A las afueras de Cali, muy cerca de la orilla del río Lili, rodeado de estructuras modernas y de casas de estrato 5 y 6, se encuentra un barrio antiguo que lucha por no desaparecer.


Es el Barrio Lili. Con apenas verlo, se podría describir como una zona marginal, un terreno robado, una invasión social que ha ido creciendo con los años. Pero, ¿qué pensaría la gente sí se le dice que allí reposa una de las historias más impresionantes de lucha y esperanza, de fortaleza y respeto por lo propio?, ¿qué pensaría la gente sí se le dijera que allí se encuentra parte de la historia de Cali?

En 1750, se dio una importante negociación: la Hacienda San Joaquín le compró a la Hacienda Cañasgordas 90 terrenos, extendidos entre los ríos Meléndez y Lili, y desde Los Farallones de Cali hasta el río Cauca. Con ello, también se convino el traspaso de esclavos provenientes de África.

Los dueños de la Hacienda San Joaquín eran de apellido Varona. En esa época, la costumbre era dar a sus esclavos el mismo apellido, pero cambiando la primera letra. Es así como nace el apellido Barona, aunque se los marcaba con una V en sus hombros, como súbditos, en representación de la ‘Familia Superior’. El hijo de uno de estos esclavos, Pedro Pablo Barona, se ganó la confianza de sus dueños y por eso lo encargaron de cuidar los terrenos de la hacienda.

Estrella Barona (izq), Mariam Campo (centro) y Patricia Gómez (der) relataron a Utópicos la historia de su barrio y los retos que ahora tienen.

Un día de 1822, el dueño de esa propiedad decidió regalarle a Pedro Pablo un terreno pequeño, para que construyera su casa y viviera allí. Con alegría y fervor, y con la ayuda de su familia, el joven capataz levantó las primeras 10 moradas. La primera fue la ‘Casa Paterna’, lugar emblemático para los Barona. Allí nació gran parte de la familia. Así empezaron a construir, desde cero, en tierras fértiles y en cercanía a su fuente histórica de vida, el río Lili.

Tomarse el sector

El barrio Lili siempre ha sido foco de interés para algunos ingenios de Cali. “Siempre nos han amenazado con sacarnos de aquí. Lo que hacían nuestros ancestros era traer más familia, construir y vender casas. Así hacíamos más espacio y evitábamos nuestra exclusión”, narra Patricia Gómez, descendiente de los Barona y habitante del sector. Cercana a los cincuenta años de edad, que habla con mucho sentimiento. Es la defensora del presente y el futuro de su amado terruño.

El interés de los familiares no era la riqueza, era estar seguros y mantenerse allí, por lo que vendían los terrenos a precios muy bajos, “casi regalados”, cuenta.

Tiempo después, los residentes prestaron algunos terrenos al Ingenio Meléndez para sembrar caña, pero, más adelante, los predios fueron escriturados a este, tomándose parte de lo que el dueño de la Hacienda San Joaquín les había dejado a los Barona y rompiendo el compromiso.

Allí se empezó a formar lo que hoy se conoce como Ciudad Jardín. “Por confiados, sólo nos quedó esta parte. Antes la palabra era respetada”, apunta una de las mayores de la familia, Estela Barona, nieta de Pedro Pablo Barona.

A su vez, Miriam Campo Barona (65 años), otra de las nietas del patriarca y prima de Estela, recuerda que cuando era niña, “lo que hoy es Ciudad Jardín era puro monte, puro cañal, perteneciente al Ingenio Meléndez”.

Medicina natural, el mejor remedio

Cerca del barrio no había médicos, ni centros hospitalarios, hasta mediados del siglo XX. “Todo se trataba con hierbas: el anamú, para curar la sinusitis y dolores de pecho; la ruda; aguapanela con limoncillo; yerbabuena, albahaca, malva y el matarratón… que sirve para todo”, describe Patricia, entre risas.

Las parteras eran quienes tenían la labor de asistencia y cuidado de la madre durante el proceso de gestación. Todo se hacía de manera natural; empleaban cogollos de lulo y agua de brevo para agilizar el proceso de parto, si el niño no quería salir.

“Cuando iba a nacer un nuevo miembro de la familia, las parteras nos decían a los niños que estuviéramos pendientes de la cigüeña, que ya iba a arribar. Cuando escuchábamos el berrido en una de las casas, quedábamos desconcertados”, añadió Miriam.

El Tren del Pacífico

Donde hoy está el parque del barrio quedaba la antigua carrilera. “El tren hizo parte de nuestra vida. Los maquinistas nos llevaban hasta el retén, ubicado donde queda hoy la Y que lleva a Puerto Tejada y Jamundí, y nos devolvíamos a píe”, relata Patricia.

El tren conectaba los departamentos de Cauca y Valle, pero dejó de funcionar por esta ruta hace unos 40 años, pues la construcción de la carretera Panamericana supuso una alternativa más efectiva que las vías férreas. Desde entonces, allí reposa el antiguo puente del ferrocarril, sin uso alguno en materia de movilidad. Sin embargo, es cuidado como un tesoro por los habitantes del barrio Lili.

Detrás de las casas del barrio Lili se observan edificios modernos

Costumbres

Al llegar de África, los esclavos preservaban sus costumbres. Una era el rezo del justo juez, una oración para ‘cubrirse’ del peligro en periodos de guerra. De esta manera, si los enemigos pasaban por su lado, nos los veían. Según dicen, en algunas zonas del Chocó aún se practica este ritual.

Al nacer un menor, sus ombligos y las placentas de las madres eran enterrados allí mismo. “Donde estamos sentados, está mi ombligo”, relata Estela, en tono jocoso.

Los menores no se aburrían nunca. Buscaban en cualquier cosa un elemento de entretenimiento y aprendizaje. Como dice Patricia, “aunque no había servicio de energía, nosotros nos divertíamos mucho; jugábamos en el río mientras otros pescaban, corríamos, montábamos columpio, hacíamos antorchas, con tarritos con mecha y ACPM. Con eso alumbrábamos”.

Años 90

Las crecientes del río Lili y las temporadas de invierno siempre han sido un problema para la comunidad. Por ello, en 1994 se construyó un jarillón para reducir los riesgos.

A finales de los años 90 renombraron al sector como barrio Cañasgordas. Sin embargo, nadie se lo tomó en serio. Todos le siguieron llamando Lili, hasta que la junta de acción comunal decidió retomar su antiguo nombre. Tiempo después, otro cambio de denominación hecho por la alcaldía de Cali, significó para los habitantes una falta de respeto a sus antepasados y a la lucha por mantener el sector en pie: El nombre Urbanización Valle del Lili fue recibido con inconformidad por los vecinos, que quieren seguirlo llamando, simplemente, barrio Lili.

Hoy, este barrio se mantiene con su gente, con sus raíces bien plantadas en una tierra que les ha dado todo, y con un río que riega un valle lleno de historia, fortaleza y lucha. Con diferentes nombres tatuados en su historial y con abusos por parte de importantes manos económicas, el sector ha subsistido en medio de situaciones precarias. Todo lo que han conseguido, lo han hecho a pulso y prácticamente sin ayuda.

El optimismo que los habitantes emanan, contagia hasta al más incrédulo. Su futuro lo ven muy verde, sobre la tierra que los vio nacer y los ha sostenido desde hace casi 200 años.

Barrio Lili es un lugar de se cuida el medio ambiente

URBANISMO: ¿EL FIN DE UNA COMUNIDAD?

Según Patricia Gómez, en los años 80, los vecinos del ya fundado Ciudad Jardín se acercaban al barrio Lili: “Entraban a comprar leche, arroz, verduras. Fue allí cuando se enteraron de que no éramos personas malas y que éramos los legítimos dueños del sector”. Les llenaba de alegría ver gente desconocida caminando por la zona, pues “éramos una burbujita alejada de la ciudad”, relató.  Pero hoy, el desarrollo de Ciudad Jardín y otros complejos inmobiliarios del sur de Cali parecen haberse convertido en una amenaza para los pobladores raizales.

La prestigiosa ubicación, cerca de universidades, centros comerciales y terminales de transporte, ha sido la principal causa de que algunas propiedades dentro del barrio Lili se hayan vendido, sumada a la proliferación de grandes edificios, que han convertido al sur en un gran negocio económico. Por todo esto, hoy el sector es foco de interés de manos desconocidas que merodean la zona, según Patricia, buscando hacerse con el barrio. “Aquí entran personas con chalecos sin distinción, fotografiando y tomando nota de lo que ven”, añadió. Ella sospecha que son las propias constructoras las que están detrás de esto, sembrando temor en la comunidad habitante.

Además, “varias veces nos han tratado de sacar, argumentando que ‘es un riesgo vivir al lado de un río’, como si no conociéramos de lo que es capaz de hacer el río cuando hay creciente”, afirmó Estella Barona entre risas, agregando que el caudal del afluente no se compara a lo que era antes.

Utópicos preguntó a Patricia Gómez si creía que de parte de los gobiernos que ha tenido el municipio también ha habido intentos por apretujar aún más al barrio Lili. A lo que ella respondió afirmativamente, argumentando que los recibos de servicios públicos han sido ajustados a estrato cuatro, cuando las condiciones de la población realmente corresponden a estrato dos. Según ella, “es una manera de aburrirnos de vivir aquí”.

Al parecer, estas poderosas entidades buscan cualquier ‘hueco’ para meterse. A todo lo anterior se agrega que, actualmente, la ampliación de la vía Cali-Jamundí genera en la comunidad del barrio Lili una nueva preocupación. Agentes de planeación vial aseguran que no deberían estar allí y que probablemente serán reubicados. Sin embargo, ningún habitante está interesado en dejar el sector, a no ser que sea vendiendo las propiedades al valor justo. Si ello sucede, este será el fin de una comunidad asentada en la zona periférica de Cali, desde hace 200 años.

Preservando la artesanía ancestral 

SIEMPRE HEMOS SIDO MUY UNIDOS

Jorge Victoria fue el primer profesor que llegó al sector. Estudió en la Universidad del Valle y hoy es coordinador del Incolballet[1]. Recuerda que “las monjas del Sagrado Corazón (colegio) nos daban clases. Nos enseñaban lo más básico. Los Barona donaron el espacio donde hoy está Incolballet para hacer la primera escuela. Esta se formó por medio de ayuda de la comunidad, de campañas políticas y del Club Rotario. Fue hecha a pulso. El terreno fue donado en los años 80. Primero se llamó Escuela Cañasgordas, después quisieron ponerle Escuela Rotario. Sin embargo, hubo problema por ello y volvieron al antiguo nombre. Tiempo después (hace 15 años), esta escuela primaria pasó a ser de administración del municipio”.

Mujeres con muchas historias por contar

[1]El Instituto Colombiano de Ballet Clásico es una entidad descentralizada del Valle que, según su página web  www.incolballet.com, propende “el desarrollo cultural del departamento y del país, a través de la educación artística formal en danza, los procesos de producción, la circulación de obras de repertorio universal y latinoamericano y el desarrollo de programas de sensibilización y formación de públicos”.

Casas de bahareque:Están hechas de esterilla, un modo de abrir la guadua para que quede plana como una tabla; después se echa barro en medio de la esterilla para formar las paredes.Para montar las estructuras, se añade al suelo: barro, pasto, pangola bien picada y boñiga de vaca.Luego de resanar, se pinta todo con cal.Las puertas eran dobles y tenían argollas de hierro, y sus llaves eran grandes.
Estructuras en Lili, cambios a través del tiempo.Los niños ayudaban a amasar con los pies.A pesar de ser construidas de manera artesanal, respondían muy bien ante fuertes crecientes del río.Por medidas de seguridad y para evitar que los sacaran del barrio, debieron reconstruirlas con ladrillo.En 1998, fue reconstruida la última casa de bahareque.La ‘Casa Paterna’ conserva algunas estructuras de bahareque. Una creciente del río derribó parte de la simbólica construcción.

Destacados:

• Antiguamente, el río Lili recibía el nombre de río Las Piedras.

• Donde hoy está la Universidad Libre, los nativos lavaban ropa, trastos y hacían actividades de entretenimiento.

• La última partera en el barrio fue Luisa Barona, hija de Pedro Pablo Barona. Murió de 108 años.

• Miriam Campo Barona fue la última persona en nacer con ayuda de partera.

Iván Ortega 

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