres cambian: disidencias, clanes, autodefensas, carteles. Las siglas se transforman, los uniformes varían, pero el resultado permanece: gente inocente muere… y nadie responde.

No puedo imaginar un hecho que refleje mejor esta tragedia que lo ocurrido el pasado 21 de agosto de 2025. Ese día, Cali fue testigo de un nuevo capítulo de horror. Un camión bomba se estalló cerca de la Escuela Militar de Aviación Marco Fidel Suárez, dejando al menos siete muertos y más de setenta heridos. Los vidrios rotos cubrieron las calles, las fachadas ardieron, las familias corrieron buscando sobrevivir… y, sin embargo, horas después, Colombia volvió a su rutina. Las redes sociales hicieron su trabajo: indignación instantánea, minutos de tendencia, promesas de “nunca más”. Y al amanecer, la conversación era otra. Porque, en este país, hasta el horror tiene fecha de caducidad.

Con esta masacre, ya sumamos 50 en lo que va del año. Y me temo que no puedo jurar que será la última. Mientras tanto, el Estado parece atrapado en su propio laberinto burocrático. Se firman acuerdos, se anuncian negociaciones, se celebran pactos con grandes titulares. Pero en las zonas rurales, municipios y ciudades donde ocurre la mayoría de estas masacres, la presencia real del Estado es un mito. Allí manda quien tiene más armas, más dinero y menos escrúpulos. La ley no es la Constitución… es la pólvora.

Pero también debemos mirarnos a nosotros mismos. Somos un país que consume violencia como entretenimiento: la vemos en noticieros, series, memes y redes sociales. Nos indignamos en Twitter, pero no exigimos soluciones reales. Nos hemos acostumbrado tanto a la muerte que dejamos de preguntarnos quiénes eran esas personas, qué sueños tenían, por qué su vida terminó así. Y, al hacerlo, permitimos que el ciclo se repita.

Colombia necesita asumir una verdad incómoda: las masacres no son hechos aislados; son el síntoma de un problema estructural. Desigualdad, abandono estatal, corrupción, narcotráfico, ausencia de justicia. Mientras sigamos viendo la violencia como un paisaje inevitable, seguirá repitiéndose, una y otra vez, hasta que el país entero se convierta en su propia fosa común.

La indiferencia también mata. Si seguimos callando, las masacres seguirán escribiendo nuestra historia con sangre. Es hora de exigirle al Estado que cumpla, pero también de romper la comodidad de nuestro silencio. Porque un país que normaliza el horror está condenado a repetirlo… y, al ritmo que vamos, lo repetiremos hasta desaparecer.

Porque Colombia es un país que vive en luto.

La indiferencia también mata. Si seguimos callando, las masacres seguirán escribiendo nuestra historia con sangre”.

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España en fuego

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El Viejo Google Bajo Amenaza

El Viejo Google Bajo Amenaza

Autor:  Pedro Pablo Aguilera

Hubo un tiempo —no tan lejano— en que Google era el monarca absoluto de la red. Su corona de enlaces brillaba más que cualquier sol digital y su palabra (o, mejor dicho, su algoritmo) era ley. Hoy, sin embargo, su trono ya no tiembla: cruje. Y no es por un nuevo buscador con más colores o un logo minimalista, sino por un adversario que ni siquiera “busca”: la inteligencia artificial.

Según un estudio de Semrush, para 2028 la mayoría de visitantes de tu página web no vendrán guiados por el viejo oráculo del buscador, sino escoltados por asistentes de IA. Es decir, la puerta de entrada ya no será un índice de resultados, sino un párrafo personalizado que te dirá qué leer, cuándo y por qué… sin preguntarte si quieres otra opción.

Esto implica un cambio de reglas. El viejo SEO, ese arte —o superstición— de seducir a Google con palabras clave y enlaces, tiene ahora dos compañeros de viaje:

  • GEO: el SEO adaptado a los modelos de lenguaje como ChatGPT o Claude.
  • AEO: la estrategia para aparecer en esos resúmenes con los que Gemini o Bing Copilot creen salvarte la vida.

Si el SEO ya era como escalar una montaña en chanclas, ahora el reto es hacerlo mientras soplas un saxofón.

De la prehistoria digital a los reyes algorítmicos

En los primeros días de Internet, encontrar una página era tan difícil como localizar un libro en una biblioteca sin estanterías. Después vinieron los directorios como Yahoo, con su ejército de catalogadores humanos, clasificando páginas como si fueran unas Páginas Amarillas con esteroides.

Hasta que apareció Google con PageRank y convirtió la web en una especie de democracia: cada enlace era un voto y los votos de los poderosos valían más. El SEO nació de esa fiebre por la visibilidad, mutando con el tiempo hacia un examen más exigente: calidad, autoridad, experiencia del usuario… y ese acrónimo casi eclesiástico, EEAT.

Google pasó de ser un índice frío a un escaparate interactivo con fotos, vídeos, mapas y respuestas rápidas. Pero entonces surgieron los LLM —ChatGPT, Gemini, Perplexity— y la premisa cambió. Ya no buscaban por ti: respondían por ti. Y esa diferencia, sutil pero letal, transformó la intención del usuario: de explorar, a simplemente recibir la respuesta correcta (o casi).

¿Quién gana la partida?

  • Investigación académica: Los LLM resumen y estructuran como nadie, pero el rigor y la profundidad siguen en manos de Google Scholar. Perplexity empieza a pisar fuerte con búsquedas semánticas y citas instantáneas.
  • Noticias y tendencias: Empate técnico. La IA condensa y analiza; los medios tradicionales aportan credibilidad y contexto (cuando quieren).
  • Comparar productos y precios: Google tiene velocidad y actualización; los LLM ofrecen personalización sin anuncios invasivos, lo que suena a paraíso… al menos hasta que descubran el negocio.

Ni vencedores ni vencidos

No hay un campeón absoluto. Los buscadores tradicionales son un mapa para explorar; la IA, un guía que te lleva directo al mirador. El problema es que, a veces, ese guía se inventa el paisaje.

Por eso, la verdadera habilidad ya no es dominar una herramienta, sino elegirla con criterio. Y mientras el trono de Google se inclina, la pregunta inevitable es:

¿Seguirás tocando a la puerta del viejo rey… o dejarás que un asistente te abra una ventana nueva?

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Los medios en Colombia: entre algoritmos

Los medios en Colombia:
entre algoritmos

Autor:  Pedro Pablo Aguilera

En un país donde la selva amazónica convive con rascacielos de concreto y las telenovelas compiten con las tragedias del Congreso, los medios de comunicación no son solo un espejo de la realidad: son también sus mejores ilusionistas. Colombia, con sus 52 millones de habitantes y una conectividad del 77%, parece estar más informada que nunca. Pero no necesariamente mejor informada. El 2025 nos encuentra ante una paradoja deliciosa: mientras la tecnología avanza como tren sin frenos, la confianza en las noticias retrocede como cangrejo mareado.

 Propietarios de todo, creadores de poco

La concentración de medios en Colombia no es noticia, pero sí escándalo permanente. Un puñado de conglomerados posee lo que se oye, se ve y se lee. Nada nuevo bajo el sol. Lo curioso es que ahora este sol lo empañan nubes importadas: Netflix, Disney+, … plataformas que no solo conquistan la atención del público, sino también su tiempo, su afecto y sus datos.

El caso del Canal 1 ilustra bien esta danza de desposesión nacional. Prisa, el grupo español que ya controla buena parte del espectro radial colombiano, desembarca ahora en televisión. ¿El resultado? La caída del noticiero CM&, un bastión informativo liderado por Yamid Amat durante 30 años, sustituido por cámaras fijas y boletines que parecen diseñados por un algoritmo con insomnio. Así, el canal estatal deviene en escaparate de radio con video, donde el periodismo original se evapora como tinta barata bajo el sol de la eficiencia.

Mientras tanto, Caracol TV y RCN –los dos titanes privados del país– responden con iniciativas digitales que tienen nombre de start-up y ambición de monopolio. Ditu y la app de RCN buscan atraer al usuario distraído que zapea entre un TikTok y una denuncia ciudadana. Pero la pregunta persiste: ¿quién está produciendo el contenido? ¿Y para quién?

 Inteligencia artificial: ¿ayudante o impostor?

La IA se ha convertido en el nuevo becario de la sala de redacción: rápido, obediente y casi gratis. Resúmenes automáticos, traducciones instantáneas, generación de titulares… y, si nadie lo impide, pronto también editoriales con aroma a circuito integrado.

Pero en Colombia, donde la gente aún recuerda con nostalgia cuando los noticieros cerraban con oraciones y gallinas cantoras, el uso de IA despierta más escepticismo que entusiasmo. Según el Instituto Reuters, la mayoría prefiere que haya un periodista humano supervisando la tecnología. Porque una cosa es delegar la transcripción de un discurso presidencial, y otra muy distinta es permitir que lo redacte ChatGPT y se lo crea el país entero.

  Transparencia gubernamental: ¿ventana o vitrina?

El gobierno de Gustavo Petro ha optado por transmitir en directo sus reuniones de gabinete. En teoría, una muestra de transparencia. En la práctica, una tragicomedia nacional. El experimento se estrenó con una pelea ministerial en cadena nacional que terminó con cinco renuncias y medio país preguntándose si estaban viendo política o un spin-off de La Casa de los Famosos.

Lo que debía ser información ciudadana terminó siendo espectáculo involuntario, y no faltó quien se preguntara si, después de todo, no sería mejor la opacidad clásica que al menos nos ahorraba el bochorno.

Mientras tanto, en RTVC, la emisora pública, la tensión también se emite –aunque no siempre en vivo. Acusaciones de acoso laboral, presunto uso propagandístico y amenazas a periodistas como Holman Morris revelan que la prensa oficial no escapa al desgaste que produce la fricción constante entre poder y verdad.

 Confianza bajo mínimos y polarización en esteroides

Solo el 32% de los colombianos confía en las noticias. Un dato que no sorprende en un país donde los noticieros parecen editoriales disfrazadas y los editoriales, combates cuerpo a cuerpo. Influencers de derecha y de izquierda gritan desde sus trincheras digitales, elevando la temperatura del debate hasta niveles tropicales.

El periodismo, atrapado entre la necesidad de likes y la urgencia de subsistir, ha cedido a una lógica de espectáculo donde informar ya no basta: hay que escandalizar. El resultado es una ciudadanía agotada, desconfiada y, paradójicamente, más dependiente que nunca de las redes sociales para saber qué está pasando.

 Redes sociales: el nuevo ágora… infestada de trolls

Facebook sigue siendo el rey, pero TikTok viene con apetito de emperador. Los colombianos consumen noticias en plataformas diseñadas para bailes virales y teorías conspirativas. ¿El riesgo? Que en lugar de informarse, la gente se entretenga. Y en lugar de contrastar, compartan.

El 60% de los usuarios teme caer en noticias falsas, pero sigue confiando en los mismos canales donde proliferan. Como si un pasajero dijera: “No me gusta volar con turbulencia”, mientras aborda por gusto un avión sin piloto.

Entre la promesa y el abismo

Colombia, en 2025, está parada en una encrucijada. Tiene más canales, más herramientas y más datos que nunca. Pero también más ruido, más propaganda y más desconfianza. La inteligencia artificial promete eficiencia; la polarización garantiza conflicto. Y los medios deben decidir si quieren ser centinelas del poder o voceros del caos.

Quizás el futuro de la información en Colombia no dependa tanto de la tecnología, sino de una vieja pregunta ética: ¿para quién se informa, y con qué propósito? Si no la respondemos pronto, corremos el riesgo de saberlo todo… sin entender nada.

¿El riesgo? Que en lugar de informarse, la gente se entretenga.
Y en lugar de contrastar, compartan”.

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Consumo mundial de medios en 2025: la información en tiempos de pantalla y sospecha

Consumo mundial de medios en 2025: la información en tiempos
de pantalla y sospecha

Autor:  Pedro Pablo Aguilera

En algún lugar del siglo XX, la gente encendía la televisión para “enterarse de lo que pasaba en el mundo”. Hoy, en 2025, es más probable que un adolescente tailandés reciba las noticias mundiales desde un clip coreografiado de 15 segundos que desde un noticiero. Y no, no es un chiste. Es el nuevo orden mediático: fragmentado, veloz y peligrosamente maleable.

Según el último informe del Instituto Reuters, (17 de junio 2025) el consumo global de medios no está cambiando: está mutando, como una criatura anfibia que ya no se arrastra por la prensa escrita ni nada en la televisión, sino que salta entre pantallas móviles y algoritmos caprichosos. Las cifras son elocuentes, pero lo que sugieren es todavía más inquietante.


La muerte lenta del medio tradicional
Mientras los periódicos imprimen sus últimas ediciones con más nostalgia que esperanza, las redes sociales se consolidan como plazas públicas, mercados persas y, en ocasiones, tribunales de la inquisición digital. Facebook sigue liderando como fuente semanal de noticias con un 36%, seguido por YouTube (30%), Instagram y WhatsApp (19% cada una), y TikTok (16%), que —oh, paradoja— ya supera a X, el artista anteriormente conocido como Twitter.

Este ascenso de lo audiovisual parece responder a una lógica emocional más que racional. Los usuarios, como abejas enloquecidas por la miel del estímulo visual, abandonan los textos largos en favor de clips cortos, virales, irresistiblemente editados. No es que la lectura haya muerto, pero sí parece haber sido relegada al rincón del esfuerzo inútil.

Influencers: nuevos oráculos del caos
En el siglo XXI, los profetas no llevan túnicas, sino filtros de Instagram. El informe señala que los influencers —esa nebulosa mezcla de celebridad, producto y panfleto humano— tienen hoy una influencia decisiva en la forma en que millones interpretan la realidad. En lugares como Tailandia, son referencia política y fuente primaria de noticias.
El problema, claro, es que estos nuevos emisores no pasaron por redacciones ni códigos de ética periodística. No verifican, no contrastan, no editan. Publican. Y punto. Lo hacen con gracia, a veces con ingenio, pero también con una alarmante indiferencia por la verdad. No es de extrañar que los encuestados los identifiquen, junto con los políticos, como principales vectores de desinformación. Irónico, ¿no? La opinión pública moldeada por quienes menos responsabilidad asumen sobre lo que dicen.

La IA informa, pero ¿quién la informa a ella?
En esta ópera digital, la inteligencia artificial entra en escena como el nuevo actor brillante y polémico. Chatbots, asistentes virtuales y buscadores potenciados por IA están empezando a reemplazar a los humanos en la tarea de filtrar y entregar noticias. Una maravilla de eficiencia… hasta que nos damos cuenta de que no siempre distingue ironía de literalidad, hechos de rumores, sátira de noticia.
La promesa es una información más personalizada y accesible. El riesgo: una cámara de eco hecha a medida, con verdades moldeadas al gusto del consumidor. Como si la realidad fuese un menú desplegable.

La gran crisis: ¿quién nos dice la verdad?
El 58% de las personas no están seguras de poder distinguir lo verdadero de lo falso en internet. El dato es inquietante, pero aún más lo es su normalización. Se ha vuelto cotidiano dudar de todo: del video que se viraliza, de la cifra que se cita, de la fuente que se comparte.
Vivimos en una era donde la sospecha es el nuevo sentido común. Y donde los culpables —influencers y políticos, ambos con un 47% de desconfianza— son a la vez las voces más escuchadas. La antítesis es brutal: cuanto más se duda de ellos, más viral se vuelven sus palabras.

Entre la nostalgia del papel y la dictadura del like
¿Qué queda entonces? Un ecosistema mediático acelerado, emocional, estéticamente impecable y cognitivamente caótico. Los medios tradicionales luchan por no volverse reliquias, mientras los nuevos medios se expanden como incendios que no siempre iluminan: a veces solo queman.
La pregunta no es si sobrevivirá el periodismo, sino en qué forma. ¿Será una mezcla de IA, presentadores virtuales y youtubers expertos en edición? ¿O lograremos rescatar la esencia crítica, humana y ética del oficio, aunque venga disfrazada de reel?
Tal vez el futuro de la información no dependa de la tecnología, sino de algo más antiguo: nuestra capacidad de discernir, de dudar con inteligencia, de preguntar antes de compartir. La verdad, como siempre, será una conquista, no un algoritmo.

¿Será una mezcla de IA, presentadores virtuales y youtubers expertos en edición?“.

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