Es muy común ver a diario gran cantidad de vendedores que transitan por las calles ofreciendo a sus clientes productos necesarios, útiles y a bajo costo, con la justificación de llevarles de comer a sus familias.


Por: Claudia Lorena Lasso Cuéllar

@claudita193


Las cifras lo confirman: “en Colombia, según el Dane, los pobres llegan a 14 millones y en Cali a 508.000” Tomado del blog Esto sucede a pesar de que diferentes gobernantes sostienen que la pobreza ha disminuido a su mínima expresión.

Los vendedores de las calles son objeto de condiciones inciertas de trabajo, falta de seguridad social y múltiples prohibiciones, entre otras.

De acuerdo con el artículo 4.6.1 de los derechos colectivos, “…Cuando una autoridad local se proponga recuperar el espacio público ocupado por vendedores ambulantes titulares de licencias o autorizaciones concedidas por el Estado, este deberá diseñar y ejecutar un adecuado y razonable plan de reubicación de dichos vendedores ambulantes de manera que se concilien en la práctica los intereses de pugna”. Decisiones que uno a uno, los mandatarios locales han ido aplazando.

Un claro ejemplo se ve en la Plaza Cayzedo, donde día a día es común encontrarse con ventas que van desde agua hasta cigarrillos. Policías de la zona, vendedores y encargados del espacio público, cada uno tiene su propia versión.

Las contradicciones aparecen cuando se les pregunta a vendedores y encargados del espacio público sobre las ‘recogidas’; algunos trabajadores ambulantes como Alexander aseguran que “aquí es prohibido trabajar, los policías sacan a los trabajadores por la mañana, al medio día, por la tarde, todo el día”.

Carlos Navia, encargado del espacio público, argumenta: “nosotros pasamos a socializar con los vendedores y advertirles que su permanencia en la Plaza es indebida, días después de realizada la gestión llegamos con la policía en un carro grande negro, para recoger la mercancía de quienes omitieron el aviso”.

Además, algunos vendedores aseguran que deben pagar por recuperar sus cosas. “Cuando la policía realiza los desalojos, se nos llevan el puesto con el surtido y para sacarlo, hay que pagar 300 mil pesos en el CAM”, expresa Viviana.

Pero Navia contra argumenta que “a los trabajadores no se les cobra multa al momento de hacer la devolución de sus pertenencias. Lo único que no se les devuelve son cigarrillos, piratería y licores; de resto, pasados aproximadamente quince días, todo se les devuelve con la constancia de entrega (que se les elabora) cuando se recogen las cosas”.

Ninguno de los vendedores tiene permiso en la Plaza, pues al ser considerado un atractivo turístico, se piensa que los trabajadores ambulantes entorpecen el paso de propios y visitantes; aun así, es muy común encontrar ventas de dulces, agua, jugos, tintos y demás productos.

Otra de las mencionadas contradicciones queda en evidencia, cuando el auxiliar de policía Gaviria asegura que “en la Plaza Cayzedo se respeta la antigüedad (más de 20 años) de los trabajadores informales”, lo que significa que son personas a quienes no se les ‘toca’ la mercancía. Asegura además que “son ellos mismos quienes se encargan de cuidar el espacio de los nuevos vendedores que llegan a posicionarse”.

Sin embargo, Navia manifiesta que “después de que sea venta ambulante, no puede estar en esta zona. Aquí, no hay ningún vendedor ambulante al que se le respete la antigüedad y nadie tiene permiso, por lo menos no en esta zona”.

Pero asegura que a los vendedores de frutas, ‘mecato’ y demás alimentos no se les incauta la mercancía; “las personas que venden esos productos, no tienen problema, siempre y cuando no estén siempre en el mismo lugar. Si se estacionan, pasa a incautárseles los excedentes, es decir, sillas, sombrillas, carpas y estos elementos son devueltos 15 días después”.

Es muy común ver a los emboladores; en el sector de la Plaza Cayzedo se les permite ubicar siempre y cuando tengan un cliente; de no ser así, se les informa que deben moverse del lugar.
William Saavedra, un santandereano obligado a vivir en Cali y lustrador con cinco años de antigüedad, asegura que nunca le han quitado las cosas porque “cuando los veo cerca, escondo la caja, o salgo y me voy porque ya sé la vuelta”.

“A veces, cuando ellos (Espacio Público) no vienen tan temprano, nos ubicamos en una banca y después estamos un rato en una parte, otro rato en otra y así, hasta que por ahí a las cuatro de la tarde ellos se van”, agrega Saavedra.

Álvaro, otro de los vendedores ambulantes de la zona, dice que siempre ha estado ahí y a pesar de que le han hecho advertencias, nunca le han quitado la caja en la que comercializa cigarrillos. “Yo me paso el día dando vueltas por acá, y sé que el día en que me quiten la caja no me la devuelven, por el producto que vendo, y que si la recogen toca pagar una multa, dizque de 200 mil”.
En medio de contradicciones, días soleados y en muchos casos ventas difíciles, la jornada llega a su fin y con ella se acaban los miedos que durante el día persisten por la posible aparición del ‘Lobo’, que no avisa cuándo vendrá, sólo aparece y en medio de sus feroces dientes, se lleva la única opción de quienes trabajan en medio de la informalidad.

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Fotos por: Johana Castillo @johacastillo331