Tortura narcótica adicción al bazuco: Un verdadero calvario
Autor: Andrés Felipe Capera Duque.
Facultad Humanidades y Artes
Al compartir su historia de rehabilitación, un humorista y locutor caleño cuenta cómo logró superar 20 años de esclavitud.
“Soy un joven de 63 años humorista profesional y vivo de hacer reír”, estas son las palabras de Rubén Darío Franco, ‘Mariconsuelo’. Todos en su mayoría pensaron tener una infancia “normal” jugar en el parque, divertirse con los amigos y tener la mayoría de edad para cumplir con su proyecto de vida ya sea laboral o universitario.
Para Rubén su infancia fue un poco distinta, ya que a sus 17 años su círculo social no era el más adecuado. “Yo probé la marihuana, pero no me gustó, hay gente que prueba una droga y no le gusta, le hace daño, le da dolor de cabeza. Estaban unos amigos en una esquina fumando bazuco y fui, me dieron y eso sí me gustó”.
En Santiago de Cali, una ciudad donde, según el DANE, habitan unos 2.28 millones de habitantes, según la Alcaldía local, y la mayoría dolorosamente se encuentran en condición de calle, con un aproximado de 4.700.
De acuerdo con la secretaría de Bienestar Social, atender el cien por ciento de los habitantes de calle, le costaría a la administración local unos 120 mil millones de pesos.
Para estos jóvenes que creen que lo pueden controlar es sencillo, lo que no saben es que, como una fuerte tormenta, la dependencia a estas drogas llega, y es ahí, cuando se les sale de las manos. “Comencé a hacerlo esporádicamente, lo hice cada tres meses, dos meses y después al mes, empecé poco a poco a ir entrando en ese mundo”, dijo Rubén mientras describía cómo fue ese oscuro y tormentoso inicio en el consumo.
Como una libertad condicional estuvo Rubén 10 años consumiendo bazuco, durante ese tiempo, alcanzó a estudiar en el Sena y a laborar, ya que podía darle un pequeño manejo a su adicción, pero como todo adicto, el tiempo fue su peor condena. “Yo me demoré mucho tiempo para quedar ya en la indigencia, duré consumiendo drogas 20 años y los primeros 10 más o menos los manejé, pero ya después me fui deteriorando y fui quedando en la calle”.
Para varias personas como para Rubén, el punto más bajo de toda adicción es llegar o caer en condición de calle, pero ven tan lejana la posibilidad de que llegase a pasar, que, si la contemplaran, tal vez lo pensarían dos veces antes de consumir.
Rubén tocó fondo y se hundió tan profundo como el ancla de un navío, sin saber cuándo volvería a ver la luz. Fue tan humillante su caída o así lo cuenta él, que llegó a recoger comida de la basura.
Vivió en una habitación con una mujer y por más que la quería, solo le hacía daño. mientras Rubén hablaba de esta parte de su historia, solo bajaba el tono de su voz, contando su convivencia de un, “porque te quiero te aporrio”. Hasta que un día, después de una pelea, gritos e insultos, volvió a quedar en la calle.
Como si tuviera puesta una camisa de fuerza, Rubén sintió la sensación de no poder vivir más con ese infierno. Mientras fumaba su pipa y se adentraba en su purgatorio, como buen cristiano arrepentido de su actuar, suplicaba a Dios un acto de misericordia divina que lo ayudara a dejar su adicción. “Señor ayúdame no puedo seguir en esta vida”.
Entre humo y alucinaciones y como si fuera un ángel enviado por Dios, apareció una amiga, quien le habló de un centro de rehabilitación al que finalmente acudió.
Estos jóvenes que creen que lo pueden controlar es sencillo, lo que no saben es que, como una fuerte tormenta, la dependencia a estas drogas llega, y es ahí, cuando se les sale de las manos.
Una nueva luz
Aquí inició su cambio radical, como el ancla que una vez se hundió, volvió a la superficie para continuar una vida sana. El lugar que le recomendó su amiga se encontraba en el municipio de Cajibío, Cauca.
Con la ayuda de amigos, alcanzó a reunir un dinero importante, días después una señora le dijo que el bus que podía abordar para llegar hasta ahí, lo encontraba en el Rancho de Jonás, un conocido restaurante tradicional de Cali. Ya estando en la puerta del centro de rehabilitación, se fumó sus últimos dos cigarrillos para una vez adentro, luchar contra sus vicios.
Para Rubén sus primeros días de recuperación fueron muy duros, “las ganas que me daban eran terribles, o sea, el desespero, me daba diarrea, me vomitaba, era algo maluco”, pero el proceso de rehabilitación fue dando sus frutos.
Este lugar actuó como un recinto mágico, él nunca sintió el miedo de volver a recaer e incluso ayudó a sus demás compañeros en proceso. “En el lugar te comienzan a dar actividades, aprendo a vivir ahí, ayudé al otros diciéndoles: vení qué te pasa y todas esas cosas, al año, yo era el jefe de agricultura, acompañando a los que siembran, estaba pendiente de ellos y siempre con la oración”.
El momento de salir del centro de rehabilitación, quizás es de las etapas más difíciles de afrontar, tuvo claro el camino a seguir, no mirar atrás jamás. Siempre fue una lucha consigo mismo, no una lucha contra la carne, con lo físico, si no con lo espiritual, con la valentía y fortaleza mental de no volver a consumir.
“Yo sé que en la biblia dice que la lucha no es contra la carne y sangre sino contra huéspedes espirituales de maldad en las regiones celeste”. Fue esto lo que marcó a Rubén para dividir la ciudad en dos, alejándose de toda cercanía que lo incitara a recaer, viviendo en la otra parte de Cali que no tuviera nada que ver con su pasado.
La fama
‘Mariconsuelo’, el personaje que lo llevó al reconocimiento público tuvo una dificultad al iniciar, la pobreza era una piedra en el zapato para Rubén, que tan solo vivía en una pieza y llegó a pasar hambre, pero él supo cómo sobreponerse a ello. trabajó como mensajero para su amigo Mario Belmonte que posteriormente le ayudó a entrar a Caracol Radio y consecutivamente a trabajar en Tropicana. “Poco a poco comencé a subir hasta que ya fueron cambiando las cosas, fui a participar a sábados felices, comencé a ganar y comencé a viajar”.
Definitivamente, las fundaciones juegan un papel fundamental en este proceso y eso Rubén Darío lo tiene más que claro, él es dueño de la fundación Juan Franco, en Rozo, Valle del Cauca. Trabajar con la gente que quiere cambiar es su lineamiento, para él Dios y la voluntad es lo más importante. El propósito que tiene la fundación es visitar los colegios, las universidades, necesitan visitar a los jóvenes.
Rubén les deja a los jóvenes una enseñanza “no probar, no probar y no probar. Muchachos, la gente no cae en las drogas porque le pase nada, cae porque alguien les da, usted prueba y le gusta”. Dejando más que claro su mensaje contra las drogas, cómo evitarlas para poder salir adelante y cumplir todas las metas que se proponen en la vida.
“Yo soy un guerrero de Dios contra las drogas”. Esta es la frase con la que termina su historia, Rubén Darío Franco.
“
Yo probé la marihuana, pero no me gustó.
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