“El cuerpo lo pide a gritos”: enfermo de vigorexia
Julián David Cifuentes tiene un cuerpo escultural a ojos de muchos, pero sufre de adicción al ejercicio.
Quería adaptarse a una sociedad llena de prejuicios, uno de ellos, el culto al físico. Por eso, decidió matricularse en un gimnasio
A sus 15 años era un joven del común, de contextura enclenque, por lo que recibía críticas de todo tipo; un día tomó la determinación de comenzar a hacer ejercicio, queriendo ser como los súper héroes que veía desde niño en la televisión.
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“Todo empieza en coger una pesa y comenzar a elevar tu masa muscular, para querer más y más al pasar de los días, tanto así que cambias tu estilo de vida, ya no comes hamburguesas y muchas delicias que en la adolescencia son un manjar para el paladar. Al contrario, se vuelve tan fuerte que empiezas con una dieta de ingesta extrema de proteínas y carbohidratos, pasando gran parte del tiempo en el gimnasio, sintiendo que no es suficiente”, explica.
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Según Julián David, se experimenta un cambio drástico, se pierden relaciones interpersonales debido a que la vida del vigoréxico gira en torno a las maquinas, una pasión que el cuerpo lo pide a gritos. “Cuando se deja de asistir, la autoestima baja y mirarse en el espejo se vuelve un gran reto, ver el cuerpo flácido refleja a alguien débil. Es ahí cuando llegan las inyecciones, porque ya no estás satisfecho con lo que los ejercicios hacen en tu cuerpo”, puntualiza.
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Este joven comenzó con una dosis diaria de anfetaminas, con cuatro tipos de vitaminas distintas y muchos energizantes para que su cuerpo no sintiera cansancio. Ahora consume también gran cantidad de proteínas; por ejemplo, en un desayuno puede llegar a comerse unos 12 huevos.
Para muchos, la Vigorexia puede ser una vida vacía, que solo gira en torno a un canon de belleza corporal; pero para otros se convierte en un estilo diferente de lo que comúnmente se llamaría la ‘normalidad’.