Desbaratando y arreglando
Este Geppetto caleño es el encargado de recuperar la vida de los muñecos que se han dañado por el paso del tiempo y el maltrato.
Álvaro Pinzón se dedica hace más de 45 años al arreglo de muñecos, profesión que escogió por tradición familiar, en especial de su abuelo, quien le enseñó, desde los 12 años, los cuidados y manejos que se deben tener para salvar la vida de sus ‘pacientes’.
Su negocio se llama “El hospital de los Muñecos”, nombre atribuido a la famosa canción de Pinocho. Se encuentra ubicado en San Bosco, un barrio tradicional de Cali,. Allí espera a diario a los pacientes para realizarles la cirugía, que no es otra cosa que la reparación y el mantenimiento de los juguetes,
Un recorrido en el “Hospital de los muñecos”
Las cabezas de unas muñecas sobre la reja deteriorada del hospital, llaman la atención de quienes pasan por la fachada, sobre la Calle Quinta. Álvaro asegura que su intención es despertar la curiosidad, para que se acerquen a preguntar de qué se trata.
Cuando ingresa algún paciente, lo primero que Pinzón hace es un diagnóstico de los daños ocasionados para luego cumplir su función, que es recuperarlo y traerlo nuevamente a la vida.
A primera vista se observan muchos muñecos esperando un turno, los motivos de consulta más comunes son daño en los ojos, algunas extremidades rotas y rayones en la cara que la mayoría de los niños suelen hacer.
En esta clínica, un muñeco puede permanecer de ocho a quince días hospitalizado, depende del estado en el que se encuentre; los precios varían de acuerdo con el problema. “No importa la enfermedad que tengan, yo les hago un trato medico por igual”, explicó Álvaro.
Cuando está en la ‘sala de urgencias’, utiliza herramientas como: pinzas de punta, cautín, taladro y alicates; se nota el placer que siente desarrollando su oficio: “a mí me gusta mucho mi arte y lo quiero mucho, me trasnocho con esto, me divierto mucho desbaratando y arreglando”.
Después de realizado el procedimiento a los muñecos, son dados de alta. Álvaro asegura que es una satisfacción ver la cara de niños y adultos cuando los entrega en buen estado, con un nuevo aire. “Siento que me vuelve el alma al cuerpo”, precisa entre risas.
Ahora solo espera que alguno de sus siete hijos siga con la tradición que su abuelo le inculcó.