Es un peruano al que todos confunden como colombiano, de tez trigueña, con su cabello largo y su gran frente brillante. Va de botas Geox y pantalón gris de excursionista, camisa seria, manga larga, con una maleta armada de lentes, algunos lápices y una agenda.
A primera vista es un mundo lleno de diversidad, su mirada profunda habla de los tantos paisajes que retiene en sus recuerdos, su sonrisa enmarcada por un par de arrugas que no revelan más años que sus letras en cada viaje. Así conocemos a este viajero que hace historia en el tiempo.
El Rolly Valdivia Chávez nació en Lima, Perú; era un muchachito tímido y relajado, y para colmo de males, afanoso defensor de la ley del mínimo esfuerzo. Hasta que llegó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, para encontrarse con el latido de su sangre apasionada por el periodismo.
Alguna vez fue oficinista y vendedor en una tienda, mientras tipeaba los trabajos de algunos de sus compañeros.
En un principio quería hacer periodismo deportivo, pero prefirió que esto fuera un hobbie en su vida; después se inclinó por el periodismo político, cuando empezó a trabajar como practicante (en el año 94) en una revista llamada Sí; se quedó año y medio, escalando hasta que llegó a ser el coordinador.
Allí vivió la que sería su experiencia definitiva en el periodismo: “Escribí, sin querer, mi primera crónica de viaje. Me enviaron a la selva a buscar unas ranas enanas que, según una denuncia, eran sacadas de contrabando a Alemania, donde eran cotizadas entre los coleccionistas. Estas ranitas eran diminutas y, al sentirse atacadas, segregaban una especie de veneno que entre sus componentes tenía alcaloides similares a la cocaína. Recuerdo que en la portada hicieron una llamada medio escandalosa, algo así como ranas enanas producen cocaína”.
Su siguiente trabajo fue en una revista de transportes que circulaba con un diario importante de Lima, llamado La República. De allí pasó por el que sería su último trabajo dentro de un medio: El Peruano, diario del Estado. El periodismo de viaje para ese medio significó sacarlo de la monotonía y Rolly siguió publicando crónicas de viaje hasta recibir la propuesta de un sitio web que quería enfocarse en los contenidos que el desarrollaba.
Aunque hubo momentos críticos y este periodista no está de lleno en el proyecto web, aún sigue colaborando con sus crónicas como el freelance que es desde hace ya quince años.
El Rolly de hoy es un hombre de 43 años, totalmente convencido de su trabajo; a pesar de haber tenido dificultades como no saber cuánto cobrar por las piezas periodísticas, siempre ha creído en su trabajo y no necesitó mucho para seguir adelante con el periodismo de viaje, donde no se hace rico en dinero, sino en cultura, en hermosas imágenes y en verdaderas vivencias.
Nunca ha recibido quejas sobre sus piezas periodísticas; “suelen ser bien recibidas en los medios a los que me acerco a colaborar. Logré hacer lo que quería en mi vida profesional, lo que no ha sido impedimento para la sentimental, ya que el amor se da sus mañas”, asegura.
Se define como un cronista arriesgado, no porque exponga su vida o haga cosas raras, sino porque cuando redacta suele ser atrevido, trata de ir un poco más allá, de aventurarse un poco con las palabras y el planteamiento de sus textos, que le han dejado varios premios, como el segundo lugar en el Primer Concurso Nacional de Periodismo Talentos Anónimos Odebrecht Perú 2003, con el reportaje El Camino del Chasqui, que describe el andar infatigable de Felipe Varela -consultor e investigador de los caminos incaicos.
Para él, su mayor logro es seguir viajando para escribir y hacer fotografías, aprendiendo a manejar la incertidumbre según su relato.
Yulieth Morales Díaz
@Mdyuli