El tema central de mi intervención se refiere al papel de los medios –y de los periodistas, especialmente- en los procesos de reconstrucción de memoria.
Mucho se ha hablado sobre la función del periodismo, como aséptica, objetiva, apegada a la información y carente de enfoque político o personal.
Así nos los enseñaron desde los medios norteamericanos en los años setenta y ochenta.

Por: Olga Behar

@olgabehar1

Qué diferente debe ser el periodismo en países convulsionados, como los nuestros, en América Latina. Porque con frecuencia, nuestro ejercicio se constituye en dinamizador o encubridor de los hechos que suceden, especialmente cuando involucran a quienes ejercen el poder o, como en Colombia, son actores del conflicto.

¿Pueden los periodistas ser indiferentes a la forma como una nación reorienta su destino? ¿Tenemos que ver los toros desde la barrera? O, por el contrario, ¿somos también agentes de cambio?
No hace muchos años, el periodismo argentino se vio enfrentado al dilema de si debía ser ‘objetivo’, neutral, distante, frente a los descubrimientos de crímenes cometidos por la dictadura que azotó a ese país entre 1976 y 1983, o si debía tomar partido y abanderar el proceso de divulgación de esos hechos execrables.

Desde la gran prensa –algunos de cuyos exponentes podrían hoy categorizarse como cómplices del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional- clamaban la neutralidad y una postura que los alejara de cualquier intento de crítica hacia ese oprobioso régimen, so pena de terminar acercándose a las posturas cercanas de la izquierda y a los movimientos revolucionarios que habían sido aplastados.
Pero una gran cantidad de colegas impulsó la tesis de que no es posible ser indiferente, frente al sufrimiento y la persecución de ciudadanos que, equivocados o no, eran sujetos de derechos amparados por la Constitución y las leyes.

Fue cuando comenzaron a aflorar tantas historias como hechos habían sucedido.

No faltaron también los relatos sobre la infausta guerra de Las Malvinas.

No solo hubo una explosión de artículos en los medios, sino también documentales, películas de ficción y todo tipo de relatos, muchos de los cuales terminaron convertidos en libros periodísticos y literarios.

Recuerdo mucho un libro que, para mi caso personal, fue tremendamente inspirador: Los chicos de la guerra, de Daniel Kon, un relato en polifonía de voces sobre la irresponsabilidad, por parte de la dictadura, en el reclutamiento de adolescentes que tuvieron que ir a las Malvinas y sobrevivieron de milagro a esa debacle.

Y fueron muchos más los libros y otro tipo de trabajos periodísticos, apoyados en gran parte por las investigaciones judiciales y la Comisión de la Verdad.

Esta manera de enfrentar la realidad se convirtió en un camino digno de transitar para periodistas colombianos que dimos el salto hacia la narrativa histórica en esos años de tanto peligro y censura en este país.

Hoy, tres décadas después, el ejemplo de la manera como desde Argentina se trabajó en el periodismo, el cine y la literatura para recuperar la democracia, se convierte para Colombia en una ruta a seguir, en momentos en los que se negocia el fin del conflicto con las Farc.

Colombia transita los caminos del diálogo entre adversarios. Esta guerra que comenzó hace cerca de seis décadas podría estar viviendo su final, con la firma de los Acuerdos de La Habana.
¿Qué seguirá después? ¿La firma es la paz?

Indudablemente que para hablar de paz social, con democracia, respeto y coexistencia pacífica, falta un largo trecho. La pregunta es si los periodistas de Colombia están dispuestos a transitarlo y, sobre todo, cómo lo harán.

Porque el gremio no debe ser entendido solamente como el conjunto de profesionales que trabajamos en los medios de comunicación, sino incluir también a los dueños y grandes jefes de los medios que son, en buena parte, los mismos amos y señores del gran capital. Y son también los mismos que con frecuencia han promovido desde sus tribunas mediáticas, la guerra y la salida cruenta.

Quiero aventurar algunas propuestas sobre ese papel trascendental:

1) Sin volvernos propagandistas del proceso, tenemos la misión de explicarlo a nuestro público, con informes que incluyan el contexto, variedad de fuentes y de testimonios.
2) Las voces de las víctimas son necesarias para entender la crueldad de la guerra, y también para dignificarlas.
3) Las voces de los victimarios son claves para desentrañar ese pasado que es, en muchos casos, desconocido por las víctimas, pero también por la sociedad en general.
4) Promover un nuevo lenguaje, que no sé si podría llamarse el ‘glosario de la paz’. Es todo un desafío ambicioso que debe contribuir a aclimatar un trato respetuoso y digno para los actores del conflicto que renuncien a la violencia.
5) Por último, lo que debe marcar nuestro norte es la meta de trabajar por la reconstrucción de la memoria y la verdad.

Pero, ¿de qué verdad estamos hablando?

Hay una ‘verdad jurídica’, que les corresponde encontrar a los organismos encargados por mandato constitucional.

A los periodistas nos compete la ‘verdad histórica’, esa que encontramos, como dice el gran cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos, cuando nos ‘gastamos las suelas de los zapatos’ en la reportería infinita que nos debe llevar a la recuperación de los testimonios de 60 años de horror. Y con todas las herramientas del periodismo investigativo, o simplemente, del buen periodismo, podremos acercarnos y zambullirnos en tantas historias como hechos y víctimas existen.

En Argentina, hay todavía material para miles de historias. En Colombia, sin lugar a dudas, podremos tener seis millones de historias, tantas como desplazados, muertos y perseguidos forman parte de la estadística del conflicto.

Empecemos ya a construirlas.