A raíz de la captura del ganadero Santiago Uribe Vélez, sindicado de homicidio agravado y concierto para delinquir, Utópicos web 2.0 reproduce a partir de hoy, capítulos del libro “El Clan de los Doce Apóstoles” (Ícono Editorial, 2011) escrito por nuestra directora, Olga Behar, que permiten explicar los hallazgos de la Fiscalía en este sonado caso.

Hoy, quién es Santiago Uribe.

VII: Santiago
Es muy parecido a su hermano Álvaro. Siempre fue bajito y delgado, casi menudo; ojos cafés relativamente peque­ños. Es muy activo –hiperactivo dirían algunos– y hábil para los negocios. No esconde la deformidad genética de su mano derecha, que maneja con habilidad. Aunque es ante todo un hombre de campo, desde hace veinte años su exposición pública es mayor, y no precisamente por el oficio de su hermano, el político. Hoy se lo ve en las corridas de toros de todo el país, un poco más robusto y con su permanente gesto serio, casi agrio, que los que lo conocen definen como una de sus características. Sue­le llevar un sombrero sobre la cabeza con el que disimula su incipiente calvicie.

Santiago es uno de los cinco hijos de Alberto y Laura, y tal vez el más afín a su hermano, el político. Es quien continuó con las actividades de su padre en el cam­ po y quien cuidó e hizo renacer el emporio que decayó debido a las grandes deudas que dejó el patriarca al mo­ rir. Sí, tenían grandes extensiones de tierra, aeronaves y todos los recursos que querían, pero en buena parte eran producto de operaciones al debe. Después de perder gran parte de la herencia en el pago de las deudas, Santiago hizo florecer la economía familiar, pero no sólo con tra­bajo y dedicación, sino con la adopción de medidas en­ caminadas a garantizar la seguridad de las inversiones. Esto, en medio de la inoperancia del Ejército y la Policía, y de la presencia de la guerrilla en las áreas en donde estaban asentadas las posesiones de los Uribe Vélez, lo habría hecho liderar una verdadera máquina de control armado territorial, que poco a poco se fue conociendo como Los Doce Apóstoles.

Tomada de www.semana.com

De recia personalidad, Santiago Uribe se identifi­ca con los toros que cría en su hacienda La Carolina. A ellos ha dedicado su vida en las últimas dos décadas. Y defiende a capa y espada su actividad, a la que le con­ cede un tinte casi pacifista cuando defiende la fiesta bra­ va de sus detractores:

Estoy totalmente en desacuerdo con aquellas per­ sonas, médicos o siquiatras que dicen que quienes acudimos a los toros nos volvemos violentos; yo por ejemplo, no he visto violencia más grande que la que genera el fútbol en este país. Nunca a la sali­ da de los toros se oye hablar de un muerto, salimos tristes porque los toros no sirvieron o porque los to­ reros no pudieron con la espada, pero nunca sali­mos peleando.*

*Tomado de El portal taurino de Colombia, «Uribe Vélez apoya proyecto taurino», en: www.voyalostoros.com.co
Poco entusiasta con las actividades urbanas, así lo resume en una entrevista que concedió hace ya algún tiempo:

«Yo por ejemplo, soy una persona que no iría a una ca­ rrera de carros a nada; ese ruido, esa contaminación, esa quema de aceite, ese desgaste de materias primas, ese es­ trés, y sin embargo yo respeto a todos los que vayan y les digo (sic): “Eso es lo que te gusta, ah pues, que los disfrutes”, pero yo no los ataco, ni los insulto, necesita­ mos respeto, necesitamos tolerancia».

Tolerancia que hoy reclama para los amantes del mundo taurino, pero que no parece haber invocado en la época en que consolidaba su gran capital en Antioquia.
Desde 1994, su nombre ha sido mencionado en diversas oportunidades en las investigaciones judiciales. Pero nunca ha sido realmente encausado. En el proceso de Los Doce Apóstoles, ha sido beneficiado por dos autos inhibitorios, el primero del 8 de mayo de 1996, cuando el fiscal general de la Nación era Alfonso Valdivieso Sar­ miento y otro del 29 de febrero de 2000, cuando Alfonso Gómez Méndez ejercía ese alto cargo. En noviembre de
2010, el caso fue reabierto.


Juan Carlos Meneses:
«En enero de 1994 me mandan para Yarumal, Antioquia; me dicen que hay problemas de guerrilla, de extorsión, que ya el capitán Benavides lleva un año allá, que es bue­ no que lo reemplacen. Entonces, claro, dicen: “En Cocorná está Meneses, un teniente recién ascendido, pero puede funcionar”. En todos los distritos había coroneles, mayo­ res, tenientes, o capitanes ya antiguos. Pero, ¿un teniente recién ascendido en un distrito? ¡No! Pero a mí, en las reuniones de comandantes de distrito, me tenían en buen concepto, yo siempre obtenía calificaciones buenas, fe­ licitaciones por resultados, por comportamiento, yo era el mejor. Entonces, claro, qué mejor candidato: “Mandémos­ lo para Yarumal, por hoja de vida, por confianza. Como allá hay un problema de guerrilla, váyase para allá”.

»En esa época, en las zonas rojas, la Policía tenía una especie de licencia para matar. Lo que nosotros ha­ cíamos era levantar información de inteligencia: que tal es guerrillero. Entonces el comandante de departamento mandaba a sus sicarios. La sijín era la que iba y hacía las limpiezas. Es una historia negra de la Policía que ya, des­ pués de la Constitución del 91, se suavizó un poquito y cuando empezaron a apretar los organismos de derechos humanos, empezó a desaparecer. Hoy es el momento en que eso prácticamente ha desaparecido; o sea, ya la Poli­ cía, en ese tipo de casos, muy poco acude a semejantes prácticas. Pero en Yarumal, cuando llegué, sí.
»Apenas llegué a Yarumal, iniciamos el empalme. El capitán Pedro Manuel Benavides tenía que ser trasla­ dado porque los medios de comunicación estaban me­ tiendo las narices y eso no le convenía a quien sería, a partir de esa semana, el hombre en cuyas manos esta­ ría mi suerte.
»¿Que si me habló de inmediato del tema de San­ tiago? No, este tema no es el primero en tocar. O sea, hay otras cosas que uno, como comandante, tiene que recibir.

Tomada de www.las2orillas.com
Y la verdad es que él tampoco quería sorprenderme de una. Es que la entrega es un proceso que suele durar de ocho a diez días. Primero empezamos a entrar en con­ fianza y empieza a hablarme del personal, de las esta­ ciones que hay, del material de intendencia, quiénes son los comandantes, me los va describiendo uno por uno: “El comandante de la estación es el cabo tal; los agen­ tes de confianza son; el secretario es tal, tenga confianza en él, porque él es esto y esto; el comandante de la esta­ ción Angostura es el cabo tal, es buena persona, es una persona que trabaja”. Los comandantes que uno tiene son la mano derecha, eso es lo que primero uno entra a ha­ blar en una conversación de entrega: “El Ruso es el de la sijín y el cabo Rodríguez, de la sub sijín”, etcétera.

»Al segundo día del proceso de entrega del coman­ do, abordó primero el tema del personal, el tema logís­ tico, cuánto armamento hay, sobre la munición, los ve­ hículos, las motos, sobre cómo son las instalaciones. Lo primero que hicimos fue revisar las estaciones, todo lo administrativo. Hay unas actas de entrega de distrito, pero el comandante de distrito no responde por nada. Es de­ cir, responde en papeles, pero cada comandante de estación es dueño de su estación. Claro, si llega a haber algún problema, inicialmente responde el comandante del lu­gar y, por lógica, también el comandante de distrito, por no haber controlado la situación. Entonces disciplinaria­ mente lo pueden investigar a uno y hasta sancionar, por­ que el comandante no revisó que hacía falta tal cosa. A uno, como funcionario público, lo investigan por acción u omisión. Por ejemplo, el sargento tal de Angostura es el que tiene que responder por los fusiles, los cartuchos, por todo lo de intendencia, por escritorios, máquina de escribir, motos, instalaciones, ollas, colchones, camaro­ tes. Cada comandante es el que responde; mi responsa­ bilidad iba a ser recibir todo lo que los comandantes de todas las estaciones firman en un acta.

»Cuando el capitán Benavides me va haciendo la entrega, yo voy viendo que las firmas de los comandan­ tes sean verificables. Entonces, a cada comandante le di­ go: “Usted es responsable de esto y esto, fírmeme acá al ladito”. Yo lo que hago es que a cada comandante le paso revista para constatar que lo que él firmó esté ahí, y al final le firmo el acta de entrega al capitán Benavides.
»Ya cuando quedamos solos, es cuando Benavides empieza a profundizar sobre la problemática de la región: “Vea, por acá está el frente tal; por acá donde está esta otra estación, el frente tal”, y ya al final es que empieza a hablar del grupo, es cuando me frentea:
—Resulta que aquí hay un grupo de autodefensas que son los que están haciendo limpieza social.
—Mi capitán, ¿cómo así?
—Ellos son los que están haciendo limpieza, us­ ted lo que tiene es que colaborarles (sic). Vea, Meneses, el jefe de ese grupo es Santiago Uribe.
»Yo me sorprendí mucho.
—¿Cómo así? ¿Santiago Uribe, el hermano del doctor Álvaro Uribe, el candidato a la Gobernación de Antioquia?
—¿Usted es la primera vez que oye que existe eso?
—me responde Benavides.—Sí, sí.

»Benavides no lo podía creer. Es que ya en Antio­
quia eso era vox populi. Me explica:
—Sí, sí, Santiago es el jefe del grupo. Yo lo voy a llevar para que usted lo conozca, yo vengo trabajan­ do con él. Y usted, lo que tiene que hacer es colaborarles, con la sub sijín, que son los de confianza, entonces ahí es donde entran El Ruso, el cabo Rodríguez, Jimé­ nez (sic).
»Le pedí que me aclarara más el asunto. Él me ex­ plicó que ellos venían de la mano con un grupo conso­ lidado que tenía dos componentes, uno rural, cuyo jefe era Rodrigo.
—Y el otro, es el urbano. El jefe urbano es Pelo de Chonta. Ellos lo que hacen es recoger la información para saber quiénes son ladrones, atracadores, viciosos, extorsionistas, expendedores de vicio. La sijín ubica la in­ formación, pero también, cualquier información que le llegue a usted, se la pasa a ellos; ellos se la transmiten al grupo que pone a los sospechosos en la lista. Y Santiago es el que autoriza la operación para darlos de baja.
—¿La lista?
—Sí, hay un listado de personas a las que toca dar de baja, ese lo llevan ellos. La misión suya, Meneses, es seguirles colaborando a ellos, yo lo vengo haciendo des­ de hace un año que llegué a Yarumal. Yo, desde que me vine de Cañasgordas, vengo aquí trabajando con ellos (sic). Hemos trabajado de la mano, ellos le van a dar una platica mensual a usted.
—Entiendo. ¿Y como cuánto es?

»Me dijo que era como un millón; eso era mucha plata en esa época.

—Entre los ganaderos recogen para que usted les colabore, para que ellos puedan operar aquí sin problema.
»Ya en plena confianza, le expresé que el temor de uno que es que le vayan a hacer cagadas. Por ejemplo, que aparezcan los tipos borrachos, haciendo tiros. Que sí hagan sus cosas, lo que tengan que hacer, pero que no se mantengan aquí en el pueblo, ni que lo vayan a bole­ tear a uno, ni a relacionar con esas acciones al margen de la ley.
—No, Meneses, eso no hay ningún problema, San­ tiago sabe manejar muy bien eso, y el que no sirva, el que esté dando lora o esté “hablando paja”, lo van es matando de una vez, usted no se preocupe por eso.
—Ah, bueno, mi capitán, si es así, entonces lo que hay que hacer es colaborarles.
—El grupo aquí ya está conformado, el jefe es Santiago Uribe Vélez, hay apoyo de la gente de Caucasia y de gente muy poderosa de la región.
»La verdad es que la información sobre el hermano del político, del ex director de la Aeronáutica, del congre­ sista, me causó sorpresa. Aunque, tengo que reconocer, no sentí mayor inquietud. Era normal el funcionamiento de este tipo de núcleos, en momentos en que combatir a la guerrilla por esta vía era una opción que tenía bas­ tante aceptación regional.
»El capitán Benavides me da más detalles del asunto: “Yo les he colaborado mucho, lo que hago es que cada vez que ese grupo va a cometer un asesinato lo que tenemos que hacer es garantizar que la Policía no reaccione. Entonces, lo que tiene que hacer es tenerlos guarda­ dos, tenerlos bien ocupados, para que no puedan ir hasta el sitio de los hechos y se corra el riesgo de que capturen a los que cometen los asesinatos”.

»Me aseguró que el comandante de la Policía en Antioquia, coronel Alberto Rodríguez Camargo, estaba al tanto de la situación. Es que eso era una cultura en esa época, eso era normal, que los ricos se reunieran y apo­ yaran a algún grupo de limpieza social. Y Yarumal no era la excepción.
»Pero sucedía algo que después sirvió para una mala interpretación y para que las pesquisas nunca alcan­ zaran a Santiago. Resulta que allí había unos comercian­ tes que recogían plata entre varios negocios, en la ferre­ tería, en la droguería, la panadería, y había gente con un gran sentido de colaboración. Recuerdo a un viejito que se llamaba Donato Vargas, él era dueño de un almacen­ cito que vendía relojes, chucherías, que se llamaba La Economía. Había sido policía cívico y quería mucho a la Policía; ese viejito era un policía sin uniforme, se mon­ taba en las patrullas a patrullar, era un policía de tiempo completo y se hacía muy amigo de los comandantes. Be­ navides me lo presentó, me dijo: “Vea, este señor recoge los aportes de los comerciantes”. Eran cinco mil pesitos en esa época, quince mil, veinte mil el que más daba. Ese fondo era para ayudarle a la Policía, para gastos como pa­ pelería, elementos de aseo, jabón, traperos, escobas, ga­ solina, y él tenía soporte de todo lo que le daban.
»Cuando se destapó lo de Los Doce Apóstoles, di­jeron que eran los comerciantes los que apoyaban al grupo paramilitar, porque eran los que recogían plata para pa­ garles. Y los capturaron sin que se comprendiera que en realidad se trataba de dos grupos diferentes: la coopera­ tiva de los comerciantes que apoyaba a la Policía en sus actividades cotidianas, y el grupo de Santiago. En esa épo­ ca, Santiago nunca figuró y se dijo que los que estaban haciendo limpieza se financiaban con esa plata que reco­ gía Donato. La Fiscalía se enfocó en Donato y los captu­ ró, a él y a los otros comerciantes que aportaban, pero ellos no tenían nada qué ver, ellos no sabían nada. La Fiscalía se enredó, fue por ahí y nunca mencionaron a Santiago. Pero paralelo estaba Santiago, que era el que recogía plata entre los ganaderos, finqueros y ricos para pagar eso. No quisieron llegarle a Santiago.

»Se comentaba que eran los ricos del pueblo y los comerciantes los que financiaban al grupo paramilitar. Lo que sucedió fue que algunos ricos del pueblo sí le ayu­ daban a Donato, eran los dueños de almacenes grandes, distribuidores de alimentos, de comida para cerdos y ga­ nado y terminaron enredándolo, porque Santiago tenía a dos personas que eran de su confianza, a dos ricos que le daban plata a Santiago y a la vez a Donato. Eran el due­ ño del restaurante San Felipe, Álvaro Vásquez, y Emiro Pérez, un señor que tenía un negocio de alimento para cerdos, un rico al que le habían secuestrado el hijo. En­ tonces, ¿cuál fue el pecado de Donato? Recogerles plata al del restaurante San Felipe y a Emiro Pérez, que ellos sí eran del grupo de Santiago; hubo una mezcolanza ahí, ellos eran de Los Doce Apóstoles.
»La verdad es que todo se sabía: Donato sabía que
Álvaro y Emiro formaban parte del grupo que dirigía Santiago Uribe Vélez; los otros comerciantes que apor­ taban sabían del grupo, pero nadie quiso decir nunca que Santiago era el que lo dirigía, ellos nunca lo echaron al agua en los interrogatorios. Ellos sí decían, hay un gru­ po que mata, un grupo que hace limpieza, pero yo no tengo nada que ver, yo lo que le doy es la plata para la Policía.

»Además hay otra cosa, es que Santiago fue muy inteligente. Él nunca daba la cara en Yarumal, él nunca bajaba, todos en el pueblo sabían que tenía su finca, y que en la finca había un grupo de paramilitares.
»Regresemos al empalme. Al día siguiente, Bena­ vides coordinó para que Santiago estuviera en su finca, para que él me conociera. Entonces, fue más directo y me propuso:
—Vamos y le presento a Santiago.
»Llegamos a la hacienda La Carolina. Llamó mi atención la fuerte seguridad armada que ni siquiera disi­ mulaban. No eran soldados ni policías, eso se reconoce por el armamento y el vestuario. Seguimos a la sala don­ de él me esta esperando. Me siento un poco tensionado, por eso no observo bien los detalles de la sala. Sí recuerdo que la decoración es la típica de las haciendas campestres de Antioquia: muebles finos de madera en una estancia amplia, agradable. Al saludarme, aprieto su mano y no­ to de inmediato la deformidad. Me da el recibimiento; mientras escucho su acento típico de paisa, lo observo con cierta curiosidad: un tipo de sombrero, con botas, con poncho de los que usan los antioqueños en el campo.
—Mucho gusto, ya sé quién es usted, ya me lo han dibujado. Usted es un buen elemento. Bienvenido a Yarumal, teniente. A ver le cuento de nosotros; aquí tengo unos muchachos, tenemos un grupito, una gente­ cita, yo necesito que usted me ayude. Además, nosotros vamos a ser fundamentales para el trabajo suyo, vamos a apoyarlo en todo lo que usted necesite, pero de usted necesitamos el apoyo también. Aquí nos necesitamos los dos, yo voy para adelante con este grupo, el objetivo mío es acabar a las FArc y al eln en esta región; acabarlos o sacarlos, pero el objetivo mío es limpiar la zona.

—¿En qué consiste esa cooperación?
—Queremos que usted, lo que tenga de inteligen­ cia nos lo pase a nosotros y nosotros, lo que tengamos, se lo pasamos a usted. Yo tengo gente tanto en la zona rural como en la zona urbana, entiéndase con Rodrigo y con Pelo de Chonta, lo que necesite es con ellos (sic). Cuando usted requiera que yo le salga a usted, pídale el favor a Rodrigo. Rodrigo me llama por el radio y nos ve­ mos aquí en la finca, pero présteles toda la colaboración. Yo lo que quiero es que cuando ellos vayan a actuar, us­ tedes no salgan, ése es el favor que le pido yo a usted. Mensualmente le voy a dar una colaboración, lo mismo como veníamos trabajando con el capitán Benavides, así mismo quiero que siga con usted (sic).
—No hay problema.
—Vea, Meneses: nosotros venimos trabajando muy de la mano del capitán Benavides. El capitán nos ha sido muy útil, nos ha colaborado bastante, esperamos que usted, que llega nuevo, siga colaborándonos de la mis­ ma forma que lo ha hecho el capitán Benavides. Usted, teniente, no se preocupe, que tanto en Medellín como los mandos y gente de la clase política en Bogotá, saben que esto se está gestando, tienen conocimiento. Pero tam­ bién sepa que usted, nos ayude o no nos ayude, este trabajo lo vamos a seguir haciendo, entonces lo mejor es que haga como viene haciendo el capitán Benavides y nosotros le damos muy buena información (sic). Usted nos colabora y nosotros antes lo cuidamos.

»Yo pensé: “Entonces lo va es a cuidar a uno”. Y
le respondí:
—Bueno, sí señor. Si el capitán me lo presenta a usted y me relaciona con usted, es porque las cosas van a seguir igual que hasta ahora y si las cosas son así, si el comandante del departamento sabe, si el Ejército sabe, su hermano sabe y hay varios senadores que están al tan­ to de todo, bueno, sí señor Santiago.
—Usted no tenga ningún temor, porque esto lo conoce el comandante del departamento, lo conoce la brigada, lo conoce mi hermano que es político, y él tie­ ne muchos amigos. Tranquilo, usted no se preocupe que nosotros tenemos manejo a nivel nacional, si usted llega a tener algún problema nosotros lo ayudamos, si a usted le llega a ir bien con nosotros, después lo mandamos para una parte bien buena, nosotros tenemos muy buenas re­ laciones y si usted nos ayuda, nos ayudamos todos.
—Listo, don Santiago, no hay problema.
»Así fue como conocí a Santiago. Lo veía encegue­ cido contra las FArc, primero que todo, a él se le veía la rabia que tenía, no disimulaba su odio contra las FArc y tiene sus razones. Cuando las FArc mataron al papá, él estaba con él y también le pegaron unos tiros, resultó herido, creo que le pegaron un tiro en la espalda. Es un tipo que se mueve, es hiperactivo, el habladito paisa tí­ pico, es como más cachetoncito que el hermano. A él le veía como ese militar frustrado, o sea, han querido como ser eso (sic), integrantes del Ejército, tener poder militar. Tal vez viene de esas historias que conocí, que el papá fue muy drástico, el papá de los Uribe Vélez, en cuanto a la crianza de ellos; muy disciplinado, entonces ellos te­ nían como ese don, esa forma de mando y de querer que las cosas se hagan por encima de lo que sea.

»Entendí que era un grupo de limpieza social. Pa­ ra esa época, no se les conocía públicamente como Los Doce Apóstoles. Los Doce Apóstoles se empezaron a lla­ mar después de que yo salí de esa región. Todo se supo después de abril de 1994, cuando empezaron las inves­ tigaciones.
»La ayuda fue permanente. Santiago nos daba pla­ ta, pero no era para nuestros bolsillos, era dinero para que pudiéramos garantizar que el grupo pudiera actuar sin que la Policía los capturara. El mecanismo era el siguien­ te: por ejemplo, cuando las acciones que hacía el grupo de Rodrigo eran de importancia, antes de salir los sica­ rios, Santiago me llamaba, para que quedara claro que él era el que estaba dando la orden.
»La idea era que el grupo pudiera operar sin el acoso del Ejército y la Policía. El Ejército no tenía tanta incidencia en el pueblo, en lo urbano, pero en la parte rural sí. Entonces, Santiago mandaba a llamar al coman­ dante de turno en el Ejército y la respuesta siempre era: “Mire, lo que se le ofrezca, aquí estamos dispuestos, va­ mos a colaborarle”.

»Pero cuando no eran tan delicadas, se organiza­ ban por intermedio de la sijín, o directamente con Rodri­ go o Pelo de Chonta. Rodrigo personalmente me decía: “Vamos a hacer tal cosa”. Entonces yo lo que hacía era decirle a la sijín: “Coordine para que la Policía no vaya a llegar allá”. Entonces ellos se encargaban de cuidarlos para que cometieran el asesinato, sin que la Policía les llegara en ese momento, de eso se trataba.

»La asistencia era integral. Por decir algo, oíamos por radio que había unos disparos en algún lugar, enton­ ces los de la sijín –que eran los verdaderamente invo­ lucrados– nos decían: “No mande ninguna patrulla que nosotros vamos para allá”, pero se iban era a cuidar la salida, la huida del sicario del grupo de los que trabaja­ ban para Santiago.
»Santiago tenía una lista de personas, había jefes del eln, también colaboradores de las FArc, él sabía a quié­ nes había que darles. La idea de él era desvertebrar la parte urbana de esos grupos guerrilleros y, con la gente que tenía en el monte, pues caerles. El objetivo era aca­ bar a las FArc y al eln.
»Sobre el dinero, a mí los periodistas me pregun­ tan que si yo sabía si Santiago Uribe Vélez era narcotra­ ficante en esa época, yo les digo: “La verdad, yo nunca lo vi comercializando con coca, ni sabía que él tuviera laboratorio”. Lo cierto era que la guerrilla en esa época tenía cultivos y laboratorios de cocaína, fuertes, por toda esa región de Santa Rosa de Osos y Yarumal, lo que era Campamento, Angostura, Briceño, Valdivia, eso era una zona cocalera y de laboratorios fuerte. Que si Santiago Uribe Vélez era narcotraficante, la verdad, nunca lo vi, lo que sí escuché es que de Álvaro Vásquez, que era el jefe de finanzas, se decía que manejaba algunos labora­ torios de cocaína. A mí me llegó una vez una información, según la cual él, como era ganadero y también trabajaba con cerdos, tenía un laboratorio debajo de unas coche­ ras*, porque dizque el olor de la mierda del cerdo disi­ paba el olor del procesamiento de la coca. Esa informa­ ción me llegó, pero yo nunca la corroboré. Este señor manejaba mucho dinero, incluso decían que Álvaro Vás­ quez era el que manejaba a los jóvenes sicarios, era el que los financiaba, les ofrecía plata, hay un testigo que cuenta que Álvaro Vásquez fue el que gestionó un pasado judicial y unos salvoconductos ante el DAS. Yo, probablemente lo hubiera encubierto; o sea, el objetivo no era meterle mano a esas denuncias, usted estaba trabajando para ellos.

*Porqueriza, sitio donde se crían cerdos.
»Le explico: aunque yo sí escuché que Álvaro Vás­ quez tenía vínculos con el narcotráfico, en la situación en la que me encontraba no estaba dispuesto a investi­ gar eso, pero además, en tres meses tampoco se puede hacer una labor de inteligencia tan fuerte como para lle­ gar a detectar algo así. Yo sí requisaba algunos carros que llegaban de Campamento, pero nunca encontré mayor cosa, lo que encontrábamos era mucha papeleta de dro­ ga, y sabíamos que el narcotráfico ahí lo manejaba era la guerrilla. Pero si usted tiene un fin, o sea, usted tiene su finca en Yarumal y empieza a combatir a la guerrilla, era obvio que los paramilitares no tenían realmente el objetivo de acabar a la guerrilla, sino que buscaban que­ darse con el negocio del narcotráfico.

Portada del libro “El Clan de los Doce Apóstoles” Tomada de www.las2orillas.com

»La guerrilla operaba en el departamento de An­tioquia, desde Urabá hacia el nordeste del departamento, donde están ubicados municipios como Yarumal, San­ ta Rosa de Osos y Anorí. Y luego bajaban a Caucasia y el departamento de Córdoba. Entonces, ¿Qué pasa? Los Uribe tienen fincas en Córdoba y arrancan con las auto­ defensas de allá para acá. Santiago me lo decía:
—Nosotros tenemos que limpiar esto, en Cauca­sia nuestra gente ya está fuerte, porque ha venido de Cór­doba hacia Antioquia.
»Yo lo escuchaba sorprendido de ver la capacidad de manejar una región tan vasta y conflictiva.
—Teniente, nosotros apenas estamos empezan­do; entonces, cuando usted necesite gente, yo se la con­ sigo. Ahora, por ejemplo, voy a traerme a unos amigos míos que cultivan papa. Son grandes cultivadores de pa­pa. Ellos se van a venir aquí y me van a dar la mano, me van a ayudar para empezar a barrer a la guerrilla de aquí para abajo, y si necesitamos gente, la mandamos a traer de Caucasia.
»Y no fueron sólo palabras; a los pocos días, de verdad llegaron. Era una gente de apellido Botero, unos duros de La Ceja, eran cultivadores y comerciantes de papa, pero también manejaban narcotráfico. En esa mez­cla entre lo legal y lo ilegal, hay que anotar que, incluso, tenían una pista de aterrizaje en Campamento por donde sacaban la droga. Pero ya estaba controladita la pista, la Policía no intervenía. Los cultivos de coca y los laboratorios para su procesamiento eran inmensos y la información era que de allá salía coca para la exportación. Realmente, el objetivo de Santiago al combatir la guerrilla, era quitar­ le el poder del narcotráfico, y usted mira que ya, en 1993,

1994 hasta 2002, las autodefensas se apoderaron de todo ese sector.
»Esa excusa de que el objetivo era acabar con la guerrilla, que porque “la guerrilla mató a mi papá”, no me parece argumento suficiente. Allí hay una conexión, eso está documentado en varias investigaciones: la muer­ te del papá de los Uribe se da por un problema entre el narcotráfico y las FArc, que también tenían negocios de narcotráfico».


En la primera parte del proceso, Santiago Uribe no fue mencionado, pero más adelante empezaron a aparecer testigos que aseguraban que él era el verdadero jefe de la agrupación paramilitar. La Fiscalía inició la primera in­ vestigación en su contra en 1995. Desde entonces, el pro­ ceso de Los Doce Apóstoles ha pasado por varias etapas y Santiago Uribe siempre ha podido salir beneficiado con autos inhibitorios. Lo logró en 1996 y en el año 2000. Sin embargo, el caso no ha sido cerrado en forma definitiva y el entonces fiscal general encargado, Guillermo Mendo­ za Diago, dijo después de las declaraciones de Meneses en Argentina que si surge una prueba nueva, el caso po­ dría ser reabierto. Podría ser, por ejemplo, la grabación de Meneses con el coronel Benavides en la que hacen memoria de todo lo ocurrido en Yarumal. Si esto suce­ de, Santiago Uribe Vélez será –sin duda– llamado a los estrados judiciales.