Su cuerpo es un lienzo, los tatuajes son su principal característica. En él se reflejan treinta dibujos, tres de ellos en honor a su equipo, el América de Cali. Es ‘el Americano’.


Se sabe todos lo cánticos de su equipo y como barrista, ha pasado por diferentes ciudades alentando a su onceno del ama.

Habla calmado y sereno, sus ojos son negros y reflejan tranquilidad; en lo emocional es perseverante y mientras estuvo en el Buen Pastor trató de ahorrarse problemas con sus compañeros para no ser sentir más largos los 24 meses de sanción.

“Llegué por tentativa de homicidio y hurto, eso lo hice porque tenía rabia, me habían matado a un ‘socio’ y me iba desquitar con otra persona”, recuerda Juan.

Cuando fue aprehendido por las autoridades ya era bachiller académico y estaba cursando tercer semestre de gastronomía en el SENA. Encontraba gran placer en cocinar para su familia, en espacial el lomo de cerdo con salsa agridulce, que a todos encantaba.

Goza ser padre, pero al bebé solo pudo disfrutarlo durante sus primeros cuatro meses, pues fue capturado. Esta ausencia lo ayudó a replantear su actitud ante la vida, aunque reconoce que después del nacimiento de su hijo siguió delinquiendo.

Dice ser muy espiritual y, como garantía, muestra el tatuaje sin terminar de  un buda en su antebrazo derecho.

Tenía grandes deseos de recuperar la libertad y finalmente lo logró. Ahora que está en la calle, felizmente retomó su vida social y familiar; sobre todo, le dedica mucho tiempo a su hijo, que es su motor cada mañana.

“No quiero cometer más errores, ahora soy libre”, puntualiza.

 Por:  Johana Castillo 

  @johacastillo331