Andrés* es un joven de 18 años que encontró en la escritura la mejor forma de enfrentar los fantasmas de su pasado.


Con la mirada gacha, cuenta que le ha quitado la vida a por lo menos 18 personas. A los doce años cobró su primera víctima; era un hombre joven,  28 años aproximadamente, y todo porque le ofrecieron 500 mil pesos que después no sabría en qué gastarlos. 

La violencia ha tocado a tal punto la niñez y la adolescencia en Colombia, que según informes de Medicina Legal cada nueve horas es asesinado un menor de edad en el territorio nacional. No se puede calcular el número de niños, niñas y adolescentes vinculados a los grupos al margen de la ley; sin embargo, Human Rights Watch y la Defensoría del Pueblo estiman que se sitúa entre 12 y 16 mil.

Pese a la consternación que rodean estas cifras, existe un buen número de adolescentes infractores que han encontrado en la escritura la posibilidad de expresar sus desavenencias con los sistemas sociales y la única salida para acercarse a sus víctimas y pedir el perdón.

“El hecho de que los jóvenes tengan espacios para expresarse implica, seguramente, un cambio total en su forma de pensar y una nueva resignificación de sus actos. La vida en muchos casos los ha llevado a conocer solamente el mundo del delito, es bueno que la comunidad sepa que ellos necesitan otra oportunidad”, señala Jhon Arley Murillo director del Icbf, regional Valle.

Andrés no podía llegar a la casa con esa cantidad de dinero, porque no tendría como justificarlo. Por tal razón, cuando recibió el pago por su cometido,  inmediatamente se compró unas zapatillas Nike, un buzo marca Oakley y un par de prendas más. No podía tener esa suma de dinero por mucho tiempo,  porque despertaría sospechas.

En casa, no conocían las dinámicas ocultas en las que se movía su hijo. En ese momento de sus vidas, estaban muy ocupados resolviendo sus problemas matrimoniales, los cuales terminarían en la separación definitiva de sus padres un año más tarde.

Para Jorgelina, madre de uno de los adolescentes del Centro de Formación Juvenil Buen Pastor, el que su hijo esté privado de la libertad le ha permitido reflexionar acerca de la manera como lo educó: “No entiendo como nunca me di cuenta en qué andaba mi muchacho”, añade.

“En la red vincular familiar hemos identificado que en la mayoría de los casos se desconocen las relaciones de pares de sus hijos y las dinámicas ocultas se convierten en un común denominador de su cotidianidad”, explicó Johana Parra, psicóloga del Buen Pastor.

“Matar daba plata”, era lo que escuchaba Andrés en la calle de boca de  maleantes, expendedores de drogas, jefes de bandas, en definitiva, de  sus únicos amigos.

Una a una fueron cayendo sus víctimas. Empezó a vincularse de forma activa en bandas delincuenciales que pagaban un sueldo mensual de un millón de pesos por sus servicios, eso sin contar la ‘liga’ que le daban al término de cada  trabajo.

Entre más dinero tenía, más infeliz se sentía. La maldad lo había cobijado y no lo dejaba ser feliz. De ese dinero, hoy no queda nada. Llegó al  punto de matar por simple aburrimiento.

“Estos días he salido mucho para hablar con el equipo psicosocial y el padre (un pastor anglicano que oficia de capellán en el Buen Pastor), porque he sentido mucha culpa. Medito y no encuentro la razón del por qué de muchos de mis actos y recuerdo los momentos en los que vi a la muerte cara a cara”, añadió Andrés.

La escritura se ha convertido en la única forma de hablarle a una sociedad que, como señala el Personero Delegado para el Menor y la Familia de Cali, Edward Hernández, “quizás no esté preparada para escucharlos, porque hemos sido educados en la condena y la culpa. Sin embargo,  nosotros debemos empezar por aceptar la corresponsabilidad de la violencia y generar espacios como estos, para que se creen  las condiciones de inclusión óptimas, que permitan restablecer sus derechos”.

“Escribir es liberarme. Es contarme la verdad a mí mismo. Al Taller de Comunicaciones de la Universidad Santiago de Cali llegué para ocupar el tiempo, pero no imaginé lo importante que sería. Me sirvió para conocer las letras, las mismas que ahora alimentan mi esperanza y me permiten soñar con la libertad, pero no la de las rejas sino la del corazón”, enfatizó Andrés.

Finalmente, y entendiendo la importancia liberadora de este reportaje, Andrés concluyó: “Con la escritura me puedo desahogar y me permito contarle a otros mi testimonio para que no cometan el mismo error mío. Quiero llegar al corazón de aquellas personas a quienes les hice daño, a quienes les arrebaté el calor y el amor de un padre o de una madre, a los padres a los que les quité la oportunidad de ver crecer a sus hijos. Estoy seguro que la vergüenza nunca me dejará mirarlos cara a cara, pero me escondo en estas palabras para decirles desde el Centro de Formación, que les envío mi más sincera petición de perdón”.