El “lampareo” en el Buen Pastor

Jóvenes infractores encuentran caminos para convivir en paz.


Por

Iván Felipe (adolescente BP)
Sara Inés Hoyos Riascos
Ana Julieth Saavedra
Estudiantes de noveno semestre
@anajsaavedra
@sarahoydice

En cuestiones de cortes, el estilo afuera es “tirando” elegancia o ser serio, pero acá en el Buen Pastor es otro cuento. Los jóvenes usan el lampareo, algo así como lo que está a la moda y se utiliza para ser más atractivo, ¿Para quién?, pues acá adentro hay mujeres en lo administrativo que son muy lindas y cuando las “jebas” (mujeres) vienen y hacen visitas, hay que estar bien presentado.


Yo siempre le pido a Jorman, el peluquero, que me haga un diseño en particular: ‘el disel’. Este corte consta de pocos pasos. Lo primero es una base con la máquina en el número uno -en el segmento lateral y posterior-, dejando el cabello un poco más largo en la parte superior de la cabeza. Luego se pasa de nuevo la máquina, esta vez en el número dos, en la zona donde se dejó un poco más largo el cabello. Para finalizar, con una cachilla (la forma de conseguirla es desbaratando una máquina de afeitar y tomar una de sus hojas, usándola como barbera) se delinea el corte en las patillas, en los lados y atrás; este punto final se le conoce como “El Miky”.


Hay algunos “socios” o amigos, que se van por otros cortes, como el pepe, los cuadros, el disel y el doble rayas. Los anteriores son los que más se usan, pero hay otros que se hacen dibujos en alguna parte específica de la cabeza. Los de raza negra se dejan crecer el cabello, logrando un ‘Afro’, con el fin de poder hacer peinados como las trenzas riñoneras, el coqueteo y los rulos de dos, entre otros que tienen mucho estilo.
Los días destinados para peluquería son jueves y viernes, para recibir visitas el sábado bien “tutis”, es decir, muy arreglados e interesantes.


Algunos peluqueros que ya no quieren realizar esta labor, pero existen otros que apenas están aprendiendo y tienen una disponibilidad absoluta, así que deciden realizar cortes y peinados todo el tiempo. Muchos se muestran desconfiados, pues quizá el resultado final sea chambón, es decir, mal ejecutado.

Por cuestiones de seguridad hay muy pocas máquinas para cortar el cabello, así que muchas veces los peluqueros no tienen recursos para realizar sus labores. 

LA MÁQUINA DE PELOS


Jorman es uno de esos tantos adolescentes con una historia diferente que contar. Está en el Centro de Formación Buen Pastor, en Cali, pagando por “daños ocasionados a la sociedad”. Como en cualquier escuela, tienes amigos y enemigos (‘liebres’), tienes oficios y hobbies a los cuales dedicarte después de estudiar, y esto es algo que Jorman puede hacer de manera natural. Se dedica a la peluquería, todo lo que aprendió fuera del Centro de Formación lo practica con sus compañeros de casa y amigos.


Ningún estilo de corte le queda grande, sabe hacer desde lo más fácil y rápido, hasta lo más complicado, no le teme a explorar y conocer lo que sus manos pueden lograr con la cabeza de sus compañeros; cada corte tiene un nombre peculiar, ‘Jersi’, ‘Covi’, ‘Dieses’, ‘Becal’, ‘Crestas’, ‘Herraduras’, ‘Nicky con altos relieves’ . Jorman no tiene límites a la hora de imaginar algo nuevo para la cabeza de sus ‘compas’.

Aprendió solo, por instinto, gracias a sus ojos y a sus ganas de saber. A diario se iba a la peluquería de un ‘socio’, y se quedaba observando cómo manejaba la máquina, el peine, los dedos, las tijeras y las cuchillas. Ahora, dentro de este lugar, practica y hace que la estadía sea menos dura.

“Yo tengo que hacer un peinado bien ‘lamparoso’, que esté de moda, porque tengo que pegar suave”, dice Nixon, quien luce un afro con una peinilla en el cabello; asegura que no está peinado, pero cuando lo hace, lleva trenzas simples, o en crespo doble, es decir que se toman dos trozos de cabello y se enredan entre sí.

Al momento de o peluquear, no necesita meditar, basta con que su ‘cliente’ le indique lo que quiere, para que se ponga manos a la obra, o mejor, manos al cabello, y así empiece a formar como un truco de magia una transformación, que si bien no es radical, es suficiente para que sus compañeros de casa y amigos puedan distraer un poco la mente.