SIN MALETAS: EN UN LUGAR LLAMADO ERITREA. PARTE 7

Utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com


Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

SÉPTIMA ENTREGA

En el albergue nocturno que en invierno abre la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle en un barrio popular al norte de París, Filemón lleva muchas noches sin conciliar el sueño. Cuando logra dormir unas cuantas horas, despierta en medio de pesadillas y sobresaltos. Sus ojos  enmarcados por unas ojeras pronunciadas y sus pupilas parecen rodeadas de un sangriento color escarlata. Su tez morena deja al descubierto 26 años herederos de una ascendencia árabe entremezclada con africana y un cabello ensortijado oscuro que por momentos palidece bajo un gorro de tela negra donde resaltan unas brillantes letras: PARIS.

En medio de la sombra de una barba de candado que no se logra cerrar, se dibuja una amplia y confiada sonrisa. Habla un inglés fluido, aunque a veces le faltan palabras para explicar el horror de lo vivido desde que cumplió la mayoría de edad, cuando fue privado de su libertad: así empieza su historia.

—Me llevaron por la fuerza de la escuela cuando tenía 18 años. Para todos es así, hombres y mujeres; a los 18 tienes que irte al Ejército, no importa si estás estudiando o no, a ellos no les importa que termines la escuela. Vas a la milicia y no terminas tus estudios nunca y una vez que entras en el servicio militar no sabes cuándo vas a salir, puedes quedarte 10, 15 años… no lo sabes, no hay un límite. Es así.

Filemón no pudo despedirse de su familia cuando llegaron por él a su escuela para enrolarlo en el servicio militar. Su madre lo sospechó cuando no volvió a casa y luego las autoridades de la escuela confirmaron su enrolamiento forzado.

—Llegaron los autobuses por ellos, llenaron varios, sólo dejaron a las mujeres más pequeñas—

En los tres años que estuvo en el Ejército, el muchacho nunca más supo de su familia.

—Eres esclavo. Primero te dan instrucción militar durante nueve meses y luego te ponen a trabajar construyendo carreteras o las casas de los mandos militares, o en labores agrícolas. Y todo sin ningún pago, no tienes dinero.

Filemon decide escapar y esconderse en la casa de un tío pero al cabo de tres semanas estaba de regreso en El Ejército con decenas de ojos supervisando su trabajo.

—El gobierno se enteró que mi mamá sabía de mi escondite y la tomó presa, me sentí muy mal, por mi culpa ella estaba en la cárcel… entonces me entregué.

Adiós sin despedida

Eritrea es un pequeño país alargado ubicado en el cuerno de África, delimitado por el Mar Rojo, Sudán, Etiopía y Yibuti. Junto con Afganistán, se pelea el segundo lugar, después de Siria, de los países que más expulsan refugiados hacia Europa: cinco mil cada mes estima la ONU.

Desde que Eritrea se independizó de Etiopía en 1993, sólo ha tenido un presidente, Isaías Afwerki. Gobierna con brazo de hierro, puño de acero, eliminando cualquier opositor y acallando voces disidentes. Los eritreos se liberaron de un yugo para soportar otro. Arrestos arbitrarios, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales y torturas son el pan de cada día.

No hay prensa libre ni libertad de expresión.

Más de medio millón de desplazados deja entrever la situación de un país que se desploma. La propia Unicef alerta a la comunidad internacional sobre esta crisis humanitaria.

— ¿Compartiste con alguien tu idea de escapar hacia el Reino Unido?
— No, mi decisión fue sólo para mí
— ¿Es difícil guardar el secreto?
— Sí, pero no tienes elección. Tienes miedo incluso de tus amigos, alguien puede mencionarlo, decirlo sin querer y se acabó. Es mejor guardarlo para ti y hacerlo cuando se presente la mejor oportunidad.

Los últimos seis meses de Filemón en el servicio militar los pasó en Aligider, región cercana a la frontera con Sudán. Día a día recorría detenidamente, a veces con la vista y otras con sus mismos pasos, la zona que cruzaría para escapar; imaginaba y diseñaba su huida.

La decisión la tomó el 8 de febrero de 2011, afirma sin vacilar.

— Era de día, a las 9 de la mañana me fui del lugar, de Aligider, caminé cerca de 13 o 15 horas para cruzar la frontera con Sudán, llegué hasta la ciudad de Kassala y ahí me quedé un mes.

— ¿Qué dijo tu familia?

— Cuando estuve en Sudán los llamé, estaban muy preocupados cuando les conté; para ellos yo estaba en el servicio militar y de repente se enteran que estoy huyendo, no se lo imaginaban. Estaban muy tristes pero al mismo tiempo felices porque no me quedé en Eritrea.

Filemón sabe, aunque no lo menciona con palabras sino con un silencio de minutos prolongados y una mirada lejana, que él y su mamá no volverán a verse de inmediato, sin embargo  logró sobrevivir a esa cárcel a cielo abierto de nombre Eritrea.

La víctima perfecta

Ser ilegal, indocumentado, sin papeles, emigrante, refugiado o exiliado en un continente como África, es morir en vida. Huyes de un país que te maltrata y atraviesas territorios donde tu condición de ilegal te convierte en una apetitosa presa salvaje para un cazador rapaz: el ser humano.

Hay hombres que no sólo se regocijan con el dolor ajeno, también lucran con la tragedia.

La dictadura en Eritrea se endureció en el 2008. Aproximadamente 50 mil jóvenes han huido de su país hacia Europa e Israel y cerca de 10 mil han desaparecido en el intento. En los países colindantes operan grupos terroristas y traficantes de personas que torturan y exigen exorbitantes rescates a las familias.

Entre 2009 y 2013, han sido víctimas de dichos tratantes y extorsionadores hasta 30 mil personas, de las cuales el 95% provenían de Eritrea, según el Parlamento Europeo.

—De Sudán decidí ir a Libia porque mi plan era entrar en Europa. No es fácil porque siempre eres ilegal y en África no eres ningún héroe, cuando eres ilegal no tienes dinero, vivir no es fácil.

—¿Con qué llegaste a Libia?

— No me traje nada, sólo la ropa que traía puesta, ni siquiera tienes con qué cambiarte, debes pasar lo más desapercibido posible, como cualquier ciudadano para que no se den cuenta que vienes huyendo.
— ¿Ni una mochila?
— No porque puedes parecer sospechoso y si te detienen y te revisan se dan cuenta que eres inmigrante.

Las precauciones de nada sirvieron, Filemón cayó preso.

-En el desierto la policía me detuvo junto con otras 200 personas por ser ilegal y ahí no te protege ninguna ley. Estuve en seis prisiones distintas. Pasas seis meses en una, luego te cambian a otra, no hay ninguna regla. Es muy difícil porque no te imaginas que vas a permanecer dos años en prisión, además de que todo mundo sabe cuál es la situación de Libia, es muy difícil para nosotros, los eritreos.

Filemon se refiere a los campos de tortura en los que se han convertido las prisiones libias con tal de que sus familias paguen rescate por ellos, de lo contrario, los matan o los venden como esclavos.

—La policía Libia no tiene humanidad, es muy peligrosa, te pegan sin razón alguna, porque eres ilegal, porque eres de Eritrea; te pegan sólo por diversión, día y noche, día y noche; durante la noche gritas, pero nadie viene a ayudarte. Alguna vez un chico intentó escaparse, pero es imposible. Los guardias lo detuvieron, lo llevaron a una cama y lo ataron envolviéndolo con las sábanas: Todos empezaron a pegarle al mismo tiempo con barras metálicas. Terminó con un brazo destrozado. La comida, que casi siempre es pasta o arroz, a veces se quedaba intacta pese al hambre, porque los policías lo atiborran de sal para obligar a los reclusos a entrar en el círculo de corrupción comprando alimentos que los mismos guardias venden, como leche o atún.

Cuando se hicieron más frecuentes las advertencias de que serían deportados a Eritrea donde la muerte los esperaría, Filemón explica que todos los eritreos presos se pusieron de acuerdo para llamar y pedir ayuda a Elsa Chyrum, una reconocida activista por los Derechos Humanos de sus connacionales.

La policía libia aceptó no regresarlos a Eritrea a cambio de 1,200 dinares libios (aproximadamente 870 dólares) por cada uno. Filemón recurrió a una prima que desde hace muchos años vive en Canadá.

—Pagué ese dinero y me sacaron de prisión.

Con dos años de retraso, Filemón siguió su plan: entrar en Europa vía el mar Mediterráneo.

Conoció otros chicos como él y a través de ellos a una persona que los guío de Libia hasta Túnez a cambio de un pago de 1,500 dinares libios (1,100 dólares). De nuevo la prima eritrea-canadiense salió al rescate. Y lo volvió hacer cuando Filemón tuvo que pagar a la persona que lo cruzaría en un bote inflable atiborrado con 200 ocupantes desde el mar Mediterráneo hasta Italia, vía la isla de Lampedusa y posteriormente Sicilia.

—No hay muchas opciones: o te mueres o entras a Europa.

Filemón sobrevivió a la travesía.

No así algunas fotos de su familia que guardó durante todo el trayecto: quedaron irreparablemente dañadas, así como el papelito donde traía escrito el nombre y teléfono de un periodista que colaboró para que pudiera salir de la cárcel en Libia.

En Italia no se quedó mucho tiempo, de inmediato se dirigió hacia Francia para de ahí cruzar hacia su objetivo final: Reino Unido.

Desde Vintimilla, en la frontera francoitaliana, viajó en tren hasta París, se quedó un poco en la ciudad, durmiendo en la calle, hasta que reunió el dinero suficiente para ir hasta Calais de nuevo en tren.

La Jungla

—No es un lugar para los seres humanos, es un lugar para los animales

Filemón dirige su vista hacia el Canal de la Mancha, entrecierra sus ojos, marcados por esas intensas ojeras. Con gran esfuerzo, cuando las condiciones climatológicas lo permiten, más allá de la bruma marina, logra adivinar un pedacito de tierra… Inglaterra.

A tres horas al norte de París se sitúa Calais, una ciudad cuya costa se encuentra en el punto más estrecho del Canal de la Mancha, ahí sólo mide 34 kilómetros muy cerca el Reino Unido, la tierra prometida para cientos de miles de refugiados provenientes, en su mayoría, de países de África y Medio Oriente.

Es ahí, en Calais, ciudad fría y húmeda, donde soplan vientos que hacen castañear los dientes sin parar, se encuentra La Jungla. Para llegar al sueño inglés, miles de refugiados tienen antes que sufrir la pesadilla de pasar no una, sino innumerables noches, en el llamado hoyo negro de Europa.

La Jungla es un conjunto desordenado de casuchas hechas con plásticos, lonas, palos o tubos que apenas sirven para guarecerse de la lluvia y el frío nunca da tregua. Algunos con suerte como Filemon, logran tener tiendas de campaña donadas por la Cruz Roja  Internacional. También duermes en la calle, la tienda no te cubre del frío, sólo de la lluvia-.

Al interior de las improvisadas viviendas hay cartones apilados a modo de camas, con más cartones o periódicos encima simulando ser cobijas, los más afortunados cuentan con una manta carcomida que algún compadecido ha donado.

Para resistir a las bajas temperaturas, los habitantes de La Jungla realizan pequeñas fogatas con madera húmeda que desprende una intensa humareda provocando en quienes se sientan alrededor una carraspera en la garganta que nunca termina; es eso, o morirte de frío.

Caminas sorteando basura, charcos de agua estancada, profundos surcos de lodo entremezclado con heces nauseabundas. El lugar carece de total electricidad y agua potable, por lo que las ratas, diarreas, salmonelosis, sarna, sarampión y otras calamidades son las aliadas del lugar. 

No existen platos ni vasos convencionales, en su lugar aparecen recipientes que otrora fueron envases de productos químicos, pero el riesgo a la salud queda minimizado ante la posibilidad de morir de hambre. Otra constante son las agresiones físicas. No sólo entre algunas colonias de refugiados, sino las que perpetran los delincuentes comunes que aprovechan el abandono de las almas que ahí viven para atormentarlas más.

—Imagínate seis mil personas, de diferentes países, religiones, culturas… es muy difícil. Si tienes problemas con alguien se puede enojar y quemar tu hogar, lanza un encendedor a tu tienda sin problema.

Ventana de uno de los restaurantes atacados el 13N. Foto: Sarai Peña Banda.

Francia aún no se repone a los más recientes atentados terroristas. Afuera, los lugareños proclaman “fuera migrantes, regresen a su país” y los golpean con barras de metal hasta provocarles fracturas;el gobierno francés intenta reaccionar pero da traspiés al ver como única solución cerrar el campamento, donde seis mil almas se refugian para sobrevivir a una muerte súbita en sus países de origen. Se ven hoy los bulldozer trabajando en la zona de estos campos de concentración que tienen tufo a Birkenau en París, la capital mundial del amor.

Rodeados por una valla metálica, se encuentran más de 100 contenedores de tráileres de color blanco en cuyo interior hay seis camas dobles, radiadores y enchufes. Ausencia de baño y agua corriente, aunque se prevén instalar grifos, sanitarios y regaderas más adelante.

A la zona de los contenedores sólo entran los refugiados que aceptan proporcionar sus datos y sus huellas digitales.

Filemón regresó a París en diciembre de 2015 e inició su proceso de demanda de asilo.

Después de varios días de dormir en la calle logró el contacto de la asociación France Terre d’Asile que lo acompaña en la gestión de sus trámites y así tuvo comunicación con la Pastoral de Migrantes que le ofreció el albergue nocturno de la iglesia Saint-Bernard de la Chapelle. Ahí vivió, hasta enero pasado, gracias a la caridad de la comunidad católica de la zona que tiene una tradición de ayuda a migrantes y refugiados y posteriormente el Estado francés le otorgó un hogar temporal.

Una habitación en un Hotel F1, conocida cadena hotelera por sus modestas instalaciones, atractivas tarifas y ubicaciones lejanas, situada a una hora de la llamada Ciudad de la Luz viajando en transporte público.

Pero después de sobrevivir al Ejército en Eritrea, estar dos años preso en Libia, arribar a Europa en una lancha con 200 refugiados rezando para no naufragar, superar el paso por la Jungla en Francia, Filemón no se queja. Tiene un cuarto para él solo y cada día recibe vales de restaurante por un monto de 5.50 euros. Aunque el precio promedio de una comida en París que incluye entrada y plato fuerte o plato fuerte y postre ronda los 15. Tres veces a la semana recibe un boleto ida y vuelta válido en metro, RER, tren suburbano y autobús.

Lo que sí lamenta es la espera.

—Nos dan comida y lugar para dormir, pero es muy difícil esperar, no puedo conseguir un trabajo y ni siquiera puedo llamar a mi familia, no hay nada, sólo esperar.

En Eritrea la comunicación es difícil. Su mamá ni siquiera tiene teléfono, por lo que muy raramente habla con ella. Ni por equivocación le cuenta los detalles de su trayectoria en estos recién cumplidos cinco años que huyó de su país al cual ni queriendo, puede regresar. Para no preocupar a su madre omite el episodio de la cárcel en Libia y otras tribulaciones sufridas hasta llegar al hoy, ahora. En su lugar, le cuenta de su vida en París.

Filemón estudia francés. La iglesia de Saint-Bernard de la Chapelle le da clases dos veces a la semana.

—Antes no tenía idea del idioma, ni de Francia, pero ahora mi relación con este país es distinta, me gusta mucho, la gente es muy amable.

El joven de sonrisa franca camina tranquilamente por la calle, con las manos en los bolsillos del pantalón y con paso rítmico, como si pateara una piedrecita de un pie a otro. Con la mirada al frente y abriendo desmesuradamente los ojos cuando se encuentra con históricos edificios en París.

Filemón se despide. Tiene que ir a entregar un sleeping-bag que ya no usa a un amigo que lo necesita. En su periplo hacia el Reino Unido se ha hecho de varios amigos. Algunos siguen en La Jungla, pero se acuerdan de él y le llaman para saber cómo está.

—Soy una persona muy sociable— afirma sonriendo. Y ciertamente, lo es.

Por:FLORENCIA ÁNGELES 

Nació en la Ciudad de  México en 1982. Estudió la licenciatura de Comunicación Social en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y realizó una Maestría en Periodismo Político en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Desde muy joven se interesó por la comunicación y más aún por el periodismo, el poder dar un rostro a las estadísticas y el buscar la verdad detrás de las versiones oficiales. Desde hace 15 años,  ha trabajado como redactora, reportera, conductora, jefa de información y actualmente como corresponsal, interesada particularmente en los Derechos Humanos y problemas sociales. Vive en Francia. 

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PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR 

SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA

TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO

CUARTA ENTREGA: LA BATALLA POR TYMUR.  

QUINTA ENTREGA: YO ERA MARKOS 

SEXTA ENTREGA: NUEVA YORK EXILIO SIN ROSTRO.

SIN MALETAS: NUEVA YORK: EXILIO SIN ROSTRO. PARTE 6

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Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

SEXTA ENTREGA

Todo o nada, siempre ha sido así. Quedarse y morir o marcharse y vivir. Tomar sus valijas y un avión o esconderse en casa. Ser un obituario en las noticias  o una cifra dentro de la etiqueta de los refugiados. Español o inglés. Familia o soledad. Guatemala o New York.

Una mañana recibió la llamada en el despacho. Nadie habló del otro lado del auricular. La respiración pausada, ronca, seca, se le filtró por la oreja. El miedo recorrió el cuello, colgó.

Llegaron las advertencias,

intimidaciones,

sobornos,  cartas, sumarios,

indirectas, directas,

disparos y atentados fantasmas.

Otra llamada, mismo ritual.

—¡Tuuuuuuuuu! —colgaron.

Una día cualquiera. Camina por el centro de Guatemala y un hombre en sentido contrario golpea su hombro, le entrega una bala. Toma el proyectil en la palma derecha, increpa: “¿Qué quieres que haga con ella?”. El tipo se esfuma en medio de la multitud de un centro abarrotado, no hubo respuesta.

—¿Cuánto quiere?

—Ese contrato se firma antes del mediodía.

Mensajes escritos con tinta negra, órdenes entre líneas, archivos que se desaparecían de su despacho.

—Puedo hacer una lista de sucesos, por categoría si quiere. Llamadas, golpes, vigilancias, correos filtrados. Yo podía salir del apartamento y no regresar. Tomar un café implicaba que aparecieran hombres armados, se paseaban por mi lado para mostrarme la dotación que portaban, luego se marchaban y llegaban otros hasta que dejaba el lugar.

Llamar a la policía en Guatemala  no era una opción. Ellos también jugaban en su contra.

Nueva York, 2015.

—Me llamaré Jorge.  Siempre me ha gustado ese nombre. No fotos, no videos.

—¡Pero han pasado 18 años!

—Sí, pero el estado no muere, no descansa; nunca olvida.

Es noviembre, el invierno juega a esconderse. Nueva York se viste de otoño.

En la capital del mundo el frío llega con calma, da espera bajo la amenaza de aparecer sin piedad. Jorge está sentando en una de las mesas de una famosa cadena de café, entre Lexington 42 y la Tercera Avenida cerca de la estación de trenes más grande en el mundo, la Grand Central.

El encuentro llega en pistas:

—“Tengo suéter negro” —escribe por mensaje.

En sus cuentas sólo existe la misma imagen. Foto de perfil no hay, por Whatsapp tampoco. Sólo la imagen de una silueta blanca con las que se identifican, los que como él, ocultan su identidad.

No Facebook, no Twitter.

El misterio se rompe a las 11:00 de la mañana. Jorge es un hombre blanco con líneas de expresión que hace pensar que pasa de los cincuenta y tantos. Esbelto, ágil  y clásico como un musical de Fred Astaire, utiliza una camisa blanca de cuello y mangas que sobre salen por debajo del suéter de lana de llama, carga un abrigo extra, un maletín negro de cargaderas y sus ojos bailan en todas las direcciones.

Sus palabras monosilábicas comienzan a inquietar. Omite detalles, las respuestas evaden las fechas.

Asilo … político, diputado, Guatemala.

El café se hace largo, pasan 30 minutos; pasa una hora y media.

Lo cierto es que Jorge desde hace 18 años llegó a Nueva York buscando el asilo, pero tan solo hace ocho se alejo por completo de su país, cuando estando desde suelo neoyorquino sus llamadas seguían siendo intervenidas, cuando recibió un mensaje contundente y su mamá comenzó a ser vigilada, sus cuentas congeladas. Fue cuando por vigésima vez se sintió amenazado.

No fotos, no videos. 

Él está seguro que su silueta puede ser descifrada.

Se queda obnubilado observando la ventana, pero el movimiento en sus manos no se detiene. Toma la taza de café, golpea con los dedos la mesa, se frota las manos aunque no hace frío. Detrás del vidrio la avenida, un paisaje concurrido, Manhattan acelerado, las personas caminando a paso ligero queriendo ganarle al tiempo.

Jorge no conoce de Las Maras, pandillas que hoy someten Centroamérica entre extorsiones, secuestros y asesinatos. De las pandillas y las problemáticas del nuevo siglo no quiere saber… ¿para qué otro motivo de angustia?, suficiente con haberlo dejado todo.

Un hombre cualquiera camina de un lado al otro afuera de la cafetería, le roba la atención, se queda viendo su aspecto de frente, sigue sus pasos de allá para acá. Jorge se hace el tranquilo pero no le quita la mirada con el rabo del ojo.

—¿Se quiere cambiar de asiento? —le pregunto mientras me levanto  del asiento para que el gesto le haga sentir que podemos conversar desde otro ángulo… que estamos en confianza.

—No, acá estoy seguro, estamos en Nueva York.

La memoria revive su historia, esa que lleva guardada en el pecho por años.

Su rostro permanece tranquilo, no hay lágrimas, no se escucha un suspiro, pero su tono de voz por lo regular se convierte en un susurro, como un secreto entrecortado.

 Es la voz de la nostalgia.

Así empieza este retrato de un Jorge que confiesa un pasado que se aferra a olvidar en los rascacielos de Nueva York.

Un camino hacia la muerte

Eran finales de los 70: el general Romeo Lucas, anteriormente Ministro de Defensa, era el Presidente de Guatemala. Gobernaba con mano de hierro y encabezaría una de las temporadas con mayor cantidad de violaciones de los derechos humanos, entre ellas desapariciones forzadas y represiones estudiantiles.

Los estudiantes e indígenas fueron el blanco dentro de su régimen y  entre las acusaciones  en su contra se encuentra el asalto e incendio a la embajada de España en Guatemala , en donde murió Vicente Menchú, padre de la premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú.

Sin embargo, contra viento y marea, la universidad de San Carlos donde estudiaba Jorge, se mantendría firme, salían a las calles, orquestaban reuniones universitarias para luchar por soluciones por el alza del pasaje al transporte urbano, la privatización de la educación pública, la explotación de petróleo y níquel en la llamada franja transversal del norte, una superficie de 16 mil kilómetros cuadrados ubicados en la región petrolífera más rica de Guatemala, dominada bajo la firma del terror de  Romeo Lara .

Una vez más  sus voces no serían suficiente y lo único que conseguirían los marchantes  sería dibujar un camino hacia la muerte.

El mismo lugar que le abría fronteras entre saberes de geología, minas, hidrocarburos y energías hizo que cambiara su estilo de vida.

Antes apostado en una clase media acomodada; ahora, en manos de la universidad pública, dejaba su niñez, crecía y se topaba con una realidad desconocida. Fue el momento para que descubriera las desigualdades por las que nunca había trasnochado en una casa con nevera llena.

Ahora estaba conociendo un nuevo país, esa Guatemala enferma con una llaga ignorada llena de pobreza; el  lugar donde apenas él se reconocía. Una bofetada con pala en la cara.

Empezó a tomar pequeños respiros en el intermedio de las clases para apoyar marchas y movimientos que se realizaban en el campus. Líderes estudiantiles alzaban su voz con el propósito de hacerse escuchar porque “la resistencia pacífica es un derecho”, así se leía en uno de los carteles que adornaban las marchas de la época contra la dictadura.

Jorge respira hondo, suelta el café en la mesa. Su pelo largo y sus días sin utilizar lentes de aumento se han esfumado, los recuerdos en su mente parecen estar ajustándose para recordar lo que no quiere, lo que al corazón le duele.

—Amigos, gente excelente, cerebros apagados.

—¿Le puedo preguntar algo?

—Sí usted me quiere preguntar por guerrilla, nosotros éramos estudiantes, yo puedo responder por mí, yo nunca he militado…

El mismo año en el que el general Romeo Lucas se hizo presidente, asesinaron a Oliverio Castañeda, secretario de la Asociación de Estudiantes Universitarios. Días más tarde, los dirigentes estudiantiles y profesores comenzaron a recibir amenazas. Los que continuaron al pie del cañón murieron o no se sabe dónde están.

Guatemala al igual que otros países de América Latina como Nicaragua, Perú y Colombia, padeció un conflicto armado por décadas.

Entre guerrillas y dictaduras, dejaron un saldo 200 mil muertos, otros miles desaparecieron y unos más fueron torturados. En 1996, cuando lograron llegar a un acuerdo de paz, el país había sepultado la justicia y desterrado los líderes a la tierra del nunca jamás.

Las injusticias sociales se habían apoderado del país, dejando una patria de heridas abiertas, con respuestas inconclusas, cansada y vulnerable a engendrar nuevos grupos violentos y delincuenciales.

—¿Y la multitud universitaria y soñadora de Guatemala?

—Desaparecieron, eso es todo.

Ellos le enseñarían que los letreros de rebelión se los trago la tierra y con él quedó sepultado ese espíritu universitario.

Llegó a la cabeza la palabra exilio.

Entre rascacielos

Nueva York nunca estuvo en la lista de las alternativas cuando pensó salir de Guatemala.

No le llamaba la atención el corazón del imperio, donde los rascacielos hacen sombra tapando el sol y donde Times Square le abruma la pupila. Él quería un lugar diferente, un lugar que le permitiera seguir su carrera política, un lugar del mundo donde pudiera seguir siendo Jorge.

Formularios y aplicaciones por Internet para cumplir con las amonestaciones de asilo, hizo por montón. Pero fue la Gran Manzana la que se atravesó en su camino.

Jorge llegó el 25 de octubre  con visa de turista al Aeropuerto John F. Kennedy. En su equipaje 50 libras de papel, todas las pruebas para que no existiera oportunidad para un “no”, él quería el asilo.

Tenía premura, el periodo para aplicar una vez pisado el suelo neoyorquino era de 30 días, de lo contrario podría ser obstruido el proceso. Un día después de haber dejado las chamarras, algunos pantalones y los libros, buscó un abogado.

Realizó la búsqueda de entre diarios  e internet hasta encontrar el Centro de Ayuda para Refugiados Salvadoreños y Guatemaltecos. Se equipó con la mayor cantidad de pruebas y llegó a su primera cita con el encargado del caso.

Su mirada lo dijo todo

su comportamiento

su actitud ansiosa

el juego de las manos

las pupilas despiertas

los reflejos en alerta

Todas las señales dieron luz verde al centro de refugiados para tomar su caso.

Entre los números  tres, cero, siete, cinco está hoy día un expediente con el que se comenzó a entretejer el armazón de un rompecabezas. Incluía fotos de las placas de los carros que en las noches lo acosaban, números de teléfono con decenas de llamadas sin respuesta, cartas de ayuda que realizó a la Comisión de Derechos Humanos. Gritos de auxilio, peticiones, cartas, anécdotas… Todo quedó registrado.

También su voz, su rostro, sus lunares.

Las autoridades neoyorquinas concluyeron, después de varios días de investigación y cotejo de documentación, que todo era un complot para que Jorge muriera en el encierro o en algún accidente inexplicable.

El empujón final fue la carta que presentó el Programa para Sobrevivientes de Tortura de la New York University (NYU Program for Survivors of Torture) el contenido certificaba que Jorge era una víctima. Con ese veredicto, completó los requisitos y su asilo empezó.

Han pasado 18 años fuera del país que lo vio nacer.

El hombre de gabán negra va caminando en la acera ancha de la 5a Avenida, se dirige hacia la biblioteca pública de Nueva York, uno de los refugios que ha encontrado para mantener viva su pasión por la lectura. Su segundo refugio es la iglesia. Allí dentro cuenta de su fe que siempre ha mantenido viva.

No fotos,  no videos.

Jorge es un alma política extraviada en la Gran Manzana que recorre los lugares que hacen parte de su rutina diaria. Ahora toca el turno de Harlem, un barrio donde no necesita hablar inglés, encuentra café colombiano y tamales mexicanos, en un mercado hispano donde los precios son más accesibles comparado con las tiendas comunes.

Harlem es el lugar de los inmigrantes, legales e ilegales.

Comienza el invierno, se siente el viento frío en la nariz y las pestañas.

Es curiosa la forma en la que el frío va congelando el cuerpo por cualquier agujero que exponga la piel a la superficie. Las orejas, los labios y las manos, son un blanco seguro.

El punto de encuentro es el  Mc Donald’s de la calle 138, la parada es City College de la línea 1 del tren. A Jorge no le molesta el frío, le gustan las calles blancas.

Ahora es el turno es conocer el City College, también en Harlem, el barrio que lo adoptó. Jorge sonríe, se siente en casa. Empuja la puerta, se abre un edificio.

Jorge es ex alumno de pregrado de artes liberales y hoy estudia una maestría en estudios liberales lo que le permite permanecer en contacto con lecturas políticas y filosóficas. El rumbo nos dirige hacia la biblioteca, el lugar donde pasa la mayoría de sus días retomando las líneas de la academia. Lee en inglés, escribe en inglés, piensa en español.  Se reúne con su grupo de trabajo por Skype —como la mayoría de veces, todo es virtual—. El tiene la mitad de un siglo y  sus compañeros  de clase aún no superan los 30.

Hace un año, cuando se graduó del pregrado,  a su lado posaron para la fotografía del recuerdo jóvenes pubertos con el acné a flor de piel, otros parecían recién salidos de la secundaria. Clases en inglés, ensayos en un idioma que se obligó aprender siendo adulto. Fue estudiante de tiempo completo financiado por el sistema educativo de préstamos hasta lograr la meta, otro título, otra prueba.

Empieza un nuevo año, el 2016.

Jorge cumple años y no le gustan los regalos. Está de vacaciones de los estudios de maestría. Hace dos días nevó 12 pulgadas, la primer tormenta de nieve en la ciudad ruidosa en la que nunca contempló estar. Disfruta de las calles como copos de algodón. No quiere volver a Guatemala.

Hora de comer. En el Mc Donald’s de la avenida Madison y 40 Street venden dos hamburguesas por tres dólares. Viste camisa y pantalón de vestir, ya es ciudadano americano. Se acercan las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Jorge tiene publicidad electoral en sus manos, le apuesta a un candidato demócrata. Se trata de Bernie Sanders. Le hace fuerza, habla de él, conoce sus propuestas. Le escribió un correo de apoyo y recibió respuesta. Ahora le hace propaganda, seguro votará por él.

Tres meses de encuentro,  tres comidas y varios cafés, biblioteca, universidad, en medio de Manhattan. La toma es perfecta.  No fotos, no video.

Entonces Jorge se deshace de  su gabán negro, se quita los zapatos. Accede a que otro luzca como él. La cámara hace click a este Jorge reconstruido por la imaginación.

Una curul, un exilio…

Eran los 90. Su bajo perfil y su rol de empresario agrícola, cosechar y surtir mercados móviles al que se había dedicado después de dejar los estudios de la universidad, se vieron interrumpidos por una campaña política que lo situaría por un periodo de cuatro años como diputado. Una campaña que llegó como pedida del cielo. Resultó teniendo una acogida exitosa, no tuvo que invertir mucho dinero ni publicidad, la gente parecía conocerlo y obtuvo los votos  suficientes para ser elegido por el partido de empresarios que representaba. De avanzada nacional, un partido de derecha, llamado al igual que un partido mexicano y que aún existe.

Sus noches empezaron a empalmar con las auroras y el trabajo que se dispuso hacer fue velar por el sueño,

la voz,

el anhelo,

todo eso que por años había permanecido en un alma inquieta. Una utopía rota por la gratitud de un cargo que lo obligaba a implementar desde el legislativo, leyes justas  para garantizar unas condiciones de vida digna. El corazón volvió a latir, los años de juventud en medio de las revueltas lo hacían vibrar ahora desde las esferas del poder.

El camino estaba minado. Que la derecha apoyara a un diputado con alma de izquierda, resultó una mezcla explosiva. Guatemala no le estaba ofreciendo lo suficiente a su gente —no porque la patria no lo pudiera hacer sino porque muchos  dirigentes, eran individualistas y egoístas—, enseñados a subyugar con ínfulas de capataces como si hubieran llegado desde la conquista con el mismo Pedro de Alvarado.

Como legislador, Jorge logró acuerdos que aseguraran nuevas políticas públicas para el país. Ayudo a que el presupuesto incluyera suficientes gastos en educación, salud social, cultura y  planteó una reforma para reducir la cantidad de homicidios: la alcanzó a lograr. Se trataba de reducir el gasto militar y re establecer una nueva policía nacional, con apoyo de las instituciones educativas para jóvenes, donde se explicará el valor a la vida, el respeto por el otro y que entendieran que solo había una oportunidad de vivir y era está.

Estaba funcionando, pero implicaba seguir invirtiendo en educación. Los que se nutrían del presupuesto militar no estuvieron de acuerdo.

La depresión llegó primero, después la desolación. Vio de cerca a la corrupción desmontado sus proyectos políticos y todo lo que con tanto esfuerzo orquestó como diputado. Con los mismos ojos café oscuros que alcanzaron a ver el progreso en las vías, la salud, la disminución en la tasa de mortalidad, vio la verdadera miseria de América Latina: corrupción, corrupción, corrupción.

Un año después de su mandato, los carros armados lo esperaban en la puerta de su apartamento. Jorge se había convertido en esperanza en una Guatemala desgarrada.

La situación se salió de control. Su espalda no podía sostener el peso de una persecución que aunque no le arrancaba la vida, amenazaba con enloquecerlo.

Hace una pausa, viene la pesadilla.

Una mañana recibió la llamada en el despacho. Nadie habló del otro lado del auricular. La respiración pausada, ronca, seca, se le filtró por la oreja. El miedo recorrió el cuello, colgó.

Llegaron las advertencias,

intimidaciones,

sobornos,  cartas, sumarios,

indirectas, directas,

disparos y atentados fantasmas.

Otra llamada, mismo ritual. ¡Tuuuuuuuuu! colgaron.

Una mañana cualquiera camina por el centro de Guatemala y un hombre en sentido contrario golpea su hombro, le entrega una bala. Toma el proyectil en la palma derecha, increpa: ¿qué quieres que haga con ella? el tipo se esfuma en medio de la multitud de un centro abarrotado, no hubo respuesta.

Llegó el momento de abandonar la tierra del jocón, el pepián, los paches, las enchiladas, los tamalitos de Chipilín.

Entonces todo o nada, siempre ha sido así. Quedarse y morir o marcharse y vivir. Tomar sus valijas y un avión o esconderse en casa. Ser un obituario en las noticias  o una cifra dentro de la etiqueta de los refugiados. Español o inglés. Familia o soledad. Guatemala o New York.

Me llamaré Jorge… siempre me ha gustado ese nombre.

Por: XIMENA VELEZ

Comunicadora Social y Periodista por la Universidad Autónoma de Occidente de Cali, Colombia.  Incursionó en el 2010 al equipo de comunicaciones de Esquina Latina, una organización no gubernamental donde trabajó proyectos sociales sobre la cimentación de memoria y no repetición, con niños, adolescentes y mujeres víctimas del conflicto armado. En el 2014 con su equipo de trabajo ganó la convocatoria Crea Digital con la que desarrollaron una plataforma digital para reconstruir historias en formato de radioteatro y participó en la recopilación del libro “Grandes Creadores del Teatro Colombiano”. Desde Marzo del 2013 hace parte del equipo periodístico de hechoencali.com un medio de comunicación independiente que aborda temas de Derechos Humanos en el Valle del Cauca y Colombia. En el 2014 estuvo nominada a los premios de periodismo regional de la revista Semana en la categoría: Mejor cubrimiento de un proceso regional sobre reconciliación y paz con el trabajo Mujeres y Conflicto. Actualmente reside en la Ciudad de Nueva York y estudia a distancia la especialización en educación en Derechos Humanos en la universidad Católica Lumen Gentium

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PRIMERA ENTREGA: EL BIBLIOTECARIO QUE SE REHUSÓ A MATAR 

SEGUNDA ENTREGA: EL AFGANO QUE MARCHÓ POR SUS HERMANA

TERCERA ENTREGA: LOS HIJOS DEL CONGO

CUARTA ENTREGA: LA BATALLA POR TYMUR.  

QUINTA ENTREGA: YO ERA MARKOS 

SIN MALETAS: HISTORIAS DE REFUGIADOS DESDE EL EXILIO: PARTE 1

A partir de hoy, utópicos web 2.0 reproduce un especial periodístico de nuestro medio aliado mexicano www.lopolitico.com


Sin maletas busca crear conciencia sobre la migración forzada como una problemática mundial y reconoce las contribuciones positivas que los refugiados aportan a las sociedades en las que conviven. Con este trabajo periodístico, queremos promover la tolerancia y la diversidad, conocer si los valores fundamentales de la protección de la vida y la defensa de los Derechos Humanos, pueden librarse de los prejuicios cuando tocan a tu puerta. Las historias que aquí se publican, son para que se compartan libremente con la única intención de contribuir al debate informado.

PRIMERA ENTREGA

El exilio es una mochila y dos chaquetas. También un puñado de monedas de distintos países. Para Essa Hassan, la palabra exilio está al este y el hogar está hacia adentro. Siria significa ca un amigo muerto en prisión. A veces significa también un hermano en El Ejército.

¿Qué requiere el exilio? Nada. Una frase: hoy me tengo que ir.

El 19 de marzo de 2012 Essa empacó 22 años de vida, su carrera de bibliotecario y una decena de libros que durante tres años llevó cargando desde Masyaf, un pueblo en Siria famoso por su castillo medieval incluido en algunos videojuegos, hasta Aguascalientes, México.

Essa Hassan lo supo desde que cumplió la mayoría de edad.
Aunque siempre guardó la esperanza de no tener que salir de su país, de que las cosas cambiaran, de que esa guerra idiota y sin sentido terminara antes de cumplir los 22. Esa esperanza se evaporó como quien guarda agua en el desierto.
Nada fue de sorpresa.

Hassan ahora está sentado, con la espalda recta, los ojos al frente, sin esa aura de víctima con la que regularmente se dibuja el exiliado común. Tras él los árboles robustos de la Universidad de Aguascalientes se mueven con un atípico viento de noviembre.

El sol dibuja el único futuro que Hassan ve con certeza, autocrítica y mucha comicidad: la calvicie.
Desde el día que inició su viaje, Essa prefirió enfrentarse al dilema que viven cientos de miles de jóvenes en su país. La guerra en Siria polarizó a la gente entre muertos y asesinos; pero a las personas como él, las puso junto a la palabra marica, a la palabra bastardo. Escuchó a sus padres llamarlo así por considerar la idea de salvar la vida.

—Yo sabía que no iba a matar, eso lo supe siempre. Pero tampoco quería morir, así que lo único que pude hacer fue salir de Siria.
Desde ese día se esfumaron los debates y una sola palabra gobierna la mente de Essa:

Exilio…
Exilio…. exilio.

La primavera en Siria

Durante las protestas que terminaron con el régimen en Egipto y que se extendieron a otros países de Medio Oriente, Siria alzó la voz. En pleno 2011, a pocos meses de la ‘primavera árabe’, el actual presidente Bashar al Assad, decidió enfrentar a los manifestantes opositores a su gobierno con una fuerza calificada como desproporcionada.

Sin embargo antes hay que entender la realidad religiosa-política de Siria: en aquel país predominan las corrientes islámicas del Chiísmo y Sunismo. Los primeros consideran que sólo los descendientes directos de Mahoma están autorizados para ser líderes religiosos, mientras que los Sunitas no creen que sea un requisito necesario. En Medio Oriente, ambas partes están relativamente divididas en territorios establecidos, pero en Siria se encuentra la mayor tensión por su diversidad étnica-religiosa. Bashar al-Assad pertenece a la minoría chiíta, mientras gobierna a un país mayormente sunita. El temor de la minoría es que, de ser derrocado, quedarían a la merced de la oposición. En medio de este conflicto comienza la Primavera Arabe, que buscaba remover a al-Assad.

El régimen sirio ha acusado a los ejércitos foráneos de apoyar con armamento y dinero a grupos terroristas, mientras la oposición denuncia que el Ejército de al-Assad ha masacrado a centenares de personas.

Un lugar para el verano

Hay una necesidad en Essa por eliminar etiquetas. Dice ser sirio solo porque fue etiquetado hace más de cien años. Sin embargo, si hay algo que caracteriza a Hassan es su falta de ataduras.

Essa Hassan no tiene lugar, ni religión, ni ideología política; no tiene ni si quiera fecha de nacimiento. De él se puede decir que nació en octubre de 1988, pero también puede que haya nacido en noviembre de 1989. Nació en Siria, eso lo sabe, aunque su país le fue arrancado a los 22.

Su acta de nacimiento asegura que nació en noviembre de 1989 en la aldea de Masyaf, que significa ‘un lugar para el verano’. Su madre cuenta que nació en casa, a manos de una partera y es el tercero de ocho hermanos, sin embargo ella afirma que el parto fue en octubre de 1988. Pero si uno ve su pasaporte, la fecha anotada es de enero de 1989.

Essa cuenta que tuvo una infancia ordinaria.

Fue un niño de un pueblo pequeño, de una familia de clase media con una madre que se dedicó al hogar y un padre profesor. Creció bajo la tutela de dos hermanos y guiando el camino para otros cuatro. Estudió en escuelas públicas, fue un estudiante promedio y en el examen de aptitudes su futuro lo marcó como bibliotecario.

—Yo escribí veinte deseos de profesión y la vida eligió para mi bibliotecario, era algo relacionado con los libros y para mi estuvo bien —cuenta un Hassan sonriente.
Siguió su destino y en 2011 se graduó de bibliotecario, se mudó a Damasco donde trabajó en la biblioteca de Bellas Artes de aquella capital. Luego cambió su lugar de trabajo por otra biblioteca de una universidad privada en la misma ciudad, pero ahora como director.

Aquí viene un silencio.

Antes de continuar el relato, Hassan voltea los ojos al cielo haciendo imposible saber si está recordando o es una manera de evitar que las lágrimas rueden.

—Luego me tuve que ir.
Pero el llanto no aparece. Su rostro dibuja una sonrisa amplia, algo común en él. Da entonces un trago al jugo de naranja que repetidamente ha pasado de una mano en otra durante toda la entrevista.

—Me tocaba el servicio militar, a los 22 y ya no podía retrasar más el servicio. En febrero dejé mi trabajo, regresé a mi pueblo a recoger mis cosas, vendí libros, muebles y conseguí 450 dólares.
En casa anunció su partida una semana antes.

Como era de esperar para un joven de un país en guerra, sus padres lo llamaron marica, bastardo; en cambio sus hermanos se mostraron felices por su decisión. A este momento en su vida, Essa lo llama La Gran Pelea.

—Ellos no entienden que no vale la pena… para ellos es demasiado tarde para abandonar la pelea, creen en la causa —explica un Hassan frustrado con aspavientos en las manos.
Sus padres están convencidos de que se trata de una guerra contra los Sunnis, la facción mayoritaria en el mundo islámico, llamados así porque además de ser devotos del Corán, adoran la Sunna, una colección de dichos de Mahoma el profeta.

—Para mis padres Bashar Al Assad es el líder máximo, es un salvador. Ellos realmente creen que el régimen los ha salvado —cuenta negando con la cabeza pero con una pequeña sonrisa dibujando su rostro.
Ese marzo de 2012 Essa dejó aquel lugar para el verano. Pero en noviembre del mismo año regresó una última vez.

— Quería ver qué estaba pasando, además fui por mi título universitario y otros documentos que olvidé… descubrí que uno de mis amigos cercanos, de la universidad, murió en la cárcel, descubrí que en ocho meses todo estaba peor, esa fue la confirmación de que no había fin al conflicto.
Fue su última vez en Masyaf, la última vez que pisaría suelo sirio hasta quién sabe cuándo. En su viaje de regreso a Turquía su primer lugar de exilio, Essa llevó en la mente una historia que sucedió durante sus años de universidad en Damasco y en su maleta los únicos diez libros que pudo salvar junto a su pasado.

 Allahu Akbar

Fotografía Cortesía de Proyecto Habesha

  Soy Essa Hassan y estoy dormido. Comparto departamento con otros tres estudiantes también matriculados en la Universidad de Damasco. Son las dos de la mañana y hay silencio absoluto.

Por la ventana entra un grito que despierta mis sentidos:

¡Allahu Akbar…!

Es la alabanza a Alah, una alabanza cargada también de simbolismo político entre quienes apoyan al régimen y quienes lo rechazan.

Sólo puedo abrir los ojos. Nadie dice nada.

—¡Allahu Akbar! —otra vez.

Y luego otra.

Las luces del dormitorio universitario se empiezan a encender una tras otras. Los gritos ahora son de mujer, vienen del edificio de enfrente.

Un lamento desde la habitación de al lado.

Enciendo la luz de la habitación. Mis tres compañeros están igual de espantados que yo… Los gritos se intensifican.

Conforme avanza el tiempo la situación es aún más confusa y parece que todo se acelera: las luces de los dos departamentos se apagan: alguien bajó el interruptor general.

De las habitaciones del primer piso se escuchan golpes, gritos, plegarias.

—Sé que son las fuerzas policiales… por la ventana se ven las luces de la policía… lo que no puedo creer, es que hayan entrado hasta la universidad, como si fuera cualquier cosa.
Los gritos y los golpes suben piso por piso.

Los policías están a punto de entrar a nuestro cuarto. Le digo a mis compañeros que saquemos nuestras identificaciones, nos acostemos en las camas y estemos tranquilos. Nada de gritos, nada de plegarias, todo será un trámite burocrático. La puerta de al lado cayó de un golpe; esto no nos va a suceder. Dejo entreabierta la puerta de la habitación.

—Los soldados entraron sin batallar, cuando pusieron las lámparas frente a nosotros vieron de inmediato nuestras identificaciones. Todos sentados sobre nuestras camas, en silencio. No les dimos tiempo ni de enojarse. Nos sacaron por un pasillo y nos formaron en el patio central de los dormitorios. En camino vimos a jóvenes golpeados, habitaciones destrozadas. Cientos de policías y militares…
La irrupción duró cinco horas. Cuando comenzó a amanecer, las filas ya se habían dividido entre los pro régimen y los rebeldes. Durante todo el camino hasta las habitaciones, viajaba de la última fila de los oficialistas a la primera fila de los opositores.

—No hay vuelta atrás.


Foto por Josh Zakary Cientos de Refugiados Sirios esperan el próximo tren en Viena.

Essa se fue de Masyaf a Damasco a estudiar. Aunque preveía que algún día iba a tener que salir del país. Su próxima parada la hizo en Turquía, un lugar que había considerado ya desde sus 18. [bubble background=”#FFF” color=”#666″ border=”3px solid #ccc” author=””]“Pensé que era el mejor lugar para partir, nada en particular,” confiesa. De ahí partió a Líbano donde vivió por dos años y dos meses”[/bubble]

Pidió dinero a un amigo, 100 dólares para irse a Líbano. Con eso tenía suficiente, allí su vida cambió de verdad, para bien. Pudo renovar su pasaporte y empezó a generar dinero en un restaurante; luego, en Beirut, enseñó árabe a extranjeros por unos meses y consiguió trabajo con la asociación Action Against Hunger como supervisor de campo. Este refugiado habla tranquilo, sentado en el sillón de su sala en Aguascalientes, México, con las piernas cruzadas, las manos acariciando el descansabrazos.

En Beirut Essa pensó por primera vez en un futuro seguro. Trabajando para una organización no lucrativa, intentando cambiar el mundo, ganando algo de dinero. Pero a la vuelta de dos años sucedió algo: la guerra se intensificó en Siria y entonces había miles de Essa en Líbano.

—Había otros miles o millones de yos en Líbano. Las medidas migratorias se intensificaron también para no recibir más sirios, y otra vez no había futuro para mí.

Essa tramitó una visa para entrar a Italia y el primero de agosto de 2014 se fue para Roma. Allí se comenzó a formar el mapa de México en su cabeza. Poco a poco, como quien traza el contorno de un país a lápiz, sin prisa:

—Conocí a Adrián Meléndez, me pidió ayuda para organizar la llegada de 30 sirios a México —Adrián es el fundador del Proyecto Habesha, una idea que se consolidó con la llegada de Essa Hassan a México. A pesar de que Essa era inicialmente colaborador del proyecto, terminó por ser el primero en viajar.
Este proyecto está dedicado a abrir los brazos a las víctimas del conflicto sirio, como lo pone Luis Sámano, organizador de la iniciativa: “Queremos ser un trampolín que ayude a estudiantes de calidad en Siria a tener futuro. Habesha nació hace dos años y se alimenta de fondos de la sociedad civil o crowd funding. Essa es el primero, pero vienen 29 más, todos jóvenes que buscan estudiar y pensamos que México es un lugar que puede ser hospitalario” explica Sámano.

Essa es así, se toma las cosas como vienen y además se relaja.

—Cuando llegué a Roma sabía que no iba a regresar ni a Líbano ni a Siria, así que planeé un viaje por toda Europa durante 20 días. Luego regresé a Roma y renté una habitación pequeñísima—. Aún sin empleo, Essa siguió apoyando al Proyecto Habesha y eventualmente aplicó como estudiante, esa promesa quedó escrita desde febrero de este año.
De Roma finalmente viajó a Quito, Ecuador, donde el embajador le dio asilo mientras tramitaba su visa como estudiante para llegar a la Ciudad de México. Pasó dos semanas en la capital mexicana hasta obtener finalmente su visa de estudiante residente y se trasladó a Aguascalientes.

Sirios en México

El último censo en México dibuja a la población siria en el país es del año 2000, con 246 personas. De acuerdo al archivo histórico de la Nación, en 1890 México recibió a más de mil sirios y para 1930 había más de cinco mil.

En el Archivo General de la Nación existe una carta fechada el 9 de agosto de 1927, firmada por Julián Slim Haddad, un inmigrante libanés llegado veinte años atrás cuando apenas tenía 14. La carta, un memorial tan extenso como una autobiografía, fue enviada al presidente Plutarco Elías Calles y relataba dos realidades de aquel entonces que con los años han quedado archivadas junto al documento: la primera, que las leyes mexicanas incitaban abiertamente al racismo; la segunda, que había una fuerte ola de migrantes árabes buscando refugio en México.

Slim Haddad, padre del actual hombre más rico de México, el tercero en el mundo, pedía al Presidente que se respetara a la comunidad libanesa en México. Le explicaba, en calidad de presidente de la Cámara de Comercio Libanesa, que su pueblo no era tan diferente al de Calles. El comerciante quería decir al gobierno mexicano que terminara con las leyes de extranjería celebradas ese mismo año, que restringía la inmigración de negros, indobritánicos, sirios, libaneses, armenios, palestinos, árabes, turcos y chinos, con el fin de proteger el empleo nacional, “evitar la mezcla de razas” y que dejaran de usar el territorio mexicano como un punto de entrada a Estados Unidos.

Actualmente existen dos iniciativas más para traer a sirios a México. Por un lado, a través de la plataforma Change.org, los firmantes de la petición hicieron un llamado tanto al Presidente Enrique Peña Nieto como a la Secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, para recibir a más de 10 mil sirios en calidad de refugiados. Además, la Asociación de Sirios en México cuenta en este momento con alrededor de 120 pasaportes de sirios que buscan refugio aquí.

Lamentablemente algunos han fallecido desde que recibimos sus documentos. Sin embargo, contamos con medios de comunicación para poder coordinar de manera rápida, ordenada y supervisada una salida de hasta cinco mil Sirios, incluyendo niños, mujeres y hombres honorables que en este momento se encuentran en zona de guerra buscando un lugar de refugio que les abra las puertas, responde la Asociación en un correo electrónico tras una solicitud de entrevista.

Americanos sin visa

Para un sirio planear hoy sus próximos seis meses de vida es un lujo. Essa en cambio, por primera vez en su vida, puede proyectar sus próximos tres años. La palabra México significa oportunidad. Significa también no regresar a Europa, ni a Líbano… ni a Siria. Para Essa México es un lugar desde donde puede ayudar a la sociedad, así lo explica.

—México es una oportunidad que no tuve en Europa, siempre me he visto como un mentor, no como un líder y desde aquí puedo hacer algo por la sociedad. Pensé que los mexicanos verían a los sirios como iguales, no como los europeos que nos ven como menos que ellos, con cierta compasión.

—Los mexicanos son como americanos, pero sin visa —bromea Essa antes de hacer una seña de que eso no quede en el registro. —Me siento que estoy en Siria antes de la guerra, no somos muy diferentes, aunque hay una diferencia clave, las relaciones de género aquí son mucho más abiertas.
Para Essa y los próximos, México será una oportunidad porque hoy no existe una ola de sirios exiliados aquí. El primer día de Essa en México lo pasó en la casa de estudiantes que habita hoy, junto a dos sudamericanos. Bebieron un par de cervezas, alguien le regaló a una canasta con comida árabe, fumaron un par de cigarros y se fue a dormir. Cuando Hassan dice que desde aquí piensa ayudar a la sociedad, habla específicamente de la ingeniería social, la carrera que busca completar.

Los Fuereños

A la casera de Essa, la señora Susana, le preocupa una cosa: “La sociedad de Aguascalientes sigue viviendo el miedo a todo lo que confronta a sus costumbres, es una sociedad puritana, que estigmatiza”. Susana lo ha vivido en primera persona. Tras enterarse por spots de radio y televisión sobre el Proyecto Habesha para adoptar un sirio, sus amigas le advirtieron: “Susana, ni se te vaya ocurrir recibir a sirios”.

—Aquí se piensa que podrían volverse radicales —dice Susana, fumando un cigarro mentolado frente a su nuevo huésped.
Susana tiene un programa de casas para estudiantes, residencias enormes donde se les ofrece además de una habitación a cada uno, servicios de limpieza, cocina, si quieren, también lavado y planchado de ropa.

Sin embargo, las advertencias orillaron a Susana a colocar al exiliado sirio con Los Fuereños, en una de las residencias a las afueras de la ciudad. La casa que habita Hassan está lejos del tercer mundo, tiene pisos de mármol, acabados de madera, pilares interiores, un jardín verde dentro de un residencial privado. Además, la universidad a que asiste está cruzando una avenida de dos carriles.

A Susana le preocupa que su inquilino sienta rechazo de la gente por no ser de la ciudad —porque es un chico con suficiente apertura que además viene aportarle a a mi país, eso es lo que va a hacer.
Essa despierta cada tercer día para asistir a una clase privada de español por dos horas pero no encuentra con quien practicar, todos quieren hablarle en inglés, “aunque yo le intente hablar en español”.

En lugar de regresar a casa al salir de sus clases, Essa pasea por la universidad. Se ha hecho adicto al Ping Pong, reta a los otros estudiantes. Es su manera de comunicarse con ellos, lanzando una pequeña pelota, recibiendo derrotas, buscando un triunfo.

Cada noche, Essa se pregunta lo mismo:

— ¿Qué dejé atrás?
Luego confirma lo que ya sabe.

— Dejé gente.
Essa tiene una mochila y dos chaquetas. Junto al resto de las monedas que ha juntado hay una de cinco pesos y otra de diez; también tiene sus diez libros y muchos retazos de papel impreso que se niega a tirar.

—A ellos los llevo en papelitos, recibos, tickets del cine… cada vez que me muevo dejo algo y siempre necesito de algo que me recuerde esos momentos especiales… Así ha sido todo mi viaje.

Por: Luis Chaparro  

Periodista independiente nacido en 1987 en Ciudad Juárez. Es colaborador de Proceso, VICE News, Fusion, Letras Libres y LoPolitico.com entre otras revistas nacionales e internacionales. Actualmente reside en la Ciudad de México junto a una gran danés llamada Herta.

 Ver serie:

Parte 2: El afgano que se marchó por sus hermanas.