Tentada por un mar de sensaciones que no tenían explicación exacta, Karin decidió escribir su testamento por si algo inesperado llegase a suceder.
Exámenes de sangre aprobados, chequeo del anestesiólogo, fotos de su cuerpo y al quirófano. Al ingresar a esa habitación amplia llena de aparatos de varios tamaños, lo primero que experimentó fue el frío y es que era inevitable, estaba tan helado, como un congelador de carnes, que era posible ver el aire nublado.
Minutos después, su cuerpo posaba desnudo sobre una camilla, cubierto por una sustancia rojiza que escurría por sus extremidades superiores: la limpieza general que le hizo una de las enfermeras había terminado y el Isodine era absorbido por los poros; sus pies estaban cubiertos con protectores desechables. Seis personas serían las encargadas de que todo saliera, como dicen, a pedir de boca.
El equipo de trabajo estaba preparado y ella lo estaba aún más, porque al levantarse, esa mujer acomplejada por su figura cuadrada quedaría en fotos y recuerdos.
“Solo sentía una tensa e inexplicable ansiedad. Pero nunca ni la más mínima señal de arrepentimiento”, cuenta Karin.
La mamá, el novio y una tía esperaban afuera, quizá con mayor ansiedad de la que sentía Karin, de piel trigueña, 1.63 de estatura, pelo negro, liso y largo hasta la cadera, que decidió tomar el riesgo pese a la cantidad de mujeres que mueren a diario a causa de procedimientos estéticos.
De acuerdo con la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica y Estética, Colombia es el quinto país donde más procedimientos quirúrgicos se hacen en el mundo.
Pasaron alrededor de tres horas; Karin despertó con el movimiento de las enfermeras que le ponían la faja y los pañales, no precisamente por si se orinaba, sino para proteger la piel abdominal apenas trabajada.
Después de casi veinte horas sin comer absolutamente nada, probó algunos alimentos, aunque en su estómago solo se detuvo un jugo de mango. Sin embargo, debía orinar para poder ir a casa y rencontrarse con sus familiares. Evacuar líquidos era una prueba fehaciente de que sus órganos ya habían despertado.
Su primer día en casa marcó el desvelo de las noches venideras: la faja que usaba era tan complicada que no le permitía acomodarse en la cama, lo que la indujo a estar en una silla reclinable peleando con la rigidez que le robaba los sueños.
Con el inicio de los masajes de drenaje que debía hacerse para que su piel volviera a adherirse y no quedara con fibrosis después de la marcación abdominal y reducción de cintura que le habían hecho, llegó el arrepentimiento que había estado camuflado durante tanto tiempo.
Al tercer o cuarto día, cuando ya había pasado por completo el efecto de la anestesia, Karin sentía cómo la masajista deslizaba la yema de sus dedos en su abdomen hasta dejar salir un líquido rojizo por los huecos que había dejado la cánula en su piel; gritaba y lloraba arrepentida, su voz quebrantada solo apuntaba a una frase: no me vuelvo a hacer nada en la vida, nunca más.
Al llegar a casa después de una sesión notó que su espalda estaba muy mojada, se acercó al espejo y mientras dejaba al descubierto su piel, vio cómo una de las perforaciones en su lomo estaba derramando líquido. Ahí, mirando al espejo, trató de hacerse lo mismo que le hacía la masajista. Minutos después despertó sobre la cama. “Me había drenado tanto, que se me bajaron la presión y el potasio”, cuenta Karin en medio de un rechinr de dientes, al recordar el dolor.
Su abdomen destilaba tanta ‘aguasangre’, que tuvo que hacerse 14 masajes, en lugar de los diez programados. Como ya los huecos empezaban a cerrarse, la masajista debía abrirlos con la jeringa para sacarle el líquido que ahora salía de color amarillento.
Los dolores eran cada vez más insoportables cuando le aplicaban ‘carboxin’, un oxígeno especial para que la piel se adhiriera con mayor facilidad. Los chuzones eran con una aguja grande que penetraba su abdomen por tres segundos:
“Eso me ardía, haz de cuenta como cuando te quemas con silicona, yo lloraba horrible y me repetía que nunca más me haría nada de esto, ni porque quedara torcido y mal hecho”.
No eran suficientes las dos pastillas de Tramadol que se tomaba como dopaje para sentir menos dolor, tampoco el alcohol que la masajista le daba a oler para evitar un desmayo; aún con un trapo en la boca, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras los pensamientos de ‘nunca más’ hacían eco en su mente.
La piel de su abdomen, que durante extensos días le permitió experimentar ese mar de sensaciones que en un principio le resultaron indescriptibles, ahora luce tersa y Karin está satisfecha, con el testamento hecho cenizas, convencida del ‘nunca más’ que desde el primer masaje le ordenó su cuerpo.
Cirugía de marcación abdominal. Según el cirujano plástico Juan Diego Mejía:
La marcación abdominal hace parte de la lipoescultura.
Existen pacientes que desean que su abdomen se vea más marcado luego de una liposucción y para esto se emplean técnicas especiales que resaltan la musculatura abdominal.
En hombres se intenta recrear los ¨cuadritos¨ o ¨chocolatina¨ del abdomen para darle una imagen más musculosa. Si esto se hace en una mujer, se pierde la feminidad del cuerpo.
La marcación de la mujer debe ser más sutil y solo se deben marcar las líneas media y laterales, sin cuadritos.
Se puede hacer con liposucción convencional pero se obtienen mejores resultados con láser o ultrasonido.
Fuente: Juandiegomejia.com
Maria de la Luz Palacios