Cali Sonora: Primera entrega
La música constituye un pilar fundamental en la construcción de los panoramas persistentes de la urbe, su idiosincrasia. Es una fuerza generacional implacable que ha moldeado las diversas maneras de entender la ciudad y de vivirla.
En Utópicos exploraremos los sonidos que han deambulado por nuestra ciudad conduciendo los relatos que determinan lo que somos. Cali Sonora es un nuevo espacio para remembrar y cantar nuestra propia identidad, en un recorrido rítmico y literario desde los años 20 y 30 hasta la actualidad, para aprender a disfrutar nuestra historia.
Relato musical.
Construyendo nuestra banda sonora
Todo comenzó en los años veinte y treinta, cuando Cali no se pensaba como una gran ciudad y sus viejos disfrutaban de la música afroantillana y cubana a través de la radio de onda corta. No se sabe a ciencia cierta la fórmula que estableció la relación empática con los ritmos caribeños que nos acompañan hasta nuestros días, pero sí es una realidad la sensibilidad que se gestó por los ritmos a ¾, las mutaciones del latín jazz y el sabor que aportaban a la música los sonidos africanos.
Se teoriza que el fenómeno caribeño tomó fuerza y se elevó en una región Andina en sus inicios, debido a la semejanza geográfica de Cali con Cuba y a sus similitudes de carácter histórico. Alejandro Ulloa. (1987). Lo salsa en Cali., Cultura Urbano, Música y Medios de Comunicación. Cali, Universidad del Valle. “pueblos emergentes nacidos bajos la herencia de plantaciones esclavistas”. Pero también al desarrollo de la industria emergente y las masivas migraciones que se dieron hacia la mitad del siglo XX en la ciudad.
Cali, pueblo grande, invadido por un ruido intermitente y silencios prolongados, rodeado de plantaciones cañeras y grandes haciendas, conformado solo por seis barrios.
Con sus siete ríos vivos, estruendosos y vitales fluyendo por los madurados pastos al calor del fértil eterno verano.
Escuche esta canción que rondaba la onda corta de la época y disfrutaban los ancestros al calor de los destellos matutinos de los Farallones de Cali, cuando todo era verde, desde el centro hasta las periferias
Imagine una rápida pero progresiva llegada de industrias y migrantes que posteriormente fundarían lo que hoy consideramos barrios tradicionales. Dicha expansión supuso el surgimiento de nuevos sectores sociales, impulsada por la vieja oligarquía terrateniente, creando también clases populares que movían la emergente maquinaría industrial de la ciudad.
De una manera más concreta, era la creación de nuevos modos de consumo, productos y consumidores, expansión de mercado que a su vez también atraía migrantes campesinos por millar, perplejos por las buenas nuevas del desarrollo.
Antes de las tradicionales ferias, entre los años 1922 y 1936, se organizaron carnavales, seis para ser exactos, que representaron los primeros acercamientos sociales de los caleños con la música, fueron las fiestas que propiciaron la apropiación de los ritmos caribeños. Empezaban el 30 de diciembre con la comparsa de una familia tradicional hasta la plaza de Cayzedo y el primero de enero se festejaba ‘La Mascarada’ para finalizar el dos con un ritual fúnebre simbólico.
De “los verdes campos de vida y solaz” a las industrias, así se esfumó el paraíso natural y se empezó a transformar en la urbe.
En 30 años, Cali ya había crecido a pasos agigantados; hacia finales de los 50, ya la pequeña aldea contaba con una población de 250.000 inmigrantes provenientes del suroccidente colombiano y se habían fundado cien barrios populares.
Los medios de comunicación ya empezaban a promover la vieja guardia (Benny Moré, Celia Cruz, Daniel Santos). El ágil versado Ricardo Nieto escribió sobre el Valle:
Verás, tierra de mi alma, tierra del alma mía,
El ave migratoria que alzó su vuelo un día
Hoy vuelve al sitio amado donde su nido fue;
Aún trae sobre las alas el polvo del camino,
En sus pupilas agua, en su garganta el trino,
Y en su interior la fe…
Tierra del alma mía para decir tu gloria
¡Un hijo de tu seno se va a poner de pie!
Adonde fue mi vida tu imagen fue conmigo:
Tu sombra bienhechora me dio calor y abrigo;
Y en medio de otras voces la tuya siempre oí;
Muy frágil, muy oscura, muy pobre fue la historia
Del hijo que te besa: si ambicionó la gloria,
En ti mi pensamiento estuvo siempre fijo;
Si te llamaba: ¡madre!, me contestabas: ¡hijo!
Y en tu regazo entonces la frente iba a posar;
Para tus manos suaves jamás fui yo un extraño,
Las mías tampoco – ¡oh madre! – jamás te hicieron daño:
¡Son ellas las que ahora te quieren abrazar!
De noche… un hombre escribe
Mientras escribe, piensa en ti, tierra del alma.
Con la melancolía a flor de piel se evidencia una esencial ausencia de identidad; desde el principio de nuestro recorrido sonoro, las líricas de la vieja guardia afrocubana marcaron permanentemente nuestra cultura. Las plantaciones, el ingenio, el negro, la añoranza, la resiliencia.
Empezamos, pues, nuestro viaje al ritmo del son y el danzón, de la guaracha y el chachachá, de la mambología y el infante bolero.
Víctor Gil Nossa