SIN MALETAS: EN UN LUGAR LLAMADO ERITREA. PARTE 7
Utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com
Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.
SÉPTIMA ENTREGA
En el albergue nocturno que en invierno abre la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle en un barrio popular al norte de París, Filemón lleva muchas noches sin conciliar el sueño. Cuando logra dormir unas cuantas horas, despierta en medio de pesadillas y sobresaltos. Sus ojos enmarcados por unas ojeras pronunciadas y sus pupilas parecen rodeadas de un sangriento color escarlata. Su tez morena deja al descubierto 26 años herederos de una ascendencia árabe entremezclada con africana y un cabello ensortijado oscuro que por momentos palidece bajo un gorro de tela negra donde resaltan unas brillantes letras: PARIS.
En medio de la sombra de una barba de candado que no se logra cerrar, se dibuja una amplia y confiada sonrisa. Habla un inglés fluido, aunque a veces le faltan palabras para explicar el horror de lo vivido desde que cumplió la mayoría de edad, cuando fue privado de su libertad: así empieza su historia.
—Me llevaron por la fuerza de la escuela cuando tenía 18 años. Para todos es así, hombres y mujeres; a los 18 tienes que irte al Ejército, no importa si estás estudiando o no, a ellos no les importa que termines la escuela. Vas a la milicia y no terminas tus estudios nunca y una vez que entras en el servicio militar no sabes cuándo vas a salir, puedes quedarte 10, 15 años… no lo sabes, no hay un límite. Es así.
Filemón no pudo despedirse de su familia cuando llegaron por él a su escuela para enrolarlo en el servicio militar. Su madre lo sospechó cuando no volvió a casa y luego las autoridades de la escuela confirmaron su enrolamiento forzado.
—Llegaron los autobuses por ellos, llenaron varios, sólo dejaron a las mujeres más pequeñas—
En los tres años que estuvo en el Ejército, el muchacho nunca más supo de su familia.
—Eres esclavo. Primero te dan instrucción militar durante nueve meses y luego te ponen a trabajar construyendo carreteras o las casas de los mandos militares, o en labores agrícolas. Y todo sin ningún pago, no tienes dinero.
Filemon decide escapar y esconderse en la casa de un tío pero al cabo de tres semanas estaba de regreso en El Ejército con decenas de ojos supervisando su trabajo.
—El gobierno se enteró que mi mamá sabía de mi escondite y la tomó presa, me sentí muy mal, por mi culpa ella estaba en la cárcel… entonces me entregué.
Adiós sin despedida
Eritrea es un pequeño país alargado ubicado en el cuerno de África, delimitado por el Mar Rojo, Sudán, Etiopía y Yibuti. Junto con Afganistán, se pelea el segundo lugar, después de Siria, de los países que más expulsan refugiados hacia Europa: cinco mil cada mes estima la ONU.
Desde que Eritrea se independizó de Etiopía en 1993, sólo ha tenido un presidente, Isaías Afwerki. Gobierna con brazo de hierro, puño de acero, eliminando cualquier opositor y acallando voces disidentes. Los eritreos se liberaron de un yugo para soportar otro. Arrestos arbitrarios, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales y torturas son el pan de cada día.
No hay prensa libre ni libertad de expresión.
Más de medio millón de desplazados deja entrever la situación de un país que se desploma. La propia Unicef alerta a la comunidad internacional sobre esta crisis humanitaria.
— ¿Compartiste con alguien tu idea de escapar hacia el Reino Unido?
— No, mi decisión fue sólo para mí
— ¿Es difícil guardar el secreto?
— Sí, pero no tienes elección. Tienes miedo incluso de tus amigos, alguien puede mencionarlo, decirlo sin querer y se acabó. Es mejor guardarlo para ti y hacerlo cuando se presente la mejor oportunidad.
Los últimos seis meses de Filemón en el servicio militar los pasó en Aligider, región cercana a la frontera con Sudán. Día a día recorría detenidamente, a veces con la vista y otras con sus mismos pasos, la zona que cruzaría para escapar; imaginaba y diseñaba su huida.
La decisión la tomó el 8 de febrero de 2011, afirma sin vacilar.
— Era de día, a las 9 de la mañana me fui del lugar, de Aligider, caminé cerca de 13 o 15 horas para cruzar la frontera con Sudán, llegué hasta la ciudad de Kassala y ahí me quedé un mes.
— ¿Qué dijo tu familia?
— Cuando estuve en Sudán los llamé, estaban muy preocupados cuando les conté; para ellos yo estaba en el servicio militar y de repente se enteran que estoy huyendo, no se lo imaginaban. Estaban muy tristes pero al mismo tiempo felices porque no me quedé en Eritrea.
Filemón sabe, aunque no lo menciona con palabras sino con un silencio de minutos prolongados y una mirada lejana, que él y su mamá no volverán a verse de inmediato, sin embargo logró sobrevivir a esa cárcel a cielo abierto de nombre Eritrea.
La víctima perfecta
Ser ilegal, indocumentado, sin papeles, emigrante, refugiado o exiliado en un continente como África, es morir en vida. Huyes de un país que te maltrata y atraviesas territorios donde tu condición de ilegal te convierte en una apetitosa presa salvaje para un cazador rapaz: el ser humano.
Hay hombres que no sólo se regocijan con el dolor ajeno, también lucran con la tragedia.
La dictadura en Eritrea se endureció en el 2008. Aproximadamente 50 mil jóvenes han huido de su país hacia Europa e Israel y cerca de 10 mil han desaparecido en el intento. En los países colindantes operan grupos terroristas y traficantes de personas que torturan y exigen exorbitantes rescates a las familias.
Entre 2009 y 2013, han sido víctimas de dichos tratantes y extorsionadores hasta 30 mil personas, de las cuales el 95% provenían de Eritrea, según el Parlamento Europeo.
—De Sudán decidí ir a Libia porque mi plan era entrar en Europa. No es fácil porque siempre eres ilegal y en África no eres ningún héroe, cuando eres ilegal no tienes dinero, vivir no es fácil.
—¿Con qué llegaste a Libia?
— No me traje nada, sólo la ropa que traía puesta, ni siquiera tienes con qué cambiarte, debes pasar lo más desapercibido posible, como cualquier ciudadano para que no se den cuenta que vienes huyendo.
— ¿Ni una mochila?
— No porque puedes parecer sospechoso y si te detienen y te revisan se dan cuenta que eres inmigrante.
Las precauciones de nada sirvieron, Filemón cayó preso.
-En el desierto la policía me detuvo junto con otras 200 personas por ser ilegal y ahí no te protege ninguna ley. Estuve en seis prisiones distintas. Pasas seis meses en una, luego te cambian a otra, no hay ninguna regla. Es muy difícil porque no te imaginas que vas a permanecer dos años en prisión, además de que todo mundo sabe cuál es la situación de Libia, es muy difícil para nosotros, los eritreos.
Filemon se refiere a los campos de tortura en los que se han convertido las prisiones libias con tal de que sus familias paguen rescate por ellos, de lo contrario, los matan o los venden como esclavos.
—La policía Libia no tiene humanidad, es muy peligrosa, te pegan sin razón alguna, porque eres ilegal, porque eres de Eritrea; te pegan sólo por diversión, día y noche, día y noche; durante la noche gritas, pero nadie viene a ayudarte. Alguna vez un chico intentó escaparse, pero es imposible. Los guardias lo detuvieron, lo llevaron a una cama y lo ataron envolviéndolo con las sábanas: Todos empezaron a pegarle al mismo tiempo con barras metálicas. Terminó con un brazo destrozado. La comida, que casi siempre es pasta o arroz, a veces se quedaba intacta pese al hambre, porque los policías lo atiborran de sal para obligar a los reclusos a entrar en el círculo de corrupción comprando alimentos que los mismos guardias venden, como leche o atún.
Cuando se hicieron más frecuentes las advertencias de que serían deportados a Eritrea donde la muerte los esperaría, Filemón explica que todos los eritreos presos se pusieron de acuerdo para llamar y pedir ayuda a Elsa Chyrum, una reconocida activista por los Derechos Humanos de sus connacionales.
La policía libia aceptó no regresarlos a Eritrea a cambio de 1,200 dinares libios (aproximadamente 870 dólares) por cada uno. Filemón recurrió a una prima que desde hace muchos años vive en Canadá.
—Pagué ese dinero y me sacaron de prisión.
Con dos años de retraso, Filemón siguió su plan: entrar en Europa vía el mar Mediterráneo.
Conoció otros chicos como él y a través de ellos a una persona que los guío de Libia hasta Túnez a cambio de un pago de 1,500 dinares libios (1,100 dólares). De nuevo la prima eritrea-canadiense salió al rescate. Y lo volvió hacer cuando Filemón tuvo que pagar a la persona que lo cruzaría en un bote inflable atiborrado con 200 ocupantes desde el mar Mediterráneo hasta Italia, vía la isla de Lampedusa y posteriormente Sicilia.
—No hay muchas opciones: o te mueres o entras a Europa.
Filemón sobrevivió a la travesía.
No así algunas fotos de su familia que guardó durante todo el trayecto: quedaron irreparablemente dañadas, así como el papelito donde traía escrito el nombre y teléfono de un periodista que colaboró para que pudiera salir de la cárcel en Libia.
En Italia no se quedó mucho tiempo, de inmediato se dirigió hacia Francia para de ahí cruzar hacia su objetivo final: Reino Unido.
Desde Vintimilla, en la frontera francoitaliana, viajó en tren hasta París, se quedó un poco en la ciudad, durmiendo en la calle, hasta que reunió el dinero suficiente para ir hasta Calais de nuevo en tren.
La Jungla
—No es un lugar para los seres humanos, es un lugar para los animales
Filemón dirige su vista hacia el Canal de la Mancha, entrecierra sus ojos, marcados por esas intensas ojeras. Con gran esfuerzo, cuando las condiciones climatológicas lo permiten, más allá de la bruma marina, logra adivinar un pedacito de tierra… Inglaterra.
A tres horas al norte de París se sitúa Calais, una ciudad cuya costa se encuentra en el punto más estrecho del Canal de la Mancha, ahí sólo mide 34 kilómetros muy cerca el Reino Unido, la tierra prometida para cientos de miles de refugiados provenientes, en su mayoría, de países de África y Medio Oriente.
Es ahí, en Calais, ciudad fría y húmeda, donde soplan vientos que hacen castañear los dientes sin parar, se encuentra La Jungla. Para llegar al sueño inglés, miles de refugiados tienen antes que sufrir la pesadilla de pasar no una, sino innumerables noches, en el llamado hoyo negro de Europa.
La Jungla es un conjunto desordenado de casuchas hechas con plásticos, lonas, palos o tubos que apenas sirven para guarecerse de la lluvia y el frío nunca da tregua. Algunos con suerte como Filemon, logran tener tiendas de campaña donadas por la Cruz Roja Internacional. También duermes en la calle, la tienda no te cubre del frío, sólo de la lluvia-.
Al interior de las improvisadas viviendas hay cartones apilados a modo de camas, con más cartones o periódicos encima simulando ser cobijas, los más afortunados cuentan con una manta carcomida que algún compadecido ha donado.
Para resistir a las bajas temperaturas, los habitantes de La Jungla realizan pequeñas fogatas con madera húmeda que desprende una intensa humareda provocando en quienes se sientan alrededor una carraspera en la garganta que nunca termina; es eso, o morirte de frío.
Caminas sorteando basura, charcos de agua estancada, profundos surcos de lodo entremezclado con heces nauseabundas. El lugar carece de total electricidad y agua potable, por lo que las ratas, diarreas, salmonelosis, sarna, sarampión y otras calamidades son las aliadas del lugar.
No existen platos ni vasos convencionales, en su lugar aparecen recipientes que otrora fueron envases de productos químicos, pero el riesgo a la salud queda minimizado ante la posibilidad de morir de hambre. Otra constante son las agresiones físicas. No sólo entre algunas colonias de refugiados, sino las que perpetran los delincuentes comunes que aprovechan el abandono de las almas que ahí viven para atormentarlas más.
—Imagínate seis mil personas, de diferentes países, religiones, culturas… es muy difícil. Si tienes problemas con alguien se puede enojar y quemar tu hogar, lanza un encendedor a tu tienda sin problema.
Ventana de uno de los restaurantes atacados el 13N. Foto: Sarai Peña Banda.
Francia aún no se repone a los más recientes atentados terroristas. Afuera, los lugareños proclaman “fuera migrantes, regresen a su país” y los golpean con barras de metal hasta provocarles fracturas;el gobierno francés intenta reaccionar pero da traspiés al ver como única solución cerrar el campamento, donde seis mil almas se refugian para sobrevivir a una muerte súbita en sus países de origen. Se ven hoy los bulldozer trabajando en la zona de estos campos de concentración que tienen tufo a Birkenau en París, la capital mundial del amor.
Rodeados por una valla metálica, se encuentran más de 100 contenedores de tráileres de color blanco en cuyo interior hay seis camas dobles, radiadores y enchufes. Ausencia de baño y agua corriente, aunque se prevén instalar grifos, sanitarios y regaderas más adelante.
A la zona de los contenedores sólo entran los refugiados que aceptan proporcionar sus datos y sus huellas digitales.
Filemón regresó a París en diciembre de 2015 e inició su proceso de demanda de asilo.
Después de varios días de dormir en la calle logró el contacto de la asociación France Terre d’Asile que lo acompaña en la gestión de sus trámites y así tuvo comunicación con la Pastoral de Migrantes que le ofreció el albergue nocturno de la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle. Ahí vivió, hasta enero pasado, gracias a la caridad de la comunidad católica de la zona que tiene una tradición de ayuda a migrantes y refugiados y posteriormente el Estado francés le otorgó un hogar temporal.
Una habitación en un Hotel F1, conocida cadena hotelera por sus modestas instalaciones, atractivas tarifas y ubicaciones lejanas, situada a una hora de la llamada Ciudad de la Luz viajando en transporte público.
Pero después de sobrevivir al Ejército en Eritrea, estar dos años preso en Libia, arribar a Europa en una lancha con 200 refugiados rezando para no naufragar, superar el paso por la Jungla en Francia, Filemón no se queja. Tiene un cuarto para él solo y cada día recibe vales de restaurante por un monto de 5.50 euros. Aunque el precio promedio de una comida en París que incluye entrada y plato fuerte o plato fuerte y postre ronda los 15. Tres veces a la semana recibe un boleto ida y vuelta válido en metro, RER, tren suburbano y autobús.
Lo que sí lamenta es la espera.
—Nos dan comida y lugar para dormir, pero es muy difícil esperar, no puedo conseguir un trabajo y ni siquiera puedo llamar a mi familia, no hay nada, sólo esperar.
En Eritrea la comunicación es difícil. Su mamá ni siquiera tiene teléfono, por lo que muy raramente habla con ella. Ni por equivocación le cuenta los detalles de su trayectoria en estos recién cumplidos cinco años que huyó de su país al cual ni queriendo, puede regresar. Para no preocupar a su madre omite el episodio de la cárcel en Libia y otras tribulaciones sufridas hasta llegar al hoy, ahora. En su lugar, le cuenta de su vida en París.
Filemón estudia francés. La iglesia de Saint-Bernard de la Chapelle le da clases dos veces a la semana.
—Antes no tenía idea del idioma, ni de Francia, pero ahora mi relación con este país es distinta, me gusta mucho, la gente es muy amable.
El joven de sonrisa franca camina tranquilamente por la calle, con las manos en los bolsillos del pantalón y con paso rítmico, como si pateara una piedrecita de un pie a otro. Con la mirada al frente y abriendo desmesuradamente los ojos cuando se encuentra con históricos edificios en París.
Filemón se despide. Tiene que ir a entregar un sleeping-bag que ya no usa a un amigo que lo necesita. En su periplo hacia el Reino Unido se ha hecho de varios amigos. Algunos siguen en La Jungla, pero se acuerdan de él y le llaman para saber cómo está.
—Soy una persona muy sociable— afirma sonriendo. Y ciertamente, lo es.
Por:FLORENCIA ÁNGELES
Nació en la Ciudad de México en 1982. Estudió la licenciatura de Comunicación Social en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y realizó una Maestría en Periodismo Político en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Desde muy joven se interesó por la comunicación y más aún por el periodismo, el poder dar un rostro a las estadísticas y el buscar la verdad detrás de las versiones oficiales. Desde hace 15 años, ha trabajado como redactora, reportera, conductora, jefa de información y actualmente como corresponsal, interesada particularmente en los Derechos Humanos y problemas sociales. Vive en Francia.
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PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR
SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA
TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO